8. EL AMIGO
8.1
Un
poco de geografía sobre La República: hemos viajado desde Cáledon, la capital,
situada al norte del país. A su sureste se encuentra New Haven en las ricas
tierras de cultivo. Más lejos pero al oeste de Cáledon está el importante
puerto de Davenport. Si seguimos hacia el noreste bordeando la costa, siempre alejándonos
de la capital, llegamos a Tímberlane, capital de la región de Arrania. Es como
si desde Cáledon en mis viajes hubiésemos seguido una trayectoria con forma de
línea espiral con la capital de la República como su centro y cada vez
alejándonos más.
Arrania
es una región con entidad propia. Hablan su propio idioma, tienen su propia
cultura, su historia… Incrustado entre la República y el Continente, hace
doscientos años Arrania era un estado tapón teóricamente independiente. Nunca
fue realmente libre, pero su posición estratégica favorecía el comercio y el
bienestar de sus ciudadanos. Finalmente la Monarquía se anexionó Arrania, pero,
a diferencia de las Colonias de Ultramar, durante la crisis colonial no
consiguieron la independencia. Ocupado militarmente, sus comerciantes, no
obstante lograron seguir prosperando.
Sin
embargo con la crisis mundial y la crisis final de la Monarquía, cada vez
sectores más amplios de la población arrania, sobre todo intelectuales y
jóvenes, comenzaron a exigir un trato diferenciado e incluso la separación. El
gobierno reaccionó con violencia y represión, prohibiendo su idioma,
persiguiendo toda manifestación de cultura arrania. Los casos de abusos y
torturas eran comunes. Lejos de apaciguar Arrania, la Monarquía aumentó el
resentimiento y el odio. Siguiendo esa línea, el último Monarca usaba a los
separatistas arranios como chivo expiatorio de todos los males del Reino. Pero
como ya sabemos, ni con toda la represión del mundo, ni con mentiras o
maniobras, pudo evitar su caída.
Con
la proclamación de la República y el desarrollo del bolchevismo, fueron,
curiosamente, los grandes industriales y banqueros arranios, hasta entonces
bastiones de la unidad de Arrania y la República, los que comenzaron a defender
la idea de la independencia, hasta el punto de que algunos de sus prohombres
más importantes llegaron a tontear públicamente con los fascistas para
desesperación de los tradicionales independentistas, siempre vinculados
políticamente a la izquierda y, por tanto, contrarios al fascismo. Los
industriales y banqueros no aspiraban realmente a la independencia, sino que querían
evitar el desarrollo bolchevique en la región, ofreciendo una supuesta solución
radical a los problemas del pueblo. Cínicamente, utilizaban y manipulaban los
sentimientos de miles de arranios que habían sufrido en sus carnes la
represión, la marginación, el insulto constante a su cultura e idioma.
Nosotros
los bolcheviques defendíamos los derechos democráticos de los arranios, incluso
su derecho a separarse si querían. Pero a la vez que criticábamos a los
socialdemócratas de Cáledon, ahora en el gobierno, por plegarse a los
reaccionarios centralistas, sometíamos a una crítica feroz a los capitalistas
arranios que usaban el conflicto para dividir y enfrentar a los trabajadores y jóvenes
en líneas nacionales, así como a los que buscaban alianzas con ellos.
Con
todo, mientras teníamos una poderosa influencia entre los trabajadores y la
juventud proletaria de Tímberlane, la capital de Arrania, y su cinturón rojo, entre
los universitarios y las capas medias del interior de la región éramos muy mal
vistos, calumniados e incluso perseguidos.
Víctor,
que parecía preocupado por nuestro próximo destino, me explicó durante el viaje
que con la derrota de Jaime, el gobierno republicano había regresado a los
viejos métodos reaccionarios y centralistas de la Monarquía: en las escuelas de
Arrania ya no estudiaban en su idioma propio y todo sentimiento de identidad o
expresión cultural eran perseguidos. El gobierno buscaba “republicanizar”
Arrania a la fuerza.
-
El espacio dejado por los bolcheviques -me explicaba- lo quieren ocupar ahora jóvenes
universitarios defensores de la guerrilla urbana y la acción directa. Sus
métodos son estériles, no logran conectar con los trabajadores de Tímberlane,
aparte de que el gobierno silencia sistemáticamente sus acciones. Para los medios
de comunicación, bolchevismo y separatismo arranio es lo mismo, así que sus
acciones son calificadas como atentados bolcheviques.
8.2
Todo
el viaje hacia Tímberlane fue bordeando el litoral porque, como Davenport, Tímberlane
es también una ciudad portuaria. Fue un viaje muy agradable y recorrimos un
tramo de la costa que era realmente bonito. Así pasé gran parte del camino
mirando las encrespadas olas del mar, viendo como rompían en las rocas de la
costa. Sólo paramos para repostar, comer e ir al baño.
Durante
el camino traté de acercarme a Helena, de recuperar el contacto, pero ella me
respondía lacónicamente, con monosílabos, y se mostraba muy alejada de mí y fría.
Esa actitud me afectó más de lo que esperaba, de hecho, me dolía, aunque me
esmeraba en no demostrarlo.
Pablo,
en cambio, estaba pletórico. Se pasó gran parte del camino hablando, contando
chistes –la inmensa mayoría muy, muy malos- o canturreando viejas canciones.
Hizo el viaje mucho más ameno.
El
que también parecía muy raro era Víctor. El viejo siempre se mostraba
misterioso, incluso cuando se ponía a explicar sus ideas. Pero en esta ocasión
a sus explicaciones, amplias, extensas sobre la situación política de Arrania,
como si fuera un gran especialista en aquella región, se añadía una cierta
sensación –al menos a mí me la transmitía- como de nostalgia, ¿nostalgia por
Arrania?
-
Tímberlane es una ciudad con tremendos contrastes sociales - nos explicaba
Víctor-. Los comerciantes timberleanos, enriquecidos por el comercio de
esclavos con las antiguas colonias, edificaron suntuosos barrio con las mayores
innovaciones artísticas del momento. En esos años la ciudad se rodeó de un cinturón
rojo de trabajadores procedentes de otras zonas del reino. Había trabajo y
parecía que la sociedad avanzaba. Pero la crisis mundial no sólo se llevó por
delante a la Monarquía, también trajo una tremenda degradación social, paro, miseria...
Miles de trabajadores que se habían creído que formaban una "clase
media" despertaron del sueño... O más bien, el sueño colapsó.
-
Conoces mucho de Tímberlane y Arrania.
-
Viví aquí muchos años. Con otro nombre, otra identidad... Antes de que tú
ingresaras en el Partido.
Supuse
que quizás hubiese sido un destacado militante bolchevique en Tímberlane.
