- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué has vuelto de tu exilio?
El tono de Verónica era tremendamente severo. Pero cada palabra que decía me demostraba que mi presencia le dolía. Un dolor que nunca había cicatrizado.
- Tenía que volver. –No fui capaz de añadir nada más, tenía un nudo en el estomago.
- ¡Ya has visto lo que provocaron tus actos! – Me reprochó Verónica con una fuerte dosis de ira. – Uno de los pocos hospitales públicos en funcionamiento que quedaba en Cáledon… ¡completamente destruido! Por no hablar de los cientos de muertos inocentes y la alerta de emergencia contra los bolcheviques... como si yo fuera responsable de esa matanza… En cambio tú…
- No soy la responsable de lo que pasó.
- Sí lo eres. Siempre lo has sido. Niegas tus responsabilidades…
- Nunca he negado mis responsabilidades. Pero tampoco me he dejado conducir por el miedo y la comodidad.
- ¿Cómo te atreves? ¿Qué insinúas? Contrapones “valentía” a “disciplina”. Eres tú la irresponsable. En eso no has cambiado. Seguiste a Jaime. ¡Tú! – Verónica abandonó cualquier control y comenzó a gritarme -¡Sabes lo que eso significó para mí! Pero no sólo seguiste a Jaime, no. Tuviste que volver, tuviste que venir ante nosotros a jactarte de tu decisión.
- El CC estaba equivocado. – yo trataba de mantener la calma, pero cada vez era más difícil. -No podíamos dejar que los fascistas avanzaran. La República iba a caer. Los capitalistas conspiraban con los fascistas para aprovechar la invasión y aplastarnos. ¡Teníamos que luchar!
- ¡Sí, había que luchar! Pero el CC necesitaba tiempo. El gobierno iba a colapsar. La revolución estaba a las puertas. Llevábamos mucho tiempo preparándonos para algo así. ¡Estábamos preparados! Pero Jaime… tu Jaime actúo de una manera precipitada, irreflexivamente. Y lo peor: desobedeciendo a la mayoría del CC.
- ¡De qué hubiera servido la disciplina si los fascistas hubiesen conquistado a la República! – me vi gritando. Eso no tenía sentido y lo sabía, pero ya no podía contenerme. -¡Vuestra postura derrotista no era compartida por los trabajadores! ¡Los trabajadores querían luchar! ¡Querían evitar el avance del fascismo!
- ¡Qué sabes tú de trabajadores! ¡Sólo eras una estudiante! ¡Una estudiante arrogante, como todos los que siguieron a Jaime! Formasteis un ejército de críos. ¡Y de qué sirvió esa lucha! Cuando os habíais desangrado y debilitado, el gobierno republicano llegó a un acuerdo con las Potencias Fascistas, la Republica burguesa se había fortalecido y nosotros estábamos débiles y divididos… ¡Pudieron aplastarnos con tanta facilidad! ¡Por culpa de tu Jaime y de antiguos bolcheviques, traidores, como tú! Todo por vuestra culpa. ¡Por tu culpa!
- El error no estuvo en luchar contra los fascistas. Si el CC hubiera actuado, el Partido nunca se hubiera dividido. Sí, Jaime cometió errores, se equivocó en muchas cosas... ¡Pero es que nos dejasteis solos! Sólo se puede equivocar el que hace algo, el que actúa. Los jóvenes fuimos a luchar; los cuadros veteranos os quedasteis en vuestras casas. Sí, vosotros sí: ¡llenos de arrogancia, odio y soberbia!
- ¡Cómo te atreves! - La discusión había ido subiendo de tono, cada vez más, gritos se sucedían a gritos. En ese punto, Verónica estaba histérica, gritando como una loca.
- ¡Si cometimos errores fue porque no nos quedamos cruzados de brazos como vosotros!
- ¿Arrogancia? ¿Soberbia? Nosotros anticipamos lo que iba a suceder. Los arrogantes erais vosotros que no queríais escuchar los consejos de nuestra experiencia. ¡Yo era tu responsable de formación! ¿Me escuchaste? ¿Me hiciste caso?
Esta discusión no llevaba a ningún sitio. Era hacer sangre de viejas heridas. Guardé silencio y trate de tranquilizarme. Verónica estaba roja de ira, con las venas de su cuello hinchadas. No era sólo que yo desobedeciera al CC. No era sólo que estuviera equivocada o todo lo que la guerra había provocado... No era sólo que Verónica fuera mi responsable de formación. Había mucho más. Respiré profundamente y traté de recuperar la templanza y la calma.
- Eras mucho más que mi responsable de formación, Verónica. Lo sabes de sobra. Te debo mucho. Nunca olvidaré todo lo que viví contigo. Pero no podía quedarme quieta mientras morían muchos compañeros, muchos trabajadores y jóvenes.
- Eso dijiste entonces… - Verónica se tomó una pausa para tratar de tranquilizarse - pero yo sabía que no era cierto. Como Jaime, creías que éramos suficientemente poderosos, que no necesitábamos esperar más. Te invadió la sed de aventuras. Ese sentimiento romántico, tan poco materialista, que siempre te había caracterizado.
- Antaño a ese “sentimiento romántico” lo llamabas “pasión” y decías querer nutrirte de él, que por eso me necesitabas.
