Relatos de Jjojismos

· La última bolchevique (concluido), una mujer regresa del exilio y se encuentra con un país devastado por la guerra. Perseguida, deberá aliarse con los compañeros que la traicionaron para luchar por su supervivencia.
· Una nueva historia (en proceso), 1913, han asesinado al hijo de un importante empresario, el detective Jhan, un troglo, no cree que el sospechoso detenido, un trabajador de oficinas mamón, sea el verdadero asesino.
· Jaime (en proceso), la secuela de La última bolchevique. Bella, colaboradora de los nuevos bolcheviques se lanza a la búsqueda del a la par odiado y amado Jaime para evitar una nueva guerra.
· La muerte de Ishtar (en proceso), nos situamos a finales del siglo IV, principios del V. La nueva religión cristiana se abre paso frente a las antiguas creencias paganas. Dos mundos chocan y luchan entre intrigas, persecuciones y aventuras.

sábado, 6 de abril de 2013

Capítulo 7, el mercenario 13.

Cuándo atravesamos las puertas del palacete, el grueso de la manifestación nos recibieron con un tremendo entusiasmo. Aunque estaba atardeciendo, el sol, rojizo, aún brillaba con fuerza, dando más intensidad, luz y color a aquella emotiva escena. 

Khan nos esperaba. El anciano corrió a abrazar a su nieto. Los familiares de los otros niños hicieron lo mismo. Al sacerdote se le saltaron las lágrimas de alegría. Melisán también se puso a llorar emocionada. 

- ¡Lo hemos conseguido! - rugió un hombre fondón y veterano desde un megáfono improvisado a partir de unos altavoces del puerto. 

La gente le respondió con aplausos y ovaciones. Todos éramos muy conscientes del hito que aquello suponía: En Davenport no se daba algo así desde la guerra y, lo más importante, la participación masiva y contundente lo había conseguido: habíamos obligado a la mafia a ceder, sin pactos con otras mafias o sin ningún tipo de pasteleo. Las intrigas y las acciones individuales habían fracasado, habían mostrado su impotencia. Era la primera victoria de las masas de Davenport en mucho tiempo. Inevitablemente me recordó la batalla de New Haven, donde también la acción colectiva de las mujeres de los jornaleros había traído la victoria. Pensé que si había logrado salir con éxito de ambas situaciones era precisamente por aquellas acciones masivas y contundentes. ¿Y si no se hubiera sido así? ¿Y si las mujeres semitas no hubiesen luchado contra los fascistas? ¿Y si aquella gran manifestación exigiendo nuestra liberación no se hubiera producido? ¿Qué me depararían los dos objetivos restantes, Timberlane y Vancouver? 

Miré a mis compañeros: A Víctor, a Helena y también a Pablo. Los tres sonreían, enrojecidos por el sol que ya se iba. Les agarré y nos fundimos los cuatro en un abrazo. A los “chicos” les di un beso en la mejilla. A Helena, un apropiado movimiento de cabeza desvió el beso hasta la comisura de su boca. Ella me respondió con una palmadita/caricia en mi trasero. 

Un grupo de estibadores cogió al nieto de Khan y a los otros niños y se los llevaron en hombros hacia el puerto. El grueso de la manifestación les siguió. A nuestra espalda quedaban los hombres de la mafia, corroídos por la tremenda demostración de fuerza de la clase obrera de Davenport. 

La manifestación no era improvisada, espontánea… Alguien había agrupado y animado a los estudiantes y a los estibadores. Eran los mismos estudiantes que bebían y se drogaban en Infierno, eran los mismos estibadores que se peleaban entre ellos para cobrar la recompensa por mi cabeza… Quizás os preguntareis qué fue lo que pasó durante nuestro encarcelamiento. Os lo explicaré: 

Como ya os relaté, Pablo, en su momento más bajo, se encontró con Melisán, liberada por Número 2 para que informara a Khan de mi fracaso. Melisán, entre lágrimas, le contó a Pablo lo que había sucedido. Entonces, mi compañero sacó fuerzas de flaqueza. Descartó a Laso y buscó en su interior a Pablo. Cogió de la mano a Melisán y fueron juntos a hablar con Khan, que estaba reunido con varios estibadores. 

Khan en un primer momento se enfrentó a Pablo –era su torturador-, pero Melisán intercedió ante el sacerdote y le pidió que le escuchara. Y entonces Pablo trató de utilizar todo lo positivo que había aprendido de Miranda y de los bolcheviques. 

