Relatos de Jjojismos

· La última bolchevique (concluido), una mujer regresa del exilio y se encuentra con un país devastado por la guerra. Perseguida, deberá aliarse con los compañeros que la traicionaron para luchar por su supervivencia.
· Una nueva historia (en proceso), 1913, han asesinado al hijo de un importante empresario, el detective Jhan, un troglo, no cree que el sospechoso detenido, un trabajador de oficinas mamón, sea el verdadero asesino.
· Jaime (en proceso), la secuela de La última bolchevique. Bella, colaboradora de los nuevos bolcheviques se lanza a la búsqueda del a la par odiado y amado Jaime para evitar una nueva guerra.
· La muerte de Ishtar (en proceso), nos situamos a finales del siglo IV, principios del V. La nueva religión cristiana se abre paso frente a las antiguas creencias paganas. Dos mundos chocan y luchan entre intrigas, persecuciones y aventuras.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Capítulo 7, el mercenario 7.

No sabía qué decirle. No sabía qué pensar. Me había quedado de piedra. Él por su parte se mostraba descompuesto. Llorando sin parar cayó de rodillas ante mí. Quise ayudarle a incorporarse, pero pensé en los miles, decenas de miles de compañeros del Partido que habían sido asesinados por las BAB. No solo asesinados, también torturados, humillados… 

Recordé cuando estando en el exilio leía en la prensa las “confesiones” de destacados dirigentes bolcheviques que decían ser los responsables de los más horribles crímenes. Se rumoreaba que esas confesiones las arrancaba el gobierno republicano a fuerza de torturas y vejaciones. Pablo era la prueba viviente de todo ello. La República necesitaba ensuciar el bolchevismo, arrastrar por el lodo la bandera roja para poder derrotar a Jaime y a la revolución. Ningún bolchevique era capaz de hacer las barbaridades que aparecían en esas “confesiones”: envenenar el suministro de agua potable de las ciudades, poner bombas en colegios y hospitales, traficar con droga o prostitutas para financiarse... ¡No! ¡Esos horrores no eran propios de los bolcheviques! Pero sí de muchos honrados y republicanísimos empresarios, como los mafiosos de Davenport enriquecidos por la trata de blancas y el tráfico de drogas, o esos “agentes del orden”, como los mercenarios de Número 2 o los cuerpos de seguridad del gobierno, como el coronel Saúl, capaces de destruir todo un hospital y matar a los pacientes, visitantes y trabajadores del mismo... 

También pensé otra cosa: Pablo me había confesado sus crímenes. Eran horribles… seguramente muy habituales en alguien que ha estado en las BAB y, entonces ¿Helena? ¿Tenía razón Víctor en sus cautelas? ¡Cómo me había dejado llevar por mis sentimientos hacia ella, ignorando su pertenencia a los BAB y los crímenes que seguro tiene en su haber! ¡Joder, ya estaba bien de pensar con el chocho! Seguramente, como Pablo, Helena habría asesinado y torturado a numerosos inocentes y camaradas. Tardaría mucho tiempo en saber hasta que punto eso era cierto. 

- No lo sé - terminé por decir tras todas esas reflexiones - No lo sé. ¿Quién eres? ¿Eres ese Laso? ¿Eres un asesino capaz de hacer los mayores horrores? ¿O eres Pablo, el muchacho joven, que odia las armas y la violencia? ¿Serías capaz de torturarme por un precio? ¿O serias capaz realmente de iniciar una nueva vida? 

Pablo se puso en pie. 

- Te amo Exiliada. He visto en ti todo lo que tenía de honroso Miranda. Me siento como si ayudándote me redimiría de mis crímenes. Sin ti me hubiera vuelto a intentar suicidar y creo que lo hubiese conseguido. Estar contigo me está salvando. Quiero ayudarte. 

Hasta ahí, todo bien. 

-Rose, -continuó- el jefe de la mafia local, ha hablado conmigo - sus primeras palabras me habían parecido sinceras y estaban tranquilizando mi corazón, pero su encuentro con la mafia encendió de nuevo todas las alarmas -. Me ha propuesto un trato. Me ha dicho que no le importan los paramilitares. ¡No, espera! - Pablo se dio cuenta de que yo retrocedía espantada al escucharle - Me ofrece la libertad... ¡De todos! También la tuya y la de Víctor y la de Helena. ¡Y papeles! Sólo quieren los documentos. Me han dicho que los guarda un bolchevique... Supongo que se trata de Luisma, el que buscamos. 
- ¡No Pablo! - No era Pablo el que hablaba, era Laso. Quería alejarme de él. 
- ¡Espera! ¡No te vayas! ¡No me dejes! ¡Te amo! 

Pero era tarde. Me fui corriendo y le dejé solo. Estaba cansada de mentiras e intrigas. ¡Qué decepción lo de Pablo! Si al menos Bruno estuviera a mi lado... Pero estaba sola. Fui al container en busca de Melisán. Ayudaría a aquella gente, hablaría con Luisma y me iría de Davenport cuanto antes. Estaba asqueada y abochornada.

martes, 26 de marzo de 2013

Capítulo 7, el mercenario 6.

- ¡Explícate! 

No era capaz de estar enojada con Pablo. La luz de la luna -llena aquella noche- iluminaba su rostro con un tenue resplandor plateado. Tenía los ojos enrojecidos por las lágrimas y su aspecto pequeño y frágil me recordaba al muchacho que había conocido en el hospital de Cáledon. Desde entonces me había demostrado que en su interior existía una lucha a muerte. Dos conciencias peleaban por prevalecer. La dulce e inocente, versus la fría y letal. Y no podía quitarme de la cabeza que, en ese conflicto, yo había ayudado a la segunda. 

-Antes de nada, quiero pedirte perdón. Necesito que sepas, necesito que me creas cuando te digo que te quiero. Estos días viajando contigo he descubierto sentimientos nobles, hermosos, que creía perdidos para siempre: el amor, la lealtad, el valor... Aunque también a su lado han coexistido sentimientos mezquinos: los celos, la envidia, el miedo... 

Pablo se encendió un cigarro. Al término de cada frase le daba una calada amplia y profunda. 

- Siempre me has visto como un joven, como un muchacho… y es verdad, acabo de cumplir veinticuatro años, pero realmente soy un viejo. He vivido en pocos años lo que ningún joven merecería vivir. A ver… ¿por donde empiezo?: Yo no estaba ingresado en el hospital por un accidente. Yo estaba ingresado en el pabellón psiquiátrico porque me había intentado quitar la vida. Pablo no existe. Es la identidad falsa que me dio la mafia de Davenport hace tres años a cambio de haber trabajado para ellos. Pablo no es más que un taxista fracasado, de vida estúpida, que lleva estos tres años vagando por Cáledon como un alma en pena. Sentía asco por mi vida y por el peso de mi pasado, así que me lesioné con un cuchillo. Pero incluso entonces mi cobardía me impidió alcanzar mi objetivo. Tiene gracia, yo que he matado a tanta gente, no he sido capaz de acabar conmigo mismo. 

Pisoteo la colilla del cigarro y encendió otro. 

- Mi verdadero nombre es Laso Ludovico. Es verdad que serví a la mafia y que torture a Khan, entre a otros hombres. Esas y otras vilezas formaban parte de las tareas que la mafia de Davenport me encargó a cambio de darme papeles falsos y permitirme empezar de cero. El pobre Khan era inocente… no sabía nada. ¡Maldito sea! Pero está claro que el fin no justifica los medios. Trabajando para la mafia, lejos de salir del pozo en el que me encontraba, me hundí más. Porque lo peor no es que torturara a un viejo como Khan, o que protegiera los cargamentos de drogas, armas o prostitutas de la mafia… No, lo peor era mi anterior procedencia: un agujero tan negro que para salir de él no dudé ni un momento en ponerme al servicio de Rose, Renó u otros delincuentes de su calaña. 

Tiró su segundo cigarro, pero en vez de encender otro clavó su mirada en mis ojos. Parecía loco, desequilibrado como nunca le había visto. 

- Yo era un desertor de las BAB. A los quince años el Ejército Republicano me reclutó para la guerra contra los bolcheviques. Allí pronto destaqué y me destinaron a las nacientes BAB. En sus cuarteles me adiestraron y me moldearon. Moldearon un odio irracional hacia los bolcheviques, hacia gente como tú. Pretendías destruir a la República y nosotros teníamos que deteneros. Me curtieron en la base BAB de Vancouver y de allí me enviaron a un equipo especial de búsqueda, captura, tortura y eliminación BCTE. Nos infiltrábamos y capturábamos a bolcheviques importantes. Uno a uno, como si fueran animales. Luego les obligábamos a delatar a sus camaradas y a confesar horribles crímenes... Yo era muy bueno en mi trabajo. 

Estaba horrorizada. No estaba preparada para algo así. Ya había asumido la historia de Pablo en la mafia... ¡Pero con las BAB! 