-
Los bolcheviques siempre lo tuvieron complicado en Tímberlane - continuó
Víctor-. Antes del surgimiento del Partido, la clase obrera se entregó de pies
y manos a un partido burgués demagógico y, añado, financiado desde Cáledon:
Igualdad y Prosperidad. Utilizando el odio de clase que los trabajadores
emigrantes sentían hacia los comerciantes y empresarios arranios, Igualdad y
Prosperidad levantó un muro de odio e incomprensión entre los arranios -con sus
sentimientos nacionales- y los trabajadores emigrantes. Las revueltas que provocaron
la huida del Rey también desenmascararon a los mentirosos de Igualdad y
Prosperidad, pero la socialdemocracia fue incapaz de terminar con esa división
nacional. Así, con el colapso de la socialdemocracia, el bolchevismo se nutrió
de los hijos de los emigrantes del cinturón rojo de Tímberlane, pero siempre con
la hostilidad de los comerciantes empobrecidos y nacionalistas del resto de
Arrania.
-
Bonita historia - dijo caustica Helena.
-
Ya no hay bolcheviques en Tímberlane... Pero los nacionalistas siguen
activos... ¡Locos!... Se dedican a poner bombas y a enfrentarse de manera
absurda a la policía – Lo dijo como si hubiera algo personal oculto en esas
palabras -. No sé dónde podemos buscar a tu amigo Cayo.
-
Desconocía que los nacionalistas siguieran activos. – comenté.
-
Sí. A los industriales arranios les interesa mantener el conflicto nacional
vivo... Así que manipulan los sentimientos de los jóvenes arranios y les animan
y financian. Actúan de manera semi-clandestina. Fuera de Arrania el gobierno de
la República se encarga de ocultarlo todo. Necesitan tapar que hay una
oposición viva aquí en Arrania. Pero no te hagas ilusiones: los miembros de la
Llama Arrania, que así se llama la organización separatista, odian al
bolchevismo. No te ayudaran... Incluso no sería descartable que te delataran.
-
¡Magnifico! – exclamé.
8.3
Nos
acercábamos al cinturón rojo de Tímberlane, sino estábamos ya en él. Todo a
nuestro alrededor estaba completamente urbanizado: polígonos industriales,
antiguas fábricas, bloques de viviendas que recordaban a la Colmena de Cáledon...
Aunque
teníamos los nuevos papeles, la coartada que nos había conseguido Khan era poco
creíble, así que continuábamos con nuestra costumbre de viajar por las
carreteras secundarias. Nuestras cautelas no podían evitar que nos diéramos de
bruces con los mismos problemas de tráfico que sufren a diario los conductores.
Así, como en la mayoría de las grandes ciudades, todas las entradas a Tímberlane,
estaban colapsadas, llenas de vehículos: A esas horas las fábricas se
vaciaban y los obreros volvían a sus casas. Estábamos en medio de un enorme
atasco, en medio de infinitas colas que parecían que iban a durar horas.
-
¡Tenemos problemas! - La voz de Pablo sonó grave, en claro constante con el
brillo que había demostrado durante todo el viaje. – Y no me refiero al coñazo
de estar en un atasco.
A
lo lejos se podía distinguir un grupo de hombres uniformados. ¡Un control
policial! Además por los uniformes parecía que algunos agentes eran de las BAB.
La situación tenía muy mala pinta. Y nuestra situación en el atasco nos impedía
tomar algún otro camino, torcer por un ramal que nos alejara del control o,
sencillamente, dar la vuelta. Tampoco podíamos bajar de la furgoneta y huir a
pie. Hacer algo así hubiera llamado la atención de la policía y las BAB
inmediatamente.
-
No nos buscan a nosotros - afirmó Víctor-. El control es para otra cosa. Además
tenemos los papeles nuevos.
Pronto
comprobamos que en el sentido en el que íbamos nosotros, los conductores de la
mayoría de los vehículos no tenían problemas: enseñaban un papel y pasaban. Era
en el sentido de salida de la ciudad donde los problemas se acumulaban: Los
agentes paraban los coches y a muchos los registraban.
-
¡Mirad! - exclamó Pablo -. Ha debido de pasar algo dentro de la ciudad.
Resignados,
esperamos nuestro turno en la caravana. Era hora de poner a prueba nuestros
rocambolescos papeles. Lentamente fuimos avanzando hacia el puesto de control. Las
BAB se reservaban para los que salían de la ciudad. A nosotros nos abordó un
agente de la policía.
-
¡Papeles!
Pablo
se los entregó.
-
Sois familia... Jon Austin y... ¿sus hijos?
-
Sí - respondió Víctor.
-
¿Cuáles son los motivos de su viaje a Tímberlane? Aquí pone que sois de
Davenport.
Por
un momento nos quedamos en blanco, fue Pablo el que por fin respondió.
-
Venimos de visita turística. Nuestro padre está muy enfermo y siempre quiso
visitar Tímberlane.
-
Sí - corroboró Víctor haciendo como que tosía.
-
Son ustedes una familia muy extraña… - el agente nos miraba a mí y a Helena
como si no le encajara en absoluto nuestra coartada. Instintivamente cogí a la
ciega de la mano. - Ella – señalando a Helena - lleva pañuelo, es semita... Y
esta otra – refiriéndose a mí -no, y es negra...
¡Gran
cagada! Si éramos una familia, lo lógico es que tuviéramos las mismas creencias
religiosas. Cualquier otra explicación era muy rebuscada. Ya era raro que yo
fuera negra, por muy adoptada que fuera, pero que Helena fuera semita y nadie
más de la familia lo fuera...
-
Agente, ella es adoptada...
Víctor
trató de explicarlo, pero estábamos de suerte, al policía no le interesaba. La
caravana era larga y lenta y quería irse a casa lo antes posible. No estaban
preocupados por lo que entraba en la ciudad, estaban preocupados por lo que
podía salir.
-
Me da igual. Tímberlane está bajo alerta terrorista. Como públicamente no se ha
dicho nada no puedo impedirles que entren, pero les recomiendo que se marchen
cuanto antes. Si pese al peligro real que existe deciden por su cuenta y riesgo
quedarse, tienen que ir urgentemente a la Oficina de Turismo a cubrir unos
papeles. Está en la Avenida de la Unidad. Si un agente les pide la
documentación y no tienen los impresos de turismo, está en su derecho de
retenerles e incluso arrestarles. ¿Está claro? El siguiente.
Estábamos
arrancando la furgoneta para continuar el camino cuando a nuestra espalda, en
uno de los coches que trataba de salir de Tímberlane se produjo un tiroteo: los
agentes de las BAB discutían con el conductor de un pequeño turismo cuando pasó
algo entre ellos. Los gritos subieron de tono y los agentes, sin más
preámbulos, abrieron fuego contra los pasajeros. Resultado: el conductor y sus
tres acompañantes resultaron heridos o, más probablemente, muertos.