Luego me diría que se inspiró en mí y en Roger en New Haven, pero yo sé que ya estaba casi todo dentro de él. Efectivamente: posteriormente me explicaría que, en su brutal trabajo en las BAB, provocando dolor y sufrimiento, paradójicamente había descubierto como era el alma de un bolchevique, sus convicciones y su fuerza. Miranda le había hecho consciente de ese conocimiento y yo se lo había recordado: valor, audacia, confianza en los trabajadores y en la lucha de masas. 

- Es como si al torturarlos, al hacerles sufrir... se hubieran abierto, sí, abierto a mí. ¡Hasta el punto de conocerlos! ¡De saber valorar su heroísmo, de comprender en que fuerzas se apoyaban para poder resistir las torturas! - me explicaría- Ese conocimiento... positivo, estaba ahí dentro de mi, oculto... Hasta que primero apareció Miranda, y ahora estás tú. 

No sé. Era como si Pablo recuperara gran parte de su dulzura, pero más madura, con una sabiduría e inteligencia que hasta entonces no me había mostrado. Sí, Pablo me demostró que la gente podía cambiar. Que toda lucha interior tiene que resolverse y puede resolverse hacia el lado "bueno", por decirlo fácil y rápido. Hablando con Pablo pensé en Helena y decidí saber más de ella, pero para ayudarla. También decidí hacer todo lo posible por ayudar a Pablo, porque, aunque él no se lo imaginaba, también me estaba ayudando a mí, a recuperar la ilusión y la esperanza en un futuro mejor. 

El caso es que Pablo - volviendo a la historia- reprochó a Khan y a los estibadores que trataran de resolver sus problemas no por ellos mismos, sino apoyándose en otros: o en un sector de la mafia, o en otro sector, o en la Exiliada –que rescatara a sus niños, por ejemplo-, en lugar de actuar ellos mismos, confiando en sus propias fuerzas: 

- Los estibadores sois muchos. Sois fuertes. Controláis el puerto y todo el tráfico marítimo. ¡La mafia domina la ciudad sólo porque estáis desorganizados y dormidos! – ¡Parecía una nueva versión de Karl Marx! -Habéis mandado a mi amiga a una trampa por no arriesgaros vosotros mismos. 

Khan miró a Melisán. La chiquilla se posicionó con Pablo: "Tiene razón", dijo. Khan también lo sabía. El anciano odiaba a Laso Ludovico, por todo lo que le había hecho... Pero quizás entonces no vio a Laso, sino que vio a Pablo, diciéndole la verdad. 

- ¡Basta! - gritó el anciano- ¡Qué tenga que ser mi antiguo torturador el que me abra los ojos! 

Y Khan, líder de la comunidad, dejó atrás los hábitos y se pusieron manos a la obra: 

Hicieron rápidamente una hojita: 

¡Basta de abusos de la mafia! Como ya sabéis, los mafiosos, que constantemente nos extorsionan, han secuestrado a cinco de nuestros niños. Chicos inocentes que no son responsables de nada malo. En esta ocasión han cruzado todas las líneas. Además también retienen a un grupo de ex bolcheviques que se habían ofrecido, desinteresadamente, a rescatar a los chicos. Quieren entregarlos a las autoridades o a un destino mucho peor. Ya está bien de dejarnos pisotear o que busquemos que otros solucionen nuestros problemas. Los jóvenes y trabajadores de Davenport hemos demostrado en el pasado que somos luchadores, que somos fuertes. Es hora de recuperar el valor. Todos en manifestación hacia el palacio del mafioso Rose. Huelga en el puerto y todos a la calle.” 

Era breve pero contundente y lo firmaba Khan con un anagrama que todo estibador lo podía comprender. Melisán y Pablo se colaron en una tienda de fotocopias y, medio hablando, medio exigiéndole al dueño, consiguieron hacer 5.000 fotocopias. Entonces la cría reclutó a sus amigos de la discoteca Infierno para repartir la hojilla por todo el puerto. Melisán es toda una líder: les explicó, les animó y les organizó. Y el efecto que causó, entre los trabajadores, entre las mujeres y los hombres, ver a una decena de estudiantes repartiendo miles de hojas, enfrentándose con decisión al miedo, a la mafia y a la represión, fue eléctrico. Así, los estibadores que estaban con el sacerdote, más renuentes, se quedaron profundamente impresionados y, con muchos más ánimos, también se pusieron manos a la obra.

