Relatos de Jjojismos

· La última bolchevique (concluido), una mujer regresa del exilio y se encuentra con un país devastado por la guerra. Perseguida, deberá aliarse con los compañeros que la traicionaron para luchar por su supervivencia.
· Una nueva historia (en proceso), 1913, han asesinado al hijo de un importante empresario, el detective Jhan, un troglo, no cree que el sospechoso detenido, un trabajador de oficinas mamón, sea el verdadero asesino.
· Jaime (en proceso), la secuela de La última bolchevique. Bella, colaboradora de los nuevos bolcheviques se lanza a la búsqueda del a la par odiado y amado Jaime para evitar una nueva guerra.
· La muerte de Ishtar (en proceso), nos situamos a finales del siglo IV, principios del V. La nueva religión cristiana se abre paso frente a las antiguas creencias paganas. Dos mundos chocan y luchan entre intrigas, persecuciones y aventuras.

martes, 3 de septiembre de 2013

Capítulo 12 Los Antiguos Dirigentes

12. LOS ANTIGUOS DIRIGENTES

12.1

Me desperté con mucho mejor ánimo. El sol entraba por la ventana y la luz natural me cargaba de energía. Estaba en un piso franco de La Colmena. Aun no debía ser medio día. Traté de estirarme, pero la herida de bala de Tímberlane, reabierta en los calabozos de las BAB, aún me dolía bastante. Bruno me observaba y me sonrió al verme despertar. Estábamos solos. No había ni rastro de nadie más.
- Buenos días capitana. Llevas durmiendo un día entero.
Era curioso, yo me recordaba incapaz de dormir recordando a Helena, horas dando vueltas… Luego me acordaba de haber estado hablando con Pablo y el sueño con Helena... Es como si hubieran transcurrido tan solo cinco minutos de todo eso.

- ¿Dónde están todos los demás? - le pregunté.
- Cayo está en Lacánsir con Orestes y Luisma. Llevan toda la mañana reunidos. Quieren que cuando puedas te reúnas con ellos. Entonces tenemos que avisar a Verónica para que también venga. Esta mañana estaba muy liada, me dijo Aral.
- Iré después de comer... ¡Por cierto tengo un hambre atroz! ¿Y Pablo, Roger, Víctor...?
- Está muy bien que tengas tanta hambre. Sulem te dejó preparado un buen desayuno, espera.
Y Bruno me acercó una bandeja con un tazón con copos de maíz y leche y un plato con pan tostado, queso fundido y tocino. También había un café con leche y un vaso de zumo de naranja. Me abalancé sobre el pan, el café y los cereales, dejando el zumo para el final. Mientras engullía, Bruno me puso al día.
- Roger, Sulem y James también están en Lacánsir. Se encargaron de escoltar a los ex-dirigentes bolcheviques. Además Roger está organizando una base secreta de la Red en ese barrio fantasma. Quiere enseñártela -asentí mientras masticaba un pedazo de tocino crujiente-.  Pablo está con Melisán, abajo en la calle, en unos columpios. Jajaja. Parece que han hecho muy buenas migas. ¡Son inseparables!
- ¡Pero si Melisán tiene tan solo catorce años! Pablo le saca diez años.
No sé si estaba más sorprendida que escandalizada. Bruno se encogió de hombros y me di cuenta de que la chica era mucho más madura que cuando yo tenía catorce, y que... ¡diablos! ¡Qué hicieran lo que quisieran!
- Víctor está en otro piso franco, le dejé esta mañana leyendo el periódico.
Le pregunté a Bruno por el marido de Sulem y por la otra mujer de la fábrica de Cia+Fia de Cáledon que se había unido a la Red, no recordaba cómo se llamaba. Me explicó que el marido de Sulem había muerto cuando las BAB habían atacado New Haven. En cuanto a Selma -que así se llamaba- tras los sucesos de Tímberlane había abandonado, le había pedido a Bruno que le ayudara a cruzar la frontera con su familia.
Peor suerte había tenido Khan o el perro de Melisán, Trotsky.
Ambos habían muerto en Davenport, durante los ataques de las BAB. Khan, el anciano sacerdote, era objetivo prioritario del ataque. Antes de que se iniciara el ataque una patrulla de las BAB desembarcaron de incógnito en el puerto de la ciudad y fueron directamente al templo-escuela. Allí se encontraron con él y le acribillaron a balazos. Trotsky pudo defenderse. El fiel can peleó contra las BAB en la heroica defensa que los estibadores y los jóvenes organizaron en las calles de la ciudad. Melisán sufrió por su pérdida más que por la de cualquier ser humano y a cada momento lo recordaba y o se ponía a llorar o adoptaba un blindaje aparentemente frío para protegerse. Pablo la estaba ayudando mucho, era la primera persona que le había devuelto la risa.
Los relatos de Bruno me entristecieron. Repasé a todos los caídos, todos los muertos que se iban acumulando a mi paso. Volví a recordar a Helena.
- ¿Qué pasó finalmente en Tímberlane? - le pregunté temerosa, convencida de que escucharía más malas noticias.
- El gobierno dice que una célula bolchevique, dirigida por la peligrosa terrorista bolchevique denominada “la Exiliada”, perpetró varios ataques suicidas en varios objetivos de Tímberlane. Han muerto decenas de personas, la mayoría inocentes... Como pasó en New Haven y Davenport, las BAB han tomado directamente el gobierno municipal de la ciudad; toda Arrania está bajo la ley marcial; el Primer Ciudadano ha concedido más poderes al Ministerio Especial de Pacificación y bueno, la única noticia positiva es que dicen que las BAB te han capturado. Por otro lado, hay rumores, en los medios por supuesto no sale nada, de que el gobierno de Sumailati, la Potencia Fascista menor, ha huido de la capital. Aquí hemos entrado en contacto con un grupo de trabajadores de una fábrica de muebles y con otro grupo de una fábrica metalúrgica.
Le expliqué a Bruno lo que realmente había sucedido en Tímberlane y como las propias BAB habían instigado el ataque de Sangre y Fuego con el consentimiento al menos de la corporación Cia+Fia.
- El gobierno de la República sabe mucho más de lo que sucede en el Continente... No debe ser una casualidad que la oleada de atentados de Tímberlane coincida con la caída de los fascistas de Sumailati. Deben de temer que el movimiento en el Continente se extienda aquí. Los intentos de formar sindicatos en Cáledon y Davenport, o entre los jornaleros de New Haven, o la manifestación que me liberó de la mafia, demuestran que las heridas de la guerra están cicatrizando muy rápido. Si a eso le sumas la situación internacional… –le expliqué a Bruno.
- El gobierno tiene miedo de lo que pueda pasar y por eso aumentan la represión – continuó Bruno.
-Tengo que reunirme con los ex-dirigentes. Avisa a Aral que voy ya para Lacánsir.
Me duché, me vestí y, sin pensármelo dos veces, me preparé para reencontrarme con los supervivientes de la Ejecutiva Nacional, los mismos que me había expulsado del Partido y me había arrojado al exilio.

