Relatos de Jjojismos

· La última bolchevique (concluido), una mujer regresa del exilio y se encuentra con un país devastado por la guerra. Perseguida, deberá aliarse con los compañeros que la traicionaron para luchar por su supervivencia.
· Una nueva historia (en proceso), 1913, han asesinado al hijo de un importante empresario, el detective Jhan, un troglo, no cree que el sospechoso detenido, un trabajador de oficinas mamón, sea el verdadero asesino.
· Jaime (en proceso), la secuela de La última bolchevique. Bella, colaboradora de los nuevos bolcheviques se lanza a la búsqueda del a la par odiado y amado Jaime para evitar una nueva guerra.
· La muerte de Ishtar (en proceso), nos situamos a finales del siglo IV, principios del V. La nueva religión cristiana se abre paso frente a las antiguas creencias paganas. Dos mundos chocan y luchan entre intrigas, persecuciones y aventuras.

lunes, 6 de mayo de 2013

Capítulo 8, el amigo 6.

Sucedió todo muy rápido. 

De entre las sombras aparecieron seis pistoleros con las caras tapadas con pasamontañas. A los dos policías no les dio tiempo reaccionar. A uno de ellos le dispararon en la cabeza. Su sangre salpicó a Víctor y a Pablo. El segundo agente gritó y trató de desenfundar su arma. Le pegaron dos tiros, uno en el pecho y el otro en la barriga. Detrás de nosotros aparecieron otros cuatro. 

- ¡Arrari rar gatma! - nos gritaron en arranio. Como vieron que no respondíamos nos encañonaron y volvieron a gritarnos - ¡Arrari rar gatma! ¿Ahar? 

Uno le murmuro algo al oído del que parecía el jefe. 

Helena no se pudo contener más. 

Ella había soportado las burlas de los policías para no perjudicar al grupo, pero ahora la situación se había transformado por completo: Estábamos indefensos ante unos asesinos con los que no había forma de comunicarnos. Con su nuevo bastón –un moderno bastón de estoque que había conseguido en Davenport- la ciega golpeó en los genitales a uno de los pistoleros que teníamos a nuestra espalda. Inmediatamente, también con el bastón, golpeó en el cuello a un segundo y con una patada a un tercero. Pablo no se quedó quieto y, alentado por la acción de Helena, desarmó a uno de los que teníamos en frente. 

El jefe de los pistoleros, impresionado por los movimientos de mis compañeros, no se lo pensó dos veces y disparó. Su objetivo era Helena, pero instintivamente yo me puse en medio para que no la alcanzaran. La bala me dio en el hombro, pero la sangre salía a borbotones. ¡Me dolía mucho! No pude sostenerme en pie y caí al suelo. Helena consciente de que esa bala iba en su dirección y que yo me había interpuesto se arrodilló a atenderme. Pablo se lanzó rabioso contra el autor del disparo. 

- ¡Rar ar! - gritó de golpe Víctor en perfecto arranio - Rar ar go ¿Ahar? 

El dolor y la sangre que abandonaba mi cuerpo me debilitaban. Estaba a punto de perder el conocimiento. Creo que todos se detuvieron incluso creo que el líder de grupo de pistoleros se quitó el pasamontañas. No estoy segura. Sólo sé que Helena me sostenía la mano y que Pablo también se acercó preocupado. 

- No es nada... Sólo es el hombro - creo que les dije. 

Perdí el conocimiento.

Capítulo 8, el amigo 5.

- ¡Qué hacen aquí! ¿No saben que hay toque de queda? Haber, ¡documentación! 

Víctor les dio los papeles de la familia Austin. ¿Qué podíamos hacer? Nos miramos nerviosos. Pensé en atacarles, aprovechar las habilidades de Pablo y Helena para que les golpearan y así montar en la furgoneta y huir. Pero entonces, identificados, prófugos, tendríamos que abandonar Tímberlane –ni siquiera sé muy bien como habríamos podido salir- y buscar a Cayo de otra manera, aparte de llamar la atención de las BAB y probablemente de Número 2. 

- No son de aquí - dijo el agente que inspeccionaba los papeles. - ¿No les dijeron que tenían que ir a la Oficina de Turismo? 

No parecían los típicos policías energúmenos incapaces de razonar. ¿O tal vez sí? 

- Sí nos dijeron - comenzó a explicarse Víctor -, pero llegamos hace muy poco, ya era de noche. Venimos a hacer turismo. No sabíamos que había complicaciones en la ciudad. Pensamos que la oficina estaba cerrada y buscábamos donde pasar la noche para mañana ir a la oficina en cuanto abriera. 
- ¿Y buscaban pasar la noche aquí? - preguntó casi riéndose el otro policía mientras señalaba el picadero - ¿no es un lugar poco habitual para una respetable familia de turistas, abuelo? 

Nos encogimos de hombros. Pensé que nuestra suerte ya estaba echada, que no nos creían y que nos detendrían; que no habíamos actuado a tiempo. 