- ¿Por qué desertaste? 
- Todo cambió poco antes de que terminara la guerra civil. Una bolchevique. Superviviente del extinto Comité Central. Era importante. Era una instructora. Se llamaba Miranda. 

Yo la conocía. Era una gran revolucionaria. No se había sumado a Jaime, pero mantenía una posición crítica con el viejo CC. Por lo que yo sabía, cuando se inició la guerra civil y la República atacó también a los bolcheviques que no estaban con Jaime, Miranda organizó una desesperada pero efectiva defensa, contando con trabajadores y revolucionarios de distintas tendencias que trataban de protegerse del gobierno y la represión.

- A diferencia de otros prisioneros, -continuó explicándome Pablo - Miranda mantuvo la calma cuando la capturamos y trató en todo momento de resistir nuestras torturas. Nos habían preparado a soportar todas vuestras soflamas, consignas y propaganda. Pero ella aprovechaba la mínima oportunidad para explicar vuestras ideas. Sé que buscaba desmoralizarnos, que nos viéramos como marionetas de los capitalistas y fascistas, que supiéramos que eran ellos los que luchaban por el pueblo y no nosotros... Así fueron pasando los días de encierro y tortura. Teníamos orden de no matar al prisionero hasta que lográramos quebrar su espíritu, hasta que delataran y confesaran por efecto del dolor, para evitar más dolor, para que desearan la muerte antes de más dolor. Pero Miranda resistía. Ni confesaba, ni delataba. Le hice los mayores tormentos. Llegué a profanar su carne con cortes y heridas, mutilaciones y vejaciones que, recordándolo tiempo después, me cuesta trabajo verme capaz de hacer semejantes actos. Y ella resistía y cuando recuperaba el conocimiento me volvía una y otra vez a explicar que existen clases sociales etcétera, etcétera, etcétera. Mis superiores se impacientaban y querían resultados. Y entonces descubrí que la admiraba. Admiraba a aquella bolchevique a la que me habían enseñado a odiar. Incluso creo que llegue a amarla... Y por amor la maté. Durante una tortura. Decidí librarla del sufrimiento. Nadie sospechó, porque estos “accidentes” sucedían. Sí, amaba a aquella mujer e hice lo único que podía hacer para ahorrarle más dolor. Pero todo cambio para mí. Ya no podía hacer mi trabajo. Mi mundo, construido en los cuarteles de las BAB, se desmoronaba, pero yo seguía siendo un asesino... Aún pasaron un par de años de supuesta “paz” en los que yo fingía seguir siendo un BAB, pero ya no podía más. Cuando finalmente, durante una misión, decidí desertar, sólo podía acudir a la mafia para conseguir ayuda y sólo podía ofrecer mis habilidades para pagar esa ayuda. 

Era horrible. Pablo, o Laso, me dejó helada.

Capítulo 7, el mercenario 5.

Los paramilitares se sonreían cuando me vieron. Estaban convencidos de que me tenían a su merced y que, a diferencia de la discoteca, de allí no iba a escapar. Me encañonaron con sus armas y avanzaron lentamente hacia la mesa en la que me encontraba. 

Melisán no les dio tiempo a que llegaran. Saco un silbato de su chaqueta y sopló con fuerza. No escuchamos nada de nada, pero Trotsky sí. El perro, diligentemente, irrumpió en la taberna atravesando una ventana cerrada. Inmediatamente se abalanzó sobre uno de los paramilitares, en concreto, sobre su cuello. El mercenario soltó el arma entre gritos de dolor. Yo aproveché la situación para desenfundar mi pistola y disparar contra los otros paramilitares. Melisán, entre tanto, tumbó nuestra mesa frente a nosotros para que nos protegiera y lanzó contra nuestros enemigos, todo lo que encontró a mano: platos, cubiertos... 

Pronto la pelea implicó a todos los clientes de la taberna. Las balas ya no servían frente a tantos puños. Por un lado peleaban los paramilitares, los matones de la mafia local y los trabajadores portuarios afines o comprados por la mafia. Por otro lado estábamos Melisán, Trotsky y yo y otro grupo de estibadores simpatizantes de Khan y su causa. Melisán reptaba entre las piernas de los combatientes para lanzar golpes bajos a traición o rajar las piernas de sus adversarios con trozos de cristal. Trotsky eludía los golpes y saltaba para morder todo aquel que se atreviera a acercarse a Melisán. Yo no estaba muy acertada y ya había recibido varios puñetazos. 

Sin previo aviso, a nuestro lado se puso a luchar un hombre al que hasta entonces no había visto. No parecía un estibador: era esbelto, limpio, bien vestido. Muchas mujeres hubieran perdido los papeles por él: alto y rubio, de ojos claros, en torno a mi edad. Peleaba muy bien y, entre golpe y golpe, nos dedicó una amplia sonrisa. Con su ayuda, el combate comenzó a decantarse hacia nuestro lado. 

Cuando ya sólo quedaban un par de enemigos en pie, Pablo entró en la taberna. Por un lado se tranquilizó al ver que yo había sobrevivido una vez más. Por otro lado, estaba nervioso y preocupado. 

Con la batalla ya finiquitada la tabernera salió de su escondrijo tras la barra:

- ¡Iros de aquí! ¡Vendrán más! 

Melisán y yo hicimos caso a su consejo. Pablo y aquel rubio nos acompañaron, siempre bajo la atenta vigilancia de Trotsky. Quería hablar con Pablo, pero el rubio se me acercó. 

- ¡Peleáis muy bien! - me dijo con un acento que me costó distinguir, desde luego no era de Davenport, ni de New Haven o Cáledon. 
- Tú tampoco pareces manco. 
- No, en efecto. - y llevándome un tanto a parte de mis compañeros - Soy Douglas Hart, estoy aquí para ayudarte - me dijo mirando a su alrededor, comprobando que nadie más escuchaba aquellas palabras. 
- Le envía Tantoun. 
- Sí, ¡y casi no llego a tiempo! 
- Le dije a su jefe que no quiero nada de la mafia. 

- Mi ayuda no te compromete a nada, Exiliada. Es una muestra de buena voluntad. Te ayudaré, si quieres -me lo dijo mostrándome una amplia y hermosa sonrisa-, y no nos deberá nada a cambio. 

Miré a Melisán. La cría se encogió de hombros. Estaba claro que para entrar en el palacete de Rose iba a necesitar ayuda y no había rastro de los voluntarios prometidos por Khan... ¿Pero podía fiarme de ese guaperas desconocido? 

Reparé entonces otra vez en Pablo. 

- Te debo una explicación - Me dijo con lagrimas en los ojos. 

- Efectivamente. 

- Tengo mucho que contarte. 

- Melisán: Prepáralo todo para actuar. Quedamos en media hora en tu cont... En tu casa.
- ¿Qué hago con este pedazo de hombre? - se refería a Douglas Hart, aquien Melisán devoraba con los ojos. El enviado de la mafia foránea nos esperaba sonriéndonos y mostrando una perfecta dentadura blanca. 

- No lo sé. ¡Qué espere! 

Supongo que a ese tal Douglas Hart le sorprendió que no mojara las bragas sólo con verle. Eso me gustó. Siempre disfruté bajándole los humos a los creídos.

lunes, 25 de marzo de 2013

Capítulo 7, el mercenario 4.

Melisán me llevó a cenar a una taberna cerca del puerto. El antro estaba rodeado de basura y el olor a pescado podrido era demasiado intenso. 

- ¿Por qué me traes aquí? - le pregunté. 
- Hacen un pescado frito muy bueno y muy barato. Por desgracia Trotsky tendrá que esperarnos fuera. 

Melisán se agachó frente a su perro para acariciarle, decirle que nos esperara y que estuviera tranquilo. 

- Venimos aquí para que nos vean. 
- ¿Cómo? 
- Si no nos ven, todos estarán muy nerviosos pensando en dónde estás, qué estás haciendo, qué tramas... Estarían intranquilos y en guardia. Si te ven, estarán más relajados, más confiados. ¿Me entiendes? 
- ¿No es peligroso? 
- Y divertido. 

Seguí a Melisán a dentro de la taberna. Trotsky, obediente, se quedó afuera. 

Era un lugar oscuro y húmedo que apestaba a tabaco y alcohol rancio. Estaba repleta de estibadores borrachos, o en proceso de estarlo, todos bebiendo en grandes cantidades, sobre todo cerveza y ron. Aunque la mayoría se amontonaban en la barra, donde les atendía una cuarentona de pechos abundantes, casi todas las mesas estaban ocupadas. Al entrar, todos los ojos se habían girado hacia nosotras. Creí distinguir a alguno de los que me habían tratado de capturar antes de que llegara Khan. Melisán los ignoró y fue directa a una de las pocas mesas libres. 

- ¿Qué quieres Melisán, lo de siempre? - le gritó la tabernera desde la barra. 
- Yo quiero una cola sin, para mi amiga una cerveza y ponnos una de pescado frito que quiero que ella lo pruebe. 
- Muy bien Melisán. 