12.2    

Fuimos en un coche al barrio de Lacánsir. Como de costumbre conducía Pablo, en esta ocasión con Bruno de copiloto. Atrás íbamos Víctor -muy serio y silencioso- y yo y en medio la pequeña Melisán.
- Siento la pérdida de Khan… y de Trotsky – me atreví a decirle por fin a Melisán al poco de subir al coche.
Durante la guerra estaba más que acostumbrada, inmunizada, a la hora de dar el pésame por la muerte de los soldados. Nunca era un buen trago, lo reconozco, pero el cuerpo humano es capaz de adaptarse a casi todo.
Melisán me dedicó una leve sonrisa dulce, como valorando el que me hubiera acordado de sus sentimientos.
- Khan no tuvo oportunidad de defenderse. ¡Malditos! Trotsky, en cambio, murió luchando. Y se llevó las yugulares de un par de BAB por delante. La muerte no se puede evitar… al final llega. Espero poder morir luchando, como Trotsky.
Melisán nunca dejaba de sorprenderme. ¡Era una auténtica guerrera! Aunque yo sabía que detrás de esa sangre fría impropia de una joven de su edad, descansaba un gran corazón. Su relación con Pablo me lo volvió a confirmar: Durante el viaje pude comprobar que entre los dos sobre todo había amistad, picándose el uno al otro y bromeando y riendo. Eso me tranquilizó. Melisán sin duda lo necesitaba, después de todo lo que había sufrido en Davenport. Además sus juegos me recordaban al Pablo más inocente, de cuando nos conocimos en el hospital de Cáledon. Se pasaron todo el viaje como el perro y el gato.
- ¡Venga Pablo! Mi abuela conducía mejor que tú. Pareces una tortuga. 
- Mira mocosa, ¿quieres conducir tú? Ah, si tú no puedes, si sólo tienes 14 años.
- Si nos hicieran un test de inteligencia, no sé quién sacaría más edad, tú o yo. Ah, espera, sí lo sé: yo.
- No dudo que ganaras tú, eres toda una vieja de 14 años, pero por ahora conduzco yo.
- ¡Pero podrías enseñarme! ¡”Porfa”! ¡”Porfi”!
- ¿Así que es eso? ¡Ja! Podrías pedírselo a tu abuela, esa que conduce mejor que yo.
- Pero si me enseñaras tú… así en un par de meses ya te podría dejar en ridículo. ¿Esto para qué sirve?
- ¡No lo toques!  ¿Cada vez que ves algo con forma de palanca te lanzas a manosearlo?
- ¡Eso es lo que te gustaría a ti! ¡Pero contigo necesitaría lupa y pinzas!
Y así estuvieron todo el viaje... Podían resultar cansinos… pero como os dije, me alegraba verlos así, después de tanta muerte.
Cuando entramos en el barrio en ruinas de Lacánsir no pude evitar acordarme de Helena. La otra vez que habíamos estado allí no pude verla, pero ahora sabía que ella había sido la que nos había librado, con sus tremendas habilidades, de los paramilitares de Número 2. Frente al cine de Lacánsir, nuestro destino, traté de imaginarme, a través de los relatos que ella me había contado, cómo había sido el encuentro y la pelea entre Helena y los paramilitares.
Lacánsir seguía exactamente igual, igual de arruinado, igual de abandonado. Como en la otra ocasión, tuvimos que dejar el coche cuando el estado del firme ya no nos permitía avanzar más, así que seguimos a pie hasta el Gran Cinema.
Afuera nos esperaban Roger, Sulem y James que se acercaron a saludarme.
Como había hecho con Melisán, ofrecí a Sulem mi más sentido pésame. Vestía con ropaje semita de luto, vestido y hiyab todo negro, aunque en el trato conmigo parecía bastante entera. Sulem respondió a mi pésame solidarizándose conmigo por la pérdida de Helena. No sé si sabía, o comprendía, la relación que yo mantenía con Helena, pero para Sulem, mi difunta compañera era otra mujer semita caída en la lucha y por lo tanto, en cualquier caso, digna del mayor de los respetos. Así me lo hizo saber en la breve conversación que mantuvimos.
Lacánsir me transmitía tristeza y melancolía. No me gustaba. A Roger, por el contrario, le parecía un lugar perfecto para sus planes. Entusiasmado, me condujo, acompañados por Bruno, a un edificio adyacente al teatro, también en ruinas, pero bastante habitable.
-¡Quiero enseñarte algo! Creo que te hará ilusión - me dijo.
Dentro de ese edificio Roger había instalado un ordenador y una impresora. También había otros juguetes electrónicos. Supuse que la electricidad la puenteaba de alguna toma aun activa del barrio. De una mesa de trabajo recogió unos pliegues de papel. Precisamente eran esos pliegues lo que me quería mostrar:
-¿Qué te parece? - me preguntó visiblemente ilusionado con el resultado de su trabajo.
-¡Impresionante!
Se trataba de un periódico. Pero no un periódico cualquiera: Comuna Obrera, pero con el subtítulo Nueva Etapa.
Comuna Obrera había sido el periódico oficial del Comité Central del Partido Bolchevique durante muchísimos años. Gracias a esa publicación los bolcheviques burlábamos la manipulación informativa que practicaban las grandes corporaciones, dueñas de los medios de comunicación de masas. Pero también nos ayudaba a entrar en contacto con cientos de trabajadores, vendiéndolo en las fábricas, manifestaciones, ofreciéndolo para que pudieran relatar en sus páginas sus problemas y luchas... Comuna Obrera dejó de publicarse durante la guerra antifascista, ¡precisamente cuando más falta hacía! Su liquidación contradecía en los hechos toda la importancia que siempre le habíamos dado... Hasta ahora.
- Pensé que si íbamos a reconstruir el Partido -me decía exultante Roger-, lo primero era volver a contar con un periódico. Resucitar la Comuna Obrera.
"Reconstruir el Partido", eso quería Roger. No sé si eso era lo que yo también quería... Aunque quizás era precisamente lo que había estado haciendo con mis viajes. Quizás era esa la intención de Verónica, al fin y al cabo.
Eché un vistazo al nuevo periódico que Roger me ofrecía orgulloso, como un padre mostrando a su criatura. En sus buenos tiempos, justo durante los números previos al estallido de la guerra antifascista, justo antes de su clausura, Comuna Obrera era diario, con numerosas notas sindicales, artículos internacionales, artículos de fondo, entrevistas, cartas a la redacción, incluso criticas de cine y de literatura, teoría...
El número 0 de esta segunda etapa eran sólo dos pliegos. El papel no era de muy buena calidad y la tinta se notaba barata. Desde luego, no alcanzaba la calidad técnica y política que Comuna Obrera había conseguido, ¡pero era un comienzo! ¡Y los comienzos siempre son duros!
El artículo central era sobre la crisis en las Potencias Fascistas. Los demás artículos estaban vinculados a mis viajes: “Desenmascarando al gobierno en la tragedia del Hospital de Cáledon”, “Las jornaleras semitas derrotan a los fascistas”, “Los estibadores y la juventud reaccionan en Davenport”, “Toda la verdad sobre los atentados de Tímberlane”, y una nota explicando, sin dar nombres o empresas, el proceso de conformación de nuevos sindicatos en varias fábricas de la capital: “Reconstruyendo sindicatos”, se llamaba.
Reconozco que era un buen trabajo. Roger valía mucho. Me sentía muy orgullosa. Y se lo quería decir, pero no tuve la oportunidad de hacerlo:
- Bruno, Roger -entró James-, los bolcheviques quieren ver a la Exiliada. 

12.3

Los tres antiguos dirigentes bolcheviques se habían encerrado en el Gran Cinema de Lacánsir. Llevaban toda la mañana hablando, supongo que después de tantos años separados tendrían muchas cosas que decirse, o reprocharse... Yo, no obstante estaba preocupada. Tenía un mal presentimiento con todo aquello. Pensaba que en cualquier momento aparecería un comando de las BAB dispuesto a detenernos a todos... Le pedí a Bruno que extremara las precauciones, que vigilaran cualquier movimiento en el barrio fantasma.
Entré en el cine. Los compañeros de la Red habían adecuado un poco el lugar. Fuera ya no había cadáveres y quise suponer que dentro tampoco. Me acordaba de la macabra escena que una de las gemelas había montado con los cuerpos de los difuntos paramilitares: los había sentado en las butacas del cine como si estuvieran viendo una fantasmagórica película. ¡Las gemelas! Me desagradaba pensar que pronto las volvería a ver. Especialmente insoportable se me hacía el posible reencuentro con Aral. Aunque supuse que de rebote también volvería a ver a Bella, que a diferencia de sus hermanas era un encanto de muchacha.
¡Volvamos al cine! Me asomé a la platea. Pude distinguir a los tres antiguos dirigentes bolcheviques justo en el patio entre las butacas de más abajo y los restos de la pantalla donde se proyectaban las películas. Bajé hacia ellos.
Los cadáveres ya no estaban, comprobé aliviada.
- ¡Verónica aún no ha llegado! - rugió Orestes al verme.
- Ya han avisado a las gemelas, sus ayudantes. Verónica está en camino, pronto llegará - le respondí.
- Hemos estado discutiendo lo sucedido - continuó el antiguo secretario general del Partido -. Todo esto ha sido un error. Deberíamos haber permanecido ocultos y no dejarnos ver.
¡Ya empezamos!
- Orestes, disculpa... Puedes pensar que todo ha sido un error, pero ya no tiene remedio. La situación es explosiva y...
- ¡Por tu culpa hemos perdido a Marian!
Orestes estaba visiblemente enojado, Cayo miraba al suelo y Luisma permanecía como ausente. Por un momento me recordó a mi juicio ante esa misma Ejecutiva antes de partir al exilio.
- Una vez más, has actuado de manera irreflexiva, por impulsos emocionales y no por medio de la razón, poniendo a todo el mundo en peligro y lo que es peor, revelando nuestra existencia al enemigo.
- Orestes, ¡escúchame! Puedo aceptar que me reproches el que haya actuado a través de impulsos y no con un plan prefijado, puedo incluso asumir que por mi culpa...
- ¡Por tu culpa! Lo dices así, con toda esa frivolidad, sin inmutarte. ¿Sabes cuantos inocentes han sido asesinados en New Haven por culpa de tu imprudencia?
- En Davenport también ha habido un montón de bajas - habló Luisma-. La pérdida de Khan, por ejemplo, es irremplazable. La labor que él jugaba en la ciudad, atendiendo a los niños abandonados, orientando a los estibadores… era ¡tan importante!
Bajé la cabeza en señal de respeto por el difunto. Por lo que le había conocido, Khan era un buen hombre, pero no era justo que cargaran sobre mí su trágica muerte.
- Ahora está muerto. Las BAB le asesinaron a traición, como a muchos honrados estibadores... y a sus hijos... - Luisma estaba muy afectado por esas muertes. Eso le honraba.
- Yo... Sólo puedo decir que lo lamento...
- Te avisé Exiliada. ¡Te avisé! - me reprochó Orestes -. Te di una oportunidad. Quería que recordaras quién habías sido, todo tu talento y potencial que tu indisciplina había dilapidado.
Recordé mi foto de adolescente: la había recuperado en la casa de mis padres por mediación de Orestes, pero ahora estaba perdida tras pasar por las ruinas de Vancouver y las mazmorras de Saúl. En esa foto salía yo, es verdad, pero ahora pienso que entonces sólo estaba jugando a ser una revolucionaria. Me movía un romanticismo con poca profundidad, con poco contenido. Aún no podía comprender todo el sacrificio, todas las pérdidas y sufrimientos que acarrea el camino de ser una auténtica bolchevique. Ese aprendizaje, duro, oscuro, sólo te lo puede dar el propio camino, el propio camino que uno sigue.
- ¡Escuchadme un momento por favor! Juzgadme a mí, me da igual, ya lo hicisteis una vez, pero no olvidéis lo importante: ¡el Partido!
- ¿El Partido? - Pude leer con claridad la cara de Orestes al mencionar al Partido: ¡Cómo me atrevía yo a hablar del Partido! No le di tiempo a que esa acusación saliera de su boca.
- Fijaos en los muchachos que están afuera: ¡Están dispuestos a todo! ¡A luchar! Hasta están preparando un nuevo periódico, me lo acaban de mostrar… ¡Por favor! Pero no solo están ellos. Lamento lo de Marian y lo de Khan y lo de tantos otros… pero me han explicado que pese al ataque de las BAB, pese al miedo y el terror que aún está presente entre mucha gente, el pueblo resistió, ¡el pueblo luchó! Tanto en Davenport, como en New Haven. ¡La gente empieza a despertar! Las heridas de la guerra y la represión son hondas, pero la lucha de clases que se ha desatado en el seno de las Potencias Fascistas está reanimando también la lucha aquí. En Cáledon... - Luisma me interrumpió.
- No subestimes la profundidad de las heridas de la guerra, Exiliada. Las dos guerras, la represión de las BAB... aniquilaron a los más aguerridos activistas y revolucionarios... Pero también rompieron la moral, la resistencia de las amplias masas. Ha pasado antes, con otras situaciones revolucionarias fracasadas.
- ¡Nunca entenderás la gravedad real de lo que Jaime y tu provocasteis! Destruisteis una situación revolucionaria con vuestra arrogancia - Orestes tenía los ojos inundados de ira.
- Por eso, grupos como Sangre y Fuego tienen desarrollo - intervino por primera vez Cayo, como si quisiera justificarse -. Es el reflejo de una situación de reflujo, donde lo que se agrupa, bajo acciones heroicas, es la desesperación y el aislamiento y el divorcio de esos luchadores con respecto a las masas y al ambiente predominante entre ellas.
- A tus compañeros les pasa lo mismo, Exiliada - añadió Luisma -. Estamos en un momento de reflujo, de retroceso de la conciencia. Es el momento de tener paciencia, no de lanzarnos a aventuras. Debemos entender la situación tan difícil en la que nos encontramos, para, en todo caso, iniciar un trabajo a largo plazo, lento y complicado.
- Tú no tienes esa paciencia Exiliada - sentenció Orestes-. Nunca la has tenido. Eres arrogante y presuntuosa y demuestras un bajísimo nivel político. En nuestra opinión no deberías haber regresado del exilio. Lo has empeorado todo. Por nuestra parte sigues fuera del Partido Bolchevique. Eres un peligro para todos. Deberías de desaparecer de una vez.
Os podréis imaginar cómo me sentía escuchándoles. Yo no había pedido volver al Partido, a su Partido, pero ¡cómo podían estar tan ciegos! Yo había quería colaborar con ellos, sinceramente. Estaba dispuesta a tragarme mi orgullo, dejar a un lado los motivos por los que seguí a Jaime, para arrimar el hombro y luchar todos juntos contra la República... Pero ¡no escuchaban! Una vez más, como le había pasado a Jaime. ¡No escuchan! ¡Lo mismo! Entonces morían trabajadores dispuestos a dar su vida contra el fascismo y ellos se limitaban a parlotear y parlotear. Y una vez más me reprochaban haber intervenido, no haberme quedado de brazos cruzados... ¡Al menos he hecho algo! Ellos estaban escondidos, paralizados.
- ¡Cómo tenéis la poca vergüenza de juzgar así a la Exiliada!
No fui yo quien pronunció esas palabras.
De entre las sombras del cine apareció la figura de Víctor.
A Orestes y a Luisma, los dos ex-dirigentes bolcheviques más veteranos, la llegada de Víctor les causó honda impresión. Las expresiones de sus rostros cambiaron por completo: Abrieron sus bocas y sus ojos de par en par sin saber muy bien ni qué hacer, ni qué decir. Estaban sorprendidos y aterrados. ¡No se lo podían creer! ¡No se lo querían creer!

