7. EL MERCENARIO
7.1
Como
recordaréis, yo me había quedado sola en compañía de ese enigmático Khan y la
niña Melisán y su perro, porque Pablo había escapado corriendo como un loco y
Víctor y Helena continuaban retenidas por Número 2. Precisamente, en el
palacete donde ellos estaban, habíamos dejado al líder mercenario esperando a
otro enviado del Número 1, el llamado Número 3.
El
encuentro entre ambos hombres fue tenso, lleno de desconfianza mutua. Para
Número 2 era evidente que su colega no venía a ayudar, sino a fiscalizar su
trabajo. Para Número 3, aunque le molestaba dejar su puesto en Cáledon, era una
oportunidad para hacer mérito y carrera.
Número
3 era sensiblemente más joven que Número 2, y parecía más instruido, más culto,
menos músculo, pero con más cerebro. Preguntó a su teórico superior qué pasos
se habían dado para capturar a la Exiliada. Número 2 respondió de mala gana
porque aquellas preguntas reforzaban su temor sobre el papel de aquel joven
sabiondo.
- La mafia local nos está ayudando. El precio no será económico, de hecho nos han pedido algo de soporte en un conflicto, digamos… de intereses entre grupos mafiosos, pero ellos son los verdaderos dueños de Davenport. Gracias a la mafia, las autoridades republicanas están mirando a otra parte, así que aquí no tendremos problemas con las BAB como en Cáledon. Hemos puesto precio a su cabeza, mil sólidos, y se han repartido miles de volantes con su cara.
-
Número 1 sugiere que la verdadera arma en nuestro poder es la posesión de tus
prisioneros.
Número
2 disfrutó al oír las palabras "tus prisioneros”. Ese engreído debía
reconocer que había sido él el que los había conseguido.
-
Ya lo había pensado. Haré llegar a la Exiliada mi voluntad de salvar al viejo y
a la ciega si ella se entrega.
-
No. Eso sería una estupidez. Después de la matanza del hospital de Cáledon, tú
no tienes ninguna credibilidad. Ella no se lo tragará. Necesitamos un método
más sutil y creo que la más que probable guerra entre mafias nos da la coartada
perfecta.
-
¡Guerra entre mafias! - Número 2 se quedó descolocado. ¿Cómo lo sabía Numero 3?
Cuando se había referido a “conflicto de intereses entre grupos mafiosos” se
refería precisamente al riesgo del estallido de una guerra entre mafias. Él se
había comprometido a apoyar a la mafia local frente a un grupo mafioso poderoso
y rival, a cambio de la Exiliada, sin embargo eso contradecía las directrices
de Número 1 de no tomar partido en las guerras entre grupos rivales sin su
aprobación directa.
-
Sé que conoces la disputa que pone en peligro la estabilidad en la ciudad de
Davenport. Cuando hablas de “conflicto de intereses” escondes que hay una
guerra en ciernes y en esa guerra, te has aliado con la mafia local. Número 1
lo sabe y, en esta ocasión, no le importa, lo más importante es la Exiliada, aunque
es evidente que has desobedecido órdenes estrictas. En todo caso, una vez
incumplida nuestra neutralidad, nada nos impide aprovecharnos de la disputa.
Número
2 comprendió entonces que su vida estaba en manos de Número 3 y del éxito de mi
captura. Número 1 no le perdonaría otro fallo.
7.2
Khan
y Melisán me llevaron a través de las instalaciones portuarias hasta lo que parecía
un almacén abandonado. Dentro pasamos a una sala en la que se había improvisado
el aula de un colegio, con sillas para estudiantes, para niños pequeños por el
tamaño de las mismas, mesas, una grande como de profesor con un globo terráqueo
y en el fondo, colgando de la pared, una pizarra.
-
Davenport concentra una importante colonia de niños abandonados - Comenzó a
explicarme Khan -. Algunos aparecen como polizones en los barcos que llegan al
puerto, otros, son hijos de la droga, de mujeres sin familia enganchadas al
nirvana, demasiado enfermas o adictas como para hacerse cargo de sus hijos…
otros se quedaron sin padres por las rencillas de la mafia, las peleas o la
violencia en general… pero a muchos, a la mayoría, sencillamente le abandonaron
aquí...
Khan
me condujo a otra sala. Había colchones y sacos de dormir desparramados por el
suelo.
-
La República abandona a estos niños a su suerte... Son víctimas natas para la
droga y la mafia. Camellos, matones y prostitutas... Ese es el futuro que seguramente
les espera.
Miré
a Melisán y recordé cuando me hablaba de sus clientes en la discoteca...
Continuamos y llegamos a otra salida del almacén que daba a un patio vallado. No
hizo falta salir para oír el sonido característico de un grupo de niños
jugando. Eran aproximadamente una veintena, de distintas edades, de entre cinco
y nueve años. Corrían, gritaban, saltaban, se divertían despreocupados,
olvidando su procedencia e ignorando su destino. Un hombre alto vestido con el
mono de trabajo y el chaleco reflectante de los estibadores del puerto los
vigilaba.
-
Los trabajadores bolcheviques del puerto fueron perseguidos y eliminados al
terminar la guerra. Les reemplazaron con gente del interior, campesinos ignorantes
y partidarios de la República e incluso del fascismo... Pero algunos, pocos,
sobrevivimos y lo más importante... Al final, si eres un obrero... tienes los
problemas de un obrero: Tu salario, tu horario, tu jefe, tu familia... Entre
los trabajadores del puerto hay gentuza, mercenarios a sueldo de la mafia como
los que antes trataron de capturarte... Pero en los últimos años unos cuantos
han comenzado a organizarse al margen de la mafia. Me ayudan con este albergue
de niños abandonados y se ayudan unos a otros.
La
experiencia descrita por Khan era muy importante. Tal y como sospechaba, los
trabajadores de la Cia+Fia de Cáledon no eran una excepción. A pesar del
desastre de las dos guerras, de la destrucción del Partido y del gobierno
republicano, una nueva capa de trabajadores estaba tratando de organizarse y de
comenzar la lucha. Tenía que, en cuanto pudiera, decírselo a Bruno.
Continué
paseando tras Khan hacia el otro lado del patio donde había un edificio
religioso, un templo de culto. Melisán y Trotsky se quedaron fuera con los
demás niños. Yo, a desgana, acompañé a Khan a la sacristía: un cuarto humilde,
con una pequeña cama, un armario y un pequeño aseo.
En
New Haven nos encontramos con un sacerdote de la religión de los semitas. Ahora
estábamos ante un sacerdote teocrático, la vieja religión oficial, policía del
pensamiento. Los bolcheviques siempre se habían opuesto de manera militante al
adoctrinamiento místico que impartía la Iglesia teocrática. Que impartían todas
las iglesias, también la semita y los cultos orientales –que entre los pijos de
Cáledon estaban tan de moda-. Durante siglos, las clases dominantes usaban la religión
contra los oprimidos. Les prometían un mundo justo tras la muerte, si vivían
asumiendo mansamente el mundo real e injusto. Aunque con la proclamación de la
República, el Teócrata había huido de su residencia en Vancouver, el culto
religioso estaba muy arraigado, sobre todo entre las mujeres y las capas más humildes
de la sociedad. Aún que termináramos con el actual sistema, pasarían
generaciones antes de que se extinguieran las creencias místicas. Su
pervivencia descansa en los temores más primitivos del hombre: la muerte, lo
desconocido, el caos…
No
os digo ningún secreto si os digo que siempre he detestado a los curas. Muchos
de ellos son cerdos degenerados. Recuerdo un caso famoso cuando yo era niña en
New Haven: los padres de una niña, jornaleros, descubrieron una red de
pederastia organizada por varios de los sacerdotes teocráticos. Aprovechaban
las clases de catecismo para conseguir niños y niñas pequeñas, abusaban de
ellas, las violaban, traficaban con ellas… Los acusados fueron linchados por
una multitud. Por suerte, yo nunca fui ni a catecismo, ni a clases de religión,
ni a misa y eso que mi madre era creyente, pero desconfiaba de los sacerdotes.
¡Cómo para no hacerlo!
Además
de sus vicios, la mayoría de los sacerdotes teocráticos eran confesos chivatos
del poder. Así lo habían demostrado, por ejemplo, durante las guerras. En la
guerra antifascista no era extraño que colaboraran con las fuerzas invasoras. Mi
pelotón tuvo que fusilar a más de uno. Se aprovechaban de la devoción religiosa
de la gente humilde que iban a confesarles sus pecados y luego esa información
se la pasaban a los fascistas primero, a la República después. Durante la
guerra civil delataban la presencia de bolcheviques escondidos a las
autoridades.
Pero
todo eso no impedía que, a veces, en los lugares más pobres, allí donde más
fuerte era la contradicción entre las promesas del culto y la realidad de la
vida, surgieran algunos sacerdotes, llamados comúnmente “rojos”, que sin dejar
atrás su fe –al menos en un primer momento-, se cuestionaban las injusticias y
el propio funcionamiento del sistema. ¿Estábamos ante uno de ellos?
-
¿No le gustan los sacerdotes y los templos? – me preguntó.
-
No – respondí lacónicamente.
-
No se preocupe. Yo trabajaba en el puerto -siguió explicándome Khan-, pero logré
librarme de la represión haciéndome sacerdote. Nunca había creído en ningún
dios especialmente, pero los hábitos me protegieron del gobierno, que no de la
mafia: No sé porque lo hice, pero organicé un primer hospicio para niños
abandonados, ¿no se supone que los sacerdotes teníamos que hacer cosas así?
Khan,
siempre serio, se permitió el lujo de emitir una leve sonrisa para demostrarme
que hablaba con ironía. Era muy consciente de que la inmensa mayoría de los
sacerdotes no movían un dedo por los pobres. Pronto su gesto volvió a la
normalidad, a la absoluta seriedad, supongo que al recordar las consecuencias
de sus actos.
-
Parece que mi iniciativa no gustó… pronto vino a visitarme un enviado de la
mafia, su amigo - se refería a Pablo - me secuestró y me torturó porque sus
jefes pensaban que yo estaba detrás de la organización de los estibadores y que
podría darles los nombres de los cabecillas. Él sabía mucho de torturas para
ser un simple esbirro de la mafia, hizo un buen trabajo conmigo.
Khan
volvió a emitir una muy leve sonrisa, como si rememorara aquellos días y se
sintiera afortunado por haber sobrevivido. No quise imaginarme qué clase de
torturas pudo haber sufrido.
-
¡Pero no me sacó ni un nombre! ¡No podía! porque yo en aquel entonces no los
sabía. Su amigo pronto se dio cuenta, pero sus jefes le obligaron a continuar
las torturas… quizás por eso no lo hemos vuelto a ver por aquí hasta ahora. No
le gustaba lo que tan bien hacía. Tras ese fracaso de la mafia, y curado de
espanto, sí que me impliqué con los estibadores, y nos han molestado una y otra
vez, mafiosos y superiores eclesiásticos ¡pero no han podido con nosotros! Pero
ahora... ahora necesitamos su ayuda. El viejo ex-bolchevique al que busca
me dijo que usted podría ayudarnos.