Todo el bar seguía sin quitarnos el ojo de encima. Yo estaba nerviosa, pero me senté en la mesa con Melisán, temiendo que pronto aquella tensión se transformara en bronca y pelea. La tabernera trajo las bebidas y en cuanto Melisán dio un primer trago a su refresco, todo el mundo volvió a sus asuntos, a beber y a charlar animosamente los unos con los otros como si nosotras no existiéramos. 

- Veo que te has fijado en Charly - Me preguntó Melisán y, ciertamente, desde la mesa me había llamado la atención un tipo que no parecía un trabajador portuario. Vestía de traje y bebía vino. Elevó su copa y nos saludo. 
- Es Charly Taunton o Taton o algo así. Es de la mafia foránea. Se dedica a envenenar los oídos de los trabajadores con sus promesas. 

Mirando atentamente vi que al menos tres personas, además de Taunton llamaban por teléfono con sus móviles. 

- Sí - me confirmó Melisán -. Ya todo el mundo sabe que estamos aquí. 

La tabernera trajo el pescado. Tenía un aspecto grasiento e insano pero Melisán lo engullía con muchas ganas. 

- ¡Qué aproveche señoritas! 

Taunton se había sentado en nuestra mesa. Cogió un pescado y se lo llevó a boca, pero al olerlo puso gesto de asco y lo volvió a dejar en el plato. 

- Ya sabrá quién soy Exiliada. Soy Charles Tantoun. – el mafioso hizo como un gesto de reverencia, pretendía aparentar unos modales de la que realmente, seguro que carecía. 
- Sabía que era algo así, Tantoun, Taunton, Tontón - Melisán se divertía burlándose del mafioso. La sonrisa exagerada y forzada que le dedicó el mafioso a Melisán demostraba que no le sentaban nada bien los chistes sobre su apellido. 
- Es Tantoun. Mi cofradía - continuó - desconoce que le ha podido hacer volver a la República a una veterana de la guerra como usted. Llevaba nueve años fuera. Seguramente las BAB estarían muy interesadas en usted y desde luego, a nosotros nos interesa tener amigos en las BAB -. Esa era la amenaza, ahora vendría su indulgencia y propuesta -. Pero nosotros somos gente sensata y pacífica, odiamos la violencia. Por eso estamos interesados en ayudarla. En ayudar a toda esta gente. Ya le habrán contado que sufren una opresión brutal por parte de unos desalmados mafiosos. 
-¿Y qué son ustedes, en su cofradía? 

Tantoun sonrió. 

- Hombres de negocios, Exiliada. Y un negocio le propongo. Déjeme ayudarle a rescatar a sus amigos... ¡Se lo suplico! No le pido nada a cambio. Considérelo un gesto de buena fe por nuestra parte. Así podré demostrarle nuestras buenas intenciones. 
-¿Qué es lo que quiere, señor Tauton? 
- ¡Es Tantoun! - me corrigió irritado, como si estuviera perdiendo esos falsos modales que buscaba aparentar - Si nos ayuda a convencer a Khan de que nos entregue los documentos, le conseguiré papeles para todos su amigos y si así lo desea, un exilio dorado con todo cubierto lejos de paramilitares y BAB. Piénselo señorita. 

Tantoun se levantó de la mesa y dejó una tarjeta con su número de teléfono. A continuación, seguido por dos hombres que debían ser sus matones, abandonó la taberna. 

Guardé la tarjeta, aunque debería de haberla roto allí mismo. Reconozco que por un momento dudé. ¡Volver al exilio! Irme y escapar de todo aquello. Recordé la sensación que tenía de que mi llegada solo había provocado desgracias: el hospital, la muerte de Gloria... Recordé las duras palabras de Verónica y de Orestes. 

Melisán interrumpió mis pensamientos. Me señaló la puerta: otros estibadores entraban en la taberna, pero en esta ocasión no eran simples trabajadores, venían acompañando a otros hombres: unos paramilitares armados. 

- ¡Por fin algo de acción! – exclamó animada la chavalita.

Capítulo 7, el mercenario 3.

- Déjeme que le explique, señorita. Desde hace unos meses las tensiones entre la mafia local y una mafia foránea han crecido. Davenport es un negocio muy suculento para ellos y la mafia local está debilitada, acaban de pasar por una crisis de sucesión tras la muerte de su capo... Esas tensiones nos han cogido en medio... Comprenderá que ninguna de las mafias nos tiene en buena estima... El caso es que hace una semana aproximadamente Melisán robó un importante documento a uno de esos cerdos con los que... Bueno, ya sabe, con los que trabaja. ¡Maldito el día en el que se le ocurrió hacerlo! Lo hizo de buena fe, pensaba que así podría mejorar la situación de los nuestros. Pero la verdad es que esos malditos papeles sólo nos han traído problemas. No sabemos que pone el documento porque está encriptado, pero su importancia debe ser mayúscula porque en cuanto la mafia local supo que se lo habíamos robado nos exigió que lo devolviéramos sino queríamos que destruyesen el colegio y todo lo que hemos construido. Inmediatamente la mafia foránea se puso en contacto con nosotros y nos ofreció su protección a cambio del documento. Usted comprende que aceptar un acuerdo con la mafia foránea es tan peligroso como resignarnos a que lo destruyan todo, sin embargo algunos compañeros no se dan cuenta y quieren que nos apoyemos en la nueva mafia. 

- En mi opinión esa "protección" la pagarían caro... Perderían la valiosa independencia que han conseguido...
- Yo opino lo mismo. El problema es que la mafia local respondió con una... contraoferta: secuestraron a cinco niños, entre ellos mi nieto. – en el gesto serio, impasible de Khan se expresó una mueca evidente de preocupación, de miedo… realmente Khan temía por aquellos niños, y en especial por su nieto, sin caer en el chantaje de la mafia - Hemos decidido llevar el documento al extranjero. Entregarlo a las autoridades de algún país donde aún se intente parar los pies al crimen organizado, quizás en sus manos ese documento tenga alguna utilidad... Le seré sincero: Estamos dispuestos a que destruyan la escuela, el templo... Pero queremos salvar a los niños. El barco que llevará los documentos también puede llevarse a los niños de la escuela. Una institución benéfica en el continente nos ha prometido ayuda con los niños y el documento... Quiero que mi nieto y esos otros cuatro niños estén abordo. Cuando Melisán supo de usted en “Infierno”, hablamos con Luisma. Nos contó de su papel en la milicia de Jaime durante la guerra antifascista. Si alguien puede ayudarnos a salvar a esos niños es usted, Exiliada. 

- Vine a Davenport para hablar con Luisma, no para liberar a los niños. 

- Me encargaré de que Luisma hable con usted... Solo si libera a mi nieto junto a los demás niños. 

Parece que no tenía otra alternativa. Además simpatizaba con la causa de aquel sacerdote. Sin embargo yo sola... 

- Mis compañeros están retenidos por un mercenario llamado Número 2. Si usted pudiera ayudarme a... 

- Sus compañeros están retenidos en el mismo lugar en el que se encuentra mi nieto. En el palacete de Devon Rose, el actual capo de la mafia. Todos ellos están en la zona residencial de Davenport. Melisán se ha ofrecido a ayudarle. Usted le resulta simpática. Es una muchacha muy valiente, heroica diría yo. Además, buscaremos algún otro voluntario. 

En esta ocasión no había fiesta ni invitaciones... ¿cómo pretendía Khan que asaltáramos una casa ferreamente vigilada por la mafia y por los paramilitares de Número 2? Si al menos pudiera contar con la ayuda de Pablo... 

Salimos del templo. El olor a la salitre del mar se entremezclaba con el oxido del puerto. Melisán nos esperaba con Trotsky. 

- Esta noche entraremos en el palacete - dijo la chiquilla levantando el puño izquierdo y apuntando con él al cielo. Trotsky respondió a la excitación de su dueña con un sonoro ladrido.

domingo, 24 de marzo de 2013

Capítulo 7, el mercenario 2.

Khan y Melisán me llevaron a través de las instalaciones portuarias hasta lo que parecía un almacén abandonado. Dentro pasamos a una sala que era como si se hubiera improvisado el aula de un colegio, con sillas para estudiantes, para niños pequeños por el tamaño de las mismas, mesas, una grande como de profesor con un globo terráqueo y en el fondo, colgando de la pared, una pizarra. 

- Davenport concentra una importante colonia de niños abandonados - Comenzó a explicarme Khan -. Algunos aparecen como polizones en los barcos que llegan al puerto, otros, son hijos de la droga, de mujeres sin familia enganchadas al nirvana, demasiado enfermas o adictas como para hacerse cargo de sus hijos… otros se quedaron sin padres por las rencillas de la mafia, las peleas o la violencia en general… pero a muchos, a la mayoría, sencillamente lea abandonaron aquí... 

