Relatos de Jjojismos

· La última bolchevique (concluido), una mujer regresa del exilio y se encuentra con un país devastado por la guerra. Perseguida, deberá aliarse con los compañeros que la traicionaron para luchar por su supervivencia.
· Una nueva historia (en proceso), 1913, han asesinado al hijo de un importante empresario, el detective Jhan, un troglo, no cree que el sospechoso detenido, un trabajador de oficinas mamón, sea el verdadero asesino.
· Jaime (en proceso), la secuela de La última bolchevique. Bella, colaboradora de los nuevos bolcheviques se lanza a la búsqueda del a la par odiado y amado Jaime para evitar una nueva guerra.
· La muerte de Ishtar (en proceso), nos situamos a finales del siglo IV, principios del V. La nueva religión cristiana se abre paso frente a las antiguas creencias paganas. Dos mundos chocan y luchan entre intrigas, persecuciones y aventuras.

martes, 30 de octubre de 2012

Capítulo 1 La exiliada, 2


Allí sentada, forcé la vista para explorar la habitación: No quería que ningún detalle se me escapara. A mi izquierda había un pequeño cuarto cerrado, que debía de ser el baño; a mi derecha, justo al lado de la cama, tenía una mesita vacía… y poco más. Traté de mirar a través de los barrotes: la ventana estaba limpia y pese a la oscuridad se veía bastante bien: era de noche... pero… ¿Esos brillos? Se veían luces en movimiento, luces rojas y azules. Y eso sólo podía significar una cosa ¡Afuera estaba la policía! ¿Afuera? ¿Rodeaban el edificio? Entonces… ¿quién me había esposado? ¿Quién me retenía si no era la policía? 

El anciano, hasta entonces, no había dejado de dormir. Carraspeó algo y se cambió de postura, pero para seguir durmiendo algo más cómodo. Pensé que había llegado el momento de despertarle. Necesitaba respuestas. 



- ¡Usted! ¡Oiga! ¡Señor! 

El anciano abrió primero un ojo y, muy lentamente, como si tuviera que pedirle permiso, abrió el otro. 

- Veo, muchacha, que por fin te has despertado. - Bostezó y al tiempo me mostró que su muñeca derecha estaba también esposada, en este caso a un radiador. 

- ¿Quién es usted? ¿Qué hago aquí? ¿Estoy presa? 
- Mmm… Sí, te buscaban a ti. Pero no la policía, la policía está fuera... Muchacha, no hay tiempo para preguntas. 

Usando de manera patosa su mano zurda, sacó del bolsillo de su chaqueta una horquilla del pelo. Alargó el brazo y, con esfuerzo, la posó sobre mi cama. Me clavó la mirada como esperando que yo supiera lo que tenía qué hacer. Pero no se equivocó: con un rápido impulso me estiré, cogí la horquilla y comencé a juguetear con la esposa hasta que, por fin, quedé liberada. 

Mientas me frotaba la muñeca, ahora sin ninguna atadura, devolví la mirada al anciano. 

- Se aprendían muchas cosas en las milicias de Jaime, ¿verdad muchacha? - me dijo mientras se atusaba el bigote. Aquella referencia a mi pasado con Jaime me dejó por un instante helada. Si él sabía quién era, otros podrían también saberlo. Por eso estaba allí retenida. 

Me incorporé de un saltó olvidándome de mi estado casi desnudo. El anciano giró la cara ruborizado, tratando de evitar encontrarse con mi cuerpo. Entonces me percaté de mi desnudez: De adolescente me gustaban mis curvas, pero aquellos años habían pasado. Ahora tenía celulitis, estrías, algo de barriga y la gravedad derrotaba a mis pechos. Me dio vergüenza que un desconocido me viera así. ¿Pero qué podía hacer? No vi ropa a mí alrededor, así que me resigné y decidí olvidar todo aquello y centrarme en averiguar qué estaba pasando. 

Me acerqué primero a la ventana, tratando de ver algo. Salvo los brillos rojos y azules no podía distinguir nada de nada. Luego fui hacia el baño, con el vano deseo de que allí estuviera mi ropa. Toqué la puerta, fría y cerrada. ¡Mierda! Me giré de nuevo hacia la camilla y a allí estaba el historial médico. Lo ojeé: 

"Paciente desconocida e indocumentada. - ¿y los papeles de Atenea Libre que tanto me había costado conseguir? - Ingresada con conmoción cerebral y hematomas leves. Firmado: Doctor Hierba. 

