Entramos en la sala en la que, según Melisán, tenía que esperarnos el guardia amigo suyo.
No había nadie.
Noté a Melisán visiblemente nerviosa. La muchachita no contaba con algo así y no teníamos plan “B”. Notando el estado de ánimo de su ama, Trotsky se puso a gruñir. Si se trataba de una trampa, los ruidos del perro podían delatarnos. Melisán lo sabía y rápidamente le silenció acariciándole y cogiéndole del morro. Con Trotsky silenciado, los tres humanos nos miramos. Sin necesidad de decirnos nada optamos unánimemente por continuar.
Cruzamos la puerta que teníamos delante: En teoría nos tenía que conducir al pasillo de las celdas donde la mafia y los paramilitares recluían a mis amigos, a los niños y al nieto de Khan. Efectivamente aparecimos en un pasillo húmedo y oscuro. Entramos con mucho sigilo, incluso Trotsky, que parecía comprender que el silencio era esencial. Tampoco aquí había nadie. A izquierda y derecha había sucesivas puertas cerradas. Supusimos que eran las celdas. Probamos con la primera a nuestra derecha: cerrada. Arrimé la oreja a la puerta: no lograba oír nada. Seguimos con la primera a la izquierda: cerrada también. Avanzamos. La segunda a la derecha: cerrada. También la de la izquierda. Tercera: lo mismo. Ya estábamos en la mitad del pasillo.
- ¡Parecen vacías! – Les dije a Melisán y Douglas, tratando de no alzar demasiado la voz.
- Tampoco hay forma de abrirlas - añadió Melisán.
- Probemos las otras – dijo entonces Douglas, señalando la continuación del pasillo.
Íbamos a continuar hacia la cuarta pareja de puertas cuando Trosky volvió a mostrarse inquietó. Corría de un lado a otro del pasillo emitiendo leves bufidos. En esta ocasión Melisán no pudo tranquilizarlo.
- ¿Qué te pasa Trotsky? - le preguntaba susurrándole, pero el perro no podía responder con palabras así que continuaba con sus movimientos y bufidos.
Los bufidos se convirtieron en ladridos cuando la puerta frente a nosotros, en la que terminaba el pasillo, comenzó a abrirse. Al otro lado emergieron unas figuras armadas: los paramilitares y el inconfundible Número 2. Melisán sujetó a Trotsky que no dejaba de ladrar. Miré hacia atrás y vi a Douglas encañonándome con una pistola.
- Ha sido más fácil de lo que nunca hubiese sospechado - dijo Douglas con una sonrisa de oreja a oreja.
Una vez más, confiar en los desconocidos me había metido en problemas. ¡Estúpida, ingenua!
- ¡Muy bien Número 3! - felicitó Número 2 al hombre al que habíamos conocido por Douglas. - ¡Qué prueben las celdas que querían abrir! Jajaja.
- ¿Qué hacemos con el chucho? - preguntó uno de los paramilitares.
- Al perro no lo necesitamos para nada... – respondió Número 2.
- Y a la mocosa tampoco. Ya tenemos suficientes niños - añadió Número 3 manteniendo esa horrible sonrisa que dejaba entrever que reservaba un destino muy cruel para Melisán y Trotsky.
Efectivamente: Número 3, hinchado de satisfacción, acarició la sien de Trotsky con el cañón de su pistola. Todo hacía indicar que, en una innecesaria muestra de sadismo, el falso Douglas quería vaciar su cargador sobre el pobre perro y probablemente continuar con Melisán. A la muchacha, que seguía sujetando con fuerza a Trotsky, se le enrojecieron los ojos, más que temiendo por su propia vida, por la de su mejor amigo.
Fue, paradójicamente, Número 2 el que frenó las intenciones de Número 3:
- Déjales Número 3. La mocosa puede ser una buena mensajera: Que le diga a Khan que su plan ha fracasado. Eso contentará a Rose.
- ¿Número 2 mostrando clemencia? – Dijo con sorna Número 3 - ¡Cualquiera lo diría! ¿Te has ablandado después de la masacre del hospital de Cáledon?
En seguida noté que Número 2 detestaba al mentiroso y arrogante guaperas. Número 3 le estaba provocando, trataba de desautorizarlo delante de sus hombres. Entre esos dos hombres había una lucha de poder y nosotras estábamos en medio.
- ¡No me busques, Número 3! Podrías encontrarme. Ya te he felicitado. Has cumplido con tu cometido. ¡Es suficiente! Rose ya tiene suficientes niños aquí apresados y seguro que le parece buena idea que esta cría corra llorando a decirle a los suyos que no tienen nada que hacer, que tienen que rendirse. Y además… ¡me gustan los perros! Es innecesario gastar más balas cuando por fin hemos ganado.
No abandonó su sonrisa, pero Número 3 se enojó visiblemente. “¡Vaya estupidez!”, debió de pensar. Y es que Número 2, lo único que quería con ese gesto hacia Melisán y Trotsky, era reivindicarse ante sus hombres. ¡Él es el que está al mando, y no Número 3! Así, el paramilitar guapito, el falso Douglas, se enfundó su arma y Melisán y yo respiramos tranquilas.
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