7.3
-
Déjeme que le explique, señorita. Desde hace unos meses las tensiones entre la
mafia local y una mafia foránea han crecido. Davenport es un negocio muy
suculento y la mafia local está debilitada, acaban de pasar por una crisis de
sucesión tras la muerte de su capo... Esas tensiones nos han cogido en medio...
Comprenderá que ninguna de las mafias nos tiene en buena estima... El caso es
que hace una semana aproximadamente Melisán robó un importante documento a uno
de esos cerdos con los que... bueno, ya sabe, con los que trabaja. ¡Maldito el
día en el que se le ocurrió hacerlo! Lo hizo de buena fe. Pensaba que así
podría mejorar la situación de los nuestros. Pero la verdad es que esos
malditos papeles sólo nos han traído problemas. No sabemos que pone el
documento porque está encriptado, pero su importancia debe ser mayúscula porque
en cuanto la mafia local supo que se lo habíamos robado nos exigió que lo devolviéramos
sino queríamos que destruyesen el colegio y todo lo que hemos construido.
Inmediatamente la mafia foránea se puso en contacto con nosotros y nos ofreció
su protección a cambio del documento. Usted comprende que aceptar un acuerdo
con la mafia foránea es tan peligroso como resignarnos a que lo destruyan todo,
sin embargo algunos compañeros no se dan cuenta y quieren que nos apoyemos en
la nueva mafia.
-
En mi opinión esa "protección" la pagarían muy cara... Perderían la
valiosa independencia que han conseguido...
-
Yo opino lo mismo. El problema es que la mafia local respondió con una... contraoferta:
secuestraron a cinco niños, entre ellos a mi nieto.
En
el gesto serio, impasible, de Khan se expresó una mueca, en esta ocasión de
evidente preocupación, o mejor dicho, de miedo: Realmente Khan temía por la
vida de esos niños, y en especial por la de su nieto. Pero el sacerdote no
estaba dispuesto a ceder al chantaje de la mafia.
-
Hemos decidido llevar el documento al extranjero. Entregarlo a las autoridades
de algún país donde aún se intente parar los pies al crimen organizado. Quizás
en sus manos ese documento tenga alguna utilidad... Le seré sincero: Estamos
dispuestos a que destruyan la escuela, el templo... Pero queremos salvar a los
niños. El barco que llevará los documentos también puede llevarse a los niños
de la escuela. Una institución benéfica en el Continente nos ha prometido
ayuda... Quiero que mi nieto y esos otros cuatro niños estén abordo. Cuando
Melisán supo de usted en “Infierno”, hablamos con Luisma. Nos contó su papel en
la milicia de Jaime durante la guerra antifascista. Si alguien puede ayudarnos
a salvar a esos niños es usted, Exiliada.
-
Vine a Davenport para hablar con Luisma, no para liberar a los niños.
-
Me encargaré de que Luisma hable con usted... Sólo si libera a mi nieto junto a
los demás niños.
Parece
que no tenía otra alternativa. Además simpatizaba con la causa de aquel
sacerdote. Sin embargo yo sola...
-
Mis compañeros están retenidos por un mercenario llamado Número 2. Si usted
pudiera ayudarme a...
-
Sus compañeros están retenidos en el mismo lugar en el que se encuentra mi
nieto. En el palacete de Devon Rose, el actual capo de la mafia. Todos ellos
están en la zona residencial de Davenport. Melisán se ha ofrecido a ayudarle. Usted
le resulta simpática. Es una muchacha muy valiente, heroica diría yo. Además,
buscaremos algún otro voluntario.
En
esta ocasión no había fiesta ni invitaciones... ¿cómo pretendía Khan que asaltáramos
una casa férreamente vigilada por la mafia y por los paramilitares de Número 2?
Si al menos pudiera contar con la ayuda de Pablo...
Salimos
del templo. El olor al salitre del mar se entremezclaba con el óxido del
puerto. Melisán nos esperaba con Trotsky.
-
Esta misma noche entraremos en el palacete - dijo la chiquilla levantando el
puño izquierdo y apuntando con él al cielo. Trotsky respondió a la excitación
de su dueña con un sonoro ladrido.
7.4
Melisán
me llevó a cenar a una taberna cerca del puerto. El antro estaba rodeado de
basura y el olor a pescado podrido lo inundaba todo, una peste que te perseguía
y parecía que se te pegaba encima.
-
¿Por qué me traes aquí? - le pregunté.
-
Hacen un pescado frito muy bueno y muy barato. Por desgracia Trotsky tendrá que
esperarnos fuera.
Melisán
se agachó frente a su perro para acariciarle, decirle que nos esperara y que
estuviera tranquilo.
-
Venimos aquí para que nos vean.
-
¿Cómo?
-
Si no nos ven, todos estarán muy nerviosos pensando en dónde estás, qué estás
haciendo, qué tramas... Estarían intranquilos y en guardia. Si te ven, estarán más
relajados, más confiados. ¿Me entiendes?
-
¿No es peligroso?
-
Y divertido.
Seguí
a Melisán a dentro de la taberna. Trotsky, obediente, se quedó afuera.
Era
un lugar oscuro y húmedo que apestaba a tabaco y alcohol rancio. Estaba repleta
de estibadores borrachos, o en proceso de estarlo, todos bebiendo en grandes
cantidades, sobre todo cerveza y ron. Aunque la mayoría se amontonaba en la
barra, donde les atendía una cuarentona de pechos abundantes, casi todas las
mesas estaban ocupadas. Al entrar, todos los ojos se habían girado hacia
nosotras. Creí distinguir a alguno de los que me habían tratado de capturar
antes de que llegara Khan. Melisán los ignoró y fue directa a una de las pocas
mesas libres.
-
¿Qué quieres Melisán? ¿Lo de siempre? - le gritó la tabernera desde la barra.
-
Yo quiero una cola sin, para mi amiga una cerveza y ponnos una de pescado frito
que quiero que ella lo pruebe.
-
Muy bien Melisán.
Todo
el bar seguía sin quitarnos el ojo de encima. Yo estaba nerviosa, pero me senté
en la mesa con Melisán, temiendo que pronto aquella tensión se transformara en una
nueva bronca y pelea. La tabernera trajo las bebidas y en cuanto Melisán dio un
primer trago a su refresco, todo el mundo volvió a sus asuntos, a beber y a
charlar animosamente los unos con los otros como si nosotras no existiéramos.
-
Veo que te has fijado en Charly - Me preguntó Melisán y, ciertamente, desde la
mesa me había llamado la atención un tipo que no parecía un trabajador
portuario. Vestía de traje y bebía vino. Elevó su copa y nos saludó.
-
Es Charly Taunton o Taton o algo así. Es de la mafia foránea. Se dedica a
envenenar los oídos de los trabajadores con sus promesas.
Mirando
atentamente vi que al menos tres personas, además de Taunton llamaban por
teléfono con sus móviles.
-
Sí - me confirmó Melisán -. Ya todo el mundo sabe que estamos aquí.
La
tabernera trajo el pescado. Tenía un aspecto grasiento e insano pero Melisán lo
engullía con muchas ganas.
-
¡Qué aproveche señoritas!
Taunton
se había sentado en nuestra mesa. Cogió un pescado y amagó con llevárselo a la
boca, pero al olerlo puso gesto de asco y lo volvió a dejar en el plato.
-
Ya sabrá quién soy Exiliada. Soy Charles Tantoun. – el mafioso hizo como un
gesto de reverencia, pretendía aparentar unos modales de la que realmente,
seguro que carecía.
-
Sabía que era algo así, Tantoun, Taunton, Tontón - Melisán se divertía burlándose
del mafioso. La sonrisa exagerada y forzada que le dedicó el mafioso a Melisán
demostraba que no le sentaban nada bien los chistes sobre su apellido.
-
Es Tantoun. Mi cofradía - continuó - desconoce qué le ha podido hacer volver a
la República a una veterana de la guerra como usted. Llevaba nueve años fuera.
Seguramente las BAB estarían muy interesadas en usted y desde luego, a nosotros
nos interesa tener amigos en las BAB -. Esa era la amenaza, ahora vendría su
indulgencia y propuesta -. Pero nosotros somos gente sensata y pacífica,
odiamos la violencia. Por eso estamos interesados en ayudarla. En ayudar a toda
esta gente. Ya le habrán contado que sufren una opresión brutal por parte de
unos desalmados mafiosos.
-¿Y
qué son ustedes, en su cofradía?
Tantoun
sonrió.
-
Hombres de negocios, Exiliada. Y un negocio le propongo. Déjeme ayudarle a
rescatar a sus amigos... ¡Se lo suplico! No le pido nada a cambio. Considérelo
un gesto de buena fe por nuestra parte. Así podré demostrarle nuestras buenas
intenciones.
-¿Qué
es lo que quiere, señor Tauton?
-
¡Es Tantoun! - me corrigió irritado, como si estuviera perdiendo esos falsos
modales que buscaba aparentar - Si nos ayuda a convencer a Khan de que nos
entregue los documentos, le conseguiré papeles para todos su amigos y si así lo
desea, un exilio dorado con todo cubierto lejos de paramilitares y BAB. Piénselo
señorita.
Tantoun
se levantó de la mesa y dejó una tarjeta con su número de teléfono. A
continuación, seguido por dos hombres que debían ser sus matones, abandonó la
taberna.
Guardé
la tarjeta, aunque debería de haberla roto allí mismo. Reconozco que por un
momento dudé. ¡Volver al exilio! Irme y escapar de todo aquello. Recordé la
sensación que tenía de que mi llegada sólo había provocado desgracias: el hospital,
la muerte de Gloria... Recordé las duras palabras de Verónica y de Orestes.
Melisán
interrumpió mis pensamientos. Me señaló la puerta: otros estibadores entraban
en la taberna, pero en esta ocasión no eran simples trabajadores, venían acompañando
a otros hombres: unos paramilitares armados.
-
¡Por fin algo de acción! – exclamó animada la chavalita.
¡La
segunda pelea del día!
7.5
Los paramilitares se sonreían cuando me vieron.
Estaban convencidos de que me tenían a su merced y que, a diferencia de la
discoteca, de allí no iba a escapar. Me encañonaron con sus armas y avanzaron
lentamente hacia la mesa en la que me encontraba.
Melisán no les dio tiempo a que llegaran. Sacó un
silbato de su chaqueta y sopló con fuerza. No escuchamos nada de nada, pero
Trotsky sí. El perro, diligentemente, irrumpió en la taberna atravesando una
ventana cerrada. Inmediatamente se abalanzó sobre uno de los paramilitares, en
concreto sobre su cuello. El mercenario soltó el arma entre gritos de dolor. Yo
aproveché la situación para desenfundar mi pistola y disparar contra los otros
paramilitares. Melisán, entre tanto, tumbó nuestra mesa frente a nosotros para
que nos protegiera y lanzó contra nuestros enemigos todo lo que encontró a
mano: platos, cubiertos...
Pronto la pelea implicó a todos los clientes de la
taberna. Las balas ya no servían frente a tantos puños. Por un lado peleaban
los paramilitares, los matones de la mafia local y los trabajadores portuarios
afines o comprados por la mafia. Por otro lado estábamos Melisán, Trotsky y yo
y otro grupo de estibadores simpatizantes de Khan y su causa. Melisán reptaba
entre las piernas de los combatientes para lanzar golpes bajos a traición o
rajar las piernas de sus adversarios con trozos de cristal. Trotsky eludía los
golpes y saltaba para morder todo aquel que se atreviera a acercarse a Melisán.