¡Y se organizó la huelga y la manifestación! Así, en una mañana, como con un chasquido de dedos, como si los estibadores y sus familias sólo estuvieran esperando una señal del anciano para paralizar el puerto y salir a la calle. Y quizás así era. ¡Cuántas veces en la superficie parece que nada se mueve, pero realmente el llamado de alguien con autoridad puede sacar a la superficie todo el descontento acumulado! Los jóvenes y los trabajadores de Davenport odiaban a la mafia y vieron una oportunidad de demostrarlo. Khan no era consciente de su verdadera fuerza, de la fuerza de esa juventud y esa clase obrera explotada y atemorizada. 

Necesitó que su torturador se lo recordara.

¡Impresionante!

viernes, 5 de abril de 2013

Capítulo 7, el mercenario 12.


Mientras afuera había todo ese barullo, nosotros en la habitación/celda no nos enterábamos de nada. Luego me explicaría Helena que ella sí había notado algo de ruido, pisadas rápidas fuera, en el pasillo, y gritos, pero ignoraba por completo qué era lo que podía ser.

Mi relación con ella seguía fría. ¡Era una BAB! A saber que brutalidades había cometido. Aunque no logré pegar ojo, me mantuve apartada de ella y de Víctor. Helena, en cambio, si intentó una nueva aproximación: vino a preguntarme qué era lo que había pasado. No podía negarme a responder algo así de directo, pero me limite a una descripción muy general. No mencioné a Pablo. Supongo que a Víctor le extrañaría. Eso sí, toda mi descripción fue conscientemente fría y distante, como haciéndole un favor a la ciega por relatárselo. ¡Qué estúpida puedo llegar a ser! Sí les expliqué quién era el crio que nos acompañaba, que seguía sin soltar prenda.

Calculo que sería media tarde cuando vinieron a buscarnos. Eran los hombres de Rose. Ni rastro de los paramilitares. Renó les dirigía. Abrieron la puerta y sin más explicaciones nos dijeron que saliéramos, que éramos libres. No nos pusieron esposas ni nada. Los cuatro salimos al pasillo –el mismo en el que habíamos sido capturados- sin comprender qué sucedía. Allí nos encontramos con los otros cuatro niños que también les habían sacado de su celda. Se les veía a los cuatro visiblemente asustados, pálidos y delgados.

Hubo un detalle que me llamó la atención: de manera espontanea, como natural, el nieto de Khan le cogió la mano a Helena. El chico necesitaba protección y ella, a su vez, sin bastón, necesitaba un guía. Ahora recuerdo esa imagen como un momento entrañable, incluso dulce... pero en aquel momento yo sentí una mezcla de sensaciones, como si en mi interior se librara una lucha entre mis sentimientos hacia Helena y un rechazo frontal a su pasado BAB.

Anduvimos por los recovecos del subterráneo del palacete hacia los planta baja escoltados por Renó y otros tres mafiosos armados. A medida que nos aproximábamos al exterior, el ruido se hizo notar. Un ruido que a mí me resultó muy familiar, aunque hacía mucho que no lo escuchaba: mucha gente, muchos gritos rítmicos, ¿consignas? ¿Una manifestación? No podía ser. ¡Era imposible!

Estábamos ya en la planta baja del palacete. Un enorme recibidor de paredes y techo blanco, azulejos de color gris claro y una decoración compuesta por cuadros abstractos y estatuas de mármol y cobre. Grandes ventanales de cristal, agrietado e incluso roto por la acción de los manifestantes dejaban pasar la luz del atardecer. Las consignas y gritos pidiendo nuestra libertad y el fin de la mafia cesaron cuando los estudiantes y estibadores que nos esperaban pudieron vernos.

Era una masa amplia de, primero jóvenes: excitados, triunfantes, dispuestos a celebrar nuestra presencia. ¡Eran los mismos jóvenes de la discoteca Infierno! Toda una lección para los que desprecian a la juventud y les acusan de ser escoria hedonista. Allí estaban, en primera línea. Seguro que fueron los que iniciaron el movimiento. Apostaba a que Melisán tenía algo que ver.

Después había trabajadores más veteranos: por sus uniformes estibadores, más rudos, con una mirada más seria, conscientes de que lo que están protagonizando no se producía desde hacía años y años y que era una provocación para la despiadada y todopoderosa República. También había un nutrido grupo de mujeres, trabajadoras, jóvenes, estudiantes, esposas, madres, hijas, hermanas… Estaba convencida de que aquellas mujeres habían jugado un papel crucial a la hora de actuar de puente entre los jóvenes estudiantes y los trabajadores estibadores.

¡Era impresionante! ¡Y emocionante!