- ¡Son ustedes una familia de lo más original! - continuó el policía que sostenía nuestros papeles. 
- Un grupo como ustedes delante de este picadero, jajaja, cualquiera pensaría que le espera a usted, abuelo, - dirigiéndose a Víctor - una gran fiesta jajaja muy variada. - ¿buscaban provocarnos o simplemente se estaban cachondeando de nosotros? 
- Sí jajaja - se reía el otro policía- Demasiado variada para mi gusto jajaja. 
- Bueno, jajaja, ¡ellas no están nada mal! 

Las miradas viciosas y repugnantes de los dos policías repasaron mi cuerpo de arriba abajo para fijarse también en el de Helena y volver al mío. Helena no les veía, pero comprendía sus entonaciones. No le gustó nada y emitió un gruñido de protesta. Antes de que la tensión pasara a mayores le cogí del brazo para tranquilizarla. Pablo, mientras tanto, mantenía con esfuerzo una sonrisa falsa. 

- Algunos ricachones falsean papeles para organizar jejeje “fiestas”, en lugares apartados, lejos de miradas indiscretas – Nos explicó uno de los policías. 
- Sólo les estábamos tomando el pelo, jajaja. No teman. 

Excepto Helena, los demás acompañamos a los policías con risas forzadas y nerviosas. 

Cansados de meterse con nosotros, decidieron, por fin, devolvernos los papeles. Se los acercaron a Víctor, pero al alargar el brazo para recogerlos, el anciano mostró sin querer su mano vendada. Desde que Lara le había atendido en Cáledon, Víctor no se había cambiado el vendaje y, aunque la herida estaba tratada, no estaba cicatrizada ni muchísimo menos, sobre todo, después de todas y cada una de las emociones que habíamos vivido desde entonces. Así pues, las vendas estaban sucias: bastante manchadas de sangre, pero también de mugre. No parecía la herida de un anciano normal, tratado por la sanidad oficial. 

- ¿Qué le ha pasado en la mano? - preguntó el policía. 

Hubo un tenso instante de silencio. 

- Debería acudir a una farmacia. Para que le cambien la venda – continuó el agente. 

"¡Ufffff!" Respiramos tranquilos. 

- No pueden quedarse por la noche en Tímberlane. ¿Éste es su vehículo? 
- Sí - respondió Pablo. 
- Deben salir de la ciudad. Los hoteles de fuera del área metropolitana les alojaran y ya mañana podrán volver. 

Mientras el policía, con inesperada amabilidad, nos invitaba a irnos de Tímberlane, Helena me susurró algo al oído: 

- Hay otras seis personas armadas rodeándonos. Y creo que estos no son policías.

Capítulo 8, el amigo 4.

- No me gusta nada la idea de ir al centro de la ciudad - dijo Víctor. – En las barriadas obreras estaremos más a salvo. 
- Pero necesitamos ese papel para turistas. Ya escuchasteis al policía - respondió Pablo. 
- Los papeles de Davenport han sido útiles frente a un agente lleno de rutina y sobresaturado de trabajo –argumentó el anciano-, pero corremos el riesgo de que a los funcionarios de turismo no les podamos colar la originalidad de la familia Austin. Además, a estas horas la oficina estará probablemente cerrada, o apunto de cerrar. 
- Vale... Es muchísimo mejor que nos detengan por la calle por no tener ese maldito papel y entonces tengamos que tratar con otro tipo de funcionarios. 
- ¡A mi no me preocupa ese maldito papel! - Helena interrumpió la discusión entre Pablo y Víctor. – No deberíamos ir al centro. 
- ¿Qué sucede Helena? - pregunté ansiosa por demostrarle a Helena mi interés en sus pensamientos. 
- Esta ciudad huele a sangre. ¿No lo notáis? Quizás es un presentimiento y nada más, pero no nos espera nada bueno en el centro. Y mirad, vosotros que podéis, la hora que es. ¿Qué oficina está abierta a estas horas? 
- ¿Presentimientos? ¡Tonterías! - gruñó Víctor -. Pablo tiene razón: Necesitamos ese maldito papel. Pero ahora no lo conseguiremos. Nos queda dinero. Busquemos una pensión en una barriada obrera y pasemos allí la noche. Mañana veremos qué hacemos. 

Nos desviamos de las calles que nos llevaban hacia el centro de Tímberlane y callejeamos por un barrio obrero buscando una pensión. No encontrábamos nada y a nuestro alrededor la noche caía y las calles se despoblaban. Por contra, la presencia policial en la calle se hacía cada vez más notable. Los coches patrullas se dejaban ver incluso en los rincones más abandonados por donde buscábamos. 

Por fin, tras muchas vueltas encontramos una pensión que más bien parecía un picadero de la prostitución: un edificio en ruinas, un letrero de neón estropeado y la segura presencia de ratas y cucarachas. 

-¡Ey! ¡Me gusta! - exclamó en broma Pablo - ¡En este sitio rememoraré mi último ligue! ¡Me sentiré como en casa!

Y es que era un sitio realmente infame, pero fuimos a preguntar de todas formas. No tuvimos suerte, incluso en un sitio así exigían los dichosos papeles. 

- Sin los papeles de la Oficina de Turismo no me puedo arriesgar a alojaros - nos dijo el recepcionista. 