Yo no estaba muy acertada y ya había recibido varios puñetazos.
Sin previo aviso, a nuestro lado se puso a luchar un
hombre al que hasta entonces no había visto. No parecía un estibador: era
esbelto, limpio, bien vestido. Muchas mujeres hubieran perdido los papeles por
él: alto y rubio, de ojos claros, en torno a mi edad. Peleaba muy bien y, entre
golpe y golpe, nos dedicó una amplia sonrisa. Con su ayuda, el combate comenzó
a decantarse hacia nuestro lado: Un paramilitar terminó atravesando la
ventana; otro, inconsciente de un botellazo en la cabeza; otro, molido a
puñetazos, también besó el suelo… A la vez que los paramilitares iban cayendo
uno a uno, los estibadores que peleaban por ellos con más o menos disimulo
abandonaban el barco y se esfumaban del bar.
Cuando ya sólo quedaban un par de enemigos en pie,
Pablo entró en la taberna. Por un lado se tranquilizó al ver que yo había
sobrevivido una vez más. Por otro lado, estaba nervioso y preocupado.
El último paramilitar salió corriendo del bar. Sólo
entonces se atrevió la tabernera a salir de su escondite tras la barra.
- ¡Iros de aquí! ¡Vendrán más! – nos insistió.
Melisán y yo hicimos caso a su consejo. Pablo y aquel
rubio nos acompañaron, siempre bajo la atenta vigilancia de Trotsky. Quería
hablar con Pablo, pero el rubio se me acercó.
- ¡Peleáis muy bien! - me dijo con un acento que me
costó distinguir, desde luego no era de Davenport, ni de New Haven o
Cáledon.
- Tú tampoco pareces manco.
- No, en efecto. - y llevándome un tanto a parte de
mis compañeros - Soy Douglas Hart, estoy aquí para ayudarte - me dijo mirando a
su alrededor, comprobando que nadie más escuchaba aquellas palabras.
- ¿Le envía Tantoun?
- Sí, ¡y casi no llego a tiempo!
- Le dije a su jefe que no quiero nada de la
mafia.
- Mi ayuda no te compromete a nada, Exiliada. Es una
muestra de buena voluntad. Te ayudaré, si quieres -me lo
dijo mostrándome una amplia y hermosa sonrisa-, y no nos deberá nada
a cambio.
Miré a Melisán. La cría se encogió de hombros. Estaba
claro que para entrar en el palacete de Rose iba a necesitar ayuda y no había ni
rastro de los voluntarios prometidos por Khan... ¿Pero podía fiarme de ese
guaperas desconocido?
Reparé entonces otra vez en Pablo.
- Te debo una explicación - Me dijo con lágrimas en
los ojos.
- Efectivamente.
- Tengo mucho que contarte.
- Melisán: Prepáralo todo para actuar. Quedamos en
media hora en tu cont... En tu casa.
- ¿Qué hago con este pedazo de hombre? - se refería a
Douglas Hart, a quien Melisán devoraba con los ojos. El enviado de la mafia
foránea nos esperaba sonriéndonos y mostrando una perfecta dentadura
blanca.
- No lo sé. ¡Qué espere!
Supongo que a ese tal Douglas Hart le sorprendió que
no mojara las bragas sólo con verle. Eso me gustó. Siempre disfruté bajándole
los humos a los creídos.
7.6
-
¡Explícate!
No
era capaz de estar enojada con Pablo. La luz de la luna -llena aquella noche-
iluminaba su rostro con un tenue resplandor plateado. Tenía los ojos
enrojecidos por las lágrimas y su aspecto pequeño y frágil me recordaba al
muchacho que había conocido en el hospital de Cáledon. Desde entonces me había
demostrado que en su interior existía una lucha a muerte. Dos conciencias
peleaban por prevalecer. La dulce e inocente, versus la fría y letal. Y no
podía quitarme de la cabeza que, en ese conflicto, yo había ayudado a la
segunda.
-Antes
de nada, quiero pedirte perdón. Necesito que sepas, necesito que me creas
cuando te digo que te quiero. Estos días viajando contigo he descubierto
sentimientos nobles, hermosos, que creía perdidos para siempre: el amor, la
lealtad, el valor... Aunque también a su lado han coexistido sentimientos
mezquinos: los celos, la envidia, el miedo...
Pablo
se encendió un cigarro. Al término de cada frase le daba una calada amplia y
profunda.
-
Siempre me has visto como un joven, como un muchacho… y es verdad, acabo de
cumplir veinticuatro años, pero realmente soy un viejo. He vivido en pocos años
lo que ningún joven merecería vivir. A ver… ¿por dónde empiezo?: Yo no estaba
ingresado en el hospital por un accidente. Yo estaba ingresado en el pabellón psiquiátrico
porque me había intentado quitar la vida. Pablo no existe. Es la identidad
falsa que me dio la mafia de Davenport hace tres años a cambio de haber trabajado
para ellos. Pablo no es más que un taxista fracasado, de vida estúpida, que
lleva estos tres años vagando por Cáledon como un alma en pena. Sentía asco por
mi vida y por el peso de mi pasado, así que me lesioné con un cuchillo. Pero
incluso entonces mi cobardía me impidió alcanzar mi objetivo. Tiene gracia, yo
que he matado a tanta gente, no he sido capaz de acabar conmigo mismo.
Pisoteo
la colilla del cigarro y encendió otro.
-
Mi verdadero nombre es Laso Ludovico. Es verdad que serví a la mafia y que
torture a Khan, entre a otros hombres. Esas y otras vilezas formaban parte de
las tareas que la mafia de Davenport me encargó a cambio de darme papeles
falsos y permitirme empezar de cero. El pobre Khan era inocente… no sabía nada.
¡Maldito sea! Pero está claro que el fin no justifica los medios. Trabajando
para la mafia, lejos de salir del pozo en el que me encontraba, me hundí más.
Porque lo peor no es que torturara a un viejo como Khan, o que protegiera los
cargamentos de drogas, armas o prostitutas de la mafia… No: lo peor era mi
anterior procedencia, un agujero tan negro que para salir de él no dudé ni un
momento en ponerme al servicio de Rose, Renó u otros delincuentes de su calaña.
Tiró
su segundo cigarro, pero en vez de encender otro, clavó su mirada en mis ojos.
Parecía loco, desequilibrado como nunca le había visto.
-
Yo soy un desertor de las BAB. A los quince años el Ejército Republicano me
reclutó para la guerra contra los bolcheviques. Allí pronto destaqué y me
destinaron a las nacientes BAB. En sus cuarteles me adiestraron y me moldearon.
Moldearon un odio irracional hacia los bolcheviques, hacia gente como tú.
Pretendías destruir a la República y nosotros teníamos que deteneros. Me
curtieron en la base BAB de Vancouver y de allí me enviaron a un equipo
especial de búsqueda, captura, tortura y eliminación BCTE. Nos infiltrábamos y capturábamos
a bolcheviques importantes. Uno a uno, como si fueran animales. Luego les obligábamos
a delatar a sus camaradas y a confesar horribles crímenes... Yo era muy bueno
en mi trabajo.
Estaba
horrorizada. No estaba preparada para algo así. Ya había asumido la historia de
Pablo en la mafia... ¡Pero con las BAB!
-
¿Por qué desertaste?
-
Todo cambió poco antes de que terminara la guerra civil. Una bolchevique,
superviviente del extinto Comité Central. Era importante. Era una instructora.
Se llamaba Miranda.
Yo la conocía. Era una gran revolucionaria. No se había sumado a
Jaime, pero mantenía una posición crítica con el viejo CC. Por lo que yo sabía,
cuando se inició la guerra civil y la República atacó también a los
bolcheviques que no estaban con Jaime, Miranda organizó una desesperada pero
efectiva defensa, contando con trabajadores y revolucionarios de distintas
tendencias que trataban de protegerse del gobierno y la represión.
-
A diferencia de otros prisioneros -continuó explicándome Pablo-, Miranda
mantuvo la calma cuando la capturamos y trató en todo momento de resistir
nuestras torturas. Nos habían preparado a soportar todas vuestras soflamas,
consignas y propaganda. Pero ella aprovechaba la mínima oportunidad para
explicar vuestras ideas. Sé que buscaba desmoralizarnos, que nos viéramos como
marionetas de los capitalistas y fascistas, que supiéramos que eran ellos, los
bolcheviques, los que luchaban por el pueblo y no nosotros...
“Así
fueron pasando los días de encierro y tortura. Teníamos orden de no matar al
prisionero hasta que lográramos quebrar su espíritu, hasta que delataran y
confesaran por efecto del dolor, para evitar más dolor, para que desearan la
muerte antes de más dolor. Pero Miranda resistía. Ni confesaba, ni delataba. Le
hice los mayores tormentos. Llegué a profanar su
carne con cortes y heridas, mutilaciones y vejaciones que, recordándolo tiempo
después, me cuesta trabajo verme capaz de hacer semejantes actos. Y ella
resistía y cuando recuperaba el conocimiento me volvía una y otra vez a
explicar que existen clases sociales etcétera, etcétera, etcétera. Mis
superiores se impacientaban y querían resultados.
“Y
entonces descubrí que la admiraba. Admiraba a aquella bolchevique a la que me
habían enseñado a odiar. Incluso creo que llegué a amarla... Y por amor la
maté. Durante una tortura. Decidí librarla del sufrimiento. Nadie sospechó,
porque estos “accidentes” sucedían. Sí, amaba a aquella mujer e hice lo único
que podía hacer para ahorrarle más dolor. Después de eso, todo cambio para mí.
Ya no podía hacer mi trabajo. Mi mundo, construido en los cuarteles de las BAB,
se desmoronaba, pero yo seguía siendo un asesino... Aún pasaron un par de años
de supuesta “paz” en los que yo fingía seguir siendo un BAB, pero ya no podía
más. Cuando finalmente, durante una misión, decidí desertar, sólo podía acudir
a la mafia para conseguir ayuda y sólo podía ofrecer mis habilidades para pagar
esa ayuda.
Era
horrible. Pablo, o Laso, me dejó helada.
7.7
No
sabía qué decirle. No sabía qué pensar. Me había quedado de piedra. Él por su
parte se mostraba descompuesto. Llorando sin parar cayó de rodillas ante mí.
Quise ayudarle a incorporarse, pero pensé en los miles, decenas de miles de
compañeros del Partido que habían sido asesinados por las BAB. No solo
asesinados, también torturados, humillados…
Recordé
cuando estando en el exilio leía en la prensa las “confesiones” de destacados dirigentes
bolcheviques que decían ser los responsables de los más horribles crímenes. Se
rumoreaba que esas confesiones las arrancaba el gobierno republicano a fuerza
de torturas y vejaciones. Pablo era la prueba viviente de todo ello. La
República necesitaba ensuciar el bolchevismo, arrastrar por el lodo la bandera
roja para poder derrotar a Jaime y a la revolución. Ningún bolchevique era
capaz de hacer las barbaridades que aparecían en esas “confesiones”: envenenar
el suministro de agua potable de las ciudades, poner bombas en colegios y
hospitales, traficar con droga o prostitutas para financiarse... ¡No! ¡Esos
horrores no eran propios de los bolcheviques! Pero sí de muchos honrados y
republicanísimos empresarios, como los mafiosos de Davenport enriquecidos por
la trata de blancas y el tráfico de drogas, o esos “agentes del orden”, como
los mercenarios de Número 2 o los cuerpos de seguridad del gobierno, como el
coronel Saúl, capaces de destruir todo un hospital y matar a los pacientes,
visitantes y trabajadores del mismo...