12.4

Víctor había surgido como de la nada, bajando solemnemente por las escaleras situadas entre las butacas.
- ¿Qué hace él aquí? - Gritó furioso Orestes.
Cayo y yo cruzamos nuestras miradas sorprendidos. No comprendíamos, ninguno de los dos, la sobrerreacción de Orestes y Luisma ante la presencia del viejo.
- No sabéis quién es, ¿verdad? – Luisma se percató de nuestro asombro.  El ex dirigente estaba temblando. Tenía mucho miedo.
- Pe… pero él es el anciano del que os hablé… el tío de Gúlik - trató de responder Cayo llevándose las manos a la cabeza.
- ¡Estúpidos! ¡Os ha engañado! ¡Maldita escoria! ¡Víbora venenosa! - Orestes estaba fuera de sí. Los insultos a Víctor –y a nosotros- iban acompañados de escupitajos y espumarajos. Parecía un loco en pleno ataque. Luisma trató de tranquilizarle.
- ¡Ah! ¡Cierra el pico Orestes! - Ordenó Víctor mientras dejaba ver un arma con el que nos apuntaba y que hasta entonces llevaba escondida.
- Víctor, ¿qué haces con eso? – le dije boquiabierta.
Orestes y Luisma retrocedieron un paso temiendo por sus vidas. Luisma llegó a amagar con levantar los brazos como en señal de rendición.
Víctor me había reconocido que él había sido el responsable de formación de Jaime. Cayo y yo habíamos comenzado a militar cuando él ya lo había dejado, así que nunca habíamos coincidido en el Partido. Era evidente que Orestes y Luisma no sólo le conocían: había algo más grave y peligroso que haber llevado la formación de Jaime.
-¡Mucho has tenido que caer Exiliada! – Comenzó a reprocharme una vez más Orestes, como si yo supiera lo que realmente estaba pasando -, ¡mucho más de lo que yo creía!, para entregarnos de esta manera a nuestro Gran Enemigo.
¿"Gran enemigo"? ¿Víctor el “Gran Enemigo”?
- Ella no sabe quién es – le susurró Luisma a Orestes sin dejar de temblar.
- ¡Basta ya! - ordenó Víctor al tiempo que amartillaba su pistola. Yo estaba paralizada. No sabía qué hacer.
- ¡Traidora! - me gritó Orestes, con un odio como nunca antes le había visto. Fue como una puñalada en el corazón. Estuve a punto de ponerme a llorar.
-¿Traidora? ¿Te atreves a acusar a la Exiliada de traición? – Víctor salió en mi defensa, visiblemente enojado –. Sois vosotros los que primero me traicionasteis a mí.
Sin dejar de apuntarnos, Víctor bajó los últimos escalones de las butacas hasta situarse a mi altura.
- ¡Eres la mentira personificada! - le gritó Orestes a Víctor -. ¡Mucho antes te teníamos que haber expulsado!
- Y tú eres un cobarde y un arrogante, Orestes. Te creías Lenin y no eres más que un fracasado.
Orestes estuvo tentado de abalanzarse hacia Víctor, pero el anciano hizo un gesto con la pistola y el antiguo secretario general se contuvo.
- Juzgáis a la Exiliada. Le acusáis de desviarse del marxismo. ¡Vosotros! ¡Tú Orestes! ¡Lleno de envidia hacia Jaime! Nunca soportaste que él fuera el favorito del pueblo, que él brillara tanto… mientras que tú eras gris. Y digo eras, porque con la guerra demostraste que estabas muerto; un muñeco muerto incapaz de dirigir nada, paralizado, dispuesto a abandonar a Jaime ante el confort y la calma de no hacer nada. Eso te ofrecía Verónica. ¡Y ahora! Hacías de arrogante profesor entre los semitas. Rodeado de una aura de inteligencia y santidad, venerado por los jornaleros, pero incapaz de construir, incapaz de enfrentarte a tus enemigos, como sí que ha hecho la Exiliada. ¿Tu actitud es propia de un bolchevique?
Orestes no era capaz de responder.
- Y tú, Luisma. El gran teórico. Teórico de libros muertos. Muy capaz de leerlos, incapaz de entenderlos. Hacías brillantes tesis y documentos, pero a la hora de la verdad toda esa teoría sólo te sirvió para teorizar tu propia desmoralización. Ya estabas quemado, calcinado, antes de refugiarte en Davenport, pero no te atrevías a reconocerlo. Tú hubieras sido un brillante historiador, analista, comentarista… pero no revolucionario. Así, te ocultabas lloroso junto a los estibadores, pensando que nada se podía hacer.
Luisma agachó la cabeza, como dando a entender que Víctor acertaba en su descripción.
- En cuanto tú, Cayo: Nunca te perdonaste no ir con Jaime. Tú, enamorado de la Exiliada, renunciaste a seguirla porque querías entrar en la Ejecutiva Nacional. Por ambición... ¡Y por miedo! ¿Son esos valores de un bolchevique? Solo, aislado, tus camaradas de la mayoría de la dirección no terminaban de confiar en ti, temiendo que finalmente rompieras con ellos para pasarte a Jaime. Y así terminaste, ¡solo! Y desesperado, para romper tu soledad, te juntas con un grupo pequeñoburgués de terroristas infiltrados hasta la medula por las BAB. ¡Ja! Sin principios y sin honor.
Escuché las puertas del cine. Desde afuera trataban de entrar, golpeaban las puertas con fuerza. Víctor debía de haberlas cerrado o bloqueado.
- Vosotros ya no sois bolcheviques. Hace mucho que dejasteis de serlo. Ya estabais podridos antes de la guerra, antes de la deserción de Jaime. Vuestros éxitos no eran vuestros. En el pasado habíais inspirado a vuestros lugartenientes, revolucionarios honestos como la Exiliada, que llevaban sobre sus espaldas el peso del Partido. Pero a la hora de la verdad vivíais de rentas, rentas del pasado, que no servían ante las nuevas circunstancias. Jaime resistió, pero vosotros ya estabais perdidos. ¡Fue tan fácil!
“Solo hicisteis algo bien: Aislasteis a la Exiliada de la derrota, enviándola fuera de la República. Preparando su regreso. Preparando este momento. Cayo tiene razón: ella puede reconstruir el Partido. Sólo ella puede. Vosotros ya no jugáis ningún papel. Vosotros ya no servís para nada.
Tres disparos.
Tres golpes sonoros que retumbaron en el cine. Tres víctimas, alcanzadas de lleno. Los tres antiguos dirigentes se desplomaron al suelo, muertos. Víctor había sido letal. Y yo estaba allí incapaz de reaccionar.
Escuché pisadas. Venía gente. Pero afuera seguían golpeando la puerta, seguramente más alarmados por los disparos.
Pero Víctor no parecía querer dispararme. Bajó el arma.
- Eres muy importante Exiliada. Necesito que vivas.
Hizo un movimiento rápido que le situó a mis espaldas. Entonces noté un chasquido en mi columna vertebral, como si se me pinzaran los nervios entre tremendos dolores. Caí de bruces al suelo y perdí el conocimiento.
Aral y Lara entraron en el patio de butacas del cine. Las dos, armadas con semiautomáticas, estaban excitadas, nerviosas, mirando hacia todas partes. Ante ellas, Víctor arrojó su arma al suelo.
- Ya he terminado. Están todos muertos. Llevadme ante Verónica.
- ¿Y la Exiliada? - preguntó Aral.
- Tuve que matarla, intentó protegerles.

