Nos acercábamos al cinturón rojo de Tímberlane, sino estábamos ya en él. Todo a nuestro alrededor estaba completamente urbanizado: polígonos industriales, antiguas fábricas, bloques de viviendas que recordaban a la Colmena de Cáledon...
Aunque teníamos los nuevos papeles, la cohartada que nos había conseguido Kahn era poco creible, así que continuábamos con nuestra costumbre de viajar por las carreteras secundarias. Nuestras cautelas no podían evitar que nos diéramos de bruces con los mismos problemas de tráfico que sufren a diario los conductores. Así, como en la mayoría de las grandes ciudades, todas las entradas a Tímberlane, estaban colapsadas, llenas de vehículos: A esas horas las fábricas se vaciaban y los obreros volvían a sus casas. Esabamos en medio de un enorme atasco, en medio de infitinas colas, que parecía que iba a durar horas.
- ¡Tenemos problemas! - La voz de Pablo sonó grave, en claro constante con el brillo que había demostrado durante todo el viaje. – Y no me refiero al coñazo de estar en un atasco.
A lo lejos se podía distinguir un grupo de hombres uniformados. ¡Un control policial! Además por los uniformes parecía que algunos agentes eran de las BAB. La situación tenía muy mala pinta. Y nuestra situación en el atasco nos impedía tomar algún otro camino, torcer por un ramal que nos alejara del control o, sencillamente, dar la vuelta. Tampoco podíamos bajar de la furgoneta y huir a pie. Hacer algo así hubiera llamado la atención de la policía y las BAB inmediatamente.
- No nos buscan a nosotros - afirmó Víctor-. El control es para otra cosa. Además tenemos los papeles nuevos.
Pronto comprobamos que en el sentido en el que íbamos nosotros, los conductores de la mayoría de los vehículos no tenían problemas: enseñaban un papel y pasaban. Era en el sentido de salida de la ciudad donde los problemas se acumulaban: Los agentes paraban los coches y a muchos los registraban.
- ¡Mirad! - exclamó Pablo -. Ha debido de pasar algo dentro de la ciudad.
Resignados, esperamos nuestro turno en la caravana. Era hora de poner a prueba nuestros rocambolescos papeles. Lentamente fuimos avanzando hacia el puesto de control. Los BAB se reservaban para los que salían de la ciudad. A nosotros nos abordó un agente de la policía.
- ¡Papeles!
Pablo se los entregó.
- Sois familia... Jon Austin y... ¿sus hijos?
- Sí - respondió Víctor.
- ¿Cuáles son los motivos de su viaje a Tímberlane? Aquí pone que sois de Davenport.
Por un momento nos quedamos en blanco, fue Pablo el que por fin respondió.
- Venimos de visita turística. Nuestro padre está muy enfermo y siempre quiso visitar Tímberlane.
- Sí - corroboró Víctor haciendo como que tosía.
- Son ustedes una familia muy extraña… - el agente nos miraba a mí y a Helena como si no le encajara en absoluto nuestra cohartada. Instintivamente cogí a la ciega de la mano. - Ella – señalando a Helena - lleva pañuelo, es semita... Y esta otra – refiriéndose a mí -no, y es negra...
¡Gran cagada! Si eramos una familia, lo lógico es que tuviéramos las mismas creencias religiosas. Cualquier otra explicación era muy rebuscada. Ya era raro que yo fuera negra, por muy adoptada que fuera, pero que Helena fuera semita y nadie más de la familia lo fuera...
- Agente, ella es adoptada...
Víctor trató de explicarlo, pero estábamos de suerte, al policía no le interesaba. La caravana era larga y lenta y quería volverse a casa lo antes posible. No estaban preocupados por lo que entraba en la ciudad, estaban preocupados por lo que podía salir.
- Me da igual. Tímberlane está bajo alerta terrorista. Como públicamente no se ha dicho nada no puedo evitarles entrar, pero les recomiendo que se marchen cuanto antes. Si pese al peligro real que existe deciden por su cuenta y riesgo quedarse, tienen que ir urgentemente a la Oficina de Turismo a cubrir unos papeles. Está en la Avenida de la Unidad. Si un agente les pide la documentación y no tienen los impresos de turismo, está en su derecho de retenerles e incluso arrestarles. ¿Está claro? El siguiente.
Estábamos arrancando la furgoneta para continuar el camino cuando a nuestra espalda, en uno de los coches que trataba de salir de Tímberlane se produjo un tiroteo: los agentes de las BAB discutían con el conductor de un pequeño turismo cuando pasó algo entre ellos. Los gritos subieron de tono y los agentes, sin más preámbulos, abrieron fuego contra los pasajeros. Resultado: el conductor y sus tres acompañantes resultaron heridos o, más probablemente, muertos.
Me fijé en que la gente parecía acostumbrada. Tras el shock inicial por los tiros y la sangre, mecánicamente volvían a lo suyo, como si no hubiera pasado nada raro. Una grúa allí preparada apartó el coche acribillado y el control continuó. Sólo tras unos metros avanzando, dejando atrás el control, vimos que se acercaba una ambulancia...
Así estaban las cosas en Tímberlane.
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