También
pensé otra cosa: Pablo me había confesado sus crímenes. ¡Eran horribles! y
seguramente muy habituales en alguien que ha estado en las BAB y, entonces
¿Helena? ¿Tenía razón Víctor en sus cautelas? ¡Cómo me había dejado llevar por
mis sentimientos hacia ella, ignorando su pertenencia a las BAB y los crímenes
que seguro tiene en su haber! ¡Joder, ya estaba bien de pensar con el chocho!
Seguramente, como Pablo, Helena habría asesinado y torturado a numerosos
inocentes y camaradas. Tardaría mucho tiempo en saber hasta qué punto eso era
cierto. “¡Maldita sea!”, recuerdo que me dije a mi misma, “¡Qué tipo de persona
soy para terminar rodeada de gente como Pablo o Helena!”
-
No lo sé - terminé por decir tras todas esas reflexiones - No lo sé. ¿Quién
eres? ¿Eres ese Laso? ¿Eres un asesino capaz de hacer los mayores horrores? ¿O
eres Pablo, el muchacho joven, que odia las armas y la violencia? ¿Serías capaz
de torturarme por un precio? ¿O serias capaz realmente de iniciar una nueva
vida?
Pablo
se puso en pie.
-
Te amo Exiliada. He visto en ti todo lo que tenía de honroso Miranda. Me siento
como si ayudándote me redimiría de mis crímenes. Sin ti me hubiera vuelto a
intentar suicidar y creo que lo hubiese conseguido. Estar contigo me está
salvando. Quiero ayudarte.
Hasta
ahí, todo bien.
-Rose,
-continuó- el jefe de la mafia local, ha hablado conmigo - sus primeras
palabras me habían parecido sinceras y estaban tranquilizando mi corazón, pero
su encuentro con la mafia encendió de nuevo todas las alarmas -. Me ha
propuesto un trato. Me ha dicho que no le importan los paramilitares. ¡No,
espera! - Pablo se dio cuenta de que yo retrocedía espantada al escucharle - Me
ofrece la libertad... ¡De todos! También la tuya y la de Víctor y la de Helena.
¡Y papeles! Sólo quieren los documentos. Me han dicho que los guarda un
bolchevique... Supongo que se trata de Luisma, el que buscamos.
-
¡No Pablo! - No era Pablo el que hablaba, era Laso. Quería alejarme de él.
-
¡Espera! ¡No te vayas! ¡No me dejes! ¡Te amo!
Pero
era tarde. Me fui corriendo y le dejé solo. Estaba cansada de mentiras e
intrigas. ¡Qué decepción lo de Pablo! Si al menos Bruno estuviera a mi lado...
Pero estaba sola. Fui al contenedor en busca de Melisán. Ayudaría a aquella
gente, hablaría con Luisma y me iría de Davenport cuanto antes. Estaba asqueada
y abochornada.
7.8
-
Estás llorando - me dijo Melisán con esa franqueza que tienen los niños - ¿Es
por tu colega?
-
No pasa nada - le respondí tratando de evitar el tema.
-
Si tu colega no nos ayuda, creo que deberíamos recurrir al guapetón. Se pasó
por aquí, me dijo que nos esperaría en el Loro
Loco, otro bar cerca del puerto.
-
¿Te fías de él?
-
No. Pero esta todo bueno y necesitamos ayuda. Pensaba que algún estibador nos
ayudaría, pero nadie quiere saber nada.
-
¿Cómo crees que tres...?
-
Cuatro. Trotsky se viene conmigo.
-
Cuatro –rectifiqué- ¿vamos a colarnos en el palacete de Rose y rescatar a los
niños secuestrados y a mis amigos?
Melisán
sonrió.
-
Primero: porque no se lo esperan. La pelea en la taberna ha sido genial porque
creen que nos hemos ido a esconder. Jejeje. Segundo: porque me conozco al
dedillo las alcantarillas de Davenport. Pase un tiempo allí escondida. - Puse
cara de querer saber más, pero fue la chica la que ahora eludió el tema-.
Tercero: porque conozco una salida secreta del palacete que comunica las
alcantarillas con la zona de celdas. Y cuarto: porque conozco muy bien - y
sonrió- a uno de los vigilantes y me hará una señal cuando no haya peligro.
¡Vaya
con la cría!
Pasamos
por el Loro Loco, otro bar aún más
grasiento y pestilente que en el que habíamos cenado y luchado, y recogimos a
Douglas Hart. Le encontramos tranquilamente sentado en una mesa bebiendo una
cerveza mientras fumaba tabaco de importación. Parecía convencido de que requeriríamos
de su ayuda. Así nos lo hizo saber. Yo, por mi parte, volví a insistirle en que
si aceptábamos su ayuda eso no significaba en absoluto alinearnos con la mafia foránea.
-
¿Quieres que te firme un contrato? – me respondió con una amplia sonrisa.
Si
la noche aún conservaba el ajetreo y calor de los bares, la madrugaba parecía
muerta. No teníamos, de todas formas, mucho tiempo, porque mucho antes del
amanecer los estibadores reanudaban el trabajo y el puerto se colmaba de vida y
movimiento. Así que apresuramos la marcha a una zona de la costa desde donde
podíamos acceder al alcantarillado a través de un desagüe. Era un canalizado
donde podía entrar un hombre de estatura media de pie. Las aguas residuales de
Davenport iban a dar en ese punto al mar. Os podéis imaginar el olor fétido que
emanaba de ese agujero. No obstante, el acceso era peligroso, porque aunque la
marea estaba baja -cuando subía la marea esa entrada quedaba abnegada por el
agua del mar- las olas rompían con fuerza en las inmediaciones.
Ya
dentro, Melisán actuó de guía; Douglas llevaba una linterna y Trotsky ahuyentaba
a unas ratas enormes que no nos quitaban sus ojos rojos y peligrosos de encima.
Aquellos túneles de hormigón eran laberinticos, húmedos, oscuros y pestilentes,
pero la chiquilla parecía muy segura de adónde ir.
En
pocos días era la tercera vez que recorría túneles oscuros. Primero el
alcantarillado de Cáledon para huir del hospital; luego los túneles secretos
bajo la Casa del Pueblo de New Haven… Ahora éstos. Era asqueroso, oscuro,
húmedo, fétido, notábamos la presencia de las ratas observándonos. Me prometí a
mí misma no volver a pisar un alcantarillado. ¡Ja!
Avanzamos
durante cerca de una hora, calculo yo, sin ningún contratiempo, hasta un punto:
una intersección de cuatro túneles desde donde una escalera de piedra nos elevaba
a otro sistema de túneles, ahora de ladrillo y sin la incómoda comparsa de las
aguas fecales.
-
Son antiguos túneles de la mafia que utilizaban para el contrabando - me
explicó Melisán. - Ahora están abandonados y olvidados.
Seguimos
por ese nuevo nivel hasta que llegamos a otras escaleras que, nos explicó
Melisán, conducían a los sótanos del palacete de Rose donde estaban retenidos
Víctor, Helena y el nieto de Khan junto a los demás niños.
7.9
Entramos
en la sala en la que, según Melisán, tenía que esperarnos el guardia amigo
suyo.
No
había nadie.
Noté
a Melisán visiblemente nerviosa. La muchachita no contaba con algo así y no
teníamos plan “B”. Notando el estado de ánimo de su ama, Trotsky se puso a
gruñir. Si se trataba de una trampa, los ruidos del perro podían delatarnos.
Melisán lo sabía y rápidamente le silenció acariciándole y cogiéndole del morro.
Con Trotsky silenciado, los tres humanos nos miramos. Sin necesidad de decirnos
nada optamos unánimemente por continuar.
Cruzamos
la puerta que teníamos delante: En teoría nos tenía que conducir al pasillo de
las celdas donde la mafia y los paramilitares recluían a mis amigos, a los
niños y al nieto de Khan. Efectivamente aparecimos en un pasillo húmedo y
oscuro. Entramos con mucho sigilo, incluso Trotsky, que parecía comprender que
el silencio era esencial. Tampoco aquí había nadie. A izquierda y derecha había
sucesivas puertas cerradas. Supusimos que eran las celdas. Probamos con la
primera a nuestra derecha: cerrada. Arrimé la oreja a la puerta: no lograba oír
nada. Seguimos con la primera a la izquierda: cerrada también. Avanzamos.
La segunda a la derecha: cerrada. También la de la izquierda. Tercera: lo
mismo. Ya estábamos en la mitad del pasillo.
-
¡Parecen vacías! – Les dije a Melisán y Douglas, tratando de no alzar demasiado
la voz.
-
Tampoco hay forma de abrirlas - añadió Melisán.
-
Probemos las otras – dijo entonces Douglas, señalando la continuación del pasillo.
Íbamos
a continuar hacia la cuarta pareja de puertas cuando Trotsky volvió a mostrarse
inquietó. Corría de un lado a otro del pasillo emitiendo leves bufidos. En esta
ocasión Melisán no pudo tranquilizarlo.
-
¿Qué te pasa Trotsky? - le preguntaba susurrándole, pero el perro no podía
responder con palabras así que continuaba con sus movimientos y bufidos.
Los
bufidos se convirtieron en ladridos cuando la puerta frente a nosotros, en la
que terminaba el pasillo, comenzó a abrirse. Al otro lado emergieron unas
figuras armadas: los paramilitares y el inconfundible Número 2. Melisán sujetó
a Trotsky que no dejaba de ladrar. Miré hacia atrás y vi a Douglas encañonándome
con una pistola.
-
Ha sido más fácil de lo que nunca hubiese sospechado - dijo Douglas con una
sonrisa de oreja a oreja.
Una
vez más, confiar en los desconocidos me había metido en problemas. ¡Estúpida,
ingenua!
-
¡Muy bien Número 3! - felicitó Número 2 al hombre al que habíamos conocido por
Douglas. - ¡Qué prueben las celdas que querían abrir! Jajaja.
-
¿Qué hacemos con el chucho? - preguntó uno de los paramilitares.
-
Al perro no lo necesitamos para nada... – respondió Número 2.
-
Y a la mocosa tampoco. Ya tenemos suficientes niños - añadió Número 3 manteniendo
esa horrible sonrisa que dejaba entrever que reservaba un destino muy cruel
para Melisán y Trotsky.
Efectivamente:
Número 3, hinchado de satisfacción, acarició la sien de Trotsky con el cañón de
su pistola. Todo hacía indicar que, en una innecesaria muestra de sadismo, el
falso Douglas quería vaciar su cargador sobre el pobre perro y probablemente continuar
con Melisán. A la muchacha, que seguía sujetando con fuerza a Trotsky, se le
enrojecieron los ojos, más que temiendo por su propia vida, por la de su mejor
amigo.
