Relatos de Jjojismos

· La última bolchevique (concluido), una mujer regresa del exilio y se encuentra con un país devastado por la guerra. Perseguida, deberá aliarse con los compañeros que la traicionaron para luchar por su supervivencia.
· Una nueva historia (en proceso), 1913, han asesinado al hijo de un importante empresario, el detective Jhan, un troglo, no cree que el sospechoso detenido, un trabajador de oficinas mamón, sea el verdadero asesino.
· Jaime (en proceso), la secuela de La última bolchevique. Bella, colaboradora de los nuevos bolcheviques se lanza a la búsqueda del a la par odiado y amado Jaime para evitar una nueva guerra.
· La muerte de Ishtar (en proceso), nos situamos a finales del siglo IV, principios del V. La nueva religión cristiana se abre paso frente a las antiguas creencias paganas. Dos mundos chocan y luchan entre intrigas, persecuciones y aventuras.

viernes, 5 de abril de 2013

Capítulo 7, el mercenario 12.


Mientras afuera había todo ese barullo, nosotros en la habitación/celda no nos enterábamos de nada. Luego me explicaría Helena que ella sí había notado algo de ruido, pisadas rápidas fuera, en el pasillo, y gritos, pero ignoraba por completo qué era lo que podía ser.

Mi relación con ella seguía fría. ¡Era una BAB! A saber que brutalidades había cometido. Aunque no logré pegar ojo, me mantuve apartada de ella y de Víctor. Helena, en cambio, si intentó una nueva aproximación: vino a preguntarme qué era lo que había pasado. No podía negarme a responder algo así de directo, pero me limite a una descripción muy general. No mencioné a Pablo. Supongo que a Víctor le extrañaría. Eso sí, toda mi descripción fue conscientemente fría y distante, como haciéndole un favor a la ciega por relatárselo. ¡Qué estúpida puedo llegar a ser! Sí les expliqué quién era el crio que nos acompañaba, que seguía sin soltar prenda.

Calculo que sería media tarde cuando vinieron a buscarnos. Eran los hombres de Rose. Ni rastro de los paramilitares. Renó les dirigía. Abrieron la puerta y sin más explicaciones nos dijeron que saliéramos, que éramos libres. No nos pusieron esposas ni nada. Los cuatro salimos al pasillo –el mismo en el que habíamos sido capturados- sin comprender qué sucedía. Allí nos encontramos con los otros cuatro niños que también les habían sacado de su celda. Se les veía a los cuatro visiblemente asustados, pálidos y delgados.

Hubo un detalle que me llamó la atención: de manera espontanea, como natural, el nieto de Khan le cogió la mano a Helena. El chico necesitaba protección y ella, a su vez, sin bastón, necesitaba un guía. Ahora recuerdo esa imagen como un momento entrañable, incluso dulce... pero en aquel momento yo sentí una mezcla de sensaciones, como si en mi interior se librara una lucha entre mis sentimientos hacia Helena y un rechazo frontal a su pasado BAB.

Anduvimos por los recovecos del subterráneo del palacete hacia los planta baja escoltados por Renó y otros tres mafiosos armados. A medida que nos aproximábamos al exterior, el ruido se hizo notar. Un ruido que a mí me resultó muy familiar, aunque hacía mucho que no lo escuchaba: mucha gente, muchos gritos rítmicos, ¿consignas? ¿Una manifestación? No podía ser. ¡Era imposible!

Estábamos ya en la planta baja del palacete. Un enorme recibidor de paredes y techo blanco, azulejos de color gris claro y una decoración compuesta por cuadros abstractos y estatuas de mármol y cobre. Grandes ventanales de cristal, agrietado e incluso roto por la acción de los manifestantes dejaban pasar la luz del atardecer. Las consignas y gritos pidiendo nuestra libertad y el fin de la mafia cesaron cuando los estudiantes y estibadores que nos esperaban pudieron vernos.

Era una masa amplia de, primero jóvenes: excitados, triunfantes, dispuestos a celebrar nuestra presencia. ¡Eran los mismos jóvenes de la discoteca Infierno! Toda una lección para los que desprecian a la juventud y les acusan de ser escoria hedonista. Allí estaban, en primera línea. Seguro que fueron los que iniciaron el movimiento. Apostaba a que Melisán tenía algo que ver.

Después había trabajadores más veteranos: por sus uniformes estibadores, más rudos, con una mirada más seria, conscientes de que lo que están protagonizando no se producía desde hacía años y años y que era una provocación para la despiadada y todopoderosa República. También había un nutrido grupo de mujeres, trabajadoras, jóvenes, estudiantes, esposas, madres, hijas, hermanas… Estaba convencida de que aquellas mujeres habían jugado un papel crucial a la hora de actuar de puente entre los jóvenes estudiantes y los trabajadores estibadores.

¡Era impresionante! ¡Y emocionante!

Así pues, la mafia estaba dispuesta a liberarnos… pero Numero 2 no podía darse por vencido con tanta facilidad. Antes de que saliéramos del palacete surgió de improvisto un grupo de paramilitares que nos rodearon y que rápidamente redujeron a los mafiosos. Número 2 se presentó y me saludó con su repugnante risa.

- ¡No te vas a librar de mí Exiliada! ¡Tienes una flor en el culo! Pero yo no me rindo tan fácilmente. Te perseguiría hasta al infierno para capturarte.
- ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Por qué soy tan importante para ti?
- Yo soy el Número 2, Exiliada. El brazo armado del Número 1. Número 1 te reclama. ¿El motivo? No me importa. Yo obedezco sus órdenes. Y las obedezco bien. Ni las BAB, ni ese patético tumulto, ni tus amigos, podrán evitar que finalmente caigas en mis garras.

Helena lo impidió.

Le gritó al nieto de Khan que abriera la puerta a donde estaba la masa, mientras ella me empujó lejos de Número 2 y le propinó una patada en sus testículos. Los paramilitares reaccionaron para tratar de reducirla, pero por la puerta abierta comenzó a fluir un río de gente, y en primer lugar Melisán, Trotsky –y sus sonoros ladridos-… ¡y Pablo! Decenas de estudiantes y un buen puñado de estibadores alzaron un muro entre los mercenarios de Número 2 y mi persona. Número 2 se convenció de que aquella acción no iba a tener éxito. Aún doloriéndose de sus genitales, pudo ver como la manifestación me arrastraba fuera del palacete: Primero al jardín y, a través de unas vallas que habían cedido, a la calle. Impotente, sólo pudo ordenar a sus hombres que se retiraran.

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