Así pues, la mafia estaba dispuesta a liberarnos… pero Numero 2 no podía darse por vencido con tanta facilidad. Antes de que saliéramos del palacete surgió de improvisto un grupo de paramilitares que nos rodearon y que rápidamente redujeron a los mafiosos. Número 2 se presentó y me saludó con su repugnante risa.

- ¡No te vas a librar de mí Exiliada! ¡Tienes una flor en el culo! Pero yo no me rindo tan fácilmente. Te perseguiría hasta al infierno para capturarte.
- ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Por qué soy tan importante para ti?
- Yo soy el Número 2, Exiliada. El brazo armado del Número 1. Número 1 te reclama. ¿El motivo? No me importa. Yo obedezco sus órdenes. Y las obedezco bien. Ni las BAB, ni ese patético tumulto, ni tus amigos, podrán evitar que finalmente caigas en mis garras.

Helena lo impidió.

Le gritó al nieto de Khan que abriera la puerta a donde estaba la masa, mientras ella me empujó lejos de Número 2 y le propinó una patada en sus testículos. Los paramilitares reaccionaron para tratar de reducirla, pero por la puerta abierta comenzó a fluir un río de gente, y en primer lugar Melisán, Trotsky –y sus sonoros ladridos-… ¡y Pablo! Decenas de estudiantes y un buen puñado de estibadores alzaron un muro entre los mercenarios de Número 2 y mi persona. Número 2 se convenció de que aquella acción no iba a tener éxito. Aún doloriéndose de sus genitales, pudo ver como la manifestación me arrastraba fuera del palacete: Primero al jardín y, a través de unas vallas que habían cedido, a la calle. Impotente, sólo pudo ordenar a sus hombres que se retiraran.

jueves, 4 de abril de 2013

Capítulo 7, el mercenario 11.


Era ya por la tarde.

Número 2 observaba hastiado como Número 3 se pavoneaba frente a la imagen del anciano que actuaba de enlace con Número 1. Este se mostraba interesado en la historia que le contaba Número 3, pero también cauto, consciente de la rivalidad entre los dos mercenarios:

- ... Yo intercepté al hombre de Charls Tantoun y pude hacerme pasar por él con suma facilidad - alardeaba Número 3-. Mi plan era sencillo y ahí radica su genialidad. Todo salió como yo tenía previsto. Jejeje. Por supuesto, pocas mujeres pueden resistirse a mis encantos y eso, desde luego, jugo un papel crucial para atraerme a la Exiliada.

Se escuchó un ruido aunque con Número 3 ensimismado en su relato, sólo Número 2 fue consciente del mismo. No obstante, estaba avinagrado por el éxito de su contrincante, así que, sencillamente, lo ignoró.

- ... Yo pude ganarme su confianza gracias a mis talentos naturales y a mi gran interpretación...

Otra vez el ruido. Pero ahora era más fuerte. Como un tumulto. Número 2 se alarmó, hacía muchos años que no escuchaba un sonido así. Venía de fuera del palacete. Mucha gente. Muchos gritos.

- … No ha sido necesario trabajar para la mafia – continuaba Número 3 -. Ni buscar ese maldito documento por el que se pelean.

Primero entraron sus hombres, los paramilitares, para informarle. Número 2 se desplazó a un ventanal de la habitación y lo vio.

El enlace con Número 1 hacía tiempo que había dejado de prestar atención a Número 3 y estaba alarmado por los gestos nerviosos de Número 2, aunque él no oyera nada. Finalmente interrumpió a Número 3 y preguntó qué sucedía.

- Un tumulto, señor. Miles de hombres y mujeres, creo que estibadores, rodean el palacete. – explicó uno de los paramilitares.

Número 3, incomodado por la interrupción, no daba crédito. ¿Un tumulto? ¿Miles de hombres y mujeres? Hacía años que no se veía algo así.

Al ver a su rival paralizado, Número 2 recuperó la iniciativa.

- Despliegue francotiradores...

No pudo terminar de dar las órdenes. A la habitación entró Rose, Renó y varios mafiosos armados. Rose, siempre engalanado con sus mejores trajes, estaba completamente histérico.

- ¡Qué es lo que han hecho! -gritaba Rose -El palacete está rodeado. Hay al menos diez mil personas cercándonos. Muchos jóvenes, pero también trabajadores. Me han informado del muelle que el puerto está completamente paralizado. ¡En huelga! ¡No sucedía algo así desde las guerras!
- ¿Se… será cosa de Tantoun? - preguntó tímidamente Número 3.
- ¡No! - le respondió rabioso Rose - He hablado con él. Está tan sorprendido como nosotros. La muchedumbre quiere a todos los retenidos. Por supuesto al nieto de Khan y a los otros niños, pero también a tu Exiliada. ¡Qué diablos habéis hecho!
- No perdamos tiempo discutiendo entre nosotros - intervino Número 2 -. Dispongamos hombres armados y hagamos varios disparos de advertencia.

