Conmigo ya fuera de la oficina, siempre con la férrea escolta de Aral, fue la otra gemela, Lara, la que notó a su jefa desfallecida, temblorosa y triste.
- ¿Estás bien, Verónica? - le preguntó - Nunca te había visto tan afectada.
- Sí tranquila Lara. La Exiliada. Ha despertado en mí viejos sentimientos.
- ¿Ella fue muy importante para ti?
- Sí, lo fue. Pero llegado el momento, ella tomó una decisión. Y yo no fui capaz de seguirla. ¡Qué paralizante es la rutina! ¡Y el miedo! ¡Sobretodo el miedo! Luego cuando compareció ante el CC… ¡estaba tan segura de sí misma! Pero eso ahora no importa. ¡Déjame!, necesito descansar. No, ¡mejor!, me ducharé para relajarme. Luego que venga tu hermana Bella a mis aposentos.
Sin que yo escuchara nada de eso Aral me metió en un cuarto de la planta baja.
- Espera aquí, Exiliada, te reuniremos con tus amigos.
Allí estaba Bella, la pequeña de las hermanas. Como ya había pasado en La Colmena, Bella me miraba con mucha curiosidad, como si estuviera deseando freírme a preguntas, pero no lo hacía, quizás cortada por el miedo o la educación. Me sirvió algo de comer, unas tortitas y leche.
- ¿Quiénes sois vosotras realmente Bella? - le pregunté finalmente mientras devoraba las tortitas.
- Estamos ayudando a Verónica a reconstruir el Partido.
- ¿Qué tal está Verónica? La noto… cambiada.
- ¿Cambiada? Yo siempre la he conocido así. Le debemos todo. Ella ha cuidado de nosotras desde que nuestra familia murió. Aunque cuando supo que habías vuelto a la República… sí, está afectada... Creo que sus sentimientos hacia ti son muy fuertes.
- Estuvimos muy unidas… en el pasado.
- Nos previno de ti. Nos explicó que por tu culpa se hundió el Partido.
- ¿Por mi culpa?
- Sí. Eras su alumna más brillante. Tenías un gran futuro. Pero acompañaste a Jaime y traicionaste las ideas. Verónica nos explicó que Jaime desobedeció al CC porque siguió ideas equivocadas, las había aprendido de malos maestros que sólo buscaban poder y ambición, no el interés general del proletariado. Ahora, Verónica está reconstruyendo la organización, basándose en las ideas correctas, en las mejores tradiciones del Partido.
- ¿Cómo está reconstruyendo la organización?
- Pues… pues yo no lo sé... Mis hermanas y yo la ayudamos aquí, ya sabes, con la red: vamos a la frontera, hacemos recados… sobre todo la protegemos, la ayudamos en todo lo que podemos… Sé que trata de eso, “tejer una red” de colaboradores, desde el continente hasta Cáledon, pero ninguna de nosotras somos bolcheviques. Sólo Verónica es una bolchevique.
- ¿Cómo que sólo ella? – no lo entendía, si aquella chiquilla decía que estaban reconstruyendo el Partido, que ayudaban a Verónica en esa tarea... ¿cómo es que no se consideraban bolcheviques? ¿Ellas no querían o se trataba de alguna excentricidad de Verónica? - ¿Tú y tus hermanas no sois bolcheviques? ¿Verónica no ha reclutado a nadie?
- No, no es eso. - me respondió Bella. - Yo quiero ser bolchevique y mis hermanas también.
- No entiendo. Llevo poco tiempo aquí y se nota que hay mucho miedo, el gobierno casi ha conseguido convertir el bolchevismo en una maldición, pero hay posibilidades: vosotras conocéis a los trabajadores que querían formar un sindicato, tiene que haber muchos más como ellos, en otras fábricas...
- Sólo Verónica puede decidir quién está preparado para entrar en el Partido y ahora mismo ella está ocupada en tareas muy importantes.
- ¿Muy importantes? ¿Más importantes que crear un primer núcleo que reconstruya el Partido? ¿Qué reclutar nuevos compañeros?
