Helena se asustó al ver la estatua de bronce. Siempre recluida en el convento, no sabía quién era y no asociaba la figura con ningún pasaje bíblico. Solo podía tratarse de un demonio o un culto pagano.
- ¿Te asustas niña? ¿Te da miedo? ¿A ti que eres una abominación?
Era la segunda vez que Andrés la llamaba así. "abominación". Estaba asustada, cierto, pero no podía consentir que ese hermano la tratara sin ningún respeto. En el monasterio las hermanas se trataban con amabilidad e incluso cariño y hasta la abadesa las trataba como si de una buena familia se tratara. Esas formas no parecían de hombre de dios, parecía más bien un bárbaro o un pagano.
- No soy ninguna abominación.
Andrés no se esperaba el descaro de la joven monja, sobre todo en su situación de indefensión y vulnerabilidad. Le respondió esbozando una sonrisa entre amistosa y cruel:
- Tienes agallas niña. Las monjas te educaron bien, pero no oses hablar así a ningún hombre si no quieres que te abofeteen. Fuera del monasterio debes saber cuál es tu verdadero lugar. Si me contrarías, no dudaré en cruzarte la cara.
Helena casi ignoró la advertencia de Andrés. Había ido perdiendo el miedo a la estatua de bronce y ahora se encontraba acariciando el cuerpo frío y metálico del toro.
- Es el dios pagano Mitra sacrificando al toro -le explicó Andrés-. De ese sacrificio surge la vida. Marca el final de una época dorada y el advenimiento de una época de sufrimiento de la que solo se salvarán los iniciados.
Helena le respondió como si de un debate teológico se tratara, sin dejar de palpar el lomo del toro de la estatua de Mitra.
- Nuestro señor Jesucristo también se sacrificó por nosotros y su muerte también dio paso a esta época de sufrimiento y apocalipsis que culminará con la salvación de los justos, de los cristianos. El toro bien podría representar a Jesucristo y tu Mitra esa humanidad pérfida y pecadora que se atrevió a sacrificar al Hijo de Dios.
- Jajajaja. ¿Ves como eres una abominación? Esos comentarios son blasfemos. Estás equiparando al Hijo de Dios a un demonio pagano, que usan la mentira y el engaño para ensuciar nuestra verdadera fe. ¡Sólo por decir esas impertinencias te condenarían a la hoguera! Vamos a seguir andando de una vez y deja ya de acariciar al toro... ¡Es lascivo!
Si primero Helena se enojó por el nuevo uso que el monje Andrés había hecho de la palabra "abominación", sus siguientes palabras y, sobre todo, el último comentario sobre la manera en la que ella acariciaba al ídolo, le causaron auténtica preocupación y vergüenza de si misma. Con más luz se le podría haber distinguido fácilmente el enrojecimiento de sus mejillas. Se sintió sucia. Pese a que prosiguieron la marcha, esta vez poco a poco, al ritmo consentido por el tobillo de Helena, trató de mostrar su arrepentimiento al Señor con una oración que recitaba para sus adentros. Pero los rezos no evitaban que la joven siguiera pensando en la imagen del dios pagano. Consciente de su debilidad, optó por limpiar su alma mediante el conocimiento y, finalmente, se atrevió a preguntarle a Andrés:
- Pero había algo en la mirada del ídolo...
- La curiosidad es pecado, niña.
- No, si es para derrotar al demonio y sus tentaciones.
- ¡Ya! - Andrés no estaba muy convencido de las intenciones de Helena, al fin y al cabo ella era una "abominación"- Bueno... Te lo diré: Eso que viste en su mirada es la culpa. No quiere sacrificar al toro, pero es su obligación, es necesario. Y antes de que me lo preguntes, cuando estaba en el ejército yo era iniciado en el culto a Mitra. Muchos de mis compañeros de armas lo eran. En el ejército, Mitra nos ayudaba a respetar las jerarquías y a comprender que nos sacrificabamos en aras de un bien mayor. Era un culto sólo para hombres. Estas cuevas les servían de refugio y templo. Gracias a Dios, yo vi la luz y abracé la verdadera fe, alejándome de mis pecados del pasado.
- Supongo entonces que para esos paganos, tus antiguos compañeros, fue un escándalo que Santa Tomasa bajará aquí a denunciar sus prácticas falsas. ¿Por cierto, dónde están sus restos? Ya que estamos aquí abajo no querría desaprovechar la oportunidad de verlos.
- No tenemos tiempo.
- Nadie nos sigue. He visto un símbolo del mal, necesito ver los santos restos de la madre Santa Tomasa para calmar mi alma.
- La abadesa te explicó que los campesinos que se llevaron a tu hermana también se llevaron unas reliquias de esta cueva.
- Sí.
- Se llevaron los restos de Santa Tomasa.
La sorpresa de Helena era mayúscula.
- Pero si ellos nos acusan precisamente de robarles la cueva, ¿por qué se iban a llevar a nuestra patrona?
Andrés sabía la respuesta, pero no le contestó. Por fin podían ver la salida de las cavernas. Ahora eso era lo más importante.
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