- Pero si aquí sólo vienen putas y sus clientes - protestó malhumorado Víctor. 

- Puede que tenga razón el señor - le respondió el recepcionista sin inmutarse -, pero al menos ellas tienen papeles. 

Nos fuimos porque era evidente que de allí no íbamos a sacar nada en claro. Ya era completamente de noche. El alumbrado nocturno era escaso y funcionaba mal. Habíamos aparcado cerca de la pensión, volvimos hacia la furgoneta. 

- ¡Salgamos de la ciudad! Ya volveremos mañana - propuso Helena. 

- Los controles de salida eran mucho más rigurosos que los de entrada – recordó Pablo también preocupado. 

No nos dio tiempo de montarnos en la furgoneta. Una patrulla de policía se detuvo a nuestra altura. Los agentes se bajaron del coche y se nos acercaron.

Capítulo 8, el amigo 3.

Nos acercábamos al cinturón rojo de Tímberlane, sino estábamos ya en él. Todo a nuestro alrededor estaba completamente urbanizado: polígonos industriales, antiguas fábricas, bloques de viviendas que recordaban a la Colmena de Cáledon... 

Aunque teníamos los nuevos papeles, la cohartada que nos había conseguido Kahn era poco creible, así que continuábamos con nuestra costumbre de viajar por las carreteras secundarias. Nuestras cautelas no podían evitar que nos diéramos de bruces con los mismos problemas de tráfico que sufren a diario los conductores. Así, como en la mayoría de las grandes ciudades, todas las entradas a Tímberlane, estaban colapsadas, llenas de vehículos: A esas horas las fábricas se vaciaban y los obreros volvían a sus casas. Esabamos en medio de un enorme atasco, en medio de infitinas colas, que parecía que iba a durar horas. 

- ¡Tenemos problemas! - La voz de Pablo sonó grave, en claro constante con el brillo que había demostrado durante todo el viaje. – Y no me refiero al coñazo de estar en un atasco. 

A lo lejos se podía distinguir un grupo de hombres uniformados. ¡Un control policial! Además por los uniformes parecía que algunos agentes eran de las BAB. La situación tenía muy mala pinta. Y nuestra situación en el atasco nos impedía tomar algún otro camino, torcer por un ramal que nos alejara del control o, sencillamente, dar la vuelta. Tampoco podíamos bajar de la furgoneta y huir a pie. Hacer algo así hubiera llamado la atención de la policía y las BAB inmediatamente. 

- No nos buscan a nosotros - afirmó Víctor-. El control es para otra cosa. Además tenemos los papeles nuevos. 

Pronto comprobamos que en el sentido en el que íbamos nosotros, los conductores de la mayoría de los vehículos no tenían problemas: enseñaban un papel y pasaban. Era en el sentido de salida de la ciudad donde los problemas se acumulaban: Los agentes paraban los coches y a muchos los registraban. 

- ¡Mirad! - exclamó Pablo -. Ha debido de pasar algo dentro de la ciudad. 

Resignados, esperamos nuestro turno en la caravana. Era hora de poner a prueba nuestros rocambolescos papeles. Lentamente fuimos avanzando hacia el puesto de control. Los BAB se reservaban para los que salían de la ciudad. A nosotros nos abordó un agente de la policía. 

- ¡Papeles! 

Pablo se los entregó. 

- Sois familia... Jon Austin y... ¿sus hijos? 
- Sí - respondió Víctor. 
- ¿Cuáles son los motivos de su viaje a Tímberlane? Aquí pone que sois de Davenport. 

Por un momento nos quedamos en blanco, fue Pablo el que por fin respondió. 

- Venimos de visita turística. Nuestro padre está muy enfermo y siempre quiso visitar Tímberlane. 
- Sí - corroboró Víctor haciendo como que tosía. 
- Son ustedes una familia muy extraña… - el agente nos miraba a mí y a Helena como si no le encajara en absoluto nuestra cohartada. Instintivamente cogí a la ciega de la mano. - Ella – señalando a Helena - lleva pañuelo, es semita... Y esta otra – refiriéndose a mí -no, y es negra... 

¡Gran cagada! Si eramos una familia, lo lógico es que tuviéramos las mismas creencias religiosas. Cualquier otra explicación era muy rebuscada. Ya era raro que yo fuera negra, por muy adoptada que fuera, pero que Helena fuera semita y nadie más de la familia lo fuera... 

- Agente, ella es adoptada... 

Víctor trató de explicarlo, pero estábamos de suerte, al policía no le interesaba. La caravana era larga y lenta y quería volverse a casa lo antes posible. No estaban preocupados por lo que entraba en la ciudad, estaban preocupados por lo que podía salir. 

- Me da igual. Tímberlane está bajo alerta terrorista. Como públicamente no se ha dicho nada no puedo evitarles entrar, pero les recomiendo que se marchen cuanto antes. Si pese al peligro real que existe deciden por su cuenta y riesgo quedarse, tienen que ir urgentemente a la Oficina de Turismo a cubrir unos papeles. Está en la Avenida de la Unidad. Si un agente les pide la documentación y no tienen los impresos de turismo, está en su derecho de retenerles e incluso arrestarles. ¿Está claro? El siguiente. 