Nos miramos, y creo que, por un instante, la ira, el odio y los demás sentimientos negativos dejaron paso al afecto mutuo que en nuestro profundo interior aún sentíamos la una por la otra. Pero fue sólo un pequeño momento, casi insignificante. Muy lejano.
- ¿Qué has hecho en el hospital? – Retomó la conversación Verónica tratando, a duras penas, de recobrar la calma y el autocontrol.
- ¿En el hospital? Escapar. Un grupo de mercenarios me querían capturar. Decían que era la última bolchevique…
- ¡La última bolchevique soy yo! –Verónica lanzó un grito tremendo. Volvió a ponerse roja, a hinchársele la vena de su cuello. ¡Pero como nunca! Fue su mayor explosión de ira. Era lo peor que yo podía haberle dicho. "¡Como me atrevía! ¡Ella, y sólo ella, era la última bolchevique!" Había locura en su voz y en sus ojos.
- Yo soy el hilo conductor. –Continuó gritando- Lo que queda del Comité Central. El único cuadro que no ha desertado. Que no se ha rendido. Tú no eres una bolchevique. Tú nos abandonaste. Cuando te expulsamos sólo ratificábamos una decisión que tú habías tomado por ti sola. – Se trató de tranquilizar pero temblaba, su voz y sus manos temblaban - Ahora estoy reconstruyendo el Partido. Me estoy basando en nuestras tradiciones, volviendo a los escritos, a las fuentes del materialismo dialéctico. A la teoría...
- Siempre has sido una pretenciosa. - le corté cansada de sus gritos y soflamas.
- ¡Cómo!
- No importa. Perdona: Los mercenarios creían –enfaticé esa palabra todo lo que pude -que yo era la última bolchevique y querían capturarme. No sabían que yo ya no soy bolchevique – esa afirmación tranquilizó a Verónica - Pero también había otro grupo de militares… más siniestro.
- Sin duda, te buscaban para poder llegar a mí. Me has puesto en peligro.
- Lo siento, Verónica. ¿Quiénes eran?
- Seguramente las BAB, las brigadas anti-bolcheviques, una unidad militar que depende personalmente del Ministro Especial de Pacificación, el verdadero poder detrás del gobierno.
- ¿Quién es ese ministro?
- Un fascista. Tiene más poder incluso que el Primer Ciudadano. Nadie sabe quién es. Dicen que era bolchevique en su juventud. Organizó en persona la caza y exterminio de los miembros del CC. Acabó con casi todos. Desde entonces utiliza el bolchevismo como cabeza de turco para seguir aumentando su poder. El gobierno dice que el hospital fue destruido por una célula bolchevique.
Hubo un instante de silencio. Verónica no dejaba de mirarme, como si tratara de advertirme algo... Como si luchara por dentro. Finalmente habló:
- Debo pedirte algo. Me lo debes Exiliada.
- Dime, aunque me gustaría que, al menos tú, me llamaras por mi nombre. Parece que todo el mundo lo ha olvidado en estos tiempos.
- Hay… hay otros; - parecía turbada - antiguos dirigentes del CC. Los conoces. – Verónica apretó un botón de un equipo eléctrico situado encima de su mesa. Inmediatamente las gemelas entraron en la habitación - Son los únicos que han sobrevivido. Cuando el gobierno derrotaba definitivamente a Jaime, el Ministro Especial de Pacificación simultáneamente nos perseguía y nos destruía. El CC cayó y sólo unos pocos sobrevivimos y nos dispersamos. A diferencia de mí, ellos han abandonado toda actividad política. Claudicaron. Se rindieron. Llevo tiempo buscándolos. Los conoces: Orestes, Marian, Luisma y Cayo. Creo que están en New Haven, Vancouver, Davenport y Timberlane, respectivamente.
¡Cayo estaba vivo! Creo que no pude contener la emoción cuando escuché su nombre. Verónica se dio cuenta porque me lanzó una mirada de profundo odio. Os explicaré: Cayo era amigo mío. Antes de la guerra habíamos compartido muchas tareas y misiones y siempre nos unía una hermosa camaradería. Verónica le tenía celos, aunque entre Cayo y yo no había nada. La guerra nos separó. Cayo era sólo dos años mayor que yo y pensábamos que se vendría conmigo y con Jaime a la lucha, pero se quedó con la mayoría del CC.
En cuanto a los otros de la lista...
– Es curioso Verónica. Me pides que busque a los que junto a ti, conformaban la Ejecutiva Nacional que se encargó de juzgarme, expulsarme del Partido y que ordenó mi exilio. De la lista solo falta Taylor.
- Para tu información, Taylor murió durante la guerra civil, poco después de tu juicio. Fue un héroe. Los otros están escondidos. Si los buscaras y los encontraras… si los convencieras… Tal vez podrían ayudarme a reconstruir el Partido.
- Ya no soy bolchevique.
- Lo sé. Ellos tampoco. Pero al verte puede que recuerden todo lo que está en juego. Sólo te pido que les digas que les estoy buscando, que les necesito. Si les convences podríamos reunirnos en el cine de Lancánsir. Tú ya lo conoces. Mis asistentas actuarán de enlace.
Verónica dio un paso atrás, parecía agotada. Cerró los ojos y se apoyó en la mesa. Con la mano hizo un gesto para que me fuera. Aral me agarró del brazo y me sacó de allí sin miramientos.
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