Pablo sujetó con fuerza la pistola, la observó como el que mira a un demonio y me lanzó una mirada como si me gritara: “¡lo hago por ti!”. Me ruboricé y aparté mis ojos. Volvieron a escucharse disparos dentro del cine.
- Cuando grite ¡ya! Salís corriendo hacia Bella - nos ordenó Pablo.
- Cuando corramos, mantengámonos alejados unos de otros para dificultar la diana - recomendé a Víctor y Bruno como si de los tiempos de la guerra se tratara.
Pablo dio un salto acrobático que nos sorprendió a todos - y me apuesto que también a los paramilitares - y disparó un primer tiro a la azotea mientras lanzaba el grito convenido. No alcanzó a Numero 2, pero nuestro rival tuvo que esconderse, perdiendo ángulo de tiro. Nosotros salimos corriendo. Volvía a escuchar el silbido de las balas rozándome, como en la guerra. Mientras, en pleno vuelo, Pablo se giró y trató de disparar a los paramilitares que teníamos a nuestra espalda. ¡Encasquillada! Lo volvió a intentar. ¡Encasquillada! Su vuelo terminó y se encontró frente al enemigo, desarmado y solamente protegido por el francotirador del cine. Los demás llegamos a la puerta a salvo y entramos en el edificio, pero yo no pude evitar mirar hacia atrás y comprender horrorizada que aquel extraño muchacho estaba perdido. ¡Pablo!
Ahora, tiempo después de todo aquello, debo reconocer que los lectores pensaran que lo que cuento es imposible, que teníamos una “flor en el culo”. Quizás simplemente era verdad lo que había dicho Número 2: que tenía muy buena suerte para encontrarme y muy mala para capturarme... El caso es que Pablo sobrevivió. ¿Cómo? En aquel momento ni él, ni ninguno de nosotros lo sabíamos. Los paramilitares dejaron de disparar y el muchacho, tras un instante de incredulidad, reaccionó para dar media vuelta y correr hacia nosotros como una gacela, alentado por Bruno, Víctor, Bella y yo misma, que me sentía responsable por haberle mandado a una muerte casi segura.
Pero ¿qué fue lo que pasó? Pues que como recordaran, la ciega también nos seguía el rastro. Tenía instrucciones precisas y no podía permitir que un grupo de mercenarios se interpusiera entre ella y nosotros. Sus afilados sentidos la llevaron a las espaldas de los seis paramilitares que disparaban contra el cine. Ellos ni notaron su presencia. En palabras de la ciega que mucho más tarde me diría “eran sucias dianas de ruidos y sudor impotentes para unas artes tan letales como las mías”.
En su bastón, que siempre le acompañaba, la ciega guardaba cuchillos arrojadizos. Lanzó un primer cuchillo y acertó de lleno sobre una primera víctima. Sin dar tiempo a nada, lanzó otro y también acertó. Se refugió entonces tras una estructura metálica y tras concentrar durante un instante su oído, lanzó un tercer cuchillo. Éste impactó en la pierna de otro paramilitar que cayó al suelo retorciéndose de dolor. Un cuarto se desprotegió y fue alcanzado por una bala del francotirador. La ciega no lo vio, pero lo escuchó y notó su sangre. Se lanzó entonces contra otros dos, los últimos, que aterrados no fueron rival para ella. Con su bastón les desarmó para luego golpearles en los testículos, en la cara y en la barriga. Finalmente los derribó, a uno barriéndolo y clavándole el bastón en el estómago, al otro tras un contundente bastonazo en la cabeza. Al herido en la pierna le propinó una patada en la cara que le dejó inconsciente.
Ahora su víctima estaba dentro de un cine oscuro. Sin luz. De allí no escaparía.
- Cuando grite ¡ya! Salís corriendo hacia Bella - nos ordenó Pablo.
- Cuando corramos, mantengámonos alejados unos de otros para dificultar la diana - recomendé a Víctor y Bruno como si de los tiempos de la guerra se tratara.
Pablo dio un salto acrobático que nos sorprendió a todos - y me apuesto que también a los paramilitares - y disparó un primer tiro a la azotea mientras lanzaba el grito convenido. No alcanzó a Numero 2, pero nuestro rival tuvo que esconderse, perdiendo ángulo de tiro. Nosotros salimos corriendo. Volvía a escuchar el silbido de las balas rozándome, como en la guerra. Mientras, en pleno vuelo, Pablo se giró y trató de disparar a los paramilitares que teníamos a nuestra espalda. ¡Encasquillada! Lo volvió a intentar. ¡Encasquillada! Su vuelo terminó y se encontró frente al enemigo, desarmado y solamente protegido por el francotirador del cine. Los demás llegamos a la puerta a salvo y entramos en el edificio, pero yo no pude evitar mirar hacia atrás y comprender horrorizada que aquel extraño muchacho estaba perdido. ¡Pablo!
Ahora, tiempo después de todo aquello, debo reconocer que los lectores pensaran que lo que cuento es imposible, que teníamos una “flor en el culo”. Quizás simplemente era verdad lo que había dicho Número 2: que tenía muy buena suerte para encontrarme y muy mala para capturarme... El caso es que Pablo sobrevivió. ¿Cómo? En aquel momento ni él, ni ninguno de nosotros lo sabíamos. Los paramilitares dejaron de disparar y el muchacho, tras un instante de incredulidad, reaccionó para dar media vuelta y correr hacia nosotros como una gacela, alentado por Bruno, Víctor, Bella y yo misma, que me sentía responsable por haberle mandado a una muerte casi segura.
Pero ¿qué fue lo que pasó? Pues que como recordaran, la ciega también nos seguía el rastro. Tenía instrucciones precisas y no podía permitir que un grupo de mercenarios se interpusiera entre ella y nosotros. Sus afilados sentidos la llevaron a las espaldas de los seis paramilitares que disparaban contra el cine. Ellos ni notaron su presencia. En palabras de la ciega que mucho más tarde me diría “eran sucias dianas de ruidos y sudor impotentes para unas artes tan letales como las mías”.
En su bastón, que siempre le acompañaba, la ciega guardaba cuchillos arrojadizos. Lanzó un primer cuchillo y acertó de lleno sobre una primera víctima. Sin dar tiempo a nada, lanzó otro y también acertó. Se refugió entonces tras una estructura metálica y tras concentrar durante un instante su oído, lanzó un tercer cuchillo. Éste impactó en la pierna de otro paramilitar que cayó al suelo retorciéndose de dolor. Un cuarto se desprotegió y fue alcanzado por una bala del francotirador. La ciega no lo vio, pero lo escuchó y notó su sangre. Se lanzó entonces contra otros dos, los últimos, que aterrados no fueron rival para ella. Con su bastón les desarmó para luego golpearles en los testículos, en la cara y en la barriga. Finalmente los derribó, a uno barriéndolo y clavándole el bastón en el estómago, al otro tras un contundente bastonazo en la cabeza. Al herido en la pierna le propinó una patada en la cara que le dejó inconsciente.
Ahora su víctima estaba dentro de un cine oscuro. Sin luz. De allí no escaparía.
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