12.5

Fue Bruno el que se dio cuenta de que algo pasaba dentro del cine.
Alertado por mí, había montado una vigilancia. Roger y Sulem estaban por delante, frente a la puerta principal. Melisán y Pablo atrás, vigilando las salidas de servicio.  James y él daban periódicas vueltas.
¿Pero dónde estaba Víctor? No había reparado en el anciano cuando organizó los grupos, pero ahora se preguntaba donde se había metido. Había bajado con ellos hasta Lacánsir... ¿Pero después?
Algo no iba bien. Llamó a Pablo por walkie-talkie:
-¿Está Víctor contigo? - le preguntó.
- No. 
- ¿Sabes dónde está?
- Déjame pensar... No lo recuerdo desde que llegamos a Lacánsir. No sé, habrá entrado en el cine - respondió Pablo quitándole importancia.
Llamó entonces a Roger.
- ¿Has visto a Víctor?
- No.
Bruno dejó a James en su puesto y corrió a la entrada principal del cine. Allí estaban Roger y Sulem. Vigilaban a la altura del mismo cráter que nos había servido de refugio en nuestra primera visita a Lacánsir: cuando sufrimos la emboscada de Número 2 y se había producido el cruce de disparos entre las gemelas y los paramilitares.
-¿No has visto entrar a Víctor?
- Ya te dije que no. Estará en la imprenta.
Pero entonces Bruno se fijó en los portones principales del cine:
-¿Estaban cerrados? ¿Los cerramos cuando entró la capitana?
- ¡Eh! No lo sé, espera.
Roger se acercó a los grandes portones del cine. No recordaba haberlos cerrado. Estaba casi convencido de que después de que yo había entrado, los portones se habían quedado abiertos.
- ¡Qué raro! Te aseguró que no he escuchado nada. ¿Tú Sulem?
- Nada de nada.
Roger trató de abrir una de las puertas. Los temores de Bruno fueron tomando forma. ¡Cerrada! Roger lo intentó con las demás puertas.
- Están cerradas con llave o bloqueadas de alguna manera.
- ¡Mierda! - y por el walkie - Pablo, comprueba las puertas de servicio. ¿Están abiertas o cerradas?
- ¿Las puertas de servicio? Espera. Cerradas. ¿Qué sucede?
- ¿Puedes abrirlas?
- Pues no.
- ¡Mierda!
Pablo se alarmó, le pidió a Melisán que extremara la vigilancia y no se expusiera, que le avisara por el walkie si veía algo. Corrió a la entrada delantera.
-¿Qué ha hecho Víctor? - preguntó Pablo algo sofocado por la carrera. 
- Puede que esté dentro con ellos. Las puertas están cerradas - le informó Roger mientras Bruno trataba de abrirlas usando la fuerza bruta.
- ¡Ábrelas Bruno! - exclamó Pablo alarmado. Se temía lo peor.
Sonó el walkie. Era Melisán.
- Pablo, justo cuando te fuiste apareció una furgoneta. Me he escondido para que no me vieran. Se han bajado dos gemelas rubias. Tenían llave de la puerta trasera.
- ¡Aral y Lara están aquí con las llaves de las puertas! - informó Pablo al resto.
Pero no les dio tiempo a nada. Justo entonces se escucharon los tres disparos seguido de mi grito. Bruno reaccionó tratando de forzar con más insistencia y violencia la puerta. Eso era inútil.
- ¡Apártate!
Pablo desenfundó su pistola y disparó sobre la cerradura de una de las puertas. Inmediatamente Bruno golpeó esa misma puerta con una fuerte patada. Por fin la puerta cedió.
Entraron corriendo en el cine. Melisán se comunicó con Pablo por el walkie:
- Las gemelas se van con Víctor.
- Melisán dice que Aral y Lara se marchan con Víctor - repitió Pablo.
- ¡A prisa! - gritó Bruno.
Entraron en el patio de butacas. Bajaron y vieron los cuatro cuerpos tendidos en el suelo. Mi cuerpo y a cierta distancia los de Orestes, Luisma y Cayo, estos tres en un gran charco de sangre.
-¡No! ¡Capitana!
Bruno corrió a atenderme. Estaba a punto de ponerse a llorar. Se agachó e intentó hacer reaccionar mi cuerpo inmóvil. Yo no tenía pulso y no respondía a los golpes en el pecho que Bruno, desesperado, me lanzaba.
- ¡No! ¡No! - gritaba desolado.
- Espera Bruno. - dijo Pablo tratando de pensar -. ¡Espera! Oímos tres disparos. ¡Tres! Los tres dirigentes bolcheviques son los que han sido acribillados. ¡Mira la sangre!
-¿Entonces? - preguntó incrédulo Roger.
- En Tímberlane -explicó Pablo-, Helena usó una técnica secreta de las BAB que simula la muerte de un tercero. Ni siquiera es conocida por todos en las BAB, solo por un grupo muy, muy selecto de agentes. Se podrían contar con los dedos de la mano. Helena la usó con Víctor después de preguntarme si yo la conocía. Afortunadamente, así era.
- ¿Mi capitana está viva? - preguntó Bruno aferrándose a la esperanza que intuía por las palabras de Pablo.
- Creo que sí, creo que está viva. Saquémosla de aquí, para atenderla y reanimarla… si realmente es Brauss-Homín. Es el nombre de la técnica – añadió para aclarar.
- Pero entonces estás insinuando que las gemelas son de las BAB - trató de atar cabos Roger.
- No - respondió con solemnidad Pablo -. Mucho me temo que no son las gemelas las que han hecho esto. Mucho me temo que el responsable es Víctor.
- ¿Víctor es también de las BAB? - Roger, Bruno y Sulem no daba crédito a las palabras de Pablo. 
- Creo que Víctor son las BAB.