Fue,
paradójicamente, Número 2 el que frenó las intenciones de Número 3:
-
Déjales Número 3. La mocosa puede ser una buena mensajera: Que le diga a Khan
que su plan ha fracasado. Eso contentará a Rose.
-
¿Número 2 mostrando clemencia? – Dijo con sorna Número 3 - ¡Cualquiera lo diría!
¿Te has ablandado después de la masacre del hospital de Cáledon?
En
seguida noté que Número 2 detestaba al mentiroso y arrogante guaperas. Número 3
le estaba provocando, trataba de desautorizarlo delante de sus hombres. Entre
esos dos había una lucha de poder y nosotras estábamos en medio.
-
¡No me busques, Número 3! Podrías encontrarme. Ya te he felicitado. Has
cumplido con tu cometido. ¡Es suficiente! Rose ya tiene suficientes niños aquí
apresados y seguro que le parece buena idea que esta cría corra llorando a
decirle a los suyos que no tienen nada que hacer, que tienen que rendirse. Y además…
¡me gustan los perros! Es innecesario gastar más balas cuando por fin hemos
ganado.
No
abandonó su sonrisa, pero Número 3 se enojó visiblemente. “¡Vaya estupidez!”,
debió de pensar. Y es que Número 2, lo único que quería con ese gesto hacia
Melisán y Trotsky, era reivindicarse ante sus hombres. ¡Él es el que está al
mando, y no Número 3! Así, el paramilitar guapito, el falso Douglas, se enfundó
su arma y Melisán y yo respiramos tranquilas.
7.10
Me
encerraron en una habitación amplia, sin ventanas y con tan solo dos literas,
cada una con una cama arriba y abajo. Aquel cuarto, fríamente iluminado
por la luz artificial, también servía de prisión para Víctor, Helena y el nieto
de Khan. Los otros cuatro niños estaban en otra habitación similar. El
jovencito se encontraba acurrucado en una esquina oscura del cuarto, visiblemente
al margen de sus compañeros de celda. En el momento en el que entré, Víctor y
Helena descansaban cada uno en su litera. Carlos, así se llamaba el nieto de
Khan, era delgado y pálido, aunque tenía un marcado parecido a su abuelo, sobre
todo la mirada, profunda y seria.
Mientras
que el niño ni se inmutó ante mi llegada, mis compañeros inmediatamente se incorporaron
para recibirme. Víctor se mostraba desilusionado –lo vi en sus ojos-. Supongo
que esperaba que le rescatara. Helena expresaba en su rostro, sobre todo,
preocupación. Se me acercó con la intención de saludarme, de tocarme… Pero mi
experiencia con Pablo -su desgarrador relato sobre las BAB- me hizo reaccionar
con distancia. Así que, para su sorpresa, rehuí su saludo y sus atenciones.
Víctor también se sorprendió ante mi fría reacción con Helena, así que no dejó
de interrogarme con su mirada. Sabía que algo malo había pasado.
-
Sí, sí. La he cagado. Ya lo sé - le espeté al viejo tratando de zanjar
cualquier conversación.
No
quería hablar. No quería explicar. No quería saber nada. Decidí ignorarles y
tumbarme en una de las literas. No sabía qué hacer. Esta vez no podría escapar
de Número 2: Ni contaba con una horquilla, ni el pasillo estaba vació sin
vigilancia, ni se avecinaba un enfrentamiento entre paramilitares y BAB. Y lo
más importante: no estaba conmocionada o amnésica, pero estaba cansada y desmoralizada.
Sólo quería refunfuñar y auto-compadecerme de mí misma: ¡Cómo podía haberme
dejado engañar de esa manera! ¡Cómo podía haber caído en una trampa tan
inocente!
***
Mientras
yo me ahogaba en mi propio enfado, en otro rincón de Davenport, bajo la luz de
los primeros rayos de sol de un nuevo día, otro de mis compañeros también se
hundía en su odio... Más bien en su culpa. Me refiero a Pablo. Él ignoraba mi
destino. No sabía que había sido de mí, pero tenía suficiente con sus propios demonios.
Desde
el momento en que me había revelado toda su verdad, que había desmontado la
última pieza de su armadura protectora, estaba indefenso. Cuando me vio
rechazarle se hundió todo su mundo tal y como Víctor le había pronosticado que
sucedería.
Llevaba
varias horas, dos, tres, qué importaba, sentado en un húmedo y sucio callejón
de Davenport, rodeado de detritus. Él se sentía como un excremento más de esa
calle. En su mano sostenía su arma. Tenía la mirada focalizada en el cañón de
esa pistola. Con sus dedos jugueteaba con el tambor, con el seguro... Y de
cuando en cuando un fuerte impulso le llevaba a acercarse el cañón a la boca y
apretar el gatillo.
Pocos
días antes de mi llegada a Cáledon -Parecía entonces que había pasado una
eternidad-, Pablo había intentado suicidarse. Llevaba un taxi por las
calles y aunque se esforzaba por ser una nueva persona, sus recuerdos le
atormentaban. Aun recordaba a Miranda. Tenía gravado en el subconsciente el
momento en el que le había quitado la vida. Por primera vez después de días de
tormentos y torturas, la contemplaba y ella estaba tranquila, descansando en
paz. Siempre que la recordaba le venía a la cabeza la idea de que, igual que
sólo con la muerte aquella valiente bolchevique había encontrado la calma, él
sólo se libraría de sus pesadillas terminando con su vida.
Ese
día había sido horroroso. Un día gris, lluvioso. En el taxi había tenido varias
broncas con pasajeros, otros conductores, con un maldito policía come-donuts,
chulo e ignorante... Llegó a su apartamento exhausto, calcinado... Allí siempre
estaba solo. La soledad le pesaba. Le pesaba tanto. Él ya lo había intentado
antes... Pero siempre había fracasado. Ese día lo volvió a intentar. A falta de
otra arma cogió un cuchillo de cocina y se lo acercó. Sabía perfectamente dónde
clavarlo, para así no fallar y morir inmediatamente. Su formación en las BAB le
haría un último y macabro servicio. Pero en el último instante se acobardó.
Giró la hoja lo suficiente para no provocarse una herida mortal, eso sí, se
causó todo el dolor que pudo. Si su cobardía le impedía morir, quería al menos
causarse el máximo sufrimiento que sus tripas pudiera soportar. Purgar sus
demonios a base de dolor. Como él hacía con sus presos en las BAB.
Pero
si ahora lo hacía, en ese callejón de Davenport... ya no podía ser para volver
a fallar. Lo sabía. Tenía que ser el fin. Y estaba listo para ello. Para Pablo,
conmigo aparecía ante él una nueva Miranda, dispuesta a redimirlo. Pero había
vuelto a fallar. Me había fallado. Ya nada le quedaba en esta vida: o moría, o
una eternidad de soledad y remordimientos.
Estaba
a punto de decidirse cuando con el rabillo del ojo distinguió la figura de una cría
que, sollozando amargamente, caminaba lentamente acompañada por un perro.
¡Melisán
y Trotsky! ¡Solos! ¿Qué había sucedido? ¿Dónde estaba yo? Pablo no lo dudo. Se
incorporó y fue hacia la muchacha y su perro para averiguar qué había pasado.
7.11
Era
ya por la tarde.
Número
2 observaba hastiado como Número 3 se pavoneaba frente a la imagen del anciano
que actuaba de enlace con Número 1. Este se mostraba interesado en la historia
que le contaba Número 3, pero también cauto, consciente de la rivalidad entre
los dos mercenarios:
-
... Yo intercepté al hombre de Charly Tantoun y pude hacerme pasar por él con
suma facilidad - alardeaba Número 3-. Mi plan era sencillo y ahí radica su
genialidad. Todo salió como yo tenía previsto. Jejeje. Por supuesto, pocas
mujeres pueden resistirse a mis encantos y eso, desde luego, jugo un papel
crucial para atraerme a la Exiliada.
Se
escuchó un ruido aunque con Número 3 ensimismado en su relato, sólo Número 2
fue consciente del mismo. No obstante, estaba avinagrado por el éxito de su
contrincante, así que, sencillamente, lo ignoró.
-
... Yo pude ganarme su confianza gracias a mis talentos naturales y a mi gran
interpretación...
Otra
vez el ruido. Pero ahora era más fuerte. Como un tumulto. Número 2 se alarmó,
hacía muchos años que no escuchaba un sonido así. Venía de fuera del palacete.
Mucha gente. Muchos gritos.
-
… No ha sido necesario trabajar para la mafia – continuaba Número 3 -. Ni
buscar ese maldito documento por el que se pelean.
Primero
entraron sus hombres, los paramilitares, para informarle. Número 2 se desplazó
a un ventanal de la habitación y lo vio.
El
enlace con Número 1 hacía tiempo que había dejado de prestar atención a Número
3 y estaba alarmado por los gestos nerviosos de Número 2, aunque él no oyera
nada. Finalmente interrumpió a Número 3 y preguntó qué sucedía.
-
Un tumulto, señor. Miles de hombres y mujeres, creo que estibadores, rodean el
palacete. – explicó uno de los paramilitares.
Número
3, incomodado por la interrupción, no daba crédito. ¿Un tumulto? ¿Miles de
hombres y mujeres? Hacía años que no se veía algo así.
Al
ver a su rival paralizado, Número 2 recuperó la iniciativa.
-
Despliegue francotiradores...
No
pudo terminar de dar las órdenes. A la habitación entró Rose, Renó y varios
mafiosos armados. Rose, siempre engalanado con sus mejores trajes, estaba completamente
histérico.
-
¡Qué es lo que han hecho! -gritaba Rose -El palacete está rodeado. Hay al menos
diez mil personas cercándonos. Muchos jóvenes, pero también trabajadores. Me
han informado del muelle que el puerto está completamente paralizado. ¡En
huelga! ¡No sucedía algo así desde las guerras!
-
¿Se… será cosa de Tantoun? - preguntó tímidamente Número 3.
-
¡No! - le respondió rabioso Rose - He hablado con él. Está tan sorprendido como
nosotros. La muchedumbre quiere a todos los retenidos. Por supuesto al nieto de
Khan y a los otros niños, pero también a tu Exiliada. ¡Qué diablos habéis
hecho!
-
No perdamos tiempo discutiendo entre nosotros - intervino Número 2 -.
Dispongamos hombres armados y hagamos varios disparos de advertencia.
Justo
entonces una oleada de piedras y botellas incendiarias atravesaron el ventanal.
Los cristales alcanzaron a Número 2 mientras sus hombres se lanzaban sobre las
botellas para devolverlas a la calle y evitar un incendio.
Entró
entonces otro hombre de la mafia. Le cuchicheó algo a Rose que corrió a encender
otra pantalla de comunicación. Al otro lado se podía ver a un policía viejo y
gordo, engalanado con medallas y galones. Parecía muy enfadado.
-
Es el comisario en jefe de la policía - informó Renó sorprendido.
-
¡Rose! ¿Qué diablos habéis liado? ¡La calle está tomada por una masa
enfurecida!
-
Vamos a dispersarlos... –quiso responder Rose, pero el comisario le
interrumpió.