Justo entonces una oleada de piedras y botellas incendiarias atravesaron el ventanal. Los cristales alcanzaron a Número 2 mientras sus hombres se lanzaban sobre las botellas para devolverlas a la calle y evitar un incendio.

Entró entonces otro hombre de la mafia. Le cuchicheó algo a Rose que corrió a encender otra pantalla de comunicación. Al otro lado se podía ver a un policía viejo y gordo, engalanado con medallas y galones. Parecía muy enfadado.

- Es el comisario en jefe de la policía - informó Renó sorprendido.
- ¡Rose! ¿Qué diablos habéis liado? ¡La calle esta tomada por una masa enfurecida!
- Vamos a dispersarlos... –quiso responder Rose, pero el comisario le interrumpió.
- Son más de diez mil y llegan más y más. Están encabezados por estudiantes, por niñatos, pero también hay estibadores del puerto. La ciudad está paralizada. ¡Parad esto de inmediato!
- Dispararemos... – volvió a intentar explicar Rose.
- ¿Disparar? ¿A esa multitud? ¿Quieres que estalle una insurrección en la ciudad? ¿Cómo durante la guerra? ¿No ves, imbécil, que si me veo obligado a recurrir a las BAB se acabarían nuestros negocios?

Justo entonces sonó el móvil personal de Rose. Sólo con ver el número que indicaba el móvel la cara de Rose palideció aún más. Era el mismísimo alcalde de Davenport y se mostraba en la misma línea que el comisario: Si no se paraba esa maldita revuelta, terminaría interviniendo el gobierno central, lo cual seria malo para todos. La gente tenía que volver a sus casas y no podía haber un derramamiento de sangre.

Hubo una nueva oleada de piedras. Uno de los paramilitares se acercó a mirar por el ventanal.

- La valla del recinto va a caer señor. La muchedumbre la están zarandeando – informó.

Número 2 miró a Rose. El líder de la mafia local estaba completamente descolocado.

- ¡Negociaremos! - dijo Rose, gritando histérico-. Les entregaremos a los cautivos.

El comisario de policía asintió aliviado así que, con la aprobación también del alcalde, Rose optó por ignorar los consejos de Número 2 y abandonó la habitación seguido de Renó y los mafiosos armados. Quedaron solos Número 2 y Número 3 con algunos de sus hombres y la atenta mirada del enlace con Número 1 que había seguido muy atento toda la escena.

- ¡Esto no estaba previsto! – Gritó Número 3-. ¡No es mi culpa! Fue Número 2 el que nos mezcló con la mafia. Yo he capturado a la Exiliada. Aún podemos irnos de aquí con ella. ¡No es mi culpa!

Número 2 miró a través de la pantalla al enlace con Número 1. Éste asintió silenciosamente. Número 2 sacó entonces su arma y disparó a bocajarro a la cabeza de Número 3. El ahora cadáver se desplomó al suelo.

No era culpa de Número 3, pero alguien tenía que pagar. Aunque sólo fuera para poder mantener una buena relación con la mafia y con las autoridades locales. Su arrogancia, su ambición, su tendencia a colocarse medallas le hacía el candidato idóneo.

Capítulo 7, el mercenario 10.


Me encerraron en una habitación amplia, sin ventanas y con tan solo dos literas, cada una con una cama arriba y abajo. Aquel cuarto, fríamente iluminado por la luz artificial, también servia de prisión para Víctor, Helena y el nieto de Khan. Los otros cuatro niños estaban en otra habitación similar. El jovencito se encontraba acurrucado en una esquina oscura del cuarto, visiblemente al margen de los otros dos compañeros de celda que ocupaban dos de las camas de las literas en el momento que entré. Carlos, así se llamaba el nieto de Khan, era delgado y pálido, aunque tenía un marcado parecido a su abuelo, sobre todo la mirada, profunda y seria.

Mientras que el niño ni se inmutó ante mi llegada, mis compañeros inmediatamente se incorporaron para recibirme. Pude ver la desilusión en los ojos de Víctor cuando me vio. Supongo que esperaba que les rescatáramos. También noté la preocupación en el rostro de Helena cuando me oyó y me olió. La ciega se me acercó con la intención de saludarme, de tocarme… pero mi experiencia con Pablo -su desgarrador relato sobre las BAB- me hizo reaccionar con distancia. Así que, para su sorpresa, rehuí su saludo y sus atenciones. Víctor también se sorprendió ante mi fría reacción con Helena, así que no dejó de interrogarme con su mirada. Sabía que algo malo había pasado.

