Nos adentramos por las ruinas del barrio de Lacánsir. Montañas de escombros, basura, estructuras de hormigón apiladas -lo que antes eran edificios-, cristales rotos, desnaturalizados por el sol y la lluvia, ladrillos pulverizados, madera podrida... Un escenario que recordaba a los campos de batalla, pero en el mismo corazón de la República. Hasta ese barrio habían llegado los obuses y morteros de los fascistas. Avanzamos hasta un cráter. A partir de ahí no quedaba más remedio que continuar a pie.
Por suerte el bebé dormía, así que Bruno podía llevarlo sin problemas en sus brazos, mientras cargaba una mochilita con un pequeño biberón con leche y toallitas y talco que había comprado en la gasolinera.
El sol comenzaba a alzarse en el horizonte, debían ser las siete y media de la mañana. Anduvimos entre lo que en el pasado habías sido calles atestadas de vida y movimiento. Ahora lo único vivo eran las palomas, ratas y cucarachas que se habían apropiado del barrio. De fondo ya se podía ver el cine de Lacánsir: toda aquella majestuosidad, fama y glamour que había tenido... y ahora sólo era un edificio en ruinas.
Algún ruido despertó al bebé. Bruno trató de calmarle, palmaditas en la espalda, caricias... ¡Ya estábamos cerca del cine! Pero lo que primero detectó el bebé ahora lo oíamos todos nosotros: un helicóptero volaba sobre nuestras cabezas... Ni se me pasó por la imaginación la posibilidad de que fuera Número 2. Continuamos hacia el cine. Estaba situado en la que antes era una plaza. Había restos de una fuente y de lo que en el pasado habían sido jardines, pero justo en el centro se hundía el asfalto en otro cráter. El bebe seguía llorando. Sentía algo que a nosotros se nos escapaba.
- ¡Hola querida! Jajaja - tronó la voz de Número 2 desde la azotea del cine. - ¡Ríndete! Estas rodeada. - Otra vez escuchaba esas palabras, presagio de conflictos y muertes.
Miramos a nuestro alrededor y, efectivamente, detrás nuestra se hizo notar un grupo de paramilitares. Parecía que no había salida. Instintivamente todos levantamos los brazos, excepto Bruno que cubría con su cuerpo a su frágil hija.
- Reconozco que contigo tengo una suerte agridulce querida. Tengo suerte para encontrarte, aunque en el hospital tuve muy mala suerte para retenerte. Pero no creo que ahora te salven las BAB jajaja. -continuó con su cháchara Número 2- ¡Quedaos donde estáis!
Y eso pensábamos hacer, inmóviles y sin saber cómo salir de esa encerrona. Hasta que, de improvisto, se oyeron unos chirridos de metal oxidado: los portones del cine se fueron abriendo lentamente. Todos nos quedamos mirando con la boca abierta. Sólo faltaba que del interior del edificio saliera un manto de niebla y oyéramos un aullido para que pareciera una vieja película de terror, de las antiguas de blanco y negro. Lo cierto es que nadie parecía haber abierto aquellas antiguas puertas, sólidas y pesadas, y sólo había oscuridad en el interior del cine.
Por suerte el bebé dormía, así que Bruno podía llevarlo sin problemas en sus brazos, mientras cargaba una mochilita con un pequeño biberón con leche y toallitas y talco que había comprado en la gasolinera.
El sol comenzaba a alzarse en el horizonte, debían ser las siete y media de la mañana. Anduvimos entre lo que en el pasado habías sido calles atestadas de vida y movimiento. Ahora lo único vivo eran las palomas, ratas y cucarachas que se habían apropiado del barrio. De fondo ya se podía ver el cine de Lacánsir: toda aquella majestuosidad, fama y glamour que había tenido... y ahora sólo era un edificio en ruinas.
Algún ruido despertó al bebé. Bruno trató de calmarle, palmaditas en la espalda, caricias... ¡Ya estábamos cerca del cine! Pero lo que primero detectó el bebé ahora lo oíamos todos nosotros: un helicóptero volaba sobre nuestras cabezas... Ni se me pasó por la imaginación la posibilidad de que fuera Número 2. Continuamos hacia el cine. Estaba situado en la que antes era una plaza. Había restos de una fuente y de lo que en el pasado habían sido jardines, pero justo en el centro se hundía el asfalto en otro cráter. El bebe seguía llorando. Sentía algo que a nosotros se nos escapaba.
- ¡Hola querida! Jajaja - tronó la voz de Número 2 desde la azotea del cine. - ¡Ríndete! Estas rodeada. - Otra vez escuchaba esas palabras, presagio de conflictos y muertes.
Miramos a nuestro alrededor y, efectivamente, detrás nuestra se hizo notar un grupo de paramilitares. Parecía que no había salida. Instintivamente todos levantamos los brazos, excepto Bruno que cubría con su cuerpo a su frágil hija.
