- Me complace saludarla. Usted es la antigua bolchevique que viene del Exilio. - me dijo solemnemente el anciano tratándome en todo momento de usted. - Yo soy Khan.
- Veo que tu palabra tiene peso, aquí en el puerto.
- Lo tiene.
Permanecimos por un instante, allí, quietos, en silencio, mirándonos. Khan observaba fijamente a Pablo que estaba literalmente descompuesto. Melisán no comprendía que sucedía, y la verdad es que yo tampoco.
- Ignora usted los riesgos que ha corrido llevando a ese asesino de la mafia a su lado. – Dijo por fin Khan - No me corresponde a mí contarle su historia, aunque le puedo asegurar que ya sufrí sus torturas una vez y mi cuerpo aun conserva sus huellas.
Melisán, y a un gesto suyo Trotsky, se giraron hacia Pablo. El perro comenzó a ladrar. No sé de qué diablos hablaba el viejo, pero yo estaba dispuesta a defender a mi amigo. ¿Asesino? Como en la discoteca… ¿Torturas? ¿Era ese el pasado de Pablo?
-¡No, no, no!
Pablo no soportó esa presión. Desde nuestra llegada a Davenport todo había sido nefasto para él. En la discoteca primero y ahora frente a Khan. Para Pablo era como ver un fantasma. Se puso a gritar como un loco, alterado y nervioso como nunca le había visto. Traté de ir a calmarle, pero apartó mis brazos y huyó corriendo a gran velocidad. Para cuando me quise dar cuenta se había escabullido entre los contenedores y grúas del puerto. Le perdí por completo de vista… Quise seguirle, aunque fuera a ciegas, pero el brazo de Khan me retuvo:
- No le ha contado la verdad, Exiliada, la verdad que continúa en su corazón.
- Todos tenemos derecho a redimirnos... – le dije.
***
Pablo corrió y corrió hasta que dejó el puerto atrás y se internó en la ciudad. Mientras corría, lloraba. Estaba destrozado. Había huido, no tanto por la revelación de ese tal Khan, sino por la vergüenza de que yo escuchara todo aquello, y sobre todo, porque de su interior afloraba toda la verdad y todo el sufrimiento, del que Khan sólo sabía una parte.
Sí. Había torturado a aquel viejo por orden de la mafia... Pero eso sólo era una parte de su historia.
¡Si me la hubiera contado! Pero tenía razón Víctor cuando, en aquellas dependencias de Verónica, le decía a Pablo que de hacerlo le hubiese odiado para siempre... O eso era lo que Pablo creía, lo que Pablo temía que sucediese... Por eso huía… Pero era precisamente el silencio lo que le había llevado a aquella situación.
Sin darse cuenta, llevado por sus pensamientos, Pablo recorría callejones de su pasado, en su mente y en la ciudad. Para cuando quiso darse cuenta estaba rodeado por varios hombres, inequívocamente de la mafia, armados, elegantes unos, lumpenizados otros… Su jefe le observaba. Era él: el hombre de la rosa, de pelo gris y esmoquin blanco, impecable e impoluto, siempre ha distancia de sus hombres. Miraba a Pablo como un lobo hambriento.
- ¡Laso! ¡Mi asesino favorito! - le dijo aquel hombre a Pablo -Te buscaba... Y resulta que vienes tú a mí! Jajaja ¡Ven conmigo! Tengo una propuesta que hacerte.
FIN DEL CAPÍTULO 6
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