12.6

Las gemelas, Aral y Lara, condujeron a Víctor de vuelta a la central hidroeléctrica abandonada, donde Verónica se ocultaba. Ya en dentro de la instalación, de camino al encuentro con su anfitriona, el viejo se cruzó con Bella, la menor de las hermanas. Se quedó mirando a la pequeña. Parecía reconocerla, o quizás sabía algún secreto que la propia chica desconocía. Víctor le ofreció una sonrisa y, apresurado por sus guías, continuó su camino hacia el despacho de Verónica.
Bella, muy intrigada –y por lo que me diría, alarmada al no verme regresar con Víctor-, se las apañaría para escuchar la conversación ente el anciano y su mentora.
Aral y Lara acompañaron a Víctor justo hasta la puerta del mismo despacho en el que yo, hacía ya casi un mes, me había entrevistado con Verónica, donde había comenzado la búsqueda de los antiguos dirigentes, ahora todos muertos. El viejo entró. La autoproclamada “Última Bolchevique” le daba la espalda apoyada sobre una mesa. Lentamente la veterana mujer se dio la vuelta. Víctor supuso que era una pose estudiada. Verónica quería transmitir a Víctor tranquilidad, normalidad… pero todo era falso.
- Hola de nuevo, Verónica – saludó Víctor.
- Te veo muy tranquilo a pesar de lo que has hecho – le respondió Verónica -¡Me has traicionado! Aral me ha contado que también mataste a la Exiliada.
- No era mi intención, Verónica. ¡Traiciones! ¿Quieres que hablemos de traiciones?
 Verónica había tratado de presentarse tranquila, como si tuviera toda la situación bajo control, pero esas palabras de Víctor revelaron que estaba nerviosa y que controlaba mucho menos de lo que quería aparentar.
- Siempre has sido una maestra del engaño y de la manipulación, Verónica. Pero con la edad pierdes maestría. Sé de tus tratos con Saúl. Le revelaste nuestros planes y casi se hecha todo a perder. Lo lamento por la Exiliada, pero no podía permitir que se la entregaras.
- ¿Quién te dice que se la hubiera entregado? Eso no lo sabes.
Víctor guardó silencio por lo que Verónica continuó hablando:
- Yo no llamé a Saúl. Se presentó aquí por su propio pie. Algo tuve que contarle. Pero no se la hubiera entregado. No a ella. Ella podría haber sobrevivido bajo mi custodia. En cambio tú la has asesinado. Eres un asesino.
Víctor respondió a Verónica con una sonrisa cínica, comprendiendo el significado de “No a ella”. Verónica le había delatado, pero eso ya se lo suponía. De todas formas, poco importaba ya.
- ¿Y ahora qué, Verónica? - le preguntó -. Ya no queda ningún bolchevique.
- Te equivocas otra vez. Quedo yo. Es más, tus asesinatos, incluido el de la Exiliada, no han variado ni un ápice esa realidad.
- ¡Jajajaja! ¿Quién te crees que eres, Verónica?
- ¡Yo soy la Última Bolchevique! –A Verónica le irritó la insolencia de Víctor-. Soy el hilo conductor que reconstruirá el Partido sobre bases sanas, lejos de la corrupta influencia de Jaime o de los débiles cabecillas de la Ejecutiva Nacional.
- ¿La Última Bolchevique? ¿Estás de broma? Tú me has ayudado desde el principio a liquidar el Partido. 
-¡A purgar el Partido! Eres tú el que ha sido mi instrumento para purgar el Partido. El Partido se fortalece purgándose, ya lo decía Engels.
- No creo que Engels lo dijera en el sentido en el que tú lo has aplicado -murmuro Víctor inconsciente del efecto que sus palabras iban a tener.
- ¿Cómo te atreves? ¿Acaso dudas de mi conocimiento del marxismo? - Verónica gritaba roja de ira -. ¿Tú? ¡Un renegado! ¡Un mentiroso! Disfruta de tu momento, las BAB parecen ahora sólidamente instaladas en el poder, pero después de ellas ¡me llegará a mí el turno!
En ese punto de la discusión a Víctor ya no le quedaba ninguna duda de que esa mujer había enloquecido
- El Partido estaba corrompido y en decadencia –continuaba Verónica con su monologo-. Sólo yo tenía, ¡tengo!, la fortaleza y la determinación de sanarlo. No dudes que yo reconstruiré el Partido. ¡No dudes que sobre estas cenizas elevaré un monumento imperecedero!
Aquello no tenía ningún sentido. Víctor comprendió que sólo le quedaba completar la penúltima parte de su plan. Que nada más sacaría de allí. No respondió a Verónica y su silencio convenció a la mujer de llamar a sus acolitas.
Aral y Lara entraron en el despacho, pero no estaban solas. Iban acompañadas del coronel Saúl, el oficial de nariz aguileña y otros tres soldados de las BAB. Saúl no tenía su mejor aspecto. Llevaba su nariz vendada, en recuerdo al golpe que le había dado Helena, pero se le notaba ojeroso y más pálido de lo habitual. Su rostro expresaba una sensación agridulce al ver a Víctor: por fin lo tenía en sus manos, pero no sabía si ese encuentro iba a ser contraproducente.
- ¡Hola Saúl! Al fin nos encontramos.
- Tenía que haberme imaginado que Helena me la jugaría contigo –susurró el coronel-. Eres difícil de matar. ¡Qué oportunidad más increíble he malgastado! Pero da igual, mis hombres son leales. De hoy no pasarás. Al matar a la Exiliada te has interpuesto en mi camino por última vez.
- Perdías el tiempo, Saúl. Ella no sabía dónde está Jaime. Y además eso no importa. En cuanto a mí… veremos cómo de leales son tus hombres.
- ¡Ya veremos! Terminemos esto de una vez. ¡Lleváoslo!
Los tres soldados dieron un paso hacia Víctor, pero el viejo les indicó con sus manos que no pensaba ofrecer ninguna resistencia, que les acompañaría sin problemas. Eso sí, antes de irse de allí, Víctor no se resistió a contestar a Verónica:
- No eres la Última Bolchevique, Verónica. No eres nada. Tan sólo una antigua bolchevique tan corrupta que sólo encuentras consuelo abusando de jovencitas que quieren ser revolucionarias y que se entregan a ti admiradas por tu pasado. Las vampirizas, las destruyes. Eres tan corrupta que sólo te mueve la cobardía, la envidia y el despecho. Sí, Verónica, el despecho por la única de tus víctimas que no se dejaba hundir en tu ponzoña, la única capaz de romper contigo y brillar donde tú has fracasado. Y así, no dudaste en servir de instrumento para destruir el Partido. Estás más corrompida y más caída que Orestes, Cayo, Luisma o Jaime, todos juntos. Gracias Verónica.
Verónica iba a volver a estallar de ira. Aral y Lara estaban tremendamente impresionadas por las palabras del viejo y buscaban desesperadamente una respuesta, una explicación, por parte de su ama. Pero ella no podía responder, no tenía nada que responder. Todas las mentiras construidas en aquella central hidroeléctrica comenzaban a colapsar por su propio peso.
- ¡Vamos a reconstruir el Partido! - gritó Aral como si al gritar con más intensidad fuera más verdad lo que acababa de decir.
Saúl, que había disfrutado del monologo de Víctor, aunque éste fuera su contrincante, no pudo negarse a añadir una frase de su propia cosecha:
- ¿Realmente piensas que si tú y esta loca fuerais capaces de representar una amenaza para la República, por pequeña que fuera, os dejaríamos aquí con vida?
Aral y Lara se alejaron instintivamente de Verónica. No sabían que decir, no sabían que hacer. Despertaban bruscamente de una vida de mentiras e ilusiones a la que se habían dejado arrastrar por las seducciones y engaños de aquella mujer. Hacía pocos minutos reverenciaban a Verónica como si fuera una diosa y ahora sólo podían mirarla con ojos de desprecio e incluso de asco.
Bella, que había contemplado toda la escena porque espiaba el despacho de Verónica a escondidas, tuvo que, en su refugio, taparse la boca con las dos manos para no ponerse a gritar y a llorar ante lo que acababa de pasar.
- Espero que tengas una apacible y larga vida Verónica - le dijo Víctor a modo despedida exhibiendo una amplia sonrisa.
Así Saúl por fin capturó a su odiado Víctor y se lo llevó, convencido de que yo estaba muerta. Los dos rivales dejaron tras de sí otro cadáver, aunque esta vez era un cadáver vivo… porque así quedó Verónica, muerta en vida. Toda la fantasía lunática de aquella antigua bolchevique se había descompuesto de golpe. Ella nunca había sido la “Última bolchevique”. Incluso podía haber dudas sobre si alguna vez había llegado a ser bolchevique.

12.7

Fue la experiencia más cercana a la muerte que he tenido nunca.
¡A ver! En la guerra estuve en varias ocasiones a punto de morir. Balas, heridas mal curadas, emboscadas imposibles…Tengo en mi cuerpo cuatro cicatrices que me lo recuerdan. Hubo una vez una herida de bala en el abdomen que se me infectó… ahí estuve muy, muy cerca. Además tuvieron que hacerme pruebas para comprobar que las complicaciones de la herida no me hubiesen impedido tener algún día un hijo. Hasta que me dieron los resultados definitivos la espera fue, como os podéis imaginar, de una angustia tremenda. En comparación con esa experiencia, la bala de Tímberlane, que me había dejado el hombro muy tocado, era un juego de niños. Así que el dolor intenso, ver mi propia sangre, o la fiebre ardiente y los delirios son conocidos por mí.
Pero nunca algo como lo que me había pasado entonces. Cuando digo que ha sido la experiencia más cercana a la muerte me refiero a que parecía que estaba realmente muerta. Es difícil explicar lo que sentí: primero al morir y luego al resucitar:
En el momento en el que Víctor me tocó las vértebras de la espalda y de la base del cuello, primero sufrí un agudo, punzante, dolor y bruscamente una desagradable sensación de parálisis lo comenzó a dominar todo. Fueron unos segundos, pero los más desagradables de mi vida. Grité hasta que ya no podía hacerlo. Abría la boca (o mejor dicho, ordenaba a mis nervios que abrieran la boca), pero nada sucedía. Mis cuerdas vocales no me obedecían. Y notaba cómo me iba a desplomar en el suelo, y era incapaz de evitarlo porque, aunque trataba de mantenerme erguida, mis piernas no respondían a mi voluntad. Ya en el suelo, aterrorizada, aun pude ver y oír durante un instante: primero perdí la visión, y, finalmente, el sonido y la conciencia. ¡Me había muerto! Y ese fue mi último pensamiento: ¡Me muero!
Por cierto, ¡qué reacción tan mediocre!, pensé mucho más tarde al recordar esos momentos: Ni una despedida, ni un destello romántico amparándome en Helena, ni ese viejo tópico de que toda tu vida pasa por delante de tus ojos, por supuesto ninguna luz… simplemente el pensamiento de que me moría, de que ahí terminaba todo…
No sé cuánto tardé en despertar porque para mí fue como instantáneo. Me desplomaba, me moría en Lacánsir y despertaba inmediatamente después. Eso sí, me sentía increíblemente cansada. No podía moverme, estaba entumecida. No sabía dónde estaba. Escuchaba a unos niños jugando. Estaba en un piso humilde, posiblemente de La Colmena. ¿Otro piso franco? Pero los pisos de la Red solían ser pisos vacíos y en este había vida. A las risas de un juego infantil se sumaba el pestilente olor de verduras hirviendo.
Me esforcé para abrí los ojos y vi a una señora, grande y gorda, con rulos y delantal y con una cuchara de madera en la mano. Me observaba con curiosidad. Dijo algo a alguien que yo no entendí. Todo estaba como borroso. Traté de llevar una mano a mi cara, a mis ojos. No pude.
Al cabo de un rato, por fin, distinguí dos figuras familiares: Bruno y Pablo. Me miran sonriendo, visiblemente aliviados al comprobar que mejoraba.
- Necesitas descansar Exiliada - me dijo Pablo.
Le hice caso. Creo que me puse a dormir.
Me desperté, no sé cuántas horas después. Noté aliviada que podía por fin mover piernas y brazos. No intenté incorporarme, me dolía la columna vertebral. Tenía sed y hambre. Bruno estaba allí, a mi lado.  Me ofreció un vaso de agua y me ayudó con el cuello y la cabeza para que pudiera beber. Ese movimiento me animó a tratar de sentarme sobre la cama. Con esfuerzo y dolor lo logré. La señora gruesa me trajo un plato de variado de legumbres.  Engullí con voracidad, aunque por mi descoordinación entre la mano y la boca no pude evitar que se me cayera comida de la cuchara ¡y me negaba a que me dieran de comer! No quería sentirme como si fuera un bebé o una anciana incapaz.
- ¡Gracias! - fueron las primeras palabras que dije. 
Por fin me encontraba con ánimo para hablar con mis compañeros.
- ¿Cuánto tiempo ha pasado? - pregunté a Bruno.
- Llevas algo más de un día en la cama, capitana. Unas 27 horas. Pablo dice que te recuperas muy rápidamente. Ayer justo después de la hora de comer fue cuando estuvimos en Lacánsir. Hemos abandonado los pisos francos. Aral y Lara los conocían. Estamos en la casa de unos amigos de los padres de Gloria - Gloria era la esposa fallecida de Bruno, pero no entendía esa referencia a las gemelas de Verónica.
- Tengo que ir a buscar a Víctor - le dije -. Él ha matado a todos. Puede que intente matar a Verónica. - Bruno se dio cuenta de que yo no sabía todo.
- Capitana, creemos que Víctor trabaja para Verónica. Las gemelas le sacaron del cine.
¡Eso no era posible!