Khan me condujo a otra sala. Había colchones y sacos de dormir desparramados por el suelo. 

- La República abandona a estos niños a su suerte... Son victimas natas para la droga y la mafia. Camellos, matones y prostitutas... Ese es el futuro que seguramente les espera. 

Miré a Melisán y recordé cuando me hablaba de sus clientes en la discoteca... Continuamos y llegamos a otra salida del almacén que daba a un patio vallado. No hizo falta salir para oír el sonido característico de unos niños jugando. Eran aproximadamente una veintena, de distintas edades, de entre cinco y nueve años. Corrían, gritaban, saltaban, se divertían despreocupados, olvidando su procedencia e ignorando su destino. Un hombre alto vestido con el mono de trabajo y el chaleco reflectante de los estibadores del puerto los vigilaba. 

- Los trabajadores bolcheviques del puerto fueron perseguidos y eliminados al terminar la guerra. Les reemplazaron con gente del interior, campesinos ignorantes y partidarios de la República e incluso del fascismo... Pero algunos, pocos, sobrevivimos y lo más importante... Al final, si eres un obrero... tienes los problemas de un obrero: tu salario, tu horario, tu jefe, tu familia... Entre los trabajadores del puerto hay gentuza, mercenarios a sueldo de la mafia como los que antes trataron de capturarte... Pero en los últimos años un grupo comenzó a organizarse al margen de la mafia. Me ayudan con este albergue de niños abandonados y se ayudan unos a otros. 

La experiencia descrita por Khan era muy importante. Tal y como sospechaba, los trabajadores de la Cia+Fia de Cáledon no eran una excepción. A pesar del desastre de las dos guerras, de la destrucción del Partido y del gobierno republicano, una nueva capa de trabajadores trata de organizarse y de comenzar la lucha. Tenía, en cuanto pudiera, que decírselo a Bruno. 

Continué paseando tras Khan hacia el otro lado del patio donde había un edificio religioso, un templo de culto. Melisán y Trotsky se quedaron fuera con los demás niños. Yo acompañé a Khan a la sacristía, un cuarto humilde, con una pequeña cama, un armario y un pequeño aseo. 

- Yo trabajaba en el puerto -siguió explicándome Khan- pero logré librarme de la represión haciéndome sacerdote. Nunca había creído en ningún dios especialmente, pero los hábitos me protegieron del gobierno, que no de la mafia: No sé porque lo hice, pero organicé un primer hospicio para niños abandonados, ¿no se supone que los sacerdotes teníamos que hacer cosas así? –Khan sonreía demostrando que hablaba con ironía, sabía que la inmensa mayoría de los sacerdotes, todos colaboradores de la República, no movían un dedo por los pobres. Pronto su gesto volvió a ser serio, al recordar las consecuencias de sus actos- Parece que mi iniciativa no gustó… pronto vino a visitarme un enviado de la mafia, su amigo - se refería a Pablo - me secuestró y me torturó porque sus jefes pensaban que yo estaba detrás de la organización de los estibadores y que podría darles los nombres de los cabecillas. Él sabía mucho de torturas para ser un simple esbirro de la mafia, hizo un buen trabajo conmigo –Kham volvió a sonreír como si rememorara aquellos días y se sintiera afortunado por haber sobrevivido, no quise imaginarme qué clase de torturas pudo haber sufrido-. ¡Pero no me sacó ni un nombre! Jajaja ¡No podía! porque yo en aquel entonces no los sabía. Su amigo pronto se dio cuenta, pero sus jefes le obligaron a continuar las torturas… quizás por eso no lo hemos vuelto a ver por aquí hasta ahora. No le gustaba lo que tan bien hacía. Tras ese fracaso de la mafia, y curado de espanto, sí que me impliqué con los estibadores, y nos han molestado una y otra vez, ¡pero no han podido con nosotros! Pero ahora... ahora necesitamos su ayuda. El viejo ex-bolchevique al que busca me dijo que usted podría ayudarnos.

sábado, 23 de marzo de 2013

Capítulo 7, el mercenario 1.

Como recordaréis, yo me había quedado sola en compañía de ese enigmático Khan y la niña Melisán y su perro, porque Pablo había escapado corriendo como un loco y Víctor y Helena continuaban retenidas por Número 2. Precisamente, en el palacete donde ellos estaban, habíamos dejado al líder mercenario esperando a otro enviado del Número 1, el llamado Número 3. 

El encuentro entre ambos hombres fue tenso, lleno de desconfianza mutua. Para Número 2 era evidente que su colega no venía a ayudar, sino a fiscalizar su trabajo. Para Número 3, aunque le molestaba dejar su puesto en Cáledon, era una oportunidad para hacer mérito y carrera. 

Número 3 era sensiblemente más joven que Número 2, y parecía más instruido, más culto, menos músculo, pero más cerebro. Preguntó a su teórico superior qué pasos se habían dado para capturar a la Exiliada. Número 2 respondió de mala gana porque aquellas preguntas reforzaban su temor sobre el papel de aquel joven sabiondo. 

- La mafia local nos está ayudando. El precio no será económico, de hecho nos han pedido algo de soporte en un conflicto, digamos… de intereses entre grupos mafiosos, pero ellos son los verdaderos dueños de Davenport. Gracias a la mafia, las autoridades republicanas están mirando a otra parte, si que aquí no tendremos problemas con las BAB como en Cáledon. Hemos puesto precio a su cabeza, mil sólidos, y se han repartido miles de volantes con su cara. 
- Número 1 sugiere que la verdadera arma en nuestro poder es la posesión de tus prisioneros. 

Número 2 disfrutó al oír las palabras "tus prisioneros", aquel engreído debía reconocer que había sido él el que los había conseguido. 

- Ya lo había pensado. Haré llegar a la Exiliada mi voluntad de salvar al viejo y a la ciega si ella se entrega. 
- No. Después de la matanza del hospital de Cáledon, tú no tienes ninguna credibilidad. Ella no se lo tragará. Necesitamos un método más sutil y creo que la más que probable guerra entre mafias nos da la coartada perfecta. 
- ¡Guerra entre mafias! - Número 2 se quedó descolocado. ¿Cómo lo sabía Número 3? Cuando se había referido a “conflicto de intereses entre grupos mafiosos” se refería precisamente al riesgo del estallido de una guerra entre mafias. Él se había comprometido a apoyar a la mafia local frente a un grupo mafioso poderoso y rival, a cambio de la Exiliada, sin embargo eso contradecía las directrices de Número 1 de no tomar partido en las guerras entre grupos rivales.
- Sé que conoces la disputa que pone en peligro la estabilidad en la ciudad de Davenport. Cuando hablas de “conflicto de intereses” escondes que hay una guerra en ciernes y en esa guerra, te has aliado con la mafia local. Número 1 lo sabe y, en esta ocasión, no le importa, lo más importante es la Exiliada, aunque es evidente que has desobedecido órdenes estrictas. En todo caso, una vez incumplida nuestra neutralidad, nada nos impide aprovecharnos de la disputa. 

Número 2 comprendió entonces que su vida estaba en manos de Número 3 y del éxito de mi captura. Número 1 no le perdonaría otro fallo.

viernes, 22 de marzo de 2013

Capítulo 6, el asesino 14.

- Me complace saludarla. Usted es la antigua bolchevique que viene del Exilio. - me dijo solemnemente el anciano tratándome en todo momento de usted. - Yo soy Khan. 
- Veo que tu palabra tiene peso, aquí en el puerto. 
- Lo tiene. 

Permanecimos por un instante, allí, quietos, en silencio, mirándonos. Khan observaba fijamente a Pablo que estaba literalmente descompuesto. Melisán no comprendía que sucedía, y la verdad es que yo tampoco. 

- Ignora usted los riesgos que ha corrido llevando a ese asesino de la mafia a su lado. – Dijo por fin Khan - No me corresponde a mí contarle su historia, aunque le puedo asegurar que ya sufrí sus torturas una vez y mi cuerpo aun conserva sus huellas. 

Melisán, y a un gesto suyo Trotsky, se giraron hacia Pablo. El perro comenzó a ladrar. No sé de qué diablos hablaba el viejo, pero yo estaba dispuesta a defender a mi amigo. ¿Asesino? Como en la discoteca… ¿Torturas? ¿Era ese el pasado de Pablo? 

-¡No, no, no! 

Pablo no soportó esa presión. Desde nuestra llegada a Davenport todo había sido nefasto para él. En la discoteca primero y ahora frente a Khan. Para Pablo era como ver un fantasma. Se puso a gritar como un loco, alterado y nervioso como nunca le había visto. Traté de ir a calmarle, pero apartó mis brazos y huyó corriendo a gran velocidad. Para cuando me quise dar cuenta se había escabullido entre los contenedores y grúas del puerto. Le perdí por completo de vista… Quise seguirle, aunque fuera a ciegas, pero el brazo de Khan me retuvo: 

- No le ha contado la verdad, Exiliada, la verdad que continúa en su corazón. 
- Todos tenemos derecho a redimirnos... – le dije.