Me
fijé en que la gente parecía acostumbrada. Tras el shock inicial por los tiros
y la sangre, mecánicamente volvían a lo suyo, como si no hubiera pasado nada
raro. Una grúa allí preparada apartó el coche acribillado y el control continuó.
Sólo tras unos metros avanzando, dejando atrás el control, vimos que se
acercaba una ambulancia...
Así
estaban las cosas en Tímberlane.
8.4
-
No me gusta nada la idea de ir al centro de la ciudad - dijo Víctor. – En las
barriadas obreras estaremos más a salvo.
-
Pero necesitamos ese papel para turistas. Ya escuchasteis al policía -
respondió Pablo.
-
Los papeles de Davenport han sido útiles frente a un agente lleno de rutina y
sobresaturado de trabajo –argumentó el anciano-, pero corremos el riesgo de que
a los funcionarios de turismo no les podamos colar la originalidad de la
familia Austin. Además, a estas horas la oficina estará probablemente cerrada,
o a punto de cerrar.
-
Vale... Es muchísimo mejor que nos detengan por la calle por no tener ese
maldito papel y entonces tengamos que tratar con otro tipo de funcionarios.
-
¡A mí no me preocupa ese maldito papel! - Helena interrumpió la discusión entre
Pablo y Víctor. – No deberíamos ir al centro.
-
¿Qué sucede Helena? - pregunté ansiosa por demostrarle a Helena mi interés en
sus pensamientos.
-
Esta ciudad huele a sangre. ¿No lo notáis? Quizás es un presentimiento y nada
más, pero no nos espera nada bueno en el centro. Y mirad, vosotros que podéis,
la hora que es. ¿Qué oficina está abierta a estas horas?
-
¿Presentimientos? ¡Tonterías! - gruñó Víctor a la vez que cambiaba de opinión -.
Pablo tiene razón: Necesitamos ese maldito papel. Pero ahora no lo
conseguiremos. Nos queda dinero. Busquemos una pensión en una barriada obrera y
pasemos allí la noche. Mañana veremos qué hacemos.
Nos
desviamos de las calles que nos llevaban hacia el centro de Tímberlane y
callejeamos por un barrio obrero buscando una pensión. No encontrábamos nada y
a nuestro alrededor la noche caía y las calles se despoblaban. Por contra, la
presencia policial en la calle se hacía cada vez más notable. Los coches
patrullas se dejaban ver incluso en los rincones más abandonados por donde
buscábamos.
Por
fin, tras muchas vueltas encontramos una pensión –pensión Manoli- que más bien
parecía un picadero de la prostitución: un edificio en ruinas, un letrero de
neón estropeado y la segura presencia de ratas y cucarachas.
-¡Ey! ¡Me gusta! - exclamó en broma Pablo - ¡En este sitio rememoraré mi
último ligue! ¡Me sentiré como en casa!
- No necesito ver para saber cómo es este lugar… y este lugar huele a
cloaca y a perfume barato.
Y es que era un sitio realmente infame, pero fuimos a preguntar de todas
formas. No tuvimos suerte, incluso en un sitio así exigían los dichosos
papeles.
-
Sin los papeles de la Oficina de Turismo no me puedo arriesgar a alojaros - nos
dijo el recepcionista, un tipo arrugado de grasiento pelo gris.
-
¡Pero si aquí sólo vienen putas y sus clientes! - protestó malhumorado Víctor.
-
Puede que tenga razón el señor - le respondió el recepcionista sin inmutarse -,
pero al menos ellas tienen papeles.
Nos
fuimos porque era evidente que de allí no íbamos a sacar nada en claro. Ya era completamente
de noche. El alumbrado nocturno era escaso y funcionaba mal. Habíamos aparcado
cerca de la pensión, volvimos hacia la furgoneta.
-
¡Salgamos de la ciudad! Ya volveremos mañana - propuso Helena.
-
Los controles de salida eran mucho más rigurosos que los de entrada – recordó
Pablo también preocupado.
No
nos dio tiempo de montarnos en la furgoneta. Una patrulla de policía se detuvo
a nuestra altura. Los agentes se bajaron del coche y se nos acercaron.
8.5
-
¿Qué hacen aquí? ¿No saben que hay toque de queda? A ver, ¡documentación!
Víctor
les dio los papeles de la familia Austin. ¿Qué podíamos hacer? Nos miramos
nerviosos. Pensé en atacarles, aprovechar las habilidades de Pablo y Helena
para que les golpearan y así montar en la furgoneta y huir. Pero entonces,
identificados, prófugos, tendríamos que abandonar Tímberlane –ni siquiera sé
muy bien como habríamos podido salir- y buscar a Cayo de otra manera, aparte de
llamar la atención de las BAB y probablemente de Número 2.
-
No son de aquí - dijo el agente que inspeccionaba los papeles. - ¿No les
dijeron que tenían que ir a la Oficina de Turismo?
No
parecían los típicos policías energúmenos incapaces de razonar. ¿O tal vez sí?
-
Sí nos dijeron - comenzó a explicarse Víctor -, pero llegamos hace muy poco, ya
era de noche. Venimos a hacer turismo. No sabíamos que había complicaciones en
la ciudad. Pensamos que la oficina estaba cerrada y buscábamos donde pasar la
noche para mañana ir a la oficina en cuanto abriera.
-
¿Y buscaban pasar la noche aquí? - preguntó casi riéndose el otro policía mientras
señalaba el picadero - ¿no es un lugar poco habitual para una respetable
familia de turistas, abuelo?
Nos
encogimos de hombros. Pensé que nuestra suerte ya estaba echada, que no nos creían
y que nos detendrían; que no habíamos actuado a tiempo.
-
¡Son ustedes una familia de lo más original! - continuó el policía que sostenía
nuestros papeles.
- Un grupo como ustedes delante de este
picadero, jajaja, cualquiera pensaría que le espera a usted, abuelo, - dirigiéndose
a Víctor - una gran fiesta jajaja muy variada. - ¿buscaban provocarnos o
simplemente se estaban cachondeando de nosotros?
-
sí jajaja - se reía el otro policía- Demasiado variada para mi gusto jajaja.
-
Bueno, jajaja, ¡ellas no están nada mal!
Las
miradas viciosas y repugnantes de los dos policías repasaron mi cuerpo de
arriba abajo para fijarse también en el de Helena y volver al mío. Helena no
les veía, pero comprendía sus entonaciones. No le gustó nada y emitió un
gruñido de protesta. Antes de que la tensión pasara a mayores le cogí del brazo
para tranquilizarla. Pablo, mientras tanto, mantenía con esfuerzo una sonrisa
falsa.
-
Algunos ricachones falsean papeles para organizar jejeje “fiestas”, en lugares
apartados, lejos de miradas indiscretas – Nos explicó uno de los policías.