Estábamos arrancando la furgoneta para continuar el camino cuando a nuestra espalda, en uno de los coches que trataba de salir de Tímberlane se produjo un tiroteo: los agentes de las BAB discutían con el conductor de un pequeño turismo cuando pasó algo entre ellos. Los gritos subieron de tono y los agentes, sin más preámbulos, abrieron fuego contra los pasajeros. Resultado: el conductor y sus tres acompañantes resultaron heridos o, más probablemente, muertos. 

Me fijé en que la gente parecía acostumbrada. Tras el shock inicial por los tiros y la sangre, mecánicamente volvían a lo suyo, como si no hubiera pasado nada raro. Una grúa allí preparada apartó el coche acribillado y el control continuó. Sólo tras unos metros avanzando, dejando atrás el control, vimos que se acercaba una ambulancia... 

Así estaban las cosas en Tímberlane.

Capítulo 8, el amigo, 2.

Todo el viaje hacia Tímberlane fue bordeando el litoral porque, como Davenport, Tímberlane es también una ciudad portuaria. Fue un viaje muy agradable y recorrimos un tramo de la costa que era realmente bonito. Así pasé gran parte del camino mirando las encrespadas olas del mar, viendo como rompían en las rocas de la costa. Sólo paramos para repostar, comer e ir al baño. 

Durante el camino traté de acercarme a Helena, de recuperar el contacto, pero ella me respondía lacónicamente, con monosílabos, y se mostraba muy alejada de mí y fría. Esa actitud me afectó más de lo que esperaba, de hecho, me dolía, aunque me esmeraba en no demostrarlo. 

Pablo, en cambió, estaba pletórico. Se pasó gran parte del camino hablando, contando chistes –la inmensa mayoría muy, muy malos- o canturreando viejas canciones. Hizo el viaje mucho más ameno. 

El que también parecía muy raro era Víctor. El viejo siempre se mostraba misterioso, incluso cuando se ponía a explicar sus ideas. Pero en esta ocasión a sus explicaciones, amplias, extensas sobre la situación política de Arrania, como si fuera un gran especialista en aquella región, se añadía una cierta sensación –al menos a mí me la transmitía- como de nostalgia, ¿nostalgia por Arrania? 

- Tímberlane es una ciudad con tremendos contrastes sociales - nos explicaba Víctor-. Los comerciantes timberleanos, enriquecidos por el comercio de esclavos con las antiguas colonias, edificaron suntuosos barrio con las mayores innovaciones artísticas del momento. En esos años la ciudad se rodeó de un cinturón rojo de trabajadores procedentes de otras zonas del reino. Había trabajo y parecía que la sociedad avanzaba. Pero la crisis mundial no sólo se llevó por delante a la monarquía, también trajo una tremenda degradación social, paro, miseria... Miles de trabajadores que se habían creído que formaban una "clase media" despertaron del sueño... O más bien, el sueño colapsó. 
- Conoces mucho de Tímberlane y Arrania. 
- Viví aquí muchos años. Con otro nombre, otra identidad... Antes de que tú ingresaras en el Partido. 

Supuse que quizás hubiese sido un destacado militante bolchevique en Tímberlane. 

- Los bolcheviques siempre lo tuvieron complicado en Tímberlane - continuó Víctor-. Antes del surgimiento del Partido, la clase obrera se entregó de pies y manos a un partido burgués demagógico y, añado, financiado desde Cáledon: Igualdad y Prosperidad. Utilizando el odio de clase que los trabajadores emigrantes sentían hacia los comerciantes y empresarios arranios, Igualdad y Prosperidad levantó un muro de odio e incomprensión entre los arranios -con sus sentimientos nacionales- y los trabajadores emigrantes. Las revueltas que provocaron la huida del Rey también desenmascararon a los mentirosos de Igualdad y Prosperidad, pero la socialdemocracia fue incapaz de terminar con esa división nacional. Así, con el colapso de la socialdemocracia, el bolchevismo se nutrió de los hijos de los emigrantes del cinturón rojo de Tímberlane, pero siempre con la hostilidad de los comerciantes empobrecidos y nacionalistas del resto de Arrania. 
- Bonita historia - dijo caustica Helena. 
- Ya no hay bolcheviques en Tímberlane... Pero los nacionalistas siguen activos... ¡Locos!... Se dedican a poner bombas y a enfrentarse de manera absurda a la policía – Lo dijo como si hubiera algo personal oculto en esas palabras. 
- No sé donde podemos buscar a tu amigo Cayo – Dijo finalmente. 
- Desconocía que los nacionalistas siguieran activos. – comenté. 
- Sí. A los industriales arranios les interesa mantener el conflicto nacional vivo... Así que manipulan los sentimientos de los jóvenes arranios y les animan y financian. Actúan de manera semi-clandestina. Fuera de Arrania el gobierno de la República se encarga de ocultarlo todo. Necesitan tapar que hay una oposición viva aquí en Arrania. Pero no te hagas ilusiones: los miembros de la Llama Arrania, que así se llama la organización separatista, odian al bolchevismo. No te ayudaran... Incluso no sería descartable que te delataran. 
- ¡Magnifico! – exclamé.

