Pasé la noche junto a Pablo, Víctor y Helena en el container de Melisán y Trotsky. Estaba bien protegido de posibles represalias de la mafia: Para más seguridad, Khan había dispuesto de un grupo de estibadores vigilando el contorno y así evitar sorpresas. Cuando llegué, Pablo dormía como un angelito. Creo que hacía tiempo que no dormía tan bien, se le veía a gusto, relajado. Víctor, para variar roncaba. Helena también estaba tumbada, aunque a diferencia de los hombres, no se había desnudado, ni siquiera se había quietado el hiyab. Melisán le indicó a Trotsky que no hiciera ruido, que entrara sigiloso. Y el perro hizo caso a su dueña… de hecho, fue la niña la que, sin querer, hizo más ruido al entrar.
- ¿Acabáis de llegar? - me preguntó susurrando Helena.
- Sí - le respondí.
La ciega se incorporó y me señaló la salida del container, por si quería pasar un rato afuera con ella. Accedí y salimos juntas.
La noche había refrescado, la brisa que soplaba no era fría, pero tenía suficiente fuerza como para alejar las nubes que previamente habían encapotado la noche: ahora se veían las estrellas. Yo las veía: Helena no las podía distinguir y no podía admirar su belleza. Los estibadores que vigilaban no nos quitaban ojo y cuchicheaban, pero estaban ahí por nuestra seguridad.
- Gracias otra vez - le dije, refiriéndome a cuando nos abordó Número 2 en la salida del palacete. Ella le quitó importancia.
Estuvimos allí un rato. Quietas. En silencio. Yo mirando las estrellas. Ella sintiendo mi presencia, esperando, paciente, que finalmente le hiciera la pregunta que me rondaba en la cabeza.
- ¿Sabías que Pablo había sido de las BAB?
- Lo sospechaba. Por como pelea. Es muy bueno. En New Haven casi me derrota. Pero nunca coincidí con él, si es eso lo que quieres saber. Le recordaría.
- Me explicó lo que hacía en las BAB. – Ésta era la verdadera pregunta. Quería saber si ella había hecho las mismas brutalidades que Pablo.
Helena notó el cambió en mi entonación, el miedo, la preocupación que yo sentía. Mi corazón latía más rápido y pese a la temperatura refrescante, mi cuerpo segregaba un sudor, fino, pero nervioso.
- Por eso durante la estancia en el palacete estabas tan distante, ¿verdad? - acertó la ciega.
Yo la miré intensamente, consciente de que era una de las pocas cosas que ella no podía percibir.
- Pablo torturaba bolcheviques. Los maltrataba hasta que confesaban crímenes inexistentes para luego dejarles morir.
- Conocía la existencia de esas unidades - me dijo con una frialdad que me repugnó -, pero yo nunca he formado parte.
- ¿Qué hacías tú en las BAB?
- Saúl me asignaba un objetivo y yo lo asesinaba.
- ¿Odias a los bolcheviques?
- En New Haven os conté que mi padre era bolchevique y eso es cierto. Era un trabajador y era bolchevique.
- ¿Odias a los bolcheviques? – insistí.
- Odio a mi maestro. Odio a Saúl. Él me convirtió en un monstruo. No te engañaré. He hecho cosas horribles y las he hecho sin cuestionarme nada y sin remordimientos. No creo que eso se pueda cambiar. Pero no odio a los bolcheviques.
- Creo que Pablo puede cambiar. Creo que se arrepiente de lo que hizo pero, sobre todo, quiere aprender a ser una mejor persona.
- Yo sólo quiero vengarme.
- ¿Sólo quieres eso?
Helena guardó silencio.
- ¿Qué te hizo Saúl? - le pregunté.
- Me hizo lo que hoy soy. Mira, Exiliada… Yo también he asesinado bolcheviques. Si es eso lo que querías saber.
Helena comenzó a llorar. Intenté abrazarla, pero no me dio tiempo. Rápidamente se enjuagó las lágrimas, se escabulló de mis brazos y volvió al container, dejándome atrás con cara de tonta. No me quedó otra cosa que hacer que rabiar por mi impertinencia, por mi poco tacto. Miré enojada a los vigilantes. Como buenas “marujas”, habían estado atentos a la escena, sin perderse nada, y ahora fingían desinterés, miraban para otra parte e incluso silbaban. Tuve ganas de gritarles, e incluso de pegar a alguno de esos cotillas.
"Da igual", pensé tratando de tranquilizarme. "Mañana, de camino a Tímberlane, hablaré con ella y me disculparé".
FIN DEL CAPÍTULO 7