Cerré la libreta de actas. Miré a mí alrededor. Pablo, que se mantenía en un anormal silencio desde que habíamos abandonado la central hidroeléctrica parecía turbado y ensimismado en sus pensamientos. Bruno me preguntó si me encontraba bien. Víctor parecía adivinar que lo que había leído era muy importante. Noté como el anciano me buscaba con la mirada.
- ¿Tú eras el responsable de formación de Jaime? - le pregunté.
No sé por qué se lo pregunté. En las actas no aparecía especificado algo así. Sin embargo, ahora estaba convencida. Desde el principio había tratado de atar cabos sueltos, sin éxito. Sabía que el anciano me estaba utilizando, pero desconocía el por qué. Seguía sin saberlo, pero al menos ya no estaba completamente ciega. Todo hasta entonces había parecido una gran casualidad, una especie de conjunción cósmica. Pero yo no creía en eso, yo creía que el accidente expresaba la necesidad.
El viejo no se inmutó, ni mostró sorpresa, disgusto o preocupación. Simplemente asintió con la cabeza. Yo tenía razón. Aunque seguía rodeada de incertidumbres, este descubrimiento me tranquilizó.
- Y supongo que no eras un doctor del hospital que por casualidad pasaba por el lugar de mi accidente.
- Realmente soy doctor, pediatra, pero por lo demás estas en lo cierto. Me enteré de que volvías a la República. Te estaba siguiendo cuando los mercenarios volaron el autobús.
- ¿Qué quieres de mi?
- Busco a Jaime, muchacha. Pensaba que tú sabías donde está. Ahora sé que no, pero, tal vez, alguno de los compañeros de Verónica quizás lo sepa.
- ¿Para qué lo buscas?
- Para que regrese. Pese a todo lo que ha pasado, él sigue siendo un símbolo. El gobierno no ha podido terminar con él y con su leyenda.
Se hizo un silencio. Al rato Víctor continuó hablando.
- Mira muchacha, no creo que sea una casualidad que Verónica te haya pedido que busques a los antiguos dirigentes bolcheviques. Exactamente los mismos que estuvieron en tu juicio. – Me explicó Víctor – Quizás ella te necesita para dar con ellos. Quizás solo salgan de sus escondites si eres tú quien les busca.
- No lo sé Víctor, pero puede que si les encuentro entienda algo de lo que está pasando… de lo que pasó… de lo que me pasó.
Yo era un mar de dudas... Le expliqué al anciano lo que había descubierto en las actas, lo que, tras marcharme de la reunión, habían discutido los dirigentes bolcheviques. Víctor me escuchó con mucha atención. Pablo y Bruno se miraban uno al otro sin entender del todo lo que yo relataba.
- ¡Buscas entonces la verdad! - Exclamó impactado Víctor cuando terminé mi explicación - ¿Quieres averiguar qué es lo que pasó exactamente? Pero quizás esa búsqueda te haga comprender qué es en realidad el bolchevismo y por qué fracasaron tanto Jaime, como el CC de Verónica. Pero no dejas de ser ambiciosa, muchacha: También fue la ambición lo que, en parte, te hizo seguir a Jaime.
Quería protestar por esa afirmación, pero Víctor continuó hablando:
- Tú y yo sabemos que a ti te gustaría que Cayo tuviera razón en lo que dijo: te gustaría que tu papel en todo esto fuera crucial. - El anciano me sonreía- Pero tampoco olvides que puede que sea Orestes el que acertara contigo.
- ¡Ya veremos! -tome las palabras
del anciano como una especie de reto- El movimiento se demuestra andando y mañana
me pondré en marcha.
Di la espalda a Víctor y me puse a pensar en voz alta.
- Pero New Haven está muchísimo
más cerca de Cáledon que Timberlane –añadió Víctor a mis pensamientos-. Además,
no hay duda de que encontrar a Orestes también tiene su interés e importancia. Él
era el responsable político del Partido. De allí podemos ir a Davenport, luego a
Timberlane, esa ciudad de locos arranios, y finalmente Vancouver en las
montañas… Es el mejor orden posible.
- Sí –Desde luego era el camino más
recto desde Cáledon, bajar a New Haven para luego acercarnos a la costa y subir
por Davenport y Timberlane hasta la frontera con el continente y la antigua
ciudad de Vancouver - Tienes razón, es lo mejor: en cuanto amanezca, partiré
hacia New Haven...
- Permíteme que te acompañe - me pidió con suavidad y educación el anciano, que no había dejado ni por un instante, de prestar atención a mis palabras.
- Puede que sólo Jaime sepa dónde está Jaime, anciano... - Le respondí.
- Lo sé, pero no me importa. Jaime es una idea. Es verdad, es una idea muy grande, pero cualquier idea puede reemplazarse por otras ideas… nuevas y mejores...
- Yo, capitana - me dijo Bruno cuadrándose ante mí – también iré contigo.
- No, Bruno. - Sabía que mí querido camarada estaba dispuesto a acompañarme hasta la muerte si era preciso, pero ahora mi mecánico preferido tenía otras responsabilidades: - Recuerda a tu bebé. Eres lo único que tiene. ¿Piensas abandonarlo para seguirme a vete tú a saber que nuevas aventuras? No, Bruno. No lo puedo permitir. Tu sitió es aquí.
Bruno protestó varias veces. Decía estar dispuesto a dejar a su hijita a unos familiares, pero finalmente entró en razón. Logré quitarle esa loca idea de la cabeza.
- Además – continué explicándole a mi amigo - Recuerda los trabajadores de la Cia+Fia... Querían luchar, querían organizarse... ¡Ni siquiera sabemos que les habrá pasado, a ellos y a sus familias! Debes velar por ellos. Tienes mucho trabajo aquí Bruno.
Nos dimos un fuerte abrazo. Sabía que le echaría mucho de menos y que no encontraría a nadie tan digno de confianza y amistad.
- ¿Y tú que vas a hacer Pablo? - Preguntó el anciano al muchacho.
Pablo miró a Víctor. Luego me miró a mí. Devolvió la mirada al anciano y tras varias vacilaciones le respondió resignado:
- Os acompañaré. Aquí en Cáledon ya no me queda nada.
- ¿Seguro? - le pregunté - Ya has hecho mucho por mí, Pablo. No tienes ninguna deuda que saldar.
- No, no te preocupes. Te acompañaré.
Parecía como si Pablo, a medida que se hacía más a la idea de acompañarme, se sintiera más a gusto, más relajado… De la tristeza que parecía sentir desde hacía horas, ahora se volvía más animado:
- Además, – me dijo ya con su más habitual ironía - tú no quieres que se separe de ti un tipo tan guapo y simpático como yo, ¿verdad?
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ResponderEliminarGracias
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