-
Sólo les estábamos tomando el pelo, jajaja. No teman – añadió, riéndose, su
compañero.
Excepto
Helena, los demás acompañamos a los policías con risas forzadas y nerviosas.
Cansados
de meterse con nosotros, decidieron, por fin, devolvernos los papeles. Se los
acercaron a Víctor, pero al alargar el brazo para recogerlos, el anciano mostró
sin querer su mano vendada. Desde que Lara le había atendido en Cáledon, Víctor
no se había cambiado el vendaje y, aunque la herida estaba tratada, no estaba
cicatrizada ni muchísimo menos, sobre todo, después de todas y cada una de las
emociones que habíamos vivido desde entonces. Así pues, las vendas estaban
sucias: bastante manchadas de sangre, pero también de mugre. No parecía la
herida de un anciano normal, tratado por la sanidad oficial.
-
¿Qué le ha pasado en la mano? - preguntó el policía.
Hubo
un tenso instante de silencio.
-
Debería acudir a una farmacia. Para que le cambien la venda – continuó el
agente.
"¡Ufffff!"
Respiramos tranquilos.
-
No pueden quedarse por la noche en Tímberlane. ¿Éste es su vehículo?
-
Sí - respondió Pablo.
-
Deben salir de la ciudad. Los hoteles de fuera del área metropolitana les
alojaran y ya mañana podrán volver.
Mientras
el policía, con inesperada amabilidad, nos invitaba a irnos de Tímberlane,
Helena me susurró algo al oído:
-
Hay otras seis personas armadas rodeándonos. Y creo que estos no son policías.
8.6
Sucedió
todo muy rápido.
De
entre las sombras aparecieron seis pistoleros con las caras tapadas con
pasamontañas. A los dos policías no les dio tiempo reaccionar. A uno de ellos
le dispararon en la cabeza. Su sangre salpicó a Víctor y a Pablo. El segundo
agente gritó y trató de desenfundar su arma. Le pegaron dos tiros, uno en el
pecho y el otro en la barriga. Estábamos rodeados.
-
¡Arrari rar gatma! - nos gritaron en arranio. Como vieron que no respondíamos
nos encañonaron y volvieron a gritarnos - ¡Arrari rar gatma! ¿Ahar?
Uno
le murmuro algo al oído del que parecía el jefe.
Helena
no se pudo contener más.
Ella
había soportado las burlas de los policías para no perjudicar al grupo, pero
ahora la situación se había transformado por completo: Estábamos indefensos
ante unos asesinos con los que no había forma de comunicarnos. Con su nuevo
bastón –un moderno bastón, por supuesto de estoque, que había conseguido en
Davenport- la ciega golpeó en los genitales a uno de los pistoleros que
teníamos a nuestra espalda. Inmediatamente, también con el bastón, golpeó en el
cuello a un segundo y con una patada a un tercero. Pablo no se quedó quieto y,
alentado por la acción de Helena, desarmó a uno de los que teníamos en frente.
El
jefe de los pistoleros, impresionado por los movimientos de mis compañeros, no
se lo pensó dos veces y disparó. Su objetivo era Helena, pero instintivamente yo
me puse en medio para que no la alcanzaran. La bala se clavó en mi hombro. La
sangre salía a borbotones. ¡Me dolía mucho! No pude sostenerme en pie y caí al
suelo. Helena consciente de que esa bala iba en su dirección y que yo me había
interpuesto se arrodilló a atenderme. Pablo se lanzó rabioso contra el autor
del disparo.
-
¡Rar ar! - gritó de golpe Víctor en perfecto arranio - Rar ar go ¿Ahar?
El
dolor y la sangre que abandonaba mi cuerpo me debilitaban. Estaba a punto de
perder el conocimiento. Creo que todos se detuvieron incluso creo que el líder
de grupo de pistoleros se quitó el pasamontañas. No estoy segura. Sólo sé que
Helena me sostenía la mano y que Pablo también se acercó preocupado.
-
No es nada... Sólo es el hombro - creo que les dije.
Perdí
el conocimiento.
8.7
Abrí
los ojos.
Era
la segunda vez en menos de quince días que despertaba tumbada en una camilla
tras perder el conocimiento. Por suerte en esta ocasión no fue tan confuso como
entonces. Para empezar lo primero que vi al abrir los ojos fueron los rostros
de Helena y de Pablo, cada uno a un lado de la cama. Helena me cogía de la
mano, Pablo me miraba con una amplia sonrisa. Me encontré con el hombro vendado
-y muy dolorido- y la ropa, limpia de sangre, a los pies de la camilla. Pero en
esta ocasión no estaba en un hospital, aunque esa habitación lo pareciera.
-
Estamos en la sede de Sangre y Fuego, el brazo armado de Llama Arrania - me
informó Pablo –. Ellos te han tratado la herida... Pero todo está siendo a
trancas y barrancas... Complicado.
-
¿Pero qué pasó? - pregunté intrigada.
-
¿Recuerdas a los policías que nos abordaron después de preguntar en la pensión?
- la voz de Helena aclaraba mis recuerdos.
-
Sí. Se los cargaron. Peleamos y me dispararon.
-
Pues fue Víctor quien detuvo la pelea - me informó Pablo. - Dijo no sé qué en
arranio y los terroristas se detuvieron. Vino una furgoneta, te subieron, a mí
y a Víctor nos vendaron los ojos...
-
Hubiera preferido la venda –interrumpió Helena-, a mí me dieron un codazo en la
barriga, fuerte e inesperado...
-
¡Y aquí estamos! Víctor está ahora con ellos.
-
¿Víctor es arranio? – pregunté.
-
O al menos sabe su idioma - respondió Helena.
-En
el viaje nos explicó que había vivido aquí mucho tiempo – recordé.
-
Si forma parte de este grupo terrorista, quizás por eso Saúl te ordenó
asesinarle - le dijo Pablo a Helena.
-
No creo - respondí yo misma -. En mis tiempos, los independentistas arranios
odiaban a los bolcheviques... Era un auténtico odio... ¡de clase!, diría yo.
Nosotros les ofrecíamos la unidad de acción y ellos nos respondían con disparos
y delatándonos...
La
herida me dolía mucho.
-
Relájate Exiliada - Helena me indicó que me tumbara mientras me arropaba.
-
Gracias... a los dos... ¡Por todo! - Les hice caso, se me cerraban los ojos.
-
Tú me ayudaste en New Haven, ¿recuerdas? Primero me salvaste de los fascistas y
luego me ayudaste con una herida.
-
Te recuperaste bien - le dije medio dormida.
-
Aún me ayudas con otra herida más profunda.
Y
lo último que recuerdo antes de volver a dormirme fue una sonrisa amable,
cálida, en el rostro de Helena.