*** 

Pablo corrió y corrió hasta que dejó el puerto atrás y se internó en la ciudad. Mientras corría, lloraba. Estaba destrozado. Había huido, no tanto por la revelación de ese tal Khan, sino por la vergüenza de que yo escuchara todo aquello, y sobre todo, porque de su interior afloraba toda la verdad y todo el sufrimiento, del que Khan sólo sabía una parte. 

Sí. Había torturado a aquel viejo por orden de la mafia... Pero eso sólo era una parte de su historia. 

¡Si me la hubiera contado! Pero tenía razón Víctor cuando, en aquellas dependencias de Verónica, le decía a Pablo que de hacerlo le hubiese odiado para siempre... O eso era lo que Pablo creía, lo que Pablo temía que sucediese... Por eso huía… Pero era precisamente el silencio lo que le había llevado a aquella situación. 

Sin darse cuenta, llevado por sus pensamientos, Pablo recorría callejones de su pasado, en su mente y en la ciudad. Para cuando quiso darse cuenta estaba rodeado por varios hombres, inequívocamente de la mafia, armados, elegantes unos, lumpenizados otros… Su jefe le observaba. Era él: el hombre de la rosa, de pelo gris y esmoquin blanco, impecable e impoluto, siempre ha distancia de sus hombres. Miraba a Pablo como un lobo hambriento. 

- ¡Laso! ¡Mi asesino favorito! - le dijo aquel hombre a Pablo -Te buscaba... Y resulta que vienes tú a mí! Jajaja ¡Ven conmigo! Tengo una propuesta que hacerte. 

FIN DEL CAPÍTULO 6

Capítulo 6, el asesino 13.

Melisán, ahora vestida con chándal y deportivas –que diferencia con respecto a cuando la conocimos-, nos condujo por las instalaciones portuarias de la ciudad. Atravesamos por laberintos de containers bajo la atenta mirada de los obreros portuarios y estibadores. A nuestro paso escuchábamos murmullos crecientes, ojos inquisidores y carraspeos. Melisán aceleró el paso, algo había en todo aquello que no le gustaba. Llegamos a unas casetas levantadas junto a un aparcamiento. Allí nos esperaba un grupo de trabajadores que formaron un círculo a nuestro alrededor. 

- ¡Dejadnos pasar! - exigió Melisán. Trotsky acompañó a su ama con un contundente gruñido. 
- ¡Vete de aquí, niña! - le respondió un hombre gordo y barbudo enfundado en un mono de trabajo y un chaleco reflectante. - No tenemos nada contra ti. 
- ¿Qué queréis de mi? - les pregunté al comprender que era yo la responsable de la situación. 

Uno de ellos respondió lanzándome una bola de papel. Ahí estaba la respuesta así que con mucha tranquilidad me agaché y deslicé mis dedos para recoger la bola. Reincorporada la desenvolví el papel y vi lo que ponía escrito: una recompensa de mil sólidos por mi captura. A la cantidad de dinero le acompañaba un dibujo de mi misma, en el que no salía muy agraciada. 

- ¡Mil sólidos! - dije en voz alta, mostrando a mis acompañantes la hoja. Dos o tres de los trabajadores asintieron con los ojos inyectados de codicia. 
- ¡No lo permitiré! - me dijo Meliisán - ¡y Trotsky tampoco! ¿A qué no? - el perro lo corroboró ladrando.
- Ellos son unos veinte, nosotros tres y además está Trotsky - dijo Pablo socarrón - No será un problema. 

Y Pablo se lanzó sin dudarlo a la pelea, golpeando con un puntapié la barriga del primer trabajador. Otros tres se abalanzaron sobre él. Trotsky tampoco lo dudó y se tiró a morder a otro trabajador. Yo a duras penas pude esquivar el derechazo de un hombre muy grande y ancho y Melisán se escabulló entre las piernas de otro, para regresar con una botella rota. 

Así comenzamos la pelea, dando y recibiendo, hasta que escuchamos un fuerte grito: 

-¡Basta! 

Todos nos detuvimos excepto Trotsky que aprovechó la parada para morder a otro incauto trabajador; Melisán tuvo que sujetarlo para intentar tranquilizarle. Los trabajadores se fueron dispersando dejando a la vista al responsable del grito: Era un anciano de pelo y barba blanca el que, de un solo grito, había logrado detener la pelea. Yo no lo conocía, pero Melisán me lo presentó, se trataba de Khan. El anciano parecía un hombre tranquilo, sereno. Sin embargo Pablo lo examinaba nervioso. Había algo en su reacción, en como mi compañero miraba a aquel anciano que me preocupaba. Creo que se conocían.

jueves, 21 de marzo de 2013

Capítulo 6, el asesino 12.

Me desperté al medio día. Necesitaba dormir. Fue un despertar dulce y caluroso, como si me retrotrajera al pasado, a mi adolescencia, a la paz y a la tranquilidad de un hogar. Me estiré en el colchón, los brazos, las piernas, bostecé a gusto… me permití el lujo de quedarme tumbada, mirando al techo, durante unos minutos. La luz del sol entraba por la puerta del container. Completamente relajada, notaba confortable su calor agradable de primavera mientras escuchaba los ladridos animados de Trotsky. El perro estaba jugueteando con Pablo. Gracias al animal, teníamos de regreso al dulce e inocente Pablo, despreocupado y sonriente. Melisán los miraba y se reía. 

- Buenos días - me dijo la chiquilla al reparar que ya estaba despierta. Me dio grima al verla iluminada por la luz natural del día: Melisán estaba extremadamente delgada, casi cadavérica, enfermiza-. Si quieres puedes ducharte, aunque tienes que calentar agua y no importarte que te veamos desnuda. Para el retrete... ¡No hay retrete! Aunque aquí cerca hay un bar donde me dejan ir. 
- ¿Qué edad tienes? – Le pregunté - ¿No eres muy joven para vivir sola? 
- Vivo con Trotsky - Melisán parecía ofendida por mi pregunta - ¡Él me protege! ¡Y no me mires en plan, “pobre niña”! No soy ninguna cría: Ya he cumplido catorce años. - ¡Catorce años! - Anoche de no ser por mí, te hubieran cogido. 
- Tienes razón Melisán, perdóname. Te estoy muy agradecida por todo. 
- Khan quiere verte. Khan cuida de todos aquí en el puerto. Comeremos algo e iremos a verle. Después de anoche, la “disco” permanecerá cerrada durante unos días, así que mientras tanto, Trotsky y yo podremos cuidar de ti. 

Recordaba el nombre de Khan de cuando estaba dormida, la voz que me resultaba familiar lo mencionaba, pero no quise molestar más a mi anfitriona. 

Al primero a quien sirvió comida fue a Trotsky. Melisán sólo era feliz en compañía de su perro. 

- ¿Donde conociste a Trotsky? – le pregunté. 
- Lo encontré siendo bebé. 
- ¿Cómo le pusiste ese nombre? 
- Porque se llama Trotsky. ¿A que sí cariño? - le decía Melisán a su perro mientras le acariciaba, como si se tratara de un niño pequeño que te comprende y te ríe las gracias. Pablo le acompañaba en sus caricias y carantoñas. 
- No sabía que te gustaban tanto los perros. – le dije a Pablo. 
- Desde muy chico - me respondió. 

Nos sentamos a la mesa. Melisan nos sirvió arroz. La cantidad que posó en su plato era ridícula. Me sentía algo incomoda por su extremada delgadez y poco apetito, pero no me atrevía a decirle nada al respecto por miedo a meter la pata. 

- Deberías de comer más Melisan. Estás muy delgada. 
- ¡Te invito a mi casa y ya te crees mi madre! - el genio de Melisán era imposible, sin embargo se dio cuenta de mis buenas intenciones y se tranquilizó. Creo que incluso le agradó mi interés por su salud - Renó me exige estar delgada. Es mejor para los clientes. 

Me horroricé pensando en esos clientes. No quise indagar más. Aquella discoteca, el repulsivo Renó… Me vino a la mente la joven Bella soportando a Verónica... Yo en cambio había disfrutado de un hogar familiar lleno de amor. No tenía ningún derecho a juzgar a aquella muchacha. 

Después de comer dejamos el container y junto al infatigable Trotsky, Melisán nos acompañó a ver a Khan.

Capítulo 6, el asesino 11

- ¡El viejo está enfermo! ¡Se está muriendo! ¡Por favor! ¡Socorro! 

Helena gritaba con desesperación mientras aporreaba la puerta con las manos. 

Era un intento de tratar de escapar. Helena no se rendía y estaba dispuesta a pelear una y otra vez. Por desgracia, Número 2 lo sabía. 

