Abrí los ojos. Pero sólo veía
sombras. Sobresaltada, por acto reflejo me incorporé y me encontré sentada en una
camilla. Estaba en una habitación oscura que parecía de hospital. Noté que mi
cuerpo estaba desnudo, tan solo cubierta por una ligera sábana y un camisón. También
me dolía la cabeza, estaba desorientada y no recordaba qué hacía allí. Miré a
mi alrededor: Estaba en lo cierto, parecía una habitación de hospital, pero la
ventana estaba asegurada con barrotes y la puerta parecía muy robusta y... ¡Espera
un momento! Tenía mi muñeca izquierda esposada a la camilla. Eso me asustó. Tiré
instintivamente de mi brazo apresado. Pero no conseguí ningún resultado. Además,
no estaba sola. En la habitación había un extraño: en frente mía, un anciano
parecía dormitar sentado en una silla. No entendía nada de lo que estaba
pasando.
Pasaban los segundos mientras me
espabilaba, procurando no perder de vista al anciano: era de poblado cabello
canoso y frondoso bigote, vestía un traje de pana parduzca. Con los ojos
cerrados y la cabeza apoyada en la pared, emitía leves ronquidos y, de cuando
en cuando, cabeceaba. Parecía un elegante abuelete, pero, pese a su aspecto
inofensivo –muchos hombres peligrosos eso parecen cuando duermen- no le había
visto en mi vida... O al menos que yo recordara. Y eso era lo que más me
preocupaba: ¿Qué había pasado? Me encontraba
perdida. ¿Y ese dolor de cabeza? Me llevé la mano derecha a la sien. Parecía
como si un pálpito me taladrara el cerebro.
Trate de recordar, aun a costa de
más dolor: Volvía. Volvía de mi exilio. Estaba sentada en un autobús camino de
Cáledon. Después de años, no podía estar más tiempo vagabundeando por el
continente. Sin rumbo, sin objetivo… Había sentido un fuerte impulso de volver.
Necesitaba regresar a la República.
En el lado continental de la
frontera conocía a un viejo amigo. Un antiguo guerrillero. Durante las guerras
civiles ya nos había ayudado a pasar la frontera a los camaradas y refugiados.
Me consiguió, no con dificultad, unos papeles falsos a nombre de “Atenea Libre”.
No dejaba de tener gracia ese nombre. Pero era un nombre real, de una mujer de
color como yo, de edad cercana a la mía, que vivía plácidamente en una atrasada
zona rural del interior de la República. En su rutinario modo de vida, al
margen de complicaciones, guerras y conspiraciones políticas varias, nunca
sospecharía que su alter ego era una
exiliada que trata de regresar.
Y desperté en aquella habitación, sin más recuerdos, con un terrible dolor de cabeza, casi desnuda, esposada a una camilla y acompañada de un anciano.
bolchevique novela relato acción aventura ficción
no me gustan mucho las historias de guerras... pero no se porque le voy a dar una oportunidad a tu historia..
ResponderEliminarUn besoo
psd: te sigoo
Muchas gracias! Espero que te guste, en todo caso, se agradecen comentarios, sugerencias, aportaciones...
Eliminarun saludo!