8.8
Cuando
volví a abrir los ojos, Helena y Pablo continuaban junto a mí, pero también había
otra persona. Lo reconocí en seguida: ¡Cayo! Mi viejo amigo. No obstante, estaba
distinto, muy cambiado... Es verdad que siempre le había gustado estar a la
última moda. Cayo era muy presumido. Pero... le encontré, por un lado,
envejecido, con canas y arrugas. Como todos, después de tanto tiempo. Los años
no pasan en balde. Pero también le encontré más delgado, mucho más delgado. Y
vestía de una manera extraña, como si fuera uno de estos modernos hijos de pijos,
con ropa cara y para mi gusto hortera. Sus ojos parecían cansados, con ojeras y
marcadas arrugas. Su sonrisa era tibia. Lo cierto es que muy poco de él me
recordaba al antiguo Cayo, a mi antiguo amigo. Lo tenía delante, pero no lo
reconocía.
-
Dijo que te conocía - me intentó explicar Pablo. Yo asentí con la cabeza
tranquilizando a mi compañero.
-
Cuidado Exiliada - me advirtió Helena -. Es uno de los terroristas arranios.
-
Tú no eres arranio - le dije a Cayo.
-
¿No le vas a dar un abrazo a tu viejo amigo? - me dijo.
-
¿Te lo mereces?
Le
corté. Él sí pensaba que nos abrazaríamos, reiríamos hablando de los viejos
tiempos y... “pelillos a la mar”. Pero mi reacción cortante le sorprendió y le
dejó indefenso.
-
¿Qué haces aquí? No sabía que habías vuelto.
-
¿Qué haces tú entre esta gente?
-
Es una larga historia. Veo que no me has perdonado por apoyar al Comité
Central.
-
También es una larga historia.
Traté
de incorporarme de la camilla. Helena corrió a ayudarme.
-
Deberías de quedarte acostada - me recomendó la ciega, pero yo la ignoré.
No
sin problemas pude ponerme en pie.
-
Verónica te busca Cayo.
-
¿Verónica? ¿Está viva?
-
Sí, os espera en Cáledon.
-
Luego hablaremos de eso. Pero ahora tengo que intentar sacaros de aquí. No estáis
en un buen sitio. Aquí detestan a los bolcheviques.
-
¿Y tú?
-
No saben quién fui... Y además ya no soy bolchevique. No les digas nada que nos
relacione por favor.
-
Pero...
-
No, escúchame. A penas supe que eras tú he venido a verte, pero me arriesgo
mucho. Estamos con gente peligrosa. Me han dicho que veníais con otro, un
arranio. No le he visto, pero parece que tiene tratos con el líder, con Gúlik. Gúlik
es muy peligroso y odia todo lo relacionado con el bolchevismo. Dentro de poco
iniciaremos una ofensiva. La desaprobaras, lo sé... Yo en otro tiempo también
la desaprobaría, pero los tiempos han cambiado... Si colaboras con ellos tendréis
una oportunidad de escapar, sino, no os dejarán salir.
-
¿Con ofensiva te refieres a un ataque terrorista?
Cayo
me mostró su visible disgusto con mi definición, soltando un leve gruñido y
negando con la cabeza, como si le decepcionara que no le comprendiera. ¿Qué no
le comprendiera?
-
Me refiero a una acción armada. ¡Estamos en guerra! Y no uses el vocabulario de
la reacción. Y menos delante de ellos. Es tu…, vuestra única oportunidad. Ahora
tengo que irme.
Guardamos
un instante de silencio. Él esperaba alguna reacción por mi parte. Pensé que
quizás era él, el que necesitaba un abrazo.
Yo
entonces ya sabía que cuando abandoné el salón de plenos del Smolny, la sede bolchevique, tras mi
comparecencia, él fue mi principal valedor... Pero sólo se había atrevido a
hablar ¡cuando yo ya me había ido! En ningún momento me había dirigido una sola
palabra de ánimo, consuelo, ayuda o aprobación… ¿Así actúan los amigos? No
podía confundirme, Cayo era tan responsable como los demás de mi exilio, por
muy positivas que fueran las razones que le empujaron a condenarme de esa
manera. Además, mucho antes de mi comparecencia, cuando realmente se decidía el
futuro, cuando se decidía lo que hoy estamos todos sufriendo, entonces, me
había abandonado: a mí y a Jaime... No sé… ya no era él. Ya no era el amigo que
había conocido. De acobardarse ante la guerra, ¿ahora apoyaba a los
independentistas arranios? ¿Se sumaba a unos métodos, a unas ideas, completamente
ajenas a todo lo que él había defendido? ¿Daba la espalda a todo por lo que
había luchado?
Cayo
comprendió sin necesidad de decirle nada mis reproches, mi desaprobación. Con
aquellos ojos tristes y con un gesto de resignación, se dio media vuelta y abandonó
la habitación. Definitivamente, era él el que necesitaba el abrazo.
8.9
-
¡Ja! ¡No sé qué nos haces a los hombres que nos dejas siempre atontados! -
Exclamó Pablo.
-¿A
qué te refieres? - le respondí, reconozco que haciéndome un poco la tonta.
-¡joder!
¡Ese pijo estirado está loquito por ti!
Siempre
lo había sospechado. Siempre me lo había negado a mí misma. Pensaba que primero
la guerra, luego el exilio y el paso del tiempo... Pero Pablo es muy
observador. Helena, mientras tanto, sonreía escuchándonos con atención. No sé
si la escena le divertía, le intrigaba o le preocupaba.
-
¡No! ¡No! Éramos amigos – insistí como si aquellas insinuaciones de Pablo
fueran una locura.
-
¿No hubo nada entre vosotros? - preguntó Helena.
-
No. ¡En serio! Verónica sí lo pensaba. Sí lo sospechaba jejeje. No soportaba a
Cayo. Pero no. Sólo éramos amigos. ¡En serio! Cayo, cuando nos conocimos, dejó
caer alguna insinuación, alguna proposición, pero pronto se convenció de que no
tenía nada que hacer conmigo.
Inevitablemente
vinieron a mí recuerdos de Cayo. No de este Cayo, vestido de marca, envejecido
y arrugado, sino de un Cayo joven y vigoroso tramando con Jaime cómo desafiar
al Comité Central... Pero a la hora de la verdad no nos siguió, se quedó bajo
los faldones protectores de Orestes y los suyos... Cuando años después me presenté
ante la Ejecutiva, no sé… Ahora os lo puedo reconocer: tenía una vana ilusión
de que Cayo intercedería por mí... Cuando leí las actas descubrí que sí lo
había hecho... Y sin embargo... ¡Me había mostrado tan fría ante él! ¡Tan
distante!...
Pasamos
aproximadamente otra hora más esperando en aquel cuarto que hacía las veces de
enfermería. Pablo ocupó mi lugar en la camilla y se echó una cabezadita.