Capítulo 8, el amigo, 1.

Un poco de geografía sobre La República: hemos viajado desde Cáledon, la capital, situada al norte del país. A su sureste se encuentra New Haven en las ricas tierras de cultivo. Más lejos pero al oeste de Cáledon está el importante puerto de Davenport. Si seguimos hacia el noreste bordeando la costa, siempre alejándonos de la capital, llegamos a Tímberlane, capital de la región de Arrania. Es como si desde Cáledon en mis viajes hubiésemos seguido una trayectoria con forma de línea espiral con la capital de la República como su centro y cada vez alejándonos más. 

Arrania es una región con entidad propia. Hablan su propio idioma, tienen su propia cultura, su historia… Incrustado entre la República y el Continente, hace doscientos años Arrania era un estado tapón teóricamente independiente. Nunca fue realmente libre, pero su posición estratégica favorecía el comercio y el bienestar de sus ciudadanos. Finalmente la Monarquía se anexionó Arrania, pero, a diferencia de las Colonias de Ultramar, durante la crisis colonial, preludio de la revolución republicana, no consiguieron la independencia. Ocupado militarmente, sus comerciantes, no obstante lograron seguir prosperando. 

Sin embargo con la crisis mundial y la crisis final de la monarquía, cada vez sectores más amplios de la población arrania, sobre todo intelectuales y jóvenes, comenzaron a exigir un trato diferenciado e incluso la separación. El gobierno reaccionó con violencia y represión, prohibiendo su idioma, persiguiendo toda manifestación de cultura arrania. Los casos de abusos y torturas eran comunes. Lejos de apaciguar Arrania, la Monarquía aumentó el resentimiento y el odio. Siguiendo esa línea, el último Monarca usaba a los separatistas arranios como chivo expiatorio de todos los males del Reino. Pero como ya sabemos, ni con toda la represión del mundo, ni con mentiras o maniobras, pudo evitar su caída. 

Con la proclamación de la República y el desarrollo del bolchevismo, fueron, curiosamente, los grandes industriales y banqueros arranios los que comenzaron a agitar con la idea de la independencia, hasta el punto de que algunos de sus prohombres más importantes llegaron a tontear con los fascistas. No aspiraban realmente a la independencia, sino que querían evitar el desarrollo bolchevique por la región, ofreciendo una supuesta solución radical a los problemas del pueblo. Cínicamente, utilizaban y manipulaban los sentimientos de miles de arranios que habían sufrido en sus carnes la represión, la marginación, el insulto constante a su cultura e idioma. 

Nosotros los bolcheviques defendíamos los derechos democráticos de los arranios, incluso su derecho a separarse si querían. Pero a la vez que criticábamos a los socialdemócratas de Cáledon, ahora en el gobierno, por plegarse a los reaccionarios centralistas, sometíamos a una crítica feroz a los capitalistas arranios que usaban el conflicto para dividir y enfrentar a los trabajadores y jóvenes en líneas nacionales. 

Con todo, mientras teníamos una poderosa influencia entre los trabajadores y la juventud proletaria de Tímberlane, la capital de Arrania, y su cinturón rojo, entre los universitarios y las capas medias del interior de la región éramos muy mal vistos, calumniados e incluso perseguidos. 

Víctor, que parecía preocupado por nuestro próximo destino, me explicó durante el viaje que con la derrota de Jaime, el gobierno republicano había regresado a los viejos métodos reaccionarios y centralistas de la monarquía: en las escuelas de Arrania ya no estudiaban en su idioma propio y todo sentimiento de identidad o expresión cultural eran perseguidos. 

- El espacio dejado por los bolcheviques -me explicaba- lo quieren ocupar ahora jóvenes universitarios defensores de la guerrilla urbana y la acción directa. Sus métodos son estériles, no logran conectar con los trabajadores de Tímberlane, aparte de que el gobierno silencia sistemáticamente sus acciones. Para los medios de comunicación, bolchevismo y separatismo arranio es lo mismo, así que sus acciones son calificadas como atentados bolcheviques.

Capítulo 7, el mercenario, 15.

Pasé la noche junto a Pablo, Víctor y Helena en el container de Melisán y Trotsky. Estaba bien protegido de posibles represalias de la mafia: Para más seguridad, Khan había dispuesto de un grupo de estibadores vigilando el contorno y así evitar sorpresas. Cuando llegué, Pablo dormía como un angelito. Creo que hacía tiempo que no dormía tan bien, se le veía a gusto, relajado. Víctor, para variar roncaba. Helena también estaba tumbada, aunque a diferencia de los hombres, no se había desnudado, ni siquiera se había quietado el hiyab. Melisán le indicó a Trotsky que no hiciera ruido, que entrara sigiloso. Y el perro hizo caso a su dueña… de hecho, fue la niña la que, sin querer, hizo más ruido al entrar. 