- Sí, sí. La hemos cagado. Ya lo sé - le espeté al viejo tratando de zanjar cualquier conversación.

No quería hablar. No quería explicar. No quería saber nada. Decidí ignorarles y tumbarme en una de las camas. No sabía qué hacer. Esta vez no podría escapar de Número 2: Ni contaba con una orquilla, ni el pasillo estaba vació sin vigilancia, ni se avecinaba un enfrentamiento entre paramilitares y BAB. Y lo más importante: no estaba conmocionada o amnésica, pero estaba cansada y desmoralizada. Sólo quería refunfuñar y auto-compadecerme de mí misma: ¡Cómo podía haberme dejado engañar de esa manera! ¡Cómo podía haber caído en una trampa tan inocente! 
 
*** 

Mientras yo me ahogaba en mi propio enfado, en otro rincón de Davenport, bajo la luz de los primeros rayos de sol de un nuevo día, otro de mis compañeros también se hundía en su odio... Más bien en su culpa. Me refiero a Pablo. Él ignoraba mi destino. No sabía que había sido de mí, pero tenia suficiente con sus propios demonios.

Desde el momento en que me había revelado toda su verdad, que había desmontado la última pieza de su armadura protectora, estaba indefenso. Cuando me vio rechazarle se hundió todo su mundo tal y como le había pronosticado Víctor que sucedería.

Llevaba varias horas, dos, tres, qué importaba, sentado en un húmedo y sucio callejón de Davenport, rodeado de detritus. Él se sentía como un excremento más de esa calle. En su mano sostenía su arma. Tenía la mirada focalizada en el cañón de esa pistola. Con sus dedos jugueteaba con el tambor, con el seguro... Y de cuando en cuando un fuerte impulso le llevaba a acercarse el cañón a la boca y apretar el gatillo.

Pocos días antes de mi llegada a Cáledon -Parecía entonces que había pasado una eternidad-, Pablo había intentado suicidarse. Llevaba un taxi por las calles y aunque se esforzaba por ser una nueva persona, sus recuerdos le atormentaban. Aun recordaba a Miranda. Tenía gravado en el subconsciente el momento en el que le había quitado la vida. Por primera vez después de días de tormentos y torturas, la contemplaba y ella estaba tranquila, descansando en paz. Siempre que la recordaba le venía a la cabeza la idea de que, igual que sólo con la muerte aquella valiente bolchevique había encontrado la calma, él sólo se libraría de sus pesadillas terminando con su vida.

Aquel día había sido horroroso. Un día gris, lluvioso. En el taxi había tenido varias broncas con pasajeros, otros conductores, con un maldito policía come-donuts, chulo e ignorante... Llegó a su apartamento exhausto, calcinado... Allí siempre estaba solo. La soledad le pesaba. Le pesaba tanto. Él ya lo había intentado antes... Pero siempre había fracasado. Ese día lo volvió a intentar. A falta de otra arma cogió un cuchillo de cocina y se lo acercó. Sabía perfectamente dónde clavarlo, para así no fallar y morir inmediatamente. Su formación en las BAB le haría un último y macabro servicio. Pero en el último instante se acobardó. Giró la hoja lo suficiente para no provocarse una herida mortal, eso sí, se causó todo el dolor que pudo. Si su cobardía le impedía morir, quería al menos causarse el máximo sufrimiento que sus tripas pudiera soportar. Purgar sus demonios a base de dolor. Como él les provocaba a sus presos en las BAB.

Pero si ahora lo hacía, en ese callejón de Davenport... ya no podía ser para volver a fallar. Lo sabía. Tenía que ser el fin. Y estaba listo para ello. Para Pablo, conmigo aparecía ante él una nueva Miranda, dispuesta a redimirlo. Pero había vuelto a fallar. Me había fallado. Ya nada le quedaba en esta vida: o moría, o una eternidad de soledad y remordimientos.

Estaba a punto de decidirse cuando con el rabillo del ojo distinguió la figura de una cría que, sollozando amargamente, caminaba lentamente acompañada por un perro.

¡Melisán y Trotsky! ¡Solos! ¿Qué había sucedido? ¿Donde estaba yo? Pablo no lo dudo. Se incorporó y fue hacia la muchacha y su perro para averiguar qué había pasado.

miércoles, 3 de abril de 2013

Capítulo 7, el mercenario 9.