-
Siento como te traté en Davenport - le dije a Helena aprovechando los ronquidos
de Pablo.
-
Lo sé. Yo también he sido una estúpida - reconoció la ciega -. Quiero contarte
algo. Quiero que sepas por qué me convertí en lo que soy. Por qué he servido y a la vez odiado a Saúl
hasta que te conocí. Pero no puedo contártelo aquí. No me fio de este sitio y
no me fio de estos arranios.
-
Descuida. Saldremos de esta y seré “todo oídos”.
-
Gracias.
8.10
Pablo
se reincorporó al escuchar como la puerta se abría una vez más. En esta ocasión
era Víctor el que entró en la habitación, pero no lo hacía sólo, le acompañaba
un tipo que rondaba los cuarenta años y que también llevaba bastón porque
cojeaba de una pierna. Sin embargo, fue otro detalle de esa persona lo que
atrajo poderosamente mi atención. ¡Su parecido! Era una copia rejuvenecida de
Víctor. El parecido era impresionante: menos arrugas, sin bigote y en lugar de
las canas, pelo intensamente negro.
-
Por fin me encuentro con la famosa Exiliada - exclamó con un marcado acento
arranio -. ¡Bienvenida a mi hogar! - e imitó el gesto de una reverencia.
-
Te presento a Gúlik –nos indicó Víctor -. Es el líder de Sangre y Fuego el
brazo armado de Llama Arrania.
-
Y familiar tuyo, ¿supongo? –aventuró Pablo.
-
jejejeje - Gúlik se carcajeo -. Este viejo traidor al que llamáis Víctor es mi
tío, el hermano pequeño de mi padre.
Las
palabras arranias, que pronunció Víctor cuando yo estaba tendida en el suelo
herida y que nos salvaron, evitaron que termináramos como los policías, debían
de hacer mención a su parentesco con ese tal Gúlik. ¿Por qué no nos había dicho
nada antes? Ese contacto con Sangre y Fuego quizás nos hubiera venido muy bien
para encontrar a Cayo, visto lo visto. Pero Víctor no tenía por qué saber que
Cayo estaba infiltrado entre los independentistas. Era muy posible que Víctor
quisiera mantenernos alejados de Sangre y Fuego, ya que sus dirigentes y
militantes decían odiar a los bolcheviques. De entrada lo más probable era que
los independentistas arranios no hubieran estado muy dispuestos a ayudarme, por
muy ex bolchevique que yo fuera, a buscar antiguos dirigentes bolcheviques.
-
Sé que eras una bolche. Todos te llaman la Exiliada. Si esos cerdos
centralistas te exiliaron... Jajajaja, algo bueno habrías hecho. Mi querido tío
dice que las BAB te buscan... Pero todo eso no te convierte en alguien de fiar.
Apareces cuando vamos a iniciar una importante misión armada... Eso no puede
ser una casualidad.
Los
arranios tienen un acento muy musical y muy característico. A muchos habitantes
de Arrania es lo único que les queda de su antiguo idioma. Gúlik tenía un
acento muy marcado: Convertía las "bes" y "uves" en
"efes", contaban con más vocales que las nuestras, y las
"eses" las alargaba y les daba un sonido especial que yo no era capaz
de imitar... Nada que ver con el estandarizado y pautado idioma común que
hablaba Víctor. Eso solo podía significar que Víctor hacía mucho tiempo que vivía
lejos de Arrania o que, conscientemente ocultaba su acento. Durante la guerra,
varios de mis soldados eran arranios de Tímberlane. Recuerdo en concreto un par
de milicianos: Karen y Relar, los dos muy valientes y abnegados. Karen trataba
de ocultar su acento. Renegaba de su idioma y de su origen. Relar, sin embargo,
lo enfatizaba lleno de orgullo. No era nacionalista, pero amaba su tierra, su
cultura, su lengua… Os podéis imaginar que cuando se conocieron en mi batallón
se odiaban, se llevaban como el perro y el gato. Tuvieron que pasar algunas
batallas, algunas bajas y heridos para que estas tonterías se dejaran de lado:
Todo mi batallón estaba unido, y a ninguno de mis hombres les molestaba o les
importaba el acento arranio… Karen poco a poco se soltó y recuperó su
identidad… mostrando un acento muy bonito.
-
Mi maestro - continuó Gúlik sin darnos tiempo a decir nada- me dijo una vez que
sólo podemos fiarnos de los que tienen sus manos tan manchadas de sangre como
las tuyas... Mi querido tío dice que sólo estáis de paso, que buscáis a un prófugo
de las BAB y que cuando lo encontréis volveréis a la República. Puede que sea
cierto, pero también puede que todo eso sea una mentira. Os dejaré iros sólo si
me ayudáis. Es una oferta que no podéis rechazar porque de lo contrario me
tendré que deshacer de vosotros. No os puedo alojar aquí eternamente. Ran, que
ha mostrado interés por vosotros, os explicará el plan. Buenas suerte amigos de
mi tío, ex-bolchevique, querido tiito.
Gúlik
se despidió con tanta educación como cinismo y, cojeando, salió de la
habitación. Yo estaba atónita. Para conseguir una explicación busqué a Víctor
con la mirada. Parecía incómodo con todo aquello, pero eso no era suficiente.
8.11
-
¿Seguro que ese Gúlik no es tu hijo? Porque “faya, osh pareceish como shi lo
hufieras parido”.
Pablo
se divertía a costa de Víctor imitando de manera cruel el acento arranio. No me gustó esa conducta. Ya os he hablado de
Karen y Relar, pero había conocido a muchos otros valerosos arranios. Todas las
calumnias que el gobierno republicano consentía para denigrar a los arranios
eran eso mismo: calumnias. Pablo notó mi malestar y no volvió a reírse de los
arranios.
-
Mi familia es de Arrania -comenzó a explicar Víctor-. Yo mismo nací en un
pueblo del interior, Harsh, se llama, pero pronto mis padres vinieron a Tímberlane
a buscar trabajo. Mi hermano mayor, el padre de Gúlik, regresó al pueblo. Su familia
siempre fue independentista. Yo en la ciudad me hice bolchevique. Ya con diecinueve
me largué a Cáledon... No había regresado hasta hoy. Sabía que Gúlik estaba
metido en Sangre y Fuego... No sospechaba que hubiera escalado tanto como para
convertirse en su líder aquí en Tímberlane.
-
¿Querrían matarte las BAB por tu conexión con Gúlik? ¿Por eso envió el coronel Saúl
a Helena para asesinarte? – pregunté.
-
No, no. No creo que Saúl sepa nada de mi relación con Gúlik. Nadie lo sabía
hasta ahora… Mirad, he llegado a un acuerdo con él. Nos dejara libres si le
ayudamos en un atentado terrorista.
-
¡Cómo!