- ¿Es usted el doctor Hierba? - pregunté al anciano segura de que no lo era. 
- No, pero ellos piensan que sí. Le recomiendo que me quite las esposas y salgamos de aquí. 
- No le conozco y no sé nada de usted. No me fío. 
- ¿No le basta con saber que le he salvado la vida muchacha? Del autobús. - Del autobús... Hice un nuevo esfuerzo para tratar de recordar. ¿Había tenido un accidente? 

Ignoré la petición del anciano y, de nuevo con la horquilla, me dediqué a manipular la cerradura de la puerta. Sin más instrumentos, la puerta me resultó mucho más difícil de manejar que la esposa. Con suavidad y muy concentrada movía la horquilla rememorando otras épocas pasadas. Cuando por fin sonó el deseado clic, me dispuse a explorar lo que había fuera de la habitación.

- Voy a echar un vistazo, volveré a por usted.

Capítulo 1 La exiliada, 1

Abrí los ojos. Pero sólo veía sombras. Sobresaltada, por acto reflejo me incorporé y me encontré sentada en una camilla. Estaba en una habitación oscura que parecía de hospital. Noté que mi cuerpo estaba desnudo, tan solo cubierta por una ligera sábana y un camisón. También me dolía la cabeza, estaba desorientada y no recordaba qué hacía allí. Miré a mi alrededor: Estaba en lo cierto, parecía una habitación de hospital, pero la ventana estaba asegurada con barrotes y la puerta parecía muy robusta y... ¡Espera un momento! Tenía mi muñeca izquierda esposada a la camilla. Eso me asustó. Tiré instintivamente de mi brazo apresado. Pero no conseguí ningún resultado. Además, no estaba sola. En la habitación había un extraño: en frente mía, un anciano parecía dormitar sentado en una silla. No entendía nada de lo que estaba pasando.

Pasaban los segundos mientras me espabilaba, procurando no perder de vista al anciano: era de poblado cabello canoso y frondoso bigote, vestía un traje de pana parduzca. Con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la pared, emitía leves ronquidos y, de cuando en cuando, cabeceaba. Parecía un elegante abuelete, pero, pese a su aspecto inofensivo –muchos hombres peligrosos eso parecen cuando duermen- no le había visto en mi vida... O al menos que yo recordara. Y eso era lo que más me preocupaba: ¿Qué había pasado? Me encontraba perdida. ¿Y ese dolor de cabeza? Me llevé la mano derecha a la sien. Parecía como si un pálpito me taladrara el cerebro. 

Trate de recordar, aun a costa de más dolor: Volvía. Volvía de mi exilio. Estaba sentada en un autobús camino de Cáledon. Después de años, no podía estar más tiempo vagabundeando por el continente. Sin rumbo, sin objetivo… Había sentido un fuerte impulso de volver. Necesitaba regresar a la República.

En el lado continental de la frontera conocía a un viejo amigo. Un antiguo guerrillero. Durante las guerras civiles ya nos había ayudado a pasar la frontera a los camaradas y refugiados. Me consiguió, no con dificultad, unos papeles falsos a nombre de “Atenea Libre”. No dejaba de tener gracia ese nombre. Pero era un nombre real, de una mujer de color como yo, de edad cercana a la mía, que vivía plácidamente en una atrasada zona rural del interior de la República. En su rutinario modo de vida, al margen de complicaciones, guerras y conspiraciones políticas varias, nunca sospecharía que su alter ego era una exiliada que trata de regresar.

Recordé como en la frontera había tomado el autobús. Estaba nerviosa… No. Estaba excitada. Me veía tan cerca… y no tenía ni idea de lo que haría una vez estuviera en Cáledon. Yo sabía que no debía bajar la guardia, pero una vez sentada en el transporte, el cansancio del viaje y las curvas del camino pudieron conmigo. Cerré los ojos... 

Y desperté en aquella habitación, sin más recuerdos, con un terrible dolor de cabeza, casi desnuda, esposada a una camilla y acompañada de un anciano.