- ¡El viejo está enfermo! ¡Se está muriendo! ¡Por favor! ¡Socorro!
Helena gritaba con desesperación mientras aporreaba la puerta con las manos.
Era un intento de tratar de escapar. Helena no se rendía y estaba dispuesta a pelear una y otra vez. Por desgracia, Número 2 lo sabía.
Los paramilitares abrieron la puerta, pero irrumpieron en la habitación de tal manera que era imposible para Víctor o Helena hacer cualquier cosa. Número 2 se presentó ante sus presos con un aire triunfal:
- jajajaja - Se reía Número 2 - Sabía que lo intentaríais. Pero ya no me vais a volver a engañar.
Número 2 le propinó un golpe a la ciega, justo en la herida de bala sufrida por Helena en New Haven:
- Por tu numerito en Lacánsir, querida “arma-letal”.
A continuación, agarró la mano agujereada y vendada de Víctor:
- Por tus engaños en el hospital de Cáldedon, “doctor Hierba”.
A Número 2 le gustaba la venganza. Se sentía humillado por la Exiliada y sus amigos y disfrutaba haciendo daño a sus prisioneros. Sonrió lleno de satisfacción al verles dolerse. Estaba contento. Dejó a sus dos prisioneros bien vigilados y encerrados y se marchó a atender otros asuntos.
Víctor y Helena se encontraban retenidos en un amplio y lujoso palacete, aunque provisto de calabozos. Número 2 recorrió elegantes pasillos, adornados con pinturas, floreros y estatuillas. En una amplia sala, de paredes blancas de las que colgaban cuadros abstractos y amueblada con armarios, estanterías, taburetes, sillones y un sofá, todo de diseño, le esperaba un hombre maduro, de pelo y ojos grises, vestido de manera impecable, con un esmoquin blanco y una rosa en el ojal. Karl Renó también estaba presente, sentado al lado del primero, tomándose un cubata. También había una pantalla de plasma que emitía imágenes del anciano que actuaba de intermediario entre Número 2 y el Número 1. Fue el anciano el que recibió con sus palabras al paramilitar:
- Número 1 insiste en enviarte a Número 3 para ayudarte, Número 2.
- ¿No piensa que pueda resolver este tema yo solo? - respondió el mercenario airado.
- No, no es eso. Has demostrado grandes dotes para encontrar una y otra vez a la Exiliada, pero...
Número 2 captó el mensaje que trataba de darle la pantalla:
- No se volverá a escapar.
Número 2 se giró violentamente hacia el hombre de la rosa.
- No me importan vuestras rencillas, Numero 2. – Le reprochó el hombre de la rosa - Os estamos ayudando a cambio de ayuda. Nuestra posición es delicada. Prometiste que a cambio de tu Exiliada nos apoyaríais.
- No he olvidado mi promesa. Pero no veo a la Exiliada: solo tenemos al maldito vejestorio y su nueva amiguita ciega. Quiero a la Exiliada. Eres el jefe de la mafia local: tienes hombres en cada rincón de esta ciudad. Encontrad a la Exiliada y Davenport seguirá siendo vuestra.
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