Los paramilitares abrieron la puerta, pero irrumpieron en la habitación de tal manera que era imposible para Víctor o Helena hacer cualquier cosa. Número 2 se presentó ante sus presos con un aire triunfal: 

- jajajaja - Se reía Número 2 - Sabía que lo intentaríais. Pero ya no me vais a volver a engañar. 

Número 2 le propinó un golpe a la ciega, justo en la herida de bala sufrida por Helena en New Haven: 

- Por tu numerito en Lacánsir, querida “arma-letal”. 

A continuación, agarró la mano agujereada y vendada de Víctor: 

- Por tus engaños en el hospital de Cáldedon, “doctor Hierba”. 

A Número 2 le gustaba la venganza. Se sentía humillado por la Exiliada y sus amigos y disfrutaba haciendo daño a sus prisioneros. Sonrió lleno de satisfacción al verles dolerse. Estaba contento. Dejó a sus dos prisioneros bien vigilados y encerrados y se marchó a atender otros asuntos. 

Víctor y Helena se encontraban retenidos en un amplio y lujoso palacete, aunque provisto de calabozos. Número 2 recorrió elegantes pasillos, adornados con pinturas, floreros y estatuillas. En una amplia sala, de paredes blancas de las que colgaban cuadros abstractos y amueblada con armarios, estanterías, taburetes, sillones y un sofá, todo de diseño, le esperaba un hombre maduro, de pelo y ojos grises, vestido de manera impecable, con un esmoquin blanco y una rosa en el ojal. Karl Renó también estaba presente, sentado al lado del primero, tomándose un cubata. También había una pantalla de plasma que emitía imágenes del anciano que actuaba de intermediario entre Número 2 y el Número 1. Fue el anciano el que recibió con sus palabras al paramilitar: 

- Número 1 insiste en enviarte a Número 3 para ayudarte, Número 2. 
- ¿No piensa que pueda resolver este tema yo solo? - respondió el mercenario airado. 
- No, no es eso. Has demostrado grandes dotes para encontrar una y otra vez a la Exiliada, pero... 

Número 2 captó el mensaje que trataba de darle la pantalla: 

- No se volverá a escapar. 

Número 2 se giró violentamente hacia el hombre de la rosa. 

- No me importan vuestras rencillas, Numero 2. – Le reprochó el hombre de la rosa - Os estamos ayudando a cambio de ayuda. Nuestra posición es delicada. Prometiste que a cambio de tu Exiliada nos apoyaríais. 
- No he olvidado mi promesa. Pero no veo a la Exiliada: solo tenemos al maldito vejestorio y su nueva amiguita ciega. Quiero a la Exiliada. Eres el jefe de la mafia local: tienes hombres en cada rincón de esta ciudad. Encontrad a la Exiliada y Davenport seguirá siendo vuestra.

domingo, 17 de marzo de 2013

Capítulo 6, el asesino 10.

Tendida en la cama junto a Pablo me dormí muy pronto pese a la angustia por mis compañeros retenidos y la fetidez etílica que desprendía mi acompañante. 

De esa noche no recuerdo ningún sueño. Temía que las pesadillas que me sacudían últimamente también perturbaran aquella noche. Además había material de sobra con mi estancia en New Haven, la visita al antiguo hogar paterno, ahora en ruinas, o mis sentimientos hacia Helena, presa y en peligro. Sin embargo, supongo que el cansancio acumulado pudo conmigo y con mi subconsciente porque dormí del tirón y me levanté sin recuerdos. 

Salvo una cosa, pero estoy convencida de que no fue un sueño: Creo que ya era de día, porque entraba luz natural por una entrada del container. Sólo recuerdo que un hombre maduro cuya voz me parecía familiar le decía, supongo que a Melisán: "Necesitará tu ayuda. Cuida de ella. Además, creo que puede ayudarnos a nosotros. Llévala a ver a Khan".

A continuación recuerdo escuchar el ladrido de Trotsky y seguí durmiendo. 

*** 
Peor descanso tuvieron Víctor y Helena, recluidos juntos en una habitación vacía y cerrada con llave. Nadie les dio ninguna explicación, ni les dijeron qué iban a hacer con ellos. Sólo sabían que yo había escapado, pero intuían que si iba a buscarlos caería en la trampa de Número 2. Y esa era la intención del mercenario. 

Éste había tenido noticias mías a raíz de los acontecimientos de New Haven. A partir de ahí averiguó que me dirigía a Davenport. Sus contactos con la mafia hicieron el resto. Renó estaba a sueldo de uno de los líderes mafiosos que en otras ocasiones contaba con los servicios de Número 2. Pero una vez más, yo me había escabullido de entre sus dedos. La diferencia es que retenía a Víctor y a Helena y su instinto le decía que aquellos prisioneros le llevarían hasta mí. 

Cuando llegaron a la discoteca, los paramilitares no habían reparado en ellos. Entraron a buscarme y punto. Víctor y Helena se podrían haber largado sin llamar la atención y ponerse a salvo. Sin embargo, al parecer Helena no tenía ninguna intención de irse sin mí. Quería apartar a Número 2 y a sus secuaces y que no me pasara nada. Quizás en una circunstancia normal, Helena pudiera haberse librado de los paramilitares, pero la herida de New Haven no estaba cicatrizada, ni muchísimo menos, y Víctor, por su edad, no es un gran luchador. A penas se dejaron ver, tras varios forcejeos pudieron reducirles. 

- ¡Esta vez no te me escaparas, Exiliada! - Se prometía a sí mismo Número 2.

sábado, 16 de marzo de 2013

Capítulo 6, el asesino 9.

Guiados por Melisán corríamos hacia el puerto, donde se encontraba la casa de nuestra salvadora: 

- Lo mejor es que tu amigo duerma la mona. Podéis descansar en mi casa. Vivo sola con Trotsky. 
- ¡Con Trotsky! 
- Sí, él me protege. 

El que Melisán mencionara aquel nombre, aquel preciso nombre, me hizo entrar en cortocircuito. ¿Trotsky? ¿Podía ser un pseudónimo de Luisma? Luisma era bolchevique, quizás así lo conocía aquella cria, por eso nos había rescatado… Fue lo primero que pensé llevada tal vez por mis propios deseos y desesperación. Necesitaba encontrar a Luisma y que me ayudara a rescatar a Víctor y a Helena. No pensaba en otra cosa. Pablo, que aun necesitaba mi ayuda para andar, me demostró que pensaba con unos parámetros diferentes a los míos, más cercanos a los de una persona normal. 

- ¡Qué bien! – Balbuceó como pudo. – Vamos a escondernos con una niña y su perro. 

Pablo tenía razón en lo del perro. ¿Cómo podría haberme imaginado, tan si quiera, otra cosa? El gesto que puse con la cara debió de delatarme y a Pablo, aun completamente borracho, no se le escapaba ninguna: 

- JaJaJa ¿No habrías pensado que su perro era el Trotsky de verdad, resucitado y dispuesto a ayudarte? jajaja. 

Sí lo había pensado… 

- ¡Para! ¡Para! – Gritó Pablo - Tengo que ¡uaggggg! 

Tuvimos que parar para que Pablo vomitara por segunda vez y para colmo se puso a llover a cantaros. ¡Esa noche nos teníamos que haber quedado durmiendo! De hecho, yo no podía con mi cuerpo, estaba completamente exhausta. ¡Qué mierda de noche! Por suerte pronto llegamos a casa de Melisán. Casa por decir algo, porque donde la chiquilla vivía no era otra cosa que un container del puerto, abandonado fuera de las instalaciones portuarias. 

En cuanto nos acercamos comenzamos a oír los ladridos de Trotsky, excitado porque volvía su ama. Melisán abrió el container y su perro, un pastor que parecía un perro-lobo, en seguida nos mostró su hocico curioso. Parecía agresivo y entre ladrido y ladrido nos enseñó su poderosa dentadura, pero a una palabra de su dueña el can se amansó por completo y parecía otro animal muy diferente, manso e incluso dulce. Trotsky era una bestia grande y hermosa de tonos pardos y negros. Nos olfateó de arriba abajo y no despreció las caricias de Pablo que parecía tener buena mano con los perros. Yo siempre he sido más de gatos. 

Para mi sorpresa, aunque por fuera sólo era un container, el hogar de Melisán y Trotsky parecía por dentro precisamente un hogar. Encendió un flexo y vimos un habitáculo convertido en un pisito bastante apañado: una pequeña cocinita, un plato para ducharse, una colchón con sabana, manta y edredón instalado en el suelo sin somier, un armario, una mesa y un rinconcito que pronto supimos que era de Trotsky. 

- La electricidad la robo del tendido con un cableado y el agua la cojo de una fuente pública bastante potable que está aquí cerca. Está un poco salada, pero es bebible. Ese rincón es la habitación de Trotsky - nos explicó Melisán señalando a la esquina a donde había ido el animal, con una mantita en el suelo y un bebedero. – ¡A ver! Tengo saco y esterilla y en la cama entran dos. 