- Reconozco que contigo tengo una suerte agridulce querida. Tengo suerte para encontrarte, aunque en el hospital tuve muy mala suerte para retenerte. Pero no creo que ahora te salven las BAB jajaja. -continuó con su cháchara Número 2- ¡Quedaos donde estáis!
Y eso pensábamos hacer, inmóviles y sin saber cómo salir de esa encerrona. Hasta que, de improvisto, se oyeron unos chirridos de metal oxidado: los portones del cine se fueron abriendo lentamente. Todos nos quedamos mirando con la boca abierta. Sólo faltaba que del interior del edificio saliera un manto de niebla y oyéramos un aullido para que pareciera una vieja película de terror, de las antiguas de blanco y negro. Lo cierto es que nadie parecía haber abierto aquellas antiguas puertas, sólidas y pesadas, y sólo había oscuridad en el interior del cine.
De golpe pudimos ver a tres paramilitares como empujados más allá de las puertas, fuera del edificio. Pero no eran ellos los que se movían... De hecho, ellos estaban rígidos, pálidos… y tras el impulso que les había sacado, los tres cayeron de bruces contra el suelo. ¡Estaban muertos!
Nos asustamos. Incluso uno de los paramilitares que teníamos a nuestra espalda emitió un leve grito. Esperamos, a ver que sucedía. Eso sí, completamente quietos. Pero nada más salía del cine.
- ¿Qué diablos sucede? - preguntó impaciente Número 2, que no había visto a los mercenarios muertos y no entendía porque sus hombres estaban quietos como estatuas.
Los paramilitares hablaron entre ellos visiblemente impresionados. Finalmente, uno de ellos, presionado por su superior, se decidió a avanzar lentamente hacia el cine, para examinar los cadáveres. Probablemente en su mente supersticiosa todas las leyendas sobre Lacánsir tomaron forma. Los fantasmas del cine, las víctimas de los bombardeos que seguían viendo las antiguas películas, habían asesinado a sus compañeros por profanar con sus armas aquel barrio fantasma. El paramilitar nos bordeó sin reparar en nosotros. Era evidente que tenía mucho miedo: miraba a un lado y a otro y caminaba paso a paso con el gesto descompuesto y el arma dispuesta para disparar.
Pero los fantasmas no existen: Justo cuando nos había adelantado se oyó un disparo seco y aquel hombre también cayó al suelo fulminado. Los demás paramilitares corrieron a refugiarse tras unos pilares de hormigón.
- ¡Os juro que no soy yo! - dijo nervioso Pablo.
- Refugiémonos dentro del cráter - aconsejó Víctor - ¡Ahora o nunca!
Corrimos hacia el cráter mientras que más disparos salían del cine. Pero las balas no iban dirigidas contra nosotros, sino contra los paramilitares. Arriba en la azotea, Número 2 agitaba los brazos como un loco dando instrucciones a sus hombres. Sus hombres respondían al ataque disparando a ciegas contra las ventanas y puertas del antiguo cine. Sin que cesaran los disparos, refugiada tras uno de los portones del cine se asomó Bella, la hermana pequeña de las gemelas:
- ¡Rápido, venid! – Nos dijo mientras se cubría para evitar los disparos de los paramilitares.
Era arriesgado, solo el hundimiento del cráter nos protegía de una línea de fuego cruzado. Además desde lo alto, Número 2 dominaba toda la plaza. Yo conservaba la pistola del hospital. La revisé, era una semiautomática de dieciocho balas. Quedaba una, a lo sumo dos balas, más la de la recamara. Pablo se había deshecho de la suya en el parquin, aunque era probable que también estuviera en las ultimas tras los tiroteos en el hospital que nos permitieron escapar.
Mire al muchacho. Me había impresionado la expresión de su cara cuando había arrojado al suelo su arma. Era una mezcla de odio, asco... No me atrevía a pedirle que nuevamente utilizara una pistola. Miré a Víctor, me comprendió y asintió con la cabeza. Por último observé a Bruno, estaba demasiado ocupado preocupándose por su bebé, en un vano esfuerzo de que no escuchara las balas tapándole sus orejitas. El bebé lloraba desconsoladamente.
- No me lo pidas, por favor - me rogó Pablo.
- Eres nuestra mejor opción y el tiempo se agota. - le dijo Víctor.
Y así era. De los dos francotiradores, uno ceso de disparar. Poco después se escucharon disparos procedentes de dentro del cine. Probablemente Numero 2 tenía más hombres en la azotea y les había enviado para cazar a los francotiradores. Por otro lado, un paramilitar estuvo a punto de alcanzar a Bella, que tuvo que medio cerrar uno de los portones del cine para protegerse mejor de los disparos.
Realmente el tiempo se agotaba.
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