-
Son más de diez mil y llegan más y más. Están encabezados por estudiantes, por
niñatos, pero también hay estibadores del puerto. La ciudad está paralizada. ¡Parad
esto de inmediato!
-
Dispararemos... – volvió a intentar explicar Rose.
-
¿Disparar? ¿A esa multitud? ¿Quieres que estalle una insurrección en la ciudad?
¿Cómo durante la guerra? ¿No ves, imbécil, que si me veo obligado a recurrir a
las BAB se acabarían nuestros negocios?
Sonó
el móvil personal de Rose. Una musiquita hortera, de muy mal gusto. Sólo con
ver el número que indicaba la pantalla del teléfono, la cara de Rose palideció
aún más. Era el mismísimo alcalde de Davenport y se mostraba en la misma línea
que el comisario: Si no se paraba esa maldita revuelta, terminaría
interviniendo el gobierno central, lo cual sería malo para todos. La gente
tenía que volver a sus casas y no podía haber un derramamiento de sangre.
Hubo
una nueva oleada de piedras. Uno de los paramilitares se acercó a mirar por el
ventanal.
-
La valla del recinto va a caer señor. La muchedumbre la están zarandeando –
informó.
Número
2 miró a Rose. El líder de la mafia local estaba completamente descolocado.
-
¡Negociaremos! - dijo Rose, gritando histérico-. Les entregaremos a los
cautivos.
El
comisario de policía asintió aliviado así que, con la aprobación también del
alcalde, Rose optó por ignorar los consejos de Número 2 y abandonó la
habitación seguido de Renó y los mafiosos armados. Quedaron solos Número 2 y
Número 3 con algunos de sus hombres y la atenta mirada del enlace con Número 1
que había seguido muy atento toda la escena.
-
¡Esto no estaba previsto! – Gritó Número 3-. ¡No es mi culpa! Fue Número 2 el
que nos mezcló con la mafia. Yo he capturado a la Exiliada. Aún podemos irnos
de aquí con ella. ¡No es mi culpa!
Número
2 miró a través de la pantalla al enlace con Número 1. Éste asintió silenciosamente.
Número 2 sacó entonces su arma y disparó a bocajarro a la cabeza de Número 3.
El ahora cadáver se desplomó al suelo.
No
era culpa de Número 3, pero alguien tenía que pagar. Aunque sólo fuera para
poder mantener una buena relación con la mafia y con las autoridades
locales. Su arrogancia, su ambición, su
tendencia a colocarse medallas le hacía el candidato idóneo.
7.12
Mientras
afuera había todo ese barullo, nosotros en la celda no nos enterábamos de nada.
Luego me explicaría Helena que ella sí había escuchado algo de ruido, pisadas
rápidas fuera, en el pasillo, y gritos, pero ignoraba por completo qué era lo
que podía ser.
Mi
relación con ella seguía fría. ¡Era una BAB! A saber que brutalidades había
cometido. Aunque no logré pegar ojo, me mantuve apartada de ella y de Víctor.
Helena, en cambio, si intentó una nueva aproximación: vino a preguntarme qué era
lo que había pasado. No podía negarme a responder algo así de directo, pero me
limite a una descripción muy general. No mencioné a Pablo. Supongo que a Víctor
le extrañaría. Eso sí, toda mi descripción fue conscientemente fría y distante,
como haciéndole un favor a la ciega por relatárselo. ¡Qué estúpida puedo llegar
a ser! Sí les expliqué quién era el crio que nos acompañaba, que seguía sin
soltar prenda.
Calculo
que sería media tarde cuando vinieron a buscarnos. Eran los hombres de Rose. Ni
rastro de los paramilitares. Renó les dirigía. Abrieron la puerta y sin más
explicaciones nos dijeron que saliéramos, que éramos libres. No nos pusieron
esposas ni nada. Los cuatro salimos al pasillo –el mismo en el que habíamos
sido capturados- sin comprender qué sucedía. Allí nos encontramos con los otros
cuatro niños que también les habían sacado de su celda. Se les veía a los
cuatro visiblemente asustados, pálidos y delgados.
Hubo
un detalle que me llamó la atención: de manera espontánea, como natural, el
nieto de Khan le cogió la mano a Helena. El chico necesitaba protección y ella,
a su vez, sin bastón, necesitaba un guía. Ahora recuerdo esa imagen como un
momento entrañable, incluso dulce... pero en aquel momento yo sentí una mezcla
de sensaciones, como si en mi interior se librara una lucha entre mis
sentimientos hacia Helena y un rechazo frontal a su pasado BAB.
Anduvimos
por los recovecos del subterráneo del palacete hacia la planta baja escoltados
por Renó y otros tres mafiosos armados. A medida que nos aproximábamos al
exterior, el ruido se hizo notar. Un ruido que a mí me resultó muy familiar,
aunque hacía mucho que no lo escuchaba: mucha gente, muchos gritos rítmicos,
¿consignas? ¿Una manifestación? No podía ser. ¡Era imposible!
Estábamos
ya en la planta baja del palacete. Un enorme recibidor de paredes y techo
blanco, azulejos de color gris claro y una decoración compuesta por cuadros
abstractos y estatuas de mármol y cobre. Grandes ventanales de cristal,
agrietado e incluso roto por la acción de los manifestantes dejaban pasar la
luz del atardecer. Las consignas y gritos pidiendo nuestra libertad y el fin de
la mafia cesaron cuando los estudiantes y estibadores que nos esperaban
pudieron vernos.
Era
una masa amplia de, primero jóvenes: excitados, triunfantes, dispuestos a
celebrar nuestra presencia. ¡Eran los mismos jóvenes de la discoteca Infierno!
Toda una lección para los que desprecian a la juventud y les acusan de ser
escoria hedonista. Allí estaban, en primera línea. Seguro que fueron los que
iniciaron el movimiento. Apostaba a que Melisán tenía algo que ver.
Después
había trabajadores más veteranos: por sus uniformes estibadores, más rudos, con
una mirada más seria, conscientes de que lo que están protagonizando no se
producía desde hacía años y años y que era una provocación para la despiadada y
todopoderosa República. También había un nutrido grupo de mujeres,
trabajadoras, jóvenes, estudiantes, esposas, madres, hijas, hermanas… Estaba convencida de que aquellas mujeres
habían jugado un papel crucial a la hora de actuar de puente entre los jóvenes
estudiantes y los trabajadores estibadores.
¡Era
impresionante! ¡Y emocionante!
Así
pues, la mafia estaba dispuesta a liberarnos… pero Numero 2 no podía darse por
vencido con tanta facilidad. Antes de que saliéramos del palacete surgió de
improvisto un grupo de paramilitares que nos rodearon y que rápidamente
redujeron a los mafiosos. Número 2 se presentó y me saludó con su repugnante
risa.
-
¡No te vas a librar de mí Exiliada! ¡Tienes una flor en el culo! Pero yo no me
rindo tan fácilmente. Te perseguiría hasta al infierno para capturarte.
-
¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Por qué soy tan importante para ti?
-
Yo soy Número 2, Exiliada. Brazo armado del Número 1. Número 1 te reclama. ¿El
motivo? No me importa. Yo obedezco sus órdenes. Y las obedezco bien. Ni las
BAB, ni ese patético tumulto, ni tus amigos, podrán evitar que finalmente
caigas en mis garras.
Helena
lo impidió.
Le
gritó al nieto de Khan que abriera la puerta a donde estaba la masa, mientras
ella me empujó lejos de Número 2 y le propinó una patada en sus testículos. Los
paramilitares reaccionaron para tratar de reducirla, pero por la puerta abierta
comenzó a fluir un río de gente, y en primer lugar Melisán, Trotsky –y sus
sonoros ladridos-… ¡y Pablo! Decenas de estudiantes y un buen puñado de
estibadores alzaron un muro entre los mercenarios de Número 2 y mi persona. Número
2 se convenció de que aquella acción no iba a tener éxito. Aún doloriéndose de
sus genitales, pudo ver como la manifestación me arrastraba fuera del palacete:
Primero al jardín y, a través de unas vallas que habían cedido, a la calle. Impotente,
sólo pudo ordenar a sus hombres que se retiraran.
7.13
Cuándo
atravesamos las puertas del palacete, el grueso de la manifestación nos
recibieron con un tremendo entusiasmo. Aunque estaba atardeciendo, el sol, rojizo,
aún brillaba con fuerza, dando más intensidad, luz y color a aquella emotiva
escena.
Khan
nos esperaba. El anciano olvido su habitual seriedad para correr a abrazar a su
nieto. Los familiares de los otros niños hicieron lo mismo. Al sacerdote se le
saltaron las lágrimas de alegría. Melisán también se puso a llorar emocionada.
-
¡Lo hemos conseguido! - rugió un hombre fondón y veterano desde un megáfono
improvisado a partir de unos altavoces del puerto.
La
gente le respondió con aplausos y ovaciones. Todos éramos muy conscientes del
hito que aquello suponía: En Davenport no se daba algo así desde la guerra y,
lo más importante, la participación masiva y contundente lo había conseguido:
habíamos obligado a la mafia a ceder, sin pactos con otras mafias o sin ningún
tipo de pasteleo. Las intrigas y las acciones individuales habían fracasado,
habían mostrado su impotencia. Era la primera victoria de las masas de
Davenport en mucho tiempo. Como no, me recordó la batalla de New Haven, donde
también la acción colectiva había sido clave para la victoria, en este caso la
acción colectiva de las mujeres de los jornaleros semitas. Pensé que si había
logrado salir con éxito de ambas situaciones era precisamente por aquellas
acciones, masivas y contundentes. ¿Y si no hubiese sido así? ¿Y si las mujeres
semitas no hubiesen luchado contra los fascistas? ¿Y si aquella gran
manifestación exigiendo nuestra liberación no se hubiera producido? ¿Qué me
depararían los dos objetivos restantes, Tímberlane y Vancouver?
Miré
a mis compañeros: A Víctor, a Helena y también a Pablo. Los tres sonreían, enrojecidos
por el sol que ya se iba. Les agarré y nos fundimos los cuatro en un abrazo. A
los “chicos” les di un beso en la mejilla. A Helena, un apropiado movimiento de
cabeza desvió el beso hasta la comisura de su boca. Ella me respondió con una palmadita/caricia
en mi trasero.
Un
grupo de estibadores cogió al nieto de Khan y a los otros niños y se los
llevaron en hombros hacia el puerto. El grueso de la manifestación les siguió.
A nuestra espalda quedaban los hombres de la mafia, corroídos por la tremenda
demostración de fuerza de la clase obrera de Davenport.
La
manifestación no era improvisada, espontánea… Alguien había agrupado y animado
a los estudiantes y a los estibadores. Eran los mismos estudiantes que bebían y
se drogaban en Infierno, eran los
mismos estibadores que se peleaban entre ellos para cobrar la recompensa por mi
cabeza… Quizás os preguntareis qué fue lo que pasó durante nuestro
encarcelamiento. Os lo explicaré:
Como
ya os relaté, Pablo, en su momento más bajo, se encontró con Melisán, liberada
por Número 2 para que informara a Khan de mi fracaso. Melisán, entre lágrimas,
le contó a Pablo lo que había sucedido. Entonces, mi compañero sacó fuerzas de
flaqueza. Descartó a Laso y buscó en su interior a Pablo. Cogió de la mano a
Melisán y fueron juntos a hablar con Khan, que estaba reunido con varios
estibadores.