12.8

Bruno trató de explicarme lo sucedido:
- Desde fuera del cine escuchamos los tres disparos contra Orestes, Cayo y Luisma. Mientras nosotros tratábamos de abrir la puerta, Melisán vio cómo llegaron las gemelas y cómo se llevaron a Víctor sin que éste ofreciera ninguna resistencia. La chiquilla trató de retenerlos, sin comprender qué diablos estaba pasando y Aral, sin mediar palabra, abrió fuego. Melisán se salvó de milagro… El caso es que creemos que Verónica nos ha estado utilizando todo este tiempo. Creo que preparó la Red y nuestro reencuentro para que buscaras y encontraras a los antiguos dirigentes, y así facilitar que Víctor los pudiera eliminar. No sé si Víctor fue contratado para ese fin por Verónica, o si están los dos asociados… pero está claro que han trabajado juntos y que los dos son responsables de los tres asesinatos.
No quería creer ese horror. Pero había una dolorosa lógica en todo aquello. Una lógica que incriminaba de lleno a Verónica. Cayo me había explicado que los antiguos dirigentes habían acordado que sólo saldrían de su escondrijo si yo les buscaba... ¡Si yo les buscaba! Y ninguno de ellos sabía nada de Verónica, incluso la creían muerta tras la emboscada que había sufrido el CC. Una terrible corazonada pasó por mi cabeza: ¿Habría sido Verónica la responsable también de aquella matanza? ¡No me lo podía creer! ¡No me lo quería creer! ¡Verónica no era capaz de semejante locura! Pero había más: Cayo me había revelado que en el inicio de la guerra antifascista podían haber estado involucrados los simpatizantes del “ala de derechas” que existía en la Ejecutiva Nacional antes de que el CC se dividiera por culpa de Jaime. Ese “ala de derechas” estaba encabezado por Verónica. ¿Había Verónica urdido u ordenado la caída de Vancouver? ¿Había abierto las puertas de la ciudad al ejército fascista? ¡No, por favor! ¡No podía ser así! Además había muchas cosas que no encajaban:
- ¿Pero por qué no acabó Víctor conmigo? ¿Por qué no me mató una vez completada su misión?
- No lo sabemos, pero Pablo dice que la técnica con la que logró fingir tu muerte es propia de la élite de las BAB.
- La usó Helena con Víctor en Tímberlane – le aclaré.
- Pero sufrirla no significa saber aplicársela a un tercero, capitana. 
Tenía razón.
- Víctor es muy viejo para ser un agente de las BAB.
- Quizá no es tan mayor como aparenta. Pablo opina que no es tan mayor, por ejemplo, para ser uno de los instructores que prepararon a los primeros reclutas BAB al final de la guerra antifascista.
- Pero él decía que había sido el responsable de formación de Jaime... Y Orestes y Luisma le conocían... Le llamaron el "Gran Enemigo".
- No lo sé.
Bruno encogió los hombros dejando claro que él no podía aclarar mucho más de todo aquel misterio. Las respuestas estaban en otra parte.
- Tengo que ir a buscar a Verónica. Ella sí sabe lo que está sucediendo… y lo que sucedió. Iré a su refugio a buscar respuestas… y si tienes razón, con ella encontraré a Víctor.
- ¡No, capitana! ¡Es peligroso! ¡Las BAB! ¿Y si realmente Víctor es un instructor de las BAB? ¿Y si las BAB atacaron New Haven y Davenport y te capturaron en Vancouver precisamente porque Verónica te delató?
- ¡Pero eso no tiene sentido, Bruno! ¿Primero contrata a Víctor y luego me delata a Saúl? Saúl quiere ver a Víctor muerto. Por eso envió a Helena.
- Pero… no sé, quizás Verónica sospechaba que Víctor te quería con vida… O igual que te usaba a ti, también usaba a Víctor y su verdadero aliado es el coronel Saúl… Pero ahora no importa.  Lo primero es la seguridad. Tú seguridad. Vamos a irnos de Cáledon. Por una temporada al menos. Está todo preparado. Sólo esperábamos a que pudieras ponerte de pie.
Soy cabezota y tozuda. ¡Siempre lo he sido! Bruno tenía razón en cuanto al peligró, pero estaba decidida a ir a por Verónica, Bruno no pudo convencerme. Nadie podía hacerme cambiar de idea.
Me levanté como pude. La espalda me dolía un montón y la pierna izquierda la notaba como dormida, con ese hormigueo tan molesto e incluso doloroso. Al verme moverme, la mujer de la cuchara me acercó un bastón de madera… se parecía a los que utilizaba Helena, salvo que en su interior no me esperaba encontrar con cuchillos y dagas… ¡Ojala ella estuviera conmigo en ese momento! Apoyándome en el bastón comencé a andar.
- Al menos déjame ir contigo, capitana.
- No, Bruno. Ya está bien de que por mi culpa mueran más inocentes, amigos o camaradas... Voy a ir sola. Vosotros abandonad Cáledon como teníais previsto hacer… iros de la República incluso. Creo que las cosas están yendo a peor.
- No, capitana. Te esperaremos.
Bruno me entregó un nuevo teléfono móvil seguro mientras me ayudaba a vestirme:
- Llámame cuando hayas terminado y te iremos a buscar estés donde estés. 
También me entregó una pistola.
- ¿Que vas a hacer con tu bebé? - le pregunté.
- Lo cuidarán los padres de Gloria. Conmigo no está a salvo. Tengo que pensar qué es lo mejor para él.
Asentí en silencio y cogí con mi mano libre -la otra sostenía con fuerza el bastón- la manaza de Bruno. La acaricié y miré con ternura a mi amigo y camarada. Primero la traición y muerte de su esposa… ahora tener que separarse de su hija… ¡Si Verónica tenía una mínima responsabilidad en todo aquello lo iba a pagar muy caro!
Mientras Bruno me ayudaba a bajar las escaleras del edificio, pensé en despedirme de los demás, en especial de Pablo, pero no tenía tiempo. Mi convalecencia me había retrasado mucho con respecto a Verónica y Víctor. Era posible que ya no hubiera nadie en su refugio y esta búsqueda precipitada terminara en nada. Tenía que darme mucha prisa.
Tenía ir al encuentro de mi antigua maestra y amante.
Pablo sí que me vio. Me vio desde la ventana de otro piso. Me vio y pensó que me equivocaba, que era un suicidio lo que hacía y que sin mí, él estaba completamente sólo. Pero era tarde para hacerme cambiar de idea. Mi Pablo se despidió de mí pegando su mano abierta en el cristal de la ventana. Una lágrima recorrió su rostro mientras negaba con la cabeza.
- ¡Adiós Exiliada!

