Esa noche, a pocas horas de la partida, no pude pegar ojo. Ya no solo eran los ronquidos de Víctor o los periódicos llantos de mi pequeña tocaya. A mi cabeza volvían una y otra vez las imágenes de mi comparecencia ante la Ejecutiva. Resonaron mis palabras, me imaginaba las escenas que había leído en las actas... Rompí a llorar. Como mi orgullo no me permitía que mis compañeros me vieran así, me levanté corriendo y salí del piso. Me refugié en la calle. No había ni un alma. Cáledon dormía. De lejos se oía algún coche, alguna sirena, algunos ruidos... Pero la calle en la que estaba era tranquila y oscura, sin alumbrado público.
¿Qué quería yo de mi misma? ¿Por qué había vuelto? ¿Realmente tenía yo razón con mi visión sobre la guerra, sobre el Partido? En el exilio todo se resolvía en absurdas veladas de emigrados que se emborronaban por el alcohol, los antidepresivos y las demás drogas... Debates de salón con otros exiliados donde nos lamíamos las heridas, aplaudíamos nuestro heroísmo pasado –sin mencionar nuestra cobardía presente- y maldecíamos una derrota que no comprendíamos. Para Verónica, en cambio, todo parecía más claro: nuestra derrota procedía de la división… Pero ahora creo que esa división era inevitable… tenía que darse antes o después.
Entonces, en aquella calle me sorprendí pensando en los bolcheviques en primera persona del plural: “nosotros”. ¡Pero no! ¡Yo no soy bolchevique! –Me dije- No tengo partido. Ni con Jaime, ni con el CC. Estaba sola. Creía que todos estábamos solos.
Pero no estaba sola. A mi espalda apareció Bruno. Siempre a mi lado. En mi interior quería pedirle que lo dejara todo, que dejara a su hija y viniera conmigo. Le necesitaba.
- El bebé duerme plácidamente. Pero soy yo el que no puedo conciliar el sueño. Veo que no soy el único, capitana.
- ¿Cuántas veces te he dicho que no me llames capitana?
- Siempre serás mi capitana. Nos guste o no, la guerra forma parte de nosotros.
Nos miramos. Quería abrazarlo, gritarle que lo necesitaba, que no quería irme sin él.
- Siento mucho lo de Gloria - le dije con lagrimas en los ojos.
Bruno miró hacia el cielo y se hizo el silencio.
- Es extraño. - me dijo pasado un rato - Nos vendió, nos traicionó... Sé que creía que así salvaba a su hija... No puedo odiarla... A su lado pensaba que podría superar la guerra, pero no fue así. La guerra no ha terminado.
Se hizo un nuevo silencio.
- Pero la guerra era más sencilla al principio. - Continuó Bruno - Cuando estaba claro quién era el enemigo. Ahora en cambio...
Y nos quedamos allí hablando durante horas de anécdotas de la guerra. Al principio, recordando las más terribles, pero después, las curiosas, incluso las divertidas, a los compañeros, sus apodos y sus excentricidades... Había un miliciano al que le llamábamos “Esfínter” porque se pasaba el día con ganas de ir de vientre. Otro miliciano era “Bufón” famoso por sus bromas, muchas veces pesadas. “Milady”, una miliciana que cuando se incorporó a filas sentía asco por el fango, los insectos… Y así continuamos charlando hasta el amanecer.
***
New Haven. Ese era el primer destino. Helena la ciega nos había seguido los pasos y con su oído superfino y con un aparato de escuchas sabía a dónde íbamos. Partió antes que nosotros, preparando planes y trampas que nosotros ni sospechábamos.
FINAL DEL CAPÍTULO 3
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