Khan
en un primer momento se enfrentó a Pablo –era su torturador-, pero Melisán
intercedió ante el sacerdote y le pidió que le escuchara. Y entonces Pablo trató
de utilizar todo lo positivo que había aprendido de Miranda y de los bolcheviques.
Luego
me diría que se inspiró en mí y en Roger en New Haven, pero yo sé que ya estaba
casi todo dentro de él. Efectivamente: posteriormente me explicaría que, en su
brutal trabajo en las BAB, provocando dolor y sufrimiento, paradójicamente
había descubierto como era el alma de un bolchevique, sus convicciones y su
fuerza. Miranda le había hecho consciente de ese conocimiento y yo se lo había
recordado: valor, audacia, confianza en los trabajadores y en la lucha de
masas.
-
Es como si al torturarlos, al hacerles sufrir... se hubieran abierto, sí,
abierto a mí. ¡Hasta el punto de conocerlos! ¡De saber valorar su heroísmo, de
comprender en que fuerzas se apoyaban para poder resistir las torturas! - me
explicaría- Ese conocimiento... positivo, estaba ahí dentro de mí, oculto...
Hasta que primero apareció Miranda, y ahora estás tú.
No
sé. Era como si Pablo recuperara gran parte de su dulzura, pero más madura, con
una sabiduría e inteligencia que hasta entonces no me había mostrado. Sí, Pablo
me demostró que la gente podía cambiar. Que toda lucha interior tiene que
resolverse y puede resolverse hacia el lado "bueno", por decirlo
fácil y rápido. Hablando con Pablo pensé en Helena y decidí saber más de ella,
pero para ayudarla. También decidí hacer todo lo posible por ayudar a Pablo,
porque, aunque él no se lo imaginaba, también me estaba ayudando a mí, a
recuperar la ilusión y la esperanza en un futuro mejor.
El
caso es que Pablo - volviendo a la historia- reprochó a Khan y a los
estibadores que trataran de resolver sus problemas no por ellos mismos, sino
apoyándose en otros: o en un sector de la mafia, o en otro sector, o en la Exiliada
–que rescatara a sus niños, por ejemplo-, en lugar de actuar ellos mismos,
confiando en sus propias fuerzas:
-
Los estibadores sois muchos. Sois fuertes. Controláis el puerto y todo el
tráfico marítimo. ¡La mafia domina la ciudad sólo porque estáis desorganizados
y dormidos! – ¡Parecía una nueva versión de Karl Marx! -Habéis mandado a mi
amiga a una trampa por no arriesgaros vosotros mismos.
Khan
miró a Melisán. La chiquilla se posicionó con Pablo: "Tiene razón",
dijo. Khan también lo sabía. El anciano odiaba a Laso Ludovico, por todo lo que
le había hecho... Pero quizás entonces no vio a Laso, sino que vio a Pablo, diciéndole
la verdad.
-
¡Basta! - gritó el anciano- ¡Qué tenga que ser mi antiguo torturador el que me
abra los ojos!
Y
Khan, líder de la comunidad, dejó atrás los hábitos y se pusieron manos a la
obra:
Hicieron
rápidamente una hojita:
“¡Basta de abusos de la mafia!
Como ya sabéis, los mafiosos, que
constantemente nos extorsionan, han secuestrado a cinco de nuestros niños.
Chicos inocentes que no son responsables de nada malo. En esta ocasión han
cruzado todas las líneas. Además también retienen a un grupo de ex bolcheviques
que se habían ofrecido, desinteresadamente, a rescatar a los chicos. Quieren entregarlos
a las autoridades o a un destino mucho peor.
Ya está bien de dejarnos pisotear o
que busquemos que otros solucionen nuestros problemas. Los jóvenes y trabajadores
de Davenport hemos demostrado en el pasado que somos luchadores, que somos
fuertes. Es hora de recuperar el valor.
Todos en manifestación hacia el
palacio del mafioso Rose.
Huelga en el puerto y todos a la
calle.”
Era
breve pero contundente y lo firmaba Khan con un anagrama que todo estibador lo
podía comprender. Melisán y Pablo se colaron en una tienda de fotocopias y,
medio hablando, medio exigiéndole al dueño, consiguieron hacer 5.000
fotocopias. Entonces la cría reclutó a sus amigos de la discoteca Infierno para repartir la hojilla por
todo el puerto. Melisán es toda una líder: les explicó, les animó y les
organizó. Y el efecto que causó, entre los trabajadores, entre las mujeres y
los hombres, ver a una decena de estudiantes repartiendo miles de hojas,
enfrentándose con decisión al miedo, a la mafia y a la represión, fue
eléctrico. Así, los estibadores que estaban con el sacerdote, más renuentes, se
quedaron profundamente impresionados y, con muchos más ánimos, también se
pusieron manos a la obra.
¡Y
se organizó la huelga y la manifestación! Así, en una mañana, como con un
chasquido de dedos, como si los estibadores y sus familias sólo estuvieran
esperando una señal del anciano para paralizar el puerto y salir a la calle. Y
quizás así era. ¡Cuántas veces en la superficie parece que nada se mueve, pero
realmente el llamado de alguien con autoridad puede sacar a la superficie todo
el descontento acumulado! Los jóvenes y los trabajadores de Davenport odiaban a
la mafia y vieron una oportunidad de demostrarlo. Khan no era consciente de su
verdadera fuerza, de la fuerza de esa juventud y esa clase obrera explotada y
atemorizada.
Necesitó
que su torturador se lo recordara.
¡Impresionante!
7.14
Khan
nos invitó a una copiosa cena de celebración en el templo-escuela. Nos acompañó
en la mesa su nieto Carlos, mucho más alegre y dispuesto a conversar con
nosotros, por supuesto Melisán –y Trotsky, aunque el perro no comió en la
mesa-, junto a algunos estudiantes y estibadores más cercanos. Pensaba que
quizás Luisma participaría en la cena, pero el antiguo dirigente no estaba con
nosotros.
-
No está. – Me ratificó Víctor, sentado a mi lado en la cena.
-
Después de la cena te llevaré ante él – Me prometió Khan, intuyendo a qué se
debían mis miradas recorriendo a todos los invitados.
-
Es curioso que tanto Orestes como Luisma opten por esconderse y ocultarse con
todo lo que está sucediendo… y todo lo que tu presencia ha provocado. – Me
comentó Víctor.
-
¿A qué te refieres?
-
En New Haven organizaste a las mujeres semitas que lograron rechazar un pogromo
fascista. Aquí, no has sido tú, pero has inspirado a otros a lanzar una
rebelión masiva contra la mafia… Resulta curioso que a la cabeza de ambos
grandes acontecimientos, no se pusieran los insignes bolcheviques. En ambos
casos han permanecido a la sobra, fuera de primera línea, ocultos…
-Son
buscados, perseguidos por las BAB. Los bolcheviques siempre han visto
conveniente preservar a los cuadros, no por cobardía, sino por seguridad.
-
Desde luego, la que se expone eres tú –me señaló mostrándose preocupado-. ¡Buen
trabajo!, en todo caso, te lo quería decir.
-
Gracias, pero tú mismo lo has dicho. Aquí no he sido yo. Sin Pablo…
-
Pablo ha actuado inspirado por ti. Animado por tu ejemplo. Pero eres tú: allí
donde vas logras agrupar a jóvenes de gran valía, como Roger, o aquí la pequeña
Melisán. Pero ¿me pregunto qué harás en entornos más hostiles?, ¿dónde no
contemos con la irrupción de las masas?, como felizmente ha pasado aquí y en
New Haven.
-
Hemos tenido suerte. Eso y que creo que el ambiente político no es tan negro
como le gustaría al gobierno. A pesar de las guerras y la represión, veo que
toda una nueva capa de revolucionarios está dispuesta para la lucha.
-
No creo que sólo lo veas tú. Aunque el gobierno diga otra cosa, seguro que
también lo perciben… ¡y no les gustará ni un pelo! Lo que me preocupa es que…
no sé… tú lo ves, el gobierno lo ve… ¿crees que los antiguos dirigentes
bolcheviques, Verónica, Orestes, Luisma…, crees que ellos lo ven?
La
pregunta de Víctor me hizo reflexionar… En el exilio se hablaba de que el
efecto de las guerras y de la represión duraría décadas. Se ponían otros
ejemplos históricos de cómo la eliminación física de la vanguardia necesitaba
tiempo, necesitaba años para cicatrizar, para que surgiera una nueva capa
fresca, sin la carga del pasado. Sin embargo, quizás, pese a la censura, la
rebelión en Sumailati tenía algo que ver. Quizás como otras revoluciones,
siempre contagiosas, lo que pasaba en las Potencias Fascistas inevitablemente influía
en la lucha de clases aquí, en la República. Ni Verónica ni Orestes parecían
tener todo esto en cuenta. Quizás Luisma, uno de los mayores talentos teóricos
del antiguo Comité Central, si contara con un análisis más certero de la actual
situación política.
-
¡Prepárate Exiliada! – profetizó Víctor arrancándome de mis reflexiones -. Hasta
ahora has tenido a las masas de tu parte… pero es muy probable que en nuestro
próximo destino las cosas no vayan tan bien.
Khan
cumplió con su palabra de llevarme ante Luisma, aunque sólo después de
entrantes, primer plato, segundo plato, postre y abundante vino… demasiado para
mí en una cena. Un poco mareada por la bebida, dejé a mis compañeros en el
templo-escuela y seguí a Khan, acompañada de Melisán y de Trotsky. El camino no
me gustaba: ¡otra vez el sistema de alcantarillado! ¡La cara que puse debió de
ser un poema! Khan me llegó a preguntar si me encontraba bien, si prefería
regresar a descansar. Le convencí de que no hacía falta, que había sido el
vino, pero una vez que entramos otra vez en esos túneles pestilentes llenos de
aguas residuales y excrementos estuve a punto, varias veces, de devolver toda
la cena. Melisán intuía qué me pasaba, así que ante mis explicaciones a Khan
dejó escapar algunas risillas.
Así
que volvía a recorrer los túneles. Para mí eran todos iguales, pero Khan
actuaba de guía. Ahora no nos dirigíamos al palacete de Rose por lo que
seguimos un camino diferente. Llegamos a un túnel sin salida salvo por una
escalerilla de ascenso. Khan me indicó que el antiguo dirigente bolchevique me
esperaba arriba. Ellos me esperarían allí abajo. Subí la escalerilla y abrí una
trampilla que me dejaba pasar a un contenedor completamente cerrado, pero
iluminado eléctricamente. Pese a que no pude ver ninguna ventilación, el aire
no estaba viciado. Era un contenedor confortable, aunque no llegaba ni de lejos
al clima hogareño que Melisán había conseguido en el suyo. Éste era mucho más
espartano. Y ahí dentro, sentado en una silla de madera, me esperaba Luisma, más
envejecido y apagado de lo que le recordaba.
-
Bienvenida Exiliada.
-
Hola Luisma – le respondí.