12.9

Bruno me dejó un coche para que pudiera ir a la central hidroeléctrica lo más rápidamente posible. Hasta entonces allí estaba el refugio de Verónica.
Yo hacía mucho tiempo que no conducía. En su día me había sacado el carnet, pero más bien porque había que sacarlo, porque todo el mundo te decía que tenías que sacarlo… y no tanto porque me gustara conducir. Primero probé el vehículo por las callejuelas de La Colmena. Temía que mi recuperación incompleta me trajera problemas de coordinación que al volante fueran peligrosos. No lo parecía. No obstante, conduje con mucha prudencia. Lo último hubiera sido que un accidente de tráfico me impidiera dar con Verónica.
Me costó encontrar la central hidroeléctrica. Sabía que tenía que alejarme de la ciudad hacia las montañas, pero no conocía el camino y fuera de las carreteras principales, lo que había era un lío de carreteras secundarias y caminos. Tras perderme, preguntar a un excursionista, preguntar a un campesino y perderme otra vez, pude ver a lo lejos mi destino.
Ya atardecía cuando por fin llegaba a la central. Habían pasado casi dos días desde que Víctor me dejara aparentemente muerta en Lacánsir. Era muy probable que ya no estuvieran allí. Quizás era lo que una parte de mí quería: que llegará allí y no hubiera nadie. Que llegara a la central y no tuviera que enfrentarme con Verónica. Un cosquilleo nervioso recorrió todo mi cuerpo. ¡Verónica! ¿Cómo era posible?
Tenía que tranquilizarme. Apagué el motor del coche y me bajé. Aún tuvo que utilizar el bastón para apoyarme, aunque mi cuerpo estaba ya casi completamente restablecido. Buscando algo que aplacara mis nervios, me giré hacia la panorámica de Cáledon que podía verse desde donde me encontraba: en toda la kilométrica extensión de la ciudad, las luces nocturnas, de farolas, edificios y vehículos comenzaban a encenderse, aunque un moribundo sol rojizo se resistía a abandonar el firmamento. El paisaje me tranquilizaba porque a esa altura el insoportable ruido urbano sonaba muy distante, casi inexistente.
Así estaba cuando el viento cambió y mi intento de relajarme se fue al garete: el cambio me trajo un humo negro, como de plástico quemado, que procedía de la central hidroeléctrica. Me alarmé y me acerqué todo lo rápido que pude. Parecía ya casi extinto, pero era una inequívoca señal de que había fuego. O de que había habido fuego.
Llegué a la entrada del edificio principal de la antigua central. Una de las gemelas estaba sentada en el suelo, apoyada en el muro contiguo a la puerta. Me acerqué a ella con precaución. No quería desenfundar la pistola. Aún no.
No sabía si era Aral o Lara, pero daba igual. Estaba completamente fuera de combate. A sus pies había una botella de ginebra -una botella vacía- y en su mano sostenía otra -que estaba a la mitad-. Estaba completamente borracha. Había llorado porque el maquillaje de sus brillantes ojos azules estaba corrido y los chorretones le recorrían toda la cara.
Ni se inmutó al verme.
Entré en el edificio. La puerta estaba abierta. Lo que vi dentro era deprimente. Habían hecho como una montaña con papeles, libretas y libros y le habían prendido fuego. O eso parecía al menos porque aún había algunos restos de papel, de cubiertas o de encuadernados desparramados por el suelo. Recogí uno de esos pedazos supervivientes: el lomo y un trozo de la portada de un ejemplar de Miseria de la Filosofía, de Karl Marx. Era uno de los primeros textos del filósofo alemán, en esas lejanas polémicas con los anarquistas se había comenzado a fraguar el bolchevismo… Con todo el respeto que pude, lo dejé de nuevo en el suelo.
¿Qué había pasado? ¿Habrían sido las BAB?
Continué andando lentamente.
El fuego se había extendido a otras salas. ¿Habían usado gasolina? Eché una ojeada dentro de una habitación. Su mobiliario había ardido y había más restos de papel calcinado. Pero no todo estaba consumido: en el suelo había charcos de agua mezclada con cenizas y restos de celulosa. ¡Habían luchado por apagar el fuego!
En otra habitación estaba la otra gemela y Bella, la pequeña de las hermanas. En principio no repararon en mi presencia: estaban concentradas agrupando con mucho cuidado algunos libros supervivientes. Supuse que ellas habían tratado de apagar el fuego y que también trataron de rescatar algunos libros.
Cuando me escucharon se giraron hacia mí. Ellas pensaban que yo estaba muerta así que se sorprendieron, incluso se asustaron al verme. Era como si estuvieran ante un fantasma. Me fijé en sus rostros: las dos habían llorado, estaban sucias y manchadas de ceniza. Bella una vez más me traía recuerdos, me recordaba a alguien. Aquella muchacha escondía algún secreto.
- ¡Estabas muerta! - gritó la gemela buscando algo con lo que pelear conmigo.
- No, aún no.
No había nada en aquel cuarto que pudiera utilizar contra mí, a no ser que me arrojara alguno de esos restos de libros que con tanta delicadeza trataba de conservar. Consciente, la gemela retrocedió un paso, seguida por su hermana pequeña. Temían que les hiciera daño. Lo vi en sus ojos.
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Verónica?
- Qué importa. ¡Qué te importa! ¡Todo esto es por tu culpa!
La gemela se intentó abalanzar sobre mí, pero fue dar un paso y se dejó caer al suelo rompiendo a llorar. Bella se le acercó y trató de consolarla acariciándole el pelo.
- ¡Lara! ¡Lara! Sabes que no es su culpa. ¡Tranquila!
- No vengo a haceros daño. Sólo busco información. Busco a Víctor y a Verónica. Quiero saber qué ha pasado.
Bella me miró. Sus ojos estaban rojos e hinchados de llorar. Sin dejar de acariciar a su hermana decidió contarme lo que ella sabía: Me explicó como sus hermanas habían traído a Víctor a la central y cómo, espiándoles, pudo escuchar su encuentro con Verónica. Terminó su relato con la aparición de Saúl y las palabras finales que Víctor le lanzó a Verónica y que tan hondo impacto causaron tanto en su maestra como en sus hermanas.
- Tras eso –continuó explicándome Bella-, Verónica se encerró en sus dependencias. Estábamos preocupadas y no sabíamos qué hacer. No quería hablar, no quería saber nada de nosotras… Hasta que unas horas después salió hecha una loca, histérica, y fue apilando todos sus archivos, papales, libros, fotos... Cajas enteras que no sabíamos ni que tenía - pensé en todo el archivo del Partido que ella guardaba-. Lo roció todo de gasolina y le prendió fuego. Estaba como loca. Nos amenazó con dispararse si nos acercábamos. Cuando las llamas ya lo habían consumido casi todo rompió a llorar y se marchó corriendo para no volver.
Revivir todo aquello devolvió el llanto al rostro emocionado de Bella. Su hermana Lara no lo había soportado y había huido de mi presencia.
"¡Verónica!", pensé, "¡Qué has hecho!"
En su vida, los archivos y documentos históricos eran su pasión. La recuerdo noches enteras revisando y catalogando viejos pergaminos, las actas de reuniones históricas del Partido o encontrando y leyendo viejos escritos teóricos rescatados del olvido. Mi admiración por los libros procedía de mis padres en primer lugar, pero también de ella. Recordé la biblioteca de New Haven donde había una copia de su libro, del libro de sus sueños que con tanta pasión quería escribir... Muy posiblemente también ahora estaría destruido, hecho ceniza y mezclado con los restos de auténticas joyas del marxismo reducidas a polvo. Destruidas para siempre.
Revisé los restos que Bella y Lara habían rescatado del fuego: un ejemplar del Manifiesto Comunista, un documento editado durante la proclamación de La República, programático República y Revolución se titulaba. También estaban las Tesis de Abril de Lenin, Reforma o Revolución de Rosa Luxemburgo, éste ejemplar bastante estropeado por el fuego... Y un par de obras menores de Lafargue y Grant, así como algunos ejemplares de Comuna Obrera... Cogí entre mis dedos el Manifiesto Comunista... Era la misma edición que el que había encontrado en la Casa del Pueblo de New Haven. Releí algunas de sus frases: “lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna…”
Se lo entregué a Bella.
- ¡Recuerdo que querías leerlo! - le dije, ella asintió en silencio.
Nada más tenía que hacer allí. Decidí dar media vuelta y marcharme.
- Sé a dónde ha ido Verónica - me dijo -. Te acompañaré.

12.10

Nos alejamos de la central hidroeléctrica dejando atrás a las desoladas gemelas. Al irnos Aral, aun completamente alcoholizada, me lanzó una botella vacía con intención de alcanzarme, pero falló estrepitosamente. Bella parecía avergonzada por la actuación de sus hermanas.
- Pensaba que estábamos reconstruyendo el Partido - me dijo sujetando con fuerza el ejemplar rescatado del Manifiesto Comunista que se había llevado consigo-, pero todo era una gran mentira.
Ya en mi coche, mientras me indicaba a dónde teníamos que ir, Bella se puso a llorar. Yo no sabía qué decirle.
- Me siento utilizada – logró decirme entre sollozos.
Y realmente Verónica la había utilizado. Instintivamente la abracé y le acaricié el cabello. Ella se dejó, necesitaba algo de cariño y comprensión. Me entristecía verla así… Hasta cierto punto, Bella despertaba en mí una especie de instinto maternal. Volví a acariciarle el cabello y le ofrecí un pañuelo para que se enjuagara las lágrimas. Opté por conducir hasta que se sintiera con ganas de decirme el escondrijo de Verónica.
Ya en la ciudad de Cáledon, Bella pudo reanudar sus indicaciones. No sabía cómo se llamaba el lugar, sólo sabía conducirme a él guiándome a través de las calles de la ciudad. Confiaba en ella. Sabía que ella no me traicionaría, ni por Verónica.
Mientras conducía, no dejaba de pensar en tratar de elaborar algún tipo de plan... No quería encontrarme con Verónica sin saber qué hacer o qué decirle. ¡Vale! -me dije a mi misma-, la idea es encontrarme con Verónica, constatar que ha traicionado a sus compañeros bolcheviques... ¿Y luego? ¿Buscar a Víctor? ¿Huir con Bruno y Pablo? A Víctor, según Bella, se lo había llevado el coronel Saúl, probablemente a la sede del Ministerio Especial de Pacificación... Helena me había logrado rescatar del Castillo, pero en unas condiciones muy determinadas: estando ella dentro, colando a Bruno con la complicidad de los trabajadores de la limpieza y, al final, sacrificando su propia vida... Pero ahora ¡era imposible! ¿Y qué le debía a Víctor? Me había utilizado para encontrar a los bolcheviques y así poder asesinarlos... No me iba a arriesgar para rescatarle de sus propias traiciones y maniobras.
Sobre estos asuntos meditaba cuando por fin reparé a dónde me conducía Bella: ¡Ironías del destino! El círculo parecía cerrarse. Bella me llevaba a un edificio muy conocido. En ruinas. Destruido durante la guerra civil, incendiado y saqueado. Yo lo había pisado muchas veces, la última vez justo antes del exilio. Allí me habían juzgado y condenado. Eran los restos de la antigua sede central del Partido: el Smolny.
El Smolny era un antiguo palacio de una multimillonaria familia aristocrática. Muy grande, ricamente decorado, de estilo que recordaba al neoclásico con algunos elementos neobarrocos, fue expropiado por los militantes del Partido durante los días agitados que sucedieron a la caída de la Monarquía. Las nuevas autoridades no se atrevieron a expulsarnos de su interior. Se convirtió en símbolo del creciente poder bolchevique así que fue renombrado como Smolny en honor al célebre instituto que fue sede central del partido de Lenin. Durante los años previos a las guerras, en su interior florecía la actividad y la vida. Era la sede la Ejecutiva Nacional así que estaban los despachos de los máximos dirigentes y de los principales comités organizativos del Partido, burós y secretariados dependientes de la Ejecutiva Nacional y del Comité Central. En su famoso hemiciclo se reunía el plenario del Comité Central, aunque también se empleaba para actos públicos y durante los congresos. También había amplias salas, oficinas, la Biblioteca Central del Partido y los archivos. Contaba el Smolny con un bar y un restaurante e incluso tenía habilitados dormitorios en una planta superior para alojar a camaradas de fuera de Cáledon presentes en la capital por alguna misión oficial. Yo llegué a dormir en su interior cuando estando con Verónica, dejaba New Haven para ir a verla.
Ahora el palacio era una completa ruina: ventanas y puertas rotas y forzadas, paredes ennegrecidas por la suciedad y el fuego, adornos saqueados, columnas derribadas, techos caídos...
En este vestigio del pasado se celebraría mi último encuentro con Verónica.