Entramos en la sala en la que, según Melisán, tenía que esperarnos el guardia amigo suyo. 

No había nadie. 

Noté a Melisán visiblemente nerviosa. La muchachita no contaba con algo así y no teníamos plan “B”. Notando el estado de ánimo de su ama, Trotsky se puso a gruñir. Si se trataba de una trampa, los ruidos del perro podían delatarnos. Melisán lo sabía y rápidamente le silenció acariciándole y cogiéndole del morro. Con Trotsky silenciado, los tres humanos nos miramos. Sin necesidad de decirnos nada optamos unánimemente por continuar. 

Cruzamos la puerta que teníamos delante: En teoría nos tenía que conducir al pasillo de las celdas donde la mafia y los paramilitares recluían a mis amigos, a los niños y al nieto de Khan. Efectivamente aparecimos en un pasillo húmedo y oscuro. Entramos con mucho sigilo, incluso Trotsky, que parecía comprender que el silencio era esencial. Tampoco aquí había nadie. A izquierda y derecha había sucesivas puertas cerradas. Supusimos que eran las celdas. Probamos con la primera a nuestra derecha: cerrada. Arrimé la oreja a la puerta: no lograba oír nada. Seguimos con la primera a la izquierda: cerrada también. Avanzamos. La segunda a la derecha: cerrada. También la de la izquierda. Tercera: lo mismo. Ya estábamos en la mitad del pasillo. 

- ¡Parecen vacías! – Les dije a Melisán y Douglas, tratando de no alzar demasiado la voz. 
- Tampoco hay forma de abrirlas - añadió Melisán. 
- Probemos las otras – dijo entonces Douglas, señalando la continuación del pasillo. 

Íbamos a continuar hacia la cuarta pareja de puertas cuando Trosky volvió a mostrarse inquietó. Corría de un lado a otro del pasillo emitiendo leves bufidos. En esta ocasión Melisán no pudo tranquilizarlo. 

- ¿Qué te pasa Trotsky? - le preguntaba susurrándole, pero el perro no podía responder con palabras así que continuaba con sus movimientos y bufidos. 

Los bufidos se convirtieron en ladridos cuando la puerta frente a nosotros, en la que terminaba el pasillo, comenzó a abrirse. Al otro lado emergieron unas figuras armadas: los paramilitares y el inconfundible Número 2. Melisán sujetó a Trotsky que no dejaba de ladrar. Miré hacia atrás y vi a Douglas encañonándome con una pistola. 

- Ha sido más fácil de lo que nunca hubiese sospechado - dijo Douglas con una sonrisa de oreja a oreja. 

Una vez más, confiar en los desconocidos me había metido en problemas. ¡Estúpida, ingenua! 

- ¡Muy bien Número 3! - felicitó Número 2 al hombre al que habíamos conocido por Douglas. - ¡Qué prueben las celdas que querían abrir! Jajaja. 
- ¿Qué hacemos con el chucho? - preguntó uno de los paramilitares. 
- Al perro no lo necesitamos para nada... – respondió Número 2. 
- Y a la mocosa tampoco. Ya tenemos suficientes niños - añadió Número 3 manteniendo esa horrible sonrisa que dejaba entrever que reservaba un destino muy cruel para Melisán y Trotsky. 

Efectivamente: Número 3, hinchado de satisfacción, acarició la sien de Trotsky con el cañón de su pistola. Todo hacía indicar que, en una innecesaria muestra de sadismo, el falso Douglas quería vaciar su cargador sobre el pobre perro y probablemente continuar con Melisán. A la muchacha, que seguía sujetando con fuerza a Trotsky, se le enrojecieron los ojos, más que temiendo por su propia vida, por la de su mejor amigo. 

Fue, paradójicamente, Número 2 el que frenó las intenciones de Número 3: 

- Déjales Número 3. La mocosa puede ser una buena mensajera: Que le diga a Khan que su plan ha fracasado. Eso contentará a Rose. 
- ¿Número 2 mostrando clemencia? – Dijo con sorna Número 3 - ¡Cualquiera lo diría! ¿Te has ablandado después de la masacre del hospital de Cáledon? 

En seguida noté que Número 2 detestaba al mentiroso y arrogante guaperas. Número 3 le estaba provocando, trataba de desautorizarlo delante de sus hombres. Entre esos dos hombres había una lucha de poder y nosotras estábamos en medio. 