Entre las dos desvestimos y tumbamos a Pablo en la cama. Pese a haber echado hasta la bilis seguía indispuesto. 

- ¡Te quiero Exiliada! - me dijo mientras le tapaba con el edredón y la manta, pero más que una declaración de pasión era un “te quiero” dulce y fraternal, como de hijo a madre. Le sonreí y le acaricié el cabello, hasta que muy pronto se durmió. 
- Tú también debes de estar cansada - me dijo Melisán -. Vete a dormir, quítate la ropa mojada, ponte este camisón y túmbate. 
- ¿Y tú? - le pregunté a la amable cría. 
- ¿Yo? jajaja Gracias a vosotros hoy he terminado pronto mi jornada laboral. Jajaja. No te preocupes. Mañana será otro día. 

Pensé en Víctor y Helena una vez más, pero Melisán tenía razón: Sí que estaba muy cansada, así que no cuestioné las órdenes de la chiquilla y me fui a dormir. Mañana sería otro día.

jueves, 14 de marzo de 2013

Capítulo 6, el asesino 8.

- ¡Aquí, aquí! 

Una chiquilla me cogió del brazo y me indicó que la siguiéramos. Era una de las adolescentes que acompañaban a Renó en los reservados. Ahora en solitario, su edad era más evidente: era muy, muy, joven, trece, catorce… como muchísimo quince años. Era oriental de ojos rasgados, piel muy clara, tenía una melena larga, muy lisa y oscura y sólo vestía con una especie de bikini moderno de dos piezas y colores vivos, un liguero y tacones de aguja que la elevaban veinte centímetros. La chica había aprovechado –y posiblemente organizado- la avalancha de adolescentes para buscarnos y sacarnos de allí. Los muchachos pedían todos en la barra y se interponían entre nosotros y los matones de Renó que no lograban apartarlos aunque lo intentaban. 

Uno de los matones al tratar de abrirse paso al parecer rozó el trasero de una chica. Ésta se revolvió, le abofeteó, un chicho se encaró al matón y ya estaba liada una pelea muy apropiada para escapar. 

- ¡Venid! Venid! ¡Rápido! 

No teníamos nada que perder acompañándola. Siempre sería mejor que con los matones de Renó. Arrastré a Pablo, cada vez más afectado por su ingesta de alcohol y seguimos a la cría. Mientras escapábamos hubo algo que me llamó la atención en la entrada de la discoteca. Algo familiar. Miré más detenidamente y lo que vi no me gustó nada: Número 2 y sus paramilitares habían entrado en “Infierno”. Los matones de Renó seguían tratando de alcanzarnos, apartando a los adolescentes de en medio, pero más y más muchachos - presumo que amigos de la chica- seguían cruzándose en su camino, tirándoles consumiciones, provocando choques... Alertada la chica de la llegada de los paramilitares, nos deslizamos todo lo rápido que la borrachera de Pablo nos permitía hacia una zona exclusiva de los trabajadores de la discoteca, pero antes de alcanzar esa salida, a nuestra espalda la situación se complicó: 

Los paramilitares dispararon una salva de sus automáticas al techo de la discoteca y se provocó una ola de caos incontrolado. La música cesó y las avalanchas humanas se sucedieron, pero ya no los amigos de la chica, ahora toda la discoteca: todo el mundo gritaba atemorizado y trataba de huir, buscaban una salida que les alejara de aquel grupo de locos armados. Aquello iba camino de convertirse en una catástrofe. A duras penas pudimos avanzar hacia nuestro destino, empujados y arroyados por decenas de jóvenes aterrados. El agobio y la falta de oxigeno estuvieron a punto de tumbar a Pablo. Se oyeron más disparos, pero ya no podía ver qué sucedía. También se apagaron los focos. En aquella oscuridad hubo un grito de terror unánime. Parecía que pasaba una eternidad hasta que por fin se encendieron las luces de emergencia. 

Por suerte para nosotros, otro amigo de la muchacha nos ayudó a colarnos por un pasillo de servicio que conducía a una salida posterior. Dejamos atrás una ratonera en la que, luego supimos, perdieron la vida tres muchachas arroyadas por la masa y otros dos muchachos alcanzados por las balas de los paramiliitares, más varias decenas de heridos. 

Salimos a un callejón lleno de basura, contenedores saturados de desperdicios, botellas de cristal rotas, charcos de agua fétida y vómitos... ¡Pero al menos se podía respirar! Pablo se puso a vomitar junto a unas cajas apiladas de cartón y yo me fijé en nuestra rescatadora: como os dije, una cría de no más de catorce o quince años, extremadamente delgada, de rasgos cadavéricos y ojeras, con la piel tan blanca que casi adoptaba tonos azulados. De un bolsito negro que llevaba colgando del hombro sacó un chubasquero amarillo muy opaco con el que se cubrió su cuerpo casi desnudo. También unas zapatillas con las que descansar sus pies de los tacones. Los zapatos para la disco no los guardó, simplemente los cogió con la mano para llevárselos a donde fuera que nos llevara. 

Mientras se hacía una coleta con la que se recogió el pelo, nos explicó quién era: 

- Me llamo Melisán. -A pesar de la fragilidad de su cuerpo, tenía fuerza en la voz y en el carácter-. Sabía que Karl os tendía una trampa. Así que os ayudé. Estoy cansada de Karl. Y ahora tenemos que irnos. Os siguen buscando. 

La chiquilla se puso ya a correr. 

- ¡Espera! - le dije- Mis amigos me esperan con una furgoneta frente a la discoteca. 
- Mmm… No me gusta - nos dijo, pero nos llevó hacia allí. Más bien me llevó a mí. Yo era quien llevaba a Pablo que a pesar de haber vomitado, seguía encontrándose muy mal. 

Fuimos por el callejón y al final doblamos una esquina. Continuamos por una calle por la que ya se oía mucho barullo. Con mucho cuidado nos asomamos a la calle principal donde estaba la entrada de “Infierno” y nuestra furgoneta aparcada. Pude ver a muchos chavales que huían despavoridos, pero también a los paramilitares y a Número 2. Llegábamos tarde: Retenían a Víctor y a Helena. Los habían capturado y les conducían esposados a un todo-terreno. Uno de los paramilitares rompía con su rodilla el bastón de estoque de Helena. Es muy posible que, a pesar de la herida de New Haven, la ciega hubiera tratado de oponer resistencia. Me llamó la atención de que, pese a todo lo que había pasado allí no había ni rastro de la policía, tan sólo una ambulancia para atender a los heridos. Era una buena demostración de que era la mafia quien mandaba en Davenport. 

Escuchamos unos gritos a nuestra espalda. Matones de Renó y paramilitares nos habían seguido por la salida de servicio y nos habían encontrado. Melisán nos hizo nuevas indicaciones para que la siguiéramos corriendo. Así hicimos y nos escabullimos por las callejuelas de la ciudad.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Capítulo 6, el asesino 7.

¿Y ahora qué? 


Volvimos a la barra, siempre bajo la atenta mirada de los matones de Renó, y el camarero nos puso otros dos cubatas. Pablo -que seguía sin ser capaz de mirarme a los ojos- procedía a beber cuando le detuve con el brazo. 

- Esto no es seguro Pablo, deberíamos irnos. 
- ¿Qué importa eso ahora...? - Estaba abatido, lloroso... 
- Pablo, por favor... 
- ¡No me llames Pablo! ¡Pablo no existe! Soy Laso. 
- Laso, Pablo... ¡Qué importa! Tenemos que irnos. 

Pero Pablo no reaccionaba. Estaba inmerso en su autocompasión. Se ahogaba en sus propios monstruos, en sus propias pesadillas interiores. El alcohol y el cansancio… tampoco ayudaban. 

- ¡Pablo escúchame! No me fio de Renó. Mencionó una recompensa. Nuestra cabeza tiene precio y en estos momentos, seguro que vienen a por nosotros. ¡Tenemos que largarnos de aquí cuanto antes! 

No sabía muy bien qué hacer. Allí seguían aquellos matones vigilándonos. ¡Pero teníamos que irnos allí! Agarré a Pablo y tiré de él hacia mí, con la intención de espabilarlo, de hacerle reaccionar, pero entonces, un montón de adolescentes se abalanzaron sobre la barra del bar empujándonos y apartándonos de allí, lejos de los matones de Renó. 

*** 

Helena se sobresaltó. Continuaba vigilando junto a la furgoneta, en frente de la entrada principal de “Infierno”. Estaba nerviosa porque creía que Pablo y yo tardábamos mucho en salir. Cada minuto que pasaba estaba más convencida de que dentro había pasado algo. Y entonces escuchó las ruedas frenando de un vehículo grande y potente, probablemente un todoterreno o algún vehiculo similar. Efectivamente, se trataba de un todoterreno muy grande que, tras aparecer a gran velocidad, bruscamente se paraba ey n frente de la discoteca. 