Pese
al saludo, Luisma permanecía en silencio. Observándome con gesto cansado. No
sabía muy bien que decirle, pero estaba claro que me correspondía a mí romper
el hielo:
-
Prefiero el contenedor de Melisán. – le dije, por decir algo, aunque el
comentario fue bien recibido, porque el antiguo bolchevique sonrió levemente.
-
Es austero… inevitablemente –comenzó a explicarme-. Tengo que protegerme. La
mafia piensa que guardo un importante documento y han puesto precio a mi
cabeza.
-
¿No tienes tú el documento? –Pregunté extrañada- Todo el mundo dice que lo
guarda un bolchevique.
-
Pero yo ya no soy bolchevique, Exiliada.
"¡Claro!",
pensé, "el documento ha estado cerca mía en todo momento. Incluso Número 2
tuvo la posibilidad de conseguirlo". Disfruté con el descubrimiento que
había hecho y volví a atender a Luisma.
-
Sígueme - me indicó, mientras al presionar un botón se accionaba un dispositivo
mecánico. Sonaba como unas poleas, un ruido que en el puerto pasaría bastante
desapercibido. El dispositivo hizo desplegar, en uno de los laterales del contenedor,
una rampa, mientras que en el techo se abría una trampilla. Subimos los dos y
pude contemplar una bella estampa del puerto de Davenport nocturno: las luces
de grúas y barcos, la negrura del mar, el cielo encapotado... La sal marina
inundaba mis pulmones y de fondo se oía un leve traqueteo del trabajo
portuario.
-
Los trabajadores del puerto son muy ingeniosos - me explicó-. Este contenedor
lo usaban para el contrabando... de personas. De mujeres, específicamente.
Aparentemente cerrado herméticamente, está perfectamente ventilado y la carga
entraba y salía por esta rampa.
Nos
quedamos un instante mirando el puerto. El mar parecía agitado y sus olas se
oían rugir. Soplaba una leve brisa pero las nubes parecían a punto de descargar
lluvia.
-
Perdona Exiliada. Debía ponerte a prueba. Orestes nos instruyó al respecto por
si reaparecías.
-
He estado con él en New Haven.
-
Sinceramente, ¡No me importa! Yo ya no soy bolchevique. Hace tiempo que perdí
la ilusión, la esperanza. Sólo me escondo. Me oculto de mis enemigos esperando
mi hora. No hay nada que podamos hacer.
-¿Cómo
puedes decir eso después de lo que han hecho hoy los estibadores? – estaba
sorprendida y, a la vez, indignada con la actitud completamente desmoralizante
de Luisma.
-¿Qué
han hecho? Simplemente conseguirán que las dos mafias comiencen a colaborar
para recuperar el control de la ciudad... Eso si no intervienen las BAB,
alarmadas las autoridades por lo sucedido.
-¿Cómo
puedes hablar así? – Me recordó a Orestes, enumerando los riesgos que yo había
provocado al organizar a las semitas.
-
Hubo un tiempo en que tenía claro que resistir es vencer, pero ahora estoy
roto, fracturado. No sé, quizás eso me afectó cuando Jaime y tú decidisteis
luchar contra los fascistas. Creo que mi juicio no era claro. Exiliada, desmoralizado
no se puede militar, en seguida empezaría a teorizar mi estado de ánimo, es
inevitable. ¡Lo he visto tantas veces! Cuando me di cuenta de cómo me
encontraba decidí apartarme de todo.
Luisma me hablaba dándome la espalda, como si
se avergonzara de mirarme.
- Hace mucho tiempo, Cayo pronosticó que tú
podrías reconstruir el Partido. Que eras la única con fuerza suficiente como
para hacerlo. Orestes no estaba de acuerdo, pero para protegerte te enviamos al
exilio.
-
¡Verónica dice que ella está reconstruyendo el Partido!
-
¿Verónica? - preguntó contrariado Luisma girándose y mirándome a la cara por primera
vez.
-
Sí.
-
Pensaba que había muerto. No sabía nada de ella desde que el gobierno atacó al
CC.
-
Me ha pedido que nos reunamos todos en Cáledon, en los cines de Lacánsir, para discutir
una estrategia conjunta para reconstruir el Partido.
Luisma
se quedó pensativo. Mientras, yo le daba vueltas a sus palabras, a eso de que
me enviaron al exilio para protegerme.
-
Nos buscas. Tal como pronostico Cayo. ¿Has estado con Orestes me decías? -
asentí - ¿No con Cayo? Busca a Cayo. No sé dónde está. El podrá explicarte más.
-
¿Qué vas a hacer?
-
Me intriga lo que pueda estar tramando Verónica. No debería. Esa reunión es un
error. Pero volveré a Cáledon. Tú busca a Cayo.
Así
haré, me dije a mi misma.
Al
volver al alcantarillado donde Khan y Melisán me esperaban, miré con
complicidad a Trotsky. Por cómo estaba todo de oscuro, preferí esperar a que
saliéramos afuera. Ya con algo de luz y sin la peste fétida de las aguas
residuales, me detuve un momento junto al perro y me fijé en su collar. “¡Ahí
está!”, pensé. Me agaché a su lado y le acaricié el lomo. El me lo agradeció
intentando lamerme. "¡Qué mejor bolchevique que tú!", le dije,
mientras continuaba con las caricias, más que merecidas. Khan y Melisán sonreían
mientras me miraban con Trotsky.
-
El barco donde pondremos a salvo los documentos parte esta madrugada - me dijo
Khan -. Si queréis podéis subir a bordo y dejar la República.
Lo
pensé por un instante… y me imaginé a mí misma marchándome definitivamente.
-
No. He decidido quedarme - les dije mientras me incorporaba y reanudábamos la
marcha en dirección al contenedor de Melisán.
-
Toma. Es lo que he podido conseguir.
Khan
me ofreció un sobre. Dentro había papeles para cuatro personas: para mí y mis
tres compañeros. Éramos una familia –un tanto original, hay que decir- con un
padre anciano y viudo y sus tres hijos, un varón joven y dos chicas, una de
ellas una negra adoptada y la otra una semita confesa y ciega. También había
algo de dinero.
-
Muchas gracias - les dije -. Ahora tenéis que tener cuidado. Los mafiosos se
vengarán.
-
Lo sabemos. Pero estaremos preparados - me tranquilizó el anciano.
-
Y yo voy a organizar a los demás jóvenes. Quiero ser una bolchevique - me
reveló Melisán desplegando una poderosa vitalidad y energía -. ¡Yo y Trotsky!
El
perro respondió a las palabras de la muchacha con ladridos alegres y meneando
su cola. Parecía tan entusiasmado como Melisán.
7.15
Pasé
la noche junto a Pablo, Víctor y Helena en el contenedor de Melisán y Trotsky.
Estaba bien protegido de posibles represalias de la mafia: Para más seguridad,
Khan había dispuesto de un grupo de estibadores vigilando el contorno y así
evitar sorpresas. Cuando llegué, Pablo dormía como un angelito. Creo que hacía
tiempo que no dormía tan bien, se le veía a gusto, relajado. Víctor, para
variar roncaba. Helena también estaba tumbada, aunque a diferencia de los
hombres, no se había desnudado, ni siquiera se había quietado el hiyab. Melisán
le indicó a Trotsky que no hiciera ruido, que entrara sigiloso. Y el perro hizo
caso a su dueña… de hecho, fue la niña la que, sin querer, hizo más ruido al
entrar.
-
¿Acabáis de llegar? - me preguntó susurrando Helena.
-
Sí - le respondí.
La
ciega se incorporó y me señaló la salida del contenedor, por si quería pasar un
rato afuera con ella. Accedí y salimos juntas.
La
noche había refrescado, la brisa que soplaba no era fría, pero tenía suficiente
fuerza como para alejar las nubes que previamente habían encapotado la noche:
ahora se veían las estrellas. Yo las veía: Helena no las podía distinguir y no
podía admirar su belleza. Los estibadores que vigilaban no nos quitaban ojo y
cuchicheaban, pero estaban ahí por nuestra seguridad.
-
Gracias otra vez - le dije, refiriéndome a cuando nos abordó Número 2 en la
salida del palacete. Ella le quitó importancia.
Estuvimos
allí un rato. Quietas. En silencio. Yo mirando las estrellas. Ella sintiendo mi
presencia, esperando, paciente, que finalmente le hiciera la pregunta que me
rondaba en la cabeza.
-
¿Sabías que Pablo había sido de las BAB?
-
Lo sospechaba. Por como pelea. Es muy bueno. En New Haven casi me derrota. Pero
nunca coincidí con él, si es eso lo que quieres saber. Le recordaría.
-
Me explicó lo que hacía en las BAB. – Ésta era la verdadera pregunta. Quería
saber si ella había hecho las mismas brutalidades que Pablo.
Helena
notó el cambió en mi entonación, el miedo, la preocupación que yo sentía. Mi
corazón latía más rápido y pese a la temperatura refrescante, mi cuerpo segregaba
un sudor, fino, pero nervioso.
-
Por eso durante la estancia en el palacete estabas tan distante, ¿verdad? -
acertó la ciega.
Yo
la miré intensamente, consciente de que era una de las pocas cosas que ella no
podía percibir.
-
Pablo torturaba bolcheviques. Los maltrataba hasta que confesaban crímenes inexistentes
para luego dejarles morir.
-
Conocía la existencia de esas unidades - me dijo con una frialdad que me
repugnó -, pero yo nunca he formado parte.
-
¿Qué hacías tú en las BAB?
-
Saúl me asignaba un objetivo y yo lo asesinaba.
-
¿Odias a los bolcheviques?
-
En New Haven os conté que mi padre era bolchevique y eso es cierto. Era un trabajador
y era bolchevique.
-
¿Odias a los bolcheviques? – insistí.
-
Odio a mi maestro. Odio a Saúl. Él me convirtió en un monstruo. No te engañaré.
He hecho cosas horribles y las he hecho sin cuestionarme nada y sin
remordimientos. No creo que eso se pueda cambiar. Pero no odio a los
bolcheviques.
-
Creo que Pablo puede cambiar. Creo que se arrepiente de lo que hizo pero, sobre
todo, quiere aprender a ser una mejor persona.
-
Yo sólo quiero vengarme.
-
¿Sólo quieres eso?
Helena
guardó silencio.
-
¿Qué te hizo Saúl? - le pregunté.
-
Me hizo lo que hoy soy. Mira, Exiliada… Yo también he asesinado
bolcheviques. Si es eso lo que querías saber.
Helena
comenzó a llorar. Intenté abrazarla, pero no me dio tiempo. Rápidamente se
enjuagó las lágrimas, se escabulló de mis brazos y volvió al contenedor,
dejándome atrás con cara de tonta. No me quedó otra cosa que hacer que rabiar
por mi impertinencia, por mi poco tacto. Miré enojada a los vigilantes. Como buenas
“marujas”, habían estado atentos a la escena, sin perderse nada, y ahora fingían
desinterés, miraban para otra parte e incluso silbaban. Tuve ganas de
gritarles, e incluso de pegar a alguno de esos cotillas.
"Da
igual", pensé tratando de tranquilizarme. "Mañana, de camino a Tímberlane,
hablaré con ella y me disculparé".
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