- Estás llorando - me dijo Melisán con esa franqueza que tienen los niños - ¿Es por tu colega?
- No pasa nada - le respondí tratando de evitar el tema.
- Si tu colega no nos ayuda, creo que deberíamos recurrir al guapetón. Se pasó por aquí, me dijo que nos esperaría en el Loro Loco, otro bar cerca del puerto.
- ¿Te fías de él?
- No. Pero esta todo bueno y necesitamos ayuda. Pensaba que algún estibador nos ayudaría, pero nadie quiere saber nada.
- ¿Cómo crees que tres...?
- Cuatro. Trotsky se viene conmigo.
- Cuatro –rectifiqué- ¿vamos a colarnos en el palacete de Rose y rescatar a los niños secuestrados y a mis amigos?
Melisán sonrió.
- Primero: porque no se lo esperan. La pelea en la taberna ha sido genial porque creen que nos hemos ido a esconder. Jejeje. Segundo: porque me conozco al dedillo las alcantarillas de Davenport. Pase un tiempo allí escondida. - Puse cara de querer saber más, pero fue la chica la que ahora eludió el tema-. Tercero: porque conozco una salida secreta del palacete que comunica las alcantarillas con la zona de celdas. Y cuarto: porque conozco muy bien - y sonrió- a uno de los vigilantes y me hará una señal cuando no haya peligro.
¡Vaya con la cría!
Pasamos por el Loro Loco, otro bar aún más grasiento y pestilente que en el que habíamos cenado y luchado, y recogimos a Douglas Hart. Le encontramos tranquilamente sentado en una mesa bebiendo una cerveza mientras fumaba tabaco de importación. Parecía convencido de que requeriríamos de su ayuda. Así nos lo hizo saber. Yo, por mi parte, volví a insistirle en que si aceptábamos su ayuda eso no significaba en absoluto alinearnos con la mafia foránea.
- ¿Quieres que te firme un contrato? – me respondió con una amplia sonrisa.
Si la noche aun conservaba el ajetreo y calor de los bares, la madrugaba parecía muerta. No teníamos, de todas formas, mucho tiempo, porque mucho antes del amanecer los estibadores reanudaban el trabajo y el puerto se colmaba de vida y movimiento. Así que apresuramos la marcha a una zona de la costa desde donde podíamos acceder al alcantarillado a través de un desagüe. Era un canalizado donde podía entrar un hombre de estatura media de pie. Las aguas residuales de Davenport iban a dar en ese punto al mar. Os podéis imaginar el olor fétido que emanaba de ese agujero. No obstante, el acceso era peligroso, porque aunque la marea estaba baja -cuando subía la marea esa entrada quedaba abnegada por el agua del mar- las olas rompían con fuerza en las inmediaciones.
Ya dentro, Melisán actuó de guía; Douglas llevaba una linterna y Trotsky ahuyentaba a unas ratas enormes que no nos quitaban sus ojos rojos y peligrosos de encima. Aquellos túneles de hormigón eran laberinticos, húmedos, oscuros y pestilentes, pero la chiquilla parecía muy segura de adónde ir. Avanzamos durante cerca de una hora, calculo yo, sin ningún contratiempo, hasta un punto: una intersección de cuatro túneles desde donde una escalera de piedra nos elevaba a otro sistema de túneles, ahora de ladrillo y sin la incómoda comparsa de las aguas fecales.
- Son antiguos túneles de la mafia que utilizaban para el contrabando - me explicó Melisán. - Ahora están abandonados y olvidados.
Seguimos por ese nuevo nivel hasta que llegamos a otras escaleras que, nos explicó Melisán, conducían a los sótanos del palacete de Rose donde estaban retenidos Víctor, Helena y el nieto de Khan junto a los demás niños.
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