Relatos de Jjojismos

· La última bolchevique (concluido), una mujer regresa del exilio y se encuentra con un país devastado por la guerra. Perseguida, deberá aliarse con los compañeros que la traicionaron para luchar por su supervivencia.
· Una nueva historia (en proceso), 1913, han asesinado al hijo de un importante empresario, el detective Jhan, un troglo, no cree que el sospechoso detenido, un trabajador de oficinas mamón, sea el verdadero asesino.
· Jaime (en proceso), la secuela de La última bolchevique. Bella, colaboradora de los nuevos bolcheviques se lanza a la búsqueda del a la par odiado y amado Jaime para evitar una nueva guerra.
· La muerte de Ishtar (en proceso), nos situamos a finales del siglo IV, principios del V. La nueva religión cristiana se abre paso frente a las antiguas creencias paganas. Dos mundos chocan y luchan entre intrigas, persecuciones y aventuras.

martes, 11 de diciembre de 2012

Capítulo 3, la última bolchevique 8.

Mientras se producía esa conversación, las gemelas me condujeron a la planta de arriba de la central y, una vez allí, a una especie de oficina donde “ella” me estaba esperando. El recorrido fue en completo silencio e incomodo, muy incomodo. Era como si me llevaran ante un pelotón de fusilamiento. Aral se detuvo un instante delante de la puerta de la oficina, la abrió y pasamos las tres. Era un local amplio, bastante arreglado en contraste con el resto de la antigua central. Las paredes estaban pintadas de blanco y la luz era intensa, azulada, de fluorescente. Al fondo había un ventanal que ofrecía una preciosa vista de las colinas. Delante una mesa de trabajo de plástico oscuro. Apoyada delante de esa mesa me esperaba una mujer. 

En cuanto supe quién era “ella”, el cuerpo y la sangre se me helaron. A esa mujer la conocía muy, muy bien. Desgraciadamente, nuestra relación había finalizado muy, muy mal. “¡De entre todas las mujeres del mundo!”, recuerdo que pensé, “¡Verónica!”. Verónica de Green, mi antigua responsable de formación, dirigente bolchevique del Comité Central, miembro de la Ejecutiva Nacional. Ella y yo estábamos muy... unidas. Demasiado. La guerra y Jaime nos separaron violentamente. 

Verónica era entonces una mujer madura que rondaba los cincuenta años, sino los superaba ya. Sin embargo, su edad la llevaba con mucha dignidad: se notaba que hacía deporte, que se cuidaba, que le preocupaba su imagen... Os puedo asegurar que hace diez, quince años era una mujer de una extraordinaria belleza. Ahora seguía conservando mucho atractivo, pese al paso de los años, las inevitables arrugas y las canas. Menuda y delgadita, su precioso pelo rubio, fino, ahora era completamente blanco, pero no dejaba de ser hermoso. Lo llevaba largo y recogido en un moño. Vestía un elegante traje ejecutivo negro. Siempre había sido destacado por su manera de vestir. También seguía llevando aquellas gafitas, pequeñas y redondas que, delante de sus ojos verdes, siempre me habían transmitido sabiduría, seguridad, confianza… ahora…. 

Verla me emocionó profundamente. Por cómo se irguió al verme, por cómo apretaba sus puños mientras su cara se enrojecía era obvio que ella también se emocionó. Tuve que centrarme en el hoy, en el presente, porque al mirarla, al pensar en ella, volvían a mi mente recuerdos del pasado. Recuerdos de otra época que ya estaba irremediablemente perdida. De cuando yo era feliz. 

Verónica clavó sus ojos en los míos a medida que me acercaba. Bajo sus gafitas y ojillos ya no vi sabiduría, sino una mezcla de odio y temor. De rencor y tristeza. 

La tensión dominaba la estancia, podía cortarse con un cuchillo. Hacía tantos años que no la veía... Mi corazón palpitaba con fuerza. La última vez que había estado en su presencia no fue cuando seguí a Jaime, sino tras la primera guerra, antes de exiliarme. Y aquella ocasión fue la más dolorosa de mi vida. De recordarlo casi me puse a llorar, pero me contuve. Apreté los puños y los dientes, arrugué el ceño y me detuve justo delante de ella. Como en aquella ocasión no quería mostrar debilidad, no quería que una sola lágrima recorriera mis mejillas. No me lo podía permitir. 

- No pensaba que volvería a verte… Exiliada. – Dijo Verónica de manera hiriente, como con asco, ignorando mi nombre y enfatizando con desprecio la palabra “Exiliada”, buscando una provocación, tratando de sonsacarme alguna reacción emocional en mí que le permitiera ratificar su odio. 
- Hola Verónica. Ha pasado mucho tiempo – Tragué saliva y respondí con la mayor templanza posible. Sin embargo, tenía la piel de gallina y un nudo tremendo en el estómago. 

Las gemelas salieron de la habitación y cerraron la puerta. Estábamos solas.

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