- ¿Acabáis de llegar? - me preguntó susurrando Helena. 
- Sí - le respondí. 

La ciega se incorporó y me señaló la salida del container, por si quería pasar un rato afuera con ella. Accedí y salimos juntas. 

La noche había refrescado, la brisa que soplaba no era fría, pero tenía suficiente fuerza como para alejar las nubes que previamente habían encapotado la noche: ahora se veían las estrellas. Yo las veía: Helena no las podía distinguir y no podía admirar su belleza. Los estibadores que vigilaban no nos quitaban ojo y cuchicheaban, pero estaban ahí por nuestra seguridad. 

- Gracias otra vez - le dije, refiriéndome a cuando nos abordó Número 2 en la salida del palacete. Ella le quitó importancia. 

Estuvimos allí un rato. Quietas. En silencio. Yo mirando las estrellas. Ella sintiendo mi presencia, esperando, paciente, que finalmente le hiciera la pregunta que me rondaba en la cabeza. 

- ¿Sabías que Pablo había sido de las BAB? 
- Lo sospechaba. Por como pelea. Es muy bueno. En New Haven casi me derrota. Pero nunca coincidí con él, si es eso lo que quieres saber. Le recordaría. 
- Me explicó lo que hacía en las BAB. – Ésta era la verdadera pregunta. Quería saber si ella había hecho las mismas brutalidades que Pablo. 

Helena notó el cambió en mi entonación, el miedo, la preocupación que yo sentía. Mi corazón latía más rápido y pese a la temperatura refrescante, mi cuerpo segregaba un sudor, fino, pero nervioso. 

- Por eso durante la estancia en el palacete estabas tan distante, ¿verdad? - acertó la ciega. 

Yo la miré intensamente, consciente de que era una de las pocas cosas que ella no podía percibir. 

- Pablo torturaba bolcheviques. Los maltrataba hasta que confesaban crímenes inexistentes para luego dejarles morir. 
- Conocía la existencia de esas unidades - me dijo con una frialdad que me repugnó -, pero yo nunca he formado parte. 
- ¿Qué hacías tú en las BAB? 
- Saúl me asignaba un objetivo y yo lo asesinaba. 
- ¿Odias a los bolcheviques? 
- En New Haven os conté que mi padre era bolchevique y eso es cierto. Era un trabajador y era bolchevique. 
- ¿Odias a los bolcheviques? – insistí. 
- Odio a mi maestro. Odio a Saúl. Él me convirtió en un monstruo. No te engañaré. He hecho cosas horribles y las he hecho sin cuestionarme nada y sin remordimientos. No creo que eso se pueda cambiar. Pero no odio a los bolcheviques. 
- Creo que Pablo puede cambiar. Creo que se arrepiente de lo que hizo pero, sobre todo, quiere aprender a ser una mejor persona. 
- Yo sólo quiero vengarme. 
- ¿Sólo quieres eso? 

Helena guardó silencio. 

- ¿Qué te hizo Saúl? - le pregunté. 
- Me hizo lo que hoy soy. Mira, Exiliada… Yo también he asesinado bolcheviques. Si es eso lo que querías saber. 

Helena comenzó a llorar. Intenté abrazarla, pero no me dio tiempo. Rápidamente se enjuagó las lágrimas, se escabulló de mis brazos y volvió al container, dejándome atrás con cara de tonta. No me quedó otra cosa que hacer que rabiar por mi impertinencia, por mi poco tacto. Miré enojada a los vigilantes. Como buenas “marujas”, habían estado atentos a la escena, sin perderse nada, y ahora fingían desinterés, miraban para otra parte e incluso silbaban. Tuve ganas de gritarles, e incluso de pegar a alguno de esos cotillas. 

"Da igual", pensé tratando de tranquilizarme. "Mañana, de camino a Tímberlane, hablaré con ella y me disculparé". 

FIN DEL CAPÍTULO 7

Capítulo 7, el mercenario 14.

Khan nos invitó a una copiosa cena de celebración en el templo-escuela. A la cena acudió su nieto Karl, mucho más alegre y dispuesto a conversar con nosotros, por supuesto Melisán –y Trotsky, aunque el perro no comió en la mesa-, junto a algunos estudiantes y estibadores más cercanos. Pensaba que quizás Luisma participara en la cena, pero el antiguo dirigente no estaba con nosotros. 