Eso
no era posible. Esa fue mi primera reacción. Los bolcheviques no participaban
en acciones de terrorismo individual, así lo caracterizábamos. El gobierno nos
acusaba de poner bombas y sembrar el caos por todo el país, pero esos no son
nuestros métodos. Nunca lo fueron. Sí es cierto que he matado gente. ¡Quién no
lo ha hecho en una guerra! Solo sobrevive el que mata. Esa es la pura realidad.
Y también he matado a inocentes, aunque nada en comparación a las barbaridades
cometidas por los fascistas. Pero yo creo que una cosa es una guerra y otra
cosa es hacer un atentado. ¡No sirven para nada! Al general, ministro o
comisario que te cargas le sustituye otro, igual o peor y además el gobierno
utiliza el terrorismo como argumento para armarse más y mejor. Pero lo más
importante: el terrorista se cree que él y sus cojones son armas suficientes
para derrotar a un enemigo mucho mejor armado... El terrorista minusvalora las
acciones masivas, la fuerza organizada... ¡Espera un momento! Quizás eso era lo
que nos pasaba, en parte, a los que seguimos a Jaime... Pensábamos... Yo
pensaba que yo y mis ovarios -en este caso- nos bastábamos... ¡No! No voy a dar,
después de tanto tiempo, la razón al Comité Central. ¡Aquello era diferente! En
todo caso, yo no iba a poner ninguna bomba.
-
Yo no voy a poner ninguna bomba, Víctor. Ya tengo bastante a mis espaldas con
todo lo que ha pasado desde mi llegada como para ahora hacer algo que en toda
mi vida he rechazado.
-
¿Nunca has organizado un atentado? - me preguntó Pablo incrédulo, sin duda
intoxicado aun por toda la propaganda del gobierno.
-
¡Claro que no! Los bolcheviques rechazamos esos métodos – Pablo estaba
sorprendido.
-
Estamos en sus manos Exiliada. Nos tienen. Y sabes que los independentistas
arranios odian a los bolcheviques. Los odian casi más que a la República. Les
acusan de todo. Están convencidos de que Arrania no es independiente por culpa
de los bolcheviques.
-
Eso es absurdo.
-
Da igual que sea absurdo. Si se enteran de que buscas a un antiguo dirigente
bolchevique nos matarán. Si se enteran de que vienes de parte de Verónica, nos
matarán. Nuestra única esperanza es ayudarles.
-
Cayo está aquí infiltrado - informé a Víctor. El anciano se sobresaltó.
-
¿Está aquí?
-
Sí, vino antes a vernos. Lleva tiempo aquí infiltrado.
-
¿Es el que vino antes a veros, cuando yo estaba con mi sobrino? ¡Ese es Ran! El
que, precisamente tiene que explicaros el atentado… Eso sólo puede significar
que Gúlik sospecha algo y ese atentado que nos prepara es una trampa.
8.12
Efectivamente.
Gúlik
sospechaba de Ran y de nosotros.
Suele
suceder que algunos espíritus aventureros que, por un lado, desconfían de los trabajadores,
de su capacidad de lucha y sacrificio, por otro, dan pábulo a todas las teorías
conspiranoides posibles. Gúlik era de ellos. Veía la mano de sus enemigos por
todas partes. Creía estar rodeado de espías y pensaba que numerosos planes le
apuntaban a él como libertador de Arrania.
-
Ella era una destacada bolchevique, de la facción de Jaime. - le dijo una mujer
aproximadamente de mi edad de ojos y cabello oscuro.
-
Muchos leales patriotas se dejaron engañar por Jaime y le siguieron a la
muerte. Los social-centralistas se disfrazaron de bolcheviques para engañar a
la juventud de Arrania - le explicó Gúlik.
-
Pero los bolcheviques decían luchar contra la socialdemocracia.
-
Era todo hipocresía. En tiempos de crisis, los social-centralistas necesitaban
un disfraz más radical. La guerra fue una coartada para volver a ocupar
militarmente nuestra tierra. ¡Fíjate! Republicanos y fascistas son ahora amigos
y aliados mientras mantienen la opresión sobre nuestro pueblo.
Un
tercer hombre, engominado y vestido de traje –lo que le hacía contrastar
vivamente con los miembros de Sangre y Fuego-, escuchaba impaciente la
conversación entre Gúlik y la mujer. En ese punto decidió interrumpirles:
-
Nuestros amigos comunes se impacientan, Gúlik. Han financiado la operación para
conseguir resultados y se impacientan.
-
¡Qué esperen el momento idóneo! - Gúlik se mostró irritado -. Ahora se creen
todopoderosos porque tienen el dinero, pero a la hora de la verdad nos
necesitarán y entonces implorarán nuestra ayuda.
-
Pero sí deberíamos continuar con los preparativos - apuntó la mujer.
-
Tienes razón Raia - ya sabemos cómo se llama la mujer -, pero la llegada de mi tío
lo ha enturbiado todo. No puede ser una casualidad. Me ha prometido
colaboración futura si no desvelo quién es realmente. La ex-bolchevique y sus
acompañantes no saben nada.
-
¿Te fías de él?
-
En absoluto. Él es muy poderoso, sin embargo, ahora me pide ayuda… pero no
tendrá ningún escrúpulo en seguir persiguiendo a los patriotas si se sale con
la suya. Tenerlo aquí puede suponer una gran oportunidad, pero también
muchísimos riesgos. Por ahora, su presencia debe de seguir siendo un secreto.
Nadie debe de saberlo – y miró con atención al hombre, que asintió
discretamente.
-
¡Cómo detesto a los renegados! – Exclamó Raia. Renegados eran los arranios que
según los independentistas, se pasaban al campo de los centralistas.
-
Dile a nuestros amigos que mañana iniciaremos la operación - le comunicó finalmente
Gúlik al hombre –. Pero ni una palabra sobre mi tío. ¡Raia! Necesito que
vigiles a Ran. No me fio de él. Creo que nos esconde muchas cosas. Y ese interés
por los amigos de mi tío... No es trigo limpio. Si alguno de ese grupo se niega
a cumplir las órdenes ya sabes qué hacer.
-
¿Y tu tío?
-
No. Mi tío es más valioso vivo...
El
hombre trajeado pidió permiso para irse y abandonó la sala en la que estaban. Gúlik
continuó conversando con Raia:
-
Estamos cerca. ¡Estamos muy cerca! Hemos soportado muchas amarguras. Pero ya
estamos cerca.
-
Es deprimente que tengamos que soportar a los burguesitos en todo esto - se
quejó Raia, seguramente en referencia al hombre que se acababa de marchar.
-
Lo sé. Son unos cobardes. No dan la cara. Pero ahora les interesa financiarnos,
siempre que en nuestras acciones eliminemos a alguno de sus competidores foráneos.