No me lo podía creer. Ciertamente todo aquello, en teoría, no me importaba en absoluto, yo ya no era bolchevique, pero ¡tanto que hablaba Verónica de tradiciones! ¿estar preparado para ser bolchevique? Cierto que al partido no podía entrar cualquiera, que había premilitancia y todo eso, pero todo aquello sonaba muy raro. Cuando una joven como Bella quería militar le animábamos a hacerlo y le dábamos la formación necesaria.
- Supongo que al menos Verónica os estará formando en el marxismo, para que pronto “estéis preparadas”.
- Como te he dicho Verónica está ahora mismo muy ocupada. A mí me gustaría… pero los textos clásicos son muy difíciles de conseguir. Ella guarda copias en su cámara, pero como no somos bolcheviques no nos deja acercarnos. Pero nos prepara, nos insiste mucho en que necesitamos disciplina, en el centralismo democrático y en respetar la veteranía. ¡Cosa que tú no hiciste!
- Eres muy joven. ¿Qué edad tienes?
- Diecisiete. Mis hermanas tienen veintidós.
No pude evitar compadecerme de aquella joven. Recordé cuando tenía su edad, entonces conocí a Verónica y quedé muy impresionada por su sabiduría... yo no tenía nada de experiencia, pero sí mucha ilusión… Como ahora esta chiquilla.
- ¡Cuídate de Verónica! Está resentida y el resentimiento en política es un peligroso compañero. Y la formación, tú formación y la de tus hermanas es fundamental para que seáis buenas bolcheviques. La lectura y el estudio… pero también la intervención, participar en las fábricas, con los trabajadores…
- No sé si debo escucharte, Verónica dice…
- Verónica os ha dicho que el centralismo democrático es muy importante. Es cierto, pero el centralismo democrático no es sólo disciplina… es también formar a los compañeros para que tengan un espíritu crítico, con criterio propio, capaces de pensar por ellos mismos.
Se abrió la puerta. Aral estaba de pie, rígida, con gesto serio. No sé si había escuchado algo de la conversación.
- Exiliada - me ordenó Aral - Tus amigos te esperan fuera. Hemos traído vuestra furgoneta. La necesitareis.
- Gracias Aral, siempre has sido “muy amable” - y le dediqué la sonrisa más cínica del mundo.
De la que me alejaba escuché que le daba instrucciones a su hermana: “Bella, Verónica te requiere en sus aposentos”. No pude evitar una punzada en el estómago, no de celos, sino de asco. Bella tenía diecisiete, Verónica rondaba los cincuenta. Con tristeza pensé que quizás conmigo también había sido reprobable, aunque entonces la diferencia de edad era mucho menor: yo también tenía diecisiete, pero Verónica, treinta y cuatro. En aquellos días no me había parecido nada malo, aunque mis padres nunca lo supieron por supuesto.
No miré atrás, hacia Bella, aunque estuve tentada de hacerlo, de correr hacia la chiquilla y rescatarla de allí. Pero ¿qué podía hacer por ella? “¡Pobre!”, pensé y continué andando hacia donde me indicaba la gemela en busca de mis compañeros.
A fuera pude comprobar que sí que estábamos en una antigua central hidroeléctrica, sin embargo las bombas habían destruido el dique de contención y ya no había ni rastro del embalse. El río fluía con facilidad entre las ruinas. Estábamos en la sierra de Caucus, una cadena montañosa que bordeaba Cáledon por el norte de la ciudad. Desde la central se veía la ciudad extendiéndose a nuestros pies: los grandes barrios obreros, con sus torres altas y saturadas de vida, el contraste de las zonas ajardinadas de los barrios residenciales, el centro de negocios con sus rascacielos de cristal y acero, los polígonos industriales con fábricas y naves, las autopistas, el río… todo cubierto de nubes amarillentas de contaminación que oscurecían el paisaje y lo afeaban. Eso era Cáledon, la capital de la República.
Y tal y como Aral había dicho, Pablo, Víctor, Bruno y su bebé y la furgoneta blanca me esperaban. Nos saludamos afectuosamente y nos preparamos para irnos.
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