- No está. – Me ratificó Víctor, sentado a mi lado en la cena. 
- Después de la cena te llevaré ante él – Me prometió Khan, intuyendo a qué se debía mi nerviosismo. 
- Es curioso que tanto Orestes como Luisma opten por esconderse y ocultarse con todo lo que está sucediendo… y todo lo que tu presencia ha provocado. – Me comentó Víctor. 
- ¿A qué te refieres? 
- En New Haven organizaste a las mujeres semitas que lograron rechazar un pogromo fascista. Aquí, no has sido tú, pero has inspirado a otros a lanzar una rebelión masiva contra la mafia… Resulta curioso que a la cabeza de ambos grandes acontecimientos, no se pusieran a la cabeza los insignes bolcheviques. En ambos casos han permanecido a la sobra, fuera de primera línea, ocultos… 
-Son buscados, perseguidos por las BAB. Los bolcheviques siempre han visto conveniente preservar a los cuadros, no por cobardía, sino por seguridad. 
- Desde luego, la que se expone eres tú –señaló mostrándose preocupado-. ¡Buen trabajo!, en todo caso, te lo quería decir. 
- Gracias, pero tú mismo lo has dicho. Aquí no he sido yo. Sin Pablo… 
- Pablo ha actuado inspirado por ti. Animado por tu ejemplo. Pero eres tú: allí donde vas logras agrupar a jóvenes de gran valía, como Roger, o aquí la pequeña Melisán. Pero ¿me pregunto qué harás en entornos más hostiles?, ¿dónde no contemos con la irrupción de las masas?, como felizmente ha pasado aquí y en New Haven. 
- Hemos tenido suerte. Eso y que creo que el ambiente político no es tan negro como le gustaría al gobierno. A pesar de las guerras y la represión, veo que toda una nueva capa de revolucionarios está dispuesta para la lucha. 
- No creo que sólo lo veas tú. Aunque el gobierno diga otra cosa, seguro que también lo perciben… ¡y no les gustará ni un pelo! Lo que me preocupa es que… no sé… tú lo ves, el gobierno lo ve… ¿crees que los antiguos dirigentes bolcheviques, Verónica, Orestes, Luisma…, crees que ellos lo ven? 

La pregunta de Víctor me hizo reflexionar… En el exilio se hablaba de que el efecto de las guerras y de la represión duraría décadas. Se ponían otros ejemplos históricos de cómo la eliminación física de la vanguardia necesitaba tiempo, necesitaba años para cicatrizar, para que surgiera una nueva capa fresca, sin la carga del pasado. Sin embargo, quizás, pese a la censura, la rebelión en Sumailati tenía algo que ver. Quizás como otras revoluciones, siempre contagiosas, lo que pasaba en las Potencias Fascistas inevitablemente influía en la lucha de clases aquí, en la República. Ni Verónica ni Orestes parecían tener todo esto en cuenta. Quizás Luisma, uno de los mayores talentos teóricos del antiguo Comité Central, si cuenta con un análisis más certero de la actual situación política. 

- ¡Prepárate Exiliada! – profetizó Víctor arrancándome de mis reflexiones -. Porque si hasta ahora has contado con las masas de tu parte… es muy probable que, en nuestro próximo destino, las cosas no vayan tan bien. 

Khan cumplió con su palabra, aunque sólo después de entrantes, primer plato, segundo plato, postre y abundante vino… demasiado para mí en una cena. Un poco mareada por la bebida, dejé a mis compañeros en el templo-escuela y regresé al sistema de alcantarillados de la noche anterior, otra vez con Melisán y Trotsky, pero también con el anciano que actuaba de guía. Pero ahora no nos dirigíamos al palacete de Rose, así que, aunque para mi todos los túneles eran iguales, así que seguimos un camino diferente. Llegamos a un túnel sin salida salvo por una escalerilla de ascenso. Khan me indicó que el antiguo dirigente bolchevique me esperaba arriba. Ellos me esperarían allí abajo. Subí la escalerilla y abrí una trampilla que me dejaba pasar a un container completamente cerrado, pero iluminado eléctricamente. Pese a que no pude ver ninguna ventilación, el aire no estaba viciado. Era un container confortable, aunque no llegaba ni de lejos al clima hogareño que Melisán había conseguido en el suyo. Éste era mucho más espartano. Y ahí dentro, sentado en una silla de madera, me esperaba Luisma, más envejecido y apagado de lo que le recordaba. 

- Bienvenida Exiliada. 
- Hola Luisma – le respondí. 

Pese al saludo, Luisma permanecía en silencio. Observándome con gesto cansado. No sabía muy bien que decirle, pero estaba claro que me correspondía a mí romper el hielo: 

- Prefiero el container de Melisán. – le dije, por decir algo, aunque el comentario fue bien recibido, porque el antiguo bolchevique sonrió levemente. 
- Es austero… inevitablemente –comenzó a explicarme-. Tengo que protegerme. La mafia piensa que guardo un importante documento y han puesto precio a mi cabeza. 
- ¿No tienes tú el documento? –Pregunté extrañada- Todo el mundo dice que lo guarda un bolchevique. 
- Pero yo ya no soy bolchevique, Exiliada. 

"¡Claro!", pensé, "el documento ha estado cerca mía en todo momento. Incluso Número 2 tuvo la posibilidad de conseguirlo". Disfruté con el descubrimiento que había hecho y volví a atender a Luisma. 

- Sígueme - me indicó, mientras al presionar un botón se accionaba un dispositivo mecánico. Sonaba como unas poleas, un ruido que en el puerto pasaría bastante desapercibido. El dispositivo hizo desplegar, en uno de los laterales del container, una rampa, mientras que en el techo se abría una trampilla. Subimos los dos y pude contemplar una bella estampa del puerto de Davenport nocturno: las luces de grúas y barcos, la negrura del mar, el cielo encapotado... La sal marina inundaba mis pulmones y de fondo se oía un leve traqueteo del trabajo portuario. 
- Los trabajadores del puerto son muy ingeniosos - me explicó-. Este container lo usaban para el contrabando... de personas. De mujeres, específicamente. Aparentemente cerrado herméticamente, está perfectamente ventilado y la carga entraba y salía por esta rampa. 