- ¡No me busques, Número 3! Podrías encontrarme. Ya te he felicitado. Has cumplido con tu cometido. ¡Es suficiente! Rose ya tiene suficientes niños aquí apresados y seguro que le parece buena idea que esta cría corra llorando a decirle a los suyos que no tienen nada que hacer, que tienen que rendirse. Y además… ¡me gustan los perros! Es innecesario gastar más balas cuando por fin hemos ganado. 

No abandonó su sonrisa, pero Número 3 se enojó visiblemente. “¡Vaya estupidez!”, debió de pensar. Y es que Número 2, lo único que quería con ese gesto hacia Melisán y Trotsky, era reivindicarse ante sus hombres. ¡Él es el que está al mando, y no Número 3! Así, el paramilitar guapito, el falso Douglas, se enfundó su arma y Melisán y yo respiramos tranquilas.

martes, 2 de abril de 2013

Capítulo 7, el mercenario 8.

- Estás llorando - me dijo Melisán con esa franqueza que tienen los niños - ¿Es por tu colega? 
- No pasa nada - le respondí tratando de evitar el tema. 
- Si tu colega no nos ayuda, creo que deberíamos recurrir al guapetón. Se pasó por aquí, me dijo que nos esperaría en el Loro Loco, otro bar cerca del puerto. 
- ¿Te fías de él? 
- No. Pero esta todo bueno y necesitamos ayuda. Pensaba que algún estibador nos ayudaría, pero nadie quiere saber nada. 
- ¿Cómo crees que tres...? 
- Cuatro. Trotsky se viene conmigo. 
- Cuatro –rectifiqué- ¿vamos a colarnos en el palacete de Rose y rescatar a los niños secuestrados y a mis amigos? 

Melisán sonrió. 

- Primero: porque no se lo esperan. La pelea en la taberna ha sido genial porque creen que nos hemos ido a esconder. Jejeje. Segundo: porque me conozco al dedillo las alcantarillas de Davenport. Pase un tiempo allí escondida. - Puse cara de querer saber más, pero fue la chica la que ahora eludió el tema-. Tercero: porque conozco una salida secreta del palacete que comunica las alcantarillas con la zona de celdas. Y cuarto: porque conozco muy bien - y sonrió- a uno de los vigilantes y me hará una señal cuando no haya peligro. 

¡Vaya con la cría! 

Pasamos por el Loro Loco, otro bar aún más grasiento y pestilente que en el que habíamos cenado y luchado, y recogimos a Douglas Hart. Le encontramos tranquilamente sentado en una mesa bebiendo una cerveza mientras fumaba tabaco de importación. Parecía convencido de que requeriríamos de su ayuda. Así nos lo hizo saber. Yo, por mi parte, volví a insistirle en que si aceptábamos su ayuda eso no significaba en absoluto alinearnos con la mafia foránea. 

- ¿Quieres que te firme un contrato? – me respondió con una amplia sonrisa. 

Si la noche aun conservaba el ajetreo y calor de los bares, la madrugaba parecía muerta. No teníamos, de todas formas, mucho tiempo, porque mucho antes del amanecer los estibadores reanudaban el trabajo y el puerto se colmaba de vida y movimiento. Así que apresuramos la marcha a una zona de la costa desde donde podíamos acceder al alcantarillado a través de un desagüe. Era un canalizado donde podía entrar un hombre de estatura media de pie. Las aguas residuales de Davenport iban a dar en ese punto al mar. Os podéis imaginar el olor fétido que emanaba de ese agujero. No obstante, el acceso era peligroso, porque aunque la marea estaba baja -cuando subía la marea esa entrada quedaba abnegada por el agua del mar- las olas rompían con fuerza en las inmediaciones. 

Ya dentro, Melisán actuó de guía; Douglas llevaba una linterna y Trotsky ahuyentaba a unas ratas enormes que no nos quitaban sus ojos rojos y peligrosos de encima. Aquellos túneles de hormigón eran laberinticos, húmedos, oscuros y pestilentes, pero la chiquilla parecía muy segura de adónde ir. Avanzamos durante cerca de una hora, calculo yo, sin ningún contratiempo, hasta un punto: una intersección de cuatro túneles desde donde una escalera de piedra nos elevaba a otro sistema de túneles, ahora de ladrillo y sin la incómoda comparsa de las aguas fecales. 

- Son antiguos túneles de la mafia que utilizaban para el contrabando - me explicó Melisán. - Ahora están abandonados y olvidados. 

Seguimos por ese nuevo nivel hasta que llegamos a otras escaleras que, nos explicó Melisán, conducían a los sótanos del palacete de Rose donde estaban retenidos Víctor, Helena y el nieto de Khan junto a los demás niños.