Pero nunca te fíes de ellos. A la mínima que les apriete el gobierno, que les
ofrezcan alguna chuchería, nos venderán para salvarse ellos. Por eso esta
operación es tan importante, porque demostraremos toda nuestra fuerza.
8.13
Hacía
tiempo que no tenía pesadillas. Desde New Haven.
Sin
embargo, esa noche en Tímberlane fue muy mala. Por un lado haberme pasado todo
el día tumbada no me ayudaba a conciliar el sueño. El dolor de la herida
tampoco contribuía. Pero además me sentía muy nerviosa. Escuchaba los ronquidos
de Pablo y notaba la presencia más etérea de Helena. Me habían dejado la cama y
ellos dormían sentados sobre unas butacas que no parecían muy cómodas. Víctor
estaba fuera. Supusimos que con su sobrino.
Intentando
dormir terminé repasando toda mi estancia en la República... Desde mi llegada a
Cáledon, el hospital, Verónica, New Haven, Davenport... hasta llegar a Cayo. Verónica,
pese a sus extraños métodos con las tres hermanas, quería reconstruir el
Partido. Orestes, seguía siendo un arrogante, pero aparentemente se mantenía más
entero, aunque no compartía su balance sobre cómo había resuelto el pogromo.
Luisma nunca había sido la alegría de la huerta y estaba completamente
desmoralizado, pero ¡Cayo! Cayo estaba irreconocible... Y luego estaba esa “misión”
que nos quería encomendar Gúlik.
Hubo
un momento en que no recuerdo si pensaba o soñaba... O se mezclaban las dos
cosas.
Había
vuelto a Davenport, pero estaba con Cayo mirando los dos el mar. Las olas
rugían, pero no me tranquilizaban como de costumbre. Me giré: Víctor se
desangraba por su mano herida. Detrás estaba Helena que también se desangraba
por la bala que le había atravesado en New Haven. También estaba Pablo. Su
herida no se podía ver, pero era la más grave. Fueron cayendo, uno tras otros, a
mis pies. Creo que muertos. Sus cadáveres formaban un pasillo macabro en
dirección a uno de los contenedores del puerto.
-
Continúa con tu misión - me susurró Cayo.
Avancé
llorando por mis compañeros muertos y entré en el contenedor. Dentro me
esperaba Luisma. Observaba impasible el cadáver de Orestes al que yo había
disparado. El antiguo líder bolchevique se giró y me miró:
-
Estás aquí para esto - Me lo dijo con una tranquilidad, como si él deseara que realmente
le matara.
Yo
estaba armada. Apunté y disparé y no dejé de llorar ni un momento.
Escuché
entonces un ruido a mi espalda. Era yo de adolescente, con el megáfono, como la
foto que me había dado Orestes. Mi yo de adolescente salió corriendo del contenedor
y yo la seguí. Corrí tras ella, pero ya no estaba en Davenport, ni en New Haven,
ni en ningún lugar conocido... Estábamos en un camino de barro, atravesando
unas montañas con el cielo anaranjado. No lo conocía, pero me sonaba… Y seguíamos
corriendo y corriendo y la muchacha me llevó... ¡ante Jaime!
Desperté
sobresaltada. No pude dormir más aquella noche. Me puse a pensar en mi sueño.
En el que había tenido en New Haven con la muerte de Orestes y el que había
tenido ahora. Estuve por llamar a Roger y a Melisán para saber si Orestes y
Luisma seguían vivos... Pero vi la hora que era -muy de madrugada- y me pareció
absurdo.
8.14
Volvemos
a Cáledon. Pero no por gusto.
Cuando
yo estaba luchando contra mis nervios para tratar de dormir algo, el coronel Saúl
conjuraba los suyos con una cafetera de café y café más negro que la noche,
sentado en su despacho de El Castillo, la sede del Ministerio Especial de
Pacificación en Cáledon, tras varios memorándum e informes.
Mientras
sorbía el café de su taza, sin levantar la mirada del líquido, con la cabeza
indicaba al oficial de nariz aguileña que pasara y le informara. Éste entró.
Parecía muy cansado, con ojeras, mucho sueño. De hecho reaccionó con deseo
cuando respiró el aroma de café que inundaba todo el despacho. Por supuesto, el
coronel Saúl ignoró las necesidades de su colaborador.
-
Nuestros informadores - explicaba el oficial- confirman que la Exiliada ha sido
la responsable de la pelea de New Haven y de los tumultos de Davenport.
-
New Haven y Davenport... - la voz cansada pero audible del oficial fue sucedida
por los susurros tranquilos de Saúl - ¿Está él con ella?
-
Sí señor. Y también está su asesina.
El
oficial esperaba alguna respuesta de su superior ante la información, pero ante
la impasibilidad del coronel, el oficial continuó hablando:
-
Varios testigos han identificado a una semita ciega, junto a un anciano, un
jovencito moreno y la Exiliada: negra, rondando los treinta, atractiva... La
asesina se les ha unido.
-
Helena es leal.
La
insistencia del oficial irritó al coronel Saúl. Apoyó con cierta violencia la
taza de café sobre el escritorio y cambió sus susurros por una voz más clara y
firme. El oficial se alarmó, temeroso de que se hubiera extralimitado.
-
Helena -volvieron los susurros - tiene órdenes de terminar con el viejo, pero
sin despertar sospechas en la Exiliada. Se habrá unido a ese grupo para poder
cumplir con su misión.
-
¡Sí señor!
-
Cáledon, New Haven y Davenport...
El
coronel Saúl guardó un momento de reflexión. Sus pensamientos le llevaron lejos
de aquellas paredes. Su mirada parecía escrutar historias que a su oficial se
le escapaban. Asintiendo levemente, procedió a rellenar su taza con el café de
la cafetera. Acto seguido tomo un nuevo sorbo y presionó un botón de su mesa:
un compartimento en su superficie se abrió y salió un ordenador portátil.
Introdujo varios códigos y revisó varios archivos hasta que su rostro se
iluminó, parecía que había dado con lo que buscaba. El oficial estaba intrigado
pero no se atrevía a interrumpir al coronel mientras leía sin parar la
información que aparecía en la pantalla del ordenador.
-¡Aha!
- interrumpió su lectura. Empiezo a descifrar lo que está pasando. Es la
utilidad de guardar todos los informes, todos los expedientes... Y lo más
importante: ya sé con quién negociar jejeje para conocer los próximos movimientos
de la Exiliada.
El
coronel sonreía y parecía satisfecho. Como recompensa se tomó otro sorbo de
café.
-
¿Qué instrucciones damos a nuestros agentes de New Haven y Davenport? –preguntó
el oficial.
-
Limpieza. Quiero que se limpie todo. Todo aquel que haya tenido contacto con la
Exiliada en ambas ciudades. Limpieza total.
-
¡Sí señor!
FINAL
DEL CAPÍTULO 8
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