Helena en seguida sospechó. Llamó a Víctor para que se despertara de su siesta, mientras escuchaba como las puertas del todoterreno se abrían y al menos seis personas robustas y con botas militares se bajaban. Víctor abrió lentamente los ojos, pero lo que vio pronto lo desperezó: los paramilitares dispersaban a empujones y guantazos la cola de adolescentes a la puerta de “Infierno” y, escoltando a Número 2, pasaban al interior.

domingo, 10 de marzo de 2013

Capítulo 6, el asesino 6.

El señor Renó no tenía pinta de señor a pesar de que vestía con ropa cara: Delgado –cadavérico diría yo- y de ojos oscuros, su pelo estaba grasiento y su nariz y sus dientes se veían estropeados, carcomidos, seguramente muy dañados por el consumo habitual de droga, o al menos un consumo elevado durante su juventud. Ahora era un cuarentón estropeado por la vida y que, aunque trataba de no parecerlo, no podía dejar de encubrir un cierto aire carcelario. Renó, eso sí, estaba flanqueado por cuatro chicas adolescentes muy ligeras de ropa y con las pupilas dilatadas. Eran ellas las que bebían el champagne, porque Karl Renó prefería degustar un cubata de color oscuro, posiblemente whisky, con nada de hielo. 

Por alguna propiedad de la acústica de la discoteca, en aquellos reservados la música se escuchaba con bastante menos volumen y se podía hablar razonablemente bien. 

-¡Mi joven asesino! ¡Cuánto tiempo! – El saludo de Renó a Pablo sonó tan falso como su sonrisa que era más bien una mueca burlona. - Aposté mucho dinero a que volverías ¡jajajaja! 

Las amiguitas de Renó no nos quitaban el ojo de encima. Parecíamos divertirles y nos dedicaban miradas de interés, cuchicheos y sonrisas cínicas. 

- Ahora es distinto. – Respondió Pablo. 
-¿Distinto? ¡Jajajaja! Venga ya, amigo Laso... 
- ¡Pablo! ¡Ahora soy Pablo! 

¿Su joven asesino? ¿Amigo Laso? 

Pablo se mostraba irritado y no se atrevía a mirarme, no sé si por la vergüenza provocada por mi rechazo o por todos aquellos secretos que ahora podían revelarse... Probablemente por las dos cosas. 

- Quieres mi ayuda. – afirmó Renó cambiando su sonrisa por un gesto serio y frío - Por eso estas aquí. Supongo que quieres nuevos papeles. Para ti y para esa zorrilla tuya, supongo. 
- No es ninguna zorrilla - contestó Pablo amagando con abalanzarse sobre Renó. Le sujeté del brazo para evitar tonterías innecesarias. - Necesito cuatro papeles. 
- ¡Cuatro! y ¿cómo piensas pagarme? 
- Conseguiremos suficientes sólidos. - intervine yo. 
- La zorrita habla. - Y aquel ser repulsivo volvió a sonreír mientras bebía un lingotazo del cubata. - Cuatro papeles... cuando ofrecen mucho más dinero por vosotros. 

Se nos cambió la cara. Todos se percataron y se rieron de nuestra ingenuidad. Renó el que más, pero sus chavalas también lo hacían sin ningún pudor. Nos habían pillado completamente por sorpresa. Habían estado jugando con nosotros: ya de antemano tenían decidido entregarnos. Sin embargo, Renó prefería seguir divirtiéndose a nuestra costa. Hizo un gesto para que cesaran las risas. 

- Tengo que pensarlo Laso. ¿Somos amigos, verdad? Esperad en aquella barra - señalando a donde habíamos estado previamente - Os invita la casa. Pensaré en lo vuestro y os haré una oferta. 

Y Renó nos dedicó una amplia y desagradable sonrisa mientras dos de sus matones nos acompañaban.

sábado, 9 de marzo de 2013

Capítulo 6, el asesino 5

Nada más entrar en “Infierno” tras pagar la entrada, había un ropero y unas escaleras que bajaban a la pista. La luz que predominaba era rojiza creando un ambiente intenso y sofocante. Los bafles graves retumbaban sin cesar y el suelo estaba pegajoso. Fuimos bajando los escalones cruzándonos con algunos clientes de la discoteca: parejas que se daban el lote apoyados contra la pared, muchachas que subían ligeras de ropa, sofocadas y considerablemente bebidas... Abajo del todo la luz roja se apagaba y la oscuridad se abría paso. A nuestros lados se extendían unos pasillos negros, sin nada de luz. Allí olía a sexo. Cruzamos esos pasillos y el volumen de la música se incrementó cualitativamente. Llegamos a la pista: cientos de jóvenes bailando, focos iluminando intermitentemente al ritmo de la música, luces láser, juegos de iluminación imitando el fuego del infierno, tarimas con bailarinas disfrazadas de diablesas casi desnudas... 

Pablo me cogió de la mano y juntos atravesamos una zona de la pista de baile. A nuestro alrededor los muchachos y muchachas se contorsionaban y agitaban siguiendo la música. Sus mandíbulas estaban desencajadas y muchos cerraban los ojos para dejarse llevar por el ritmo. Ellas en general bailaban mucho mejor y sus movimientos eran eróticos. Quizás mis gustos distorsionaban mi percepción. Para mí, ellos, sobre todo, se pavoneaban en torno a las chicas, se aproximaban para buscar la excusa para bailar junto a ellas o para saludarlas o para acariciarlas, o para abordarlas con todas las consecuencias… 

Inevitablemente recordé mi adolescencia, cuando acudía a lugares así para hacer locuras, jajaja, calentar a los chicos –por qué no reconocerlo jajaja- y buscar alguna aventura nocturna que rompiera la monotonía de la semana. El Partido primero y luego Verónica me sacaron de esos lugares y desde entonces no había vuelto a pisar ninguna discoteca. 

Llegamos a una barra. Pablo me preguntó qué quería y pidió dos vodkas con limón. Para escucharnos teníamos que acercarnos y hablar al oído. Noté que cada vez que hablaba, Pablo aprovechaba para pasarme el brazo por la cintura. 

- ¡Mira allí! - Pablo señaló a unos reservados. Estaba sentado un hombre maduro y trajeado rodeado de cinco o seis veinteañeras. Bebían una botella de champagne. Me fije y también había matones, probablemente armados. - Ese es Karl Renó. El barman me ha dicho que esperemos, que vendrán a buscarnos. 

Pablo se bebió su cubata casi de un trago y pidió otros dos. Vio que el mío estaba casi intacto. 

- Pensaba que una miliciana como tú serías más “marimacho” para beber. - Me gritó al oído. Yo negué con la cabeza. - No me pareces un marimacho. – Añadió como disculpándose. 

No me gustaba hacia donde iba la conversación. Sonreí levemente sin dejar de mirar hacia la pista, mientras tomaba un pequeño sorbo de mi primer cubata. Quería que Pablo notara que estaba incomoda. 

- Roger dice que eres una boyera - continuó Pablo. - Ese maldito gordo tartaja. Te quería llevar a la cama. Jajajaja. Yo sabía que no lograría. ¡Será pajero! 

Pablo se tomó el segundo cubata también de un trago. O Renó nos reclamaba pronto o la cosa se iba a desmadrar. Como vio que yo aun bebía mi primera consumición, agarró la segunda que había pedido para mí, que aún esperaba sobre la barra. Pasó un par de minutos sin decirme nada, concentrado en su tercer cubata. 

- No tengo nada que hacer contigo ¿verdad? - me dijo por fin. 

Pablo parecía desgarrado por dentro. El momento crítico había llegado y no había nada que yo pudiera decirle que le hiciera sentirse bien. Odiaba esa situación. No era la primera vez que sucedía. Grandes muchachos, que yo creía mis amigos, sentían más de lo que yo podía ofrecerles. 

- Piensas que soy un crio - detestaba que cayeran en la autocompasión. - Crees que estoy loco. - Y me miró con unos ojos... ¡Esos ojos! ¡Me asustaron! 
- Escucha... - Intenté hacerle razonar. No me dejó decirle nada. 
- ¡Vámonos! ¡Vente conmigo! Cogemos los papeles y nos largamos. ¡Tú y yo! 

Negué con la cabeza. 

- ¡Te quiero! - me dijo desesperado mientras me trataba de abrazar. 
- Pablo, no digas eso. - Pude por fin articular mientras me escabullía de sus brazos - No nos conocemos... - ¡Error! No hay que usar nunca “frases estándar” 
- ¡Y a la ciega la conoces! - me gritó. - A esa malnacida que ha tratado de asesinar a Víctor. - Las escusas nunca sirven porque la realidad siempre las desmienten. 
- Es distinto. - No le sirvió. Tiró el cubata al suelo. Estaba loco de rabia y me entró miedo. 
- ¡No me dejes! ¡Vente conmigo! – volvió a balbucear. 

Justo en ese momento dos matones se acercaron a nosotros. 

- Karl Renó os espera. 

Para mí fue un alivio.