Nos quedamos un instante mirando el puerto. El mar parecía agitado y sus olas se oían rugir. Soplaba una leve brisa pero las nubes parecían a punto de descargar lluvia. 

- Perdona Exiliada. Debía ponerte a prueba. Orestes nos instruyó al respecto por si reaparecías. 
- He estado con él en New Haven. 
- Sinceramente, ¡No me importa! Yo ya no soy bolchevique. Hace tiempo que perdí la ilusión, la esperanza. Sólo me escondo. Me oculto de mis enemigos esperando mi hora. No hay nada que podamos hacer. 
-¿Cómo puedes decir eso después de lo que han hecho hoy los estibadores? – estaba sorprendida y, a la vez, indignada con la actitud completamente desmoralizada de Luisma. 
-¿Qué han hecho? Simplemente conseguirán que las dos mafias comiencen a colaborar para recuperar el control de la ciudad... Eso si no intervienen las BAB, alarmadas las autoridades por lo sucedido. 
-¿Cómo puedes hablar así? – Me recordó a Orestes, enumerando los riesgos que yo había provocado al organizar a las semitas. 
- Hubo un tiempo en que tenía claro que resistir es vencer, pero ahora estoy roto, fracturado. No sé, quizás eso me afectó cuando Jaime y tú decidisteis luchar contra los fascistas. Creo que mi juicio no era claro. Exiliada, desmoralizado no se puede militar, en seguida empezaría a teorizar mi estado de ánimo, es inevitable. ¡Lo he visto tantas veces! Cuando me di cuenta de como me encontraba decidí apartarme de todo. 

Luisma me hablaba dándome la espalda, como si se avergonzara de mirarme. 

- Hace mucho tiempo, Cayo pronosticó que tú podrías reconstruir el Partido. Que eras la única con fuerza suficiente como para hacerlo. Orestes no estaba de acuerdo, pero para protegerte te enviamos al exilio. 
- ¡Verónica dice que ella está reconstruyendo el Partido! 
- ¿Verónica? - preguntó contrariado Luisma por primera vez girándose y mirándome a la cara. 
- Sí. 
- Pensaba que había muerto. No sabía nada de ella desde que el gobierno atacó el centro. 
- Me ha pedido que nos reunamos todos en Cáledon, en los cines de Lacánsir, para discutir una estrategia conjunta para reconstruir el Partido. 

Luisma se quedó pensativo. Mientras, yo le daba vueltas a sus palabras, a eso de que me enviaron al exilio para protegerme. 

- Nos buscas. Tal como pronostico Cayo. ¿Has estado con Orestes me decías? - asentí - ¿No con Cayo? Busca a Cayo. No se donde está. El podrá explicarte más. 
- ¿Qué vas a hacer? 
- Me intriga lo que pueda estar tramando Verónica. No debería. Esa reunión es un error. Pero volveré a Cáledon. Tú busca a Cayo. 

Así haré, me dije a mi misma. 

Al volver al alcantarillado donde Khan y Melisán me esperaban, miré con complicidad a Trotsky. Por cómo estaba todo de oscuro, preferí esperar a que saliéramos afuera. Ya con algo de luz y sin la peste fétida de las aguas residuales, me detuve un momento junto al perro y me fijé en su collar. “¡Ahí está!”, pensé. Me agaché a su lado y le acaricié el lomo. El me lo agradeció intentando lamerme. "¡Qué mejor bolchevique que tú!", pensé, mientras continuaba con las caricias, más que merecidas. Khan y Melisán sonreían mientras me miraban con Trotsky. 

- El barco donde pondremos a salvo los documentos parte esta madrugada - me dijo Khan -. Si queréis podéis subir a bordo y dejar la República. 

Lo pensé por un instante… y me imaginé a mi misma marchándome definitivamente. 

- No. He decidido quedarme - les dije mientras me incorporaba y reanudábamos la marcha en dirección al container de Melisán. 
- Toma. Es lo que he podido conseguir. 

Khan me ofreció un sobre. Dentro había papeles para cuatro personas: para mí y mis tres compañeros. Eramos una familia –un tanto original, hay que decir- con un padre anciano y viudo y sus tres hijos, un varón joven y dos chicas, una de ellas una negra adoptada. También había algo de dinero. 

- Muchas gracias - les dije -. Ahora tenéis que tener cuidado. Los mafiosos se vengaran. 
- Lo sabemos. Pero estaremos preparados - me tranquilizó el anciano. 
- Y yo voy a organizar a los demás jóvenes. Quiero ser una bolchevique - me reveló Melisán desplegando una poderosa vitalidad y energía -. ¡Yo y Trotsky! 

El perro respondió a las palabras de la muchacha con ladridos alegres y meneando su cola. Parecía tan entusiasmado como Melisán.