12.11

Me adentré con Bella en el Smolny. Aunque le dije que no hacía falta que me acompañara, ella insistió en ir conmigo.
Cuando entré en el antiguo recibidor del palacio no pude evitar recordar cómo era en su momento de máximo esplendor: un trasiego de militantes entraban y salían, una guardia roja compuesta por abnegados militantes controlaba la seguridad y las puertas para que no hubiera ningún problema. Había una recepción donde tres funcionarios del Partido atendían a los visitantes. El recibidor estaba pintado de blando con adornos dorados y sobre el techo colgaba una lámpara de araña que hacía recordar los tiempos en que había sido una residencia de aristócratas.
La primera vez que entré iba acompañada de Verónica. Yo era una cría y estaba deslumbrada. Ella en cambio se movía con soltura y casi todo el mundo la reconocía y la saludaba con educación y respeto. Recuerdo que me quedé boquiabierta en el recibidor pensando que el Partido era todopoderoso. Que el Smolny así lo demostraba. Me quedé como una tonta mirando un cuadro enorme donde aparecía una manifestación de obreros que marchaba dirigida por dos hombres barbudos y una mujer con su bebé. Ahora en esa pared no había nada, sólo una mancha muy grande de humedad de la que han empezado a crecer algunos líquenes y musgos. ¡Qué tremendo contraste desde la última vez! “¡Todopoderoso!”, pensé… y me reí para mis adentros pensando en la ingenuidad e inocencia de la juventud, cuando esa construcción representaba en mi imaginación el poderío de una organización llamada a transformar el mundo.
Instintivamente me dirigí al hemiciclo, el lugar donde se había producido mi última comparecencia ante la Ejecutiva. Como todo el edificio, la sala estaba destruida. El techo abovedado de cristal había desaparecido dejando la sala a la intemperie. Fuego, polvo y lluvia habían formado en el suelo una capa de barro negro, hoy reseco. Las paredes estaban ennegrecidas y el paso del tiempo había devorado la pintura. Los antiguos asientos del hemiciclo, de madera, o la mesa presidencial, también de madera, ya sólo eran recuerdos del pasado.
El hemiciclo estaba vacío y desolado, salvo por la presencia, efectivamente, de Verónica al fondo del mismo, donde en el pasado se presidían las reuniones.  No tenía nada que ver con la Verónica que yo había conocido. Parecía el reflejo, en un ser humano, de la decadencia y ruina del palacio. Antaño espléndida, altiva, hermosa, hoy estaba sucia, mal vestida, con el pelo estropeado, completamente desaliñada. Creo que cuando llegué, ella estaba llorando.
Verónica, que me daba la espalda, se giró al escuchar ruido y me vio. Estaba armada, con una pequeña pistola. No puedo describiros cual fue su reacción, no sé si se alegró por verme, se asustó pensando que yo continuaba muerta y que era algún tipo de espejismo o alucinación o se enojó porque realmente estaba viva. ¿Se sorprendió porque no se lo esperaba? ¿Se avergonzó porque yo la veía en ese estado, despeinada, sucia, llorosa? Creo que era una combinación de todo.
- Hola Verónica - me adelanté bajando hacia donde estaba ella.
Bella se impresionó sobremanera al ver el estado en que se encontraba su antigua maestra. No sólo no pudo seguirme escaleras abajo, sino que tuvo que apoyarse contra una pared y allí comenzó de nuevo a llorar.
- ¡Estas viva! – me dijo Verónica como si maullara.
Asentí con la cabeza.
- Me engañaron. Me dijeron que habías muerto.
- No, Verónica. Aquí estoy.
- Vienes con Bella. ¡Hola Bella!
Bella reaccionó al saludo de Verónica agarrándose con más fuerza de la pared en la que se apoyaba.
- Cuídala –continuó hablando Verónica-, te sorprendería conocer su linaje.
No tuve tiempo en pensar en sus palabras, pronto cambió de tema:
 - ¿Habías visto el hemiciclo del Smolny alguna vez después de tu exilio? Lo que era y lo que es.
- No. Pero sabía que estaba completamente destruido.
- Como el Partido... –suspiró- Necesitaba volver aquí. Recordarlo todo... - dio un paso hacia mí-.  Ayúdame, por favor... Necesito que me ayudes.
Me mostró su pequeña pistola. Me di cuenta a qué se refería cuando me pedía ayuda. Evité acercarme más; traté de mantener la distancia. Fue ella la que intentó avanzar hacia mí, sin embargo tropezó con su propia desdicha y terminó en el suelo, sollozando.
- No estás bien... Necesitas ayuda. - Le dije. Mirarla me causaba un tremendo nudo en el estómago. No soportaba verla en ese estado. Estaba ida, con la mirada perdida... Era tan distinta de como la había visto a mi regreso a la República... O de como yo la recordaba antes de las guerras...
- Ya nadie puede ayudarme - me dijo mirando al suelo -. Has venido a buscarme... ¿Qué quieres saber?
- ¿Por qué has hecho todo esto Verónica? No lo entiendo. 
- Había que purgar el Partido. Había que limpiarlo y reconstruirlo... O eso pensaba...
- ¿Por qué querías asesinar a los antiguos dirigentes de Partido?
- No tenían que haber sobrevivido. Tenían que estar muertos, pero escaparon. Sólo tú podías encontrarles. 
- ¿Delataste al CC cuando trataron de reunirse tras mi exilio?
- Creía que había que hacerlo. El Partido estaba perdido... Sus dirigentes desmoralizados, su militancia dividida... No lo podía permitir. Cayo pensaba que tú reconstruirías el Partido... Pero yo no lo podía consentir... Soy yo la Última Bolchevique.
No quería creerlo. Confiaba en que hubiera una explicación, un motivo racional... Pero no había nada. Nada de nada. Solo locura.
- ¿Tuviste algo que ver con el inicio de la guerra antifascista, entregando Vancouver?
- ¡No! ¡No! Eso no fui yo. Me sorprendió. El gobierno nos ofreció un pacto. Orestes y Jaime lo rechazaron... Creían que tomaríamos el poder... pero fue la burguesía la que forzó el inicio de la guerra. Nos tendieron una trampa... Y caímos en ella.
- ¿Quién es el Número 1? Parece que estaba detrás de lo de Vancouver ¿Víctor?
-¿Número 1? Los verdaderos señores, lo sospecho, siempre lo he sospechado, pero no lo sé. ¿Víctor? No. No son los mismos... Víctor... ¡de Victoria! ¿Así se hace llamar?
- ¿Quién es?
- Fue un destacado bolchevique. Pero maleducó a Jaime. Él es el culpable de todo. Convirtió a Jaime en ambicioso, le empujó a ser arrogante, a no escucharme. Le expulsamos.
- ¿Por qué?
- Veía el Partido como una plataforma para su propio ascenso. Podía haber sido un Lenin, pero quería ser un Stalin. Tuvimos que expulsarle. Pero nunca me imaginé que terminaría pactando con él...
Verónica se acercó su pistola y amagó con apuntarse a sí misma. Rompió a llorar al intentarlo.
- Quería seguirte, Alba -Me llamó por mi nombre. Por primera vez desde que había regresado a la República-. Quería ir contigo. Luchar contigo. Pero no me atreví. ¡No me atrevía a seguirte!  Lo siento. Lo siento mucho. No te podía perdonar por haberme desobedecido, por lanzarte a hacer lo que yo no me atrevía a hacer. Te envidio. Te envidiaba antes: eras joven, lista, fuerte, impulsiva, pasional... Te envidio ahora porque tú no has caído. ¡Lo siento!
Y volvió a ofrecerme su pistola.
Bajé hasta donde se encontraba y traté de consolarla agachándome junto a ella y acariciándole su despeinado y enmarañado cabello blanco, antes tan bonito.
Miré a Bella. Noté en el rostro de la chiquilla un sentimiento de compasión que yo compartía, pero no hasta el punto de ayudar a Verónica a quitarse la vida. No podía hacer eso.
- No puedo ayudarte Verónica. No puedes pedirme esto - se me humedecieron los ojos, recordando quién había sido esa mujer y en qué se había convertido -. Si no quieres vivir, si no eres capaz de cargar con el peso de tus actos, la decisión es sólo tuya, y tu mano debe de ser la ejecutora.
Me incorporé y le di la espalda decidida a dejar atrás todas esas ruinas.
-¡Noooooo!
El grito, desgarrador, ira, odio, locura, procedía de Verónica. Me giré de nuevo hacia ella y vi que me apuntaba con su pistola. Hice caso omiso y continué hacia arriba, andando a paso firme. Sabía que no me dispararía. Sabía que no sería capaz. Cuando llegué a la altura en donde se encontraba Bella, la muchacha no dudó en acompañarme sin que ninguna de las dos volviéramos a dirigir ni una sola mirada hacia Verónica.
Y nos fuimos de allí y no sé qué fue lo que finalmente hizo. Sólo sé que no la volví a ver nunca más... Aunque tampoco la pude olvidar, porque me guste o no, ella ha sido una parte fundamental de mi vida y contribuyó, como pocos, a transformarme de la niña que fui, a la mujer que hoy soy. No sé cuándo dejó de ser una revolucionaria, cuando fue consciente de su caída y cuando enloqueció por completo... Pero quiero creer que no siempre fue un monstruo, y que si enloqueció fue precisamente al comprender lo mucho que se había alejado del bolchevismo que ella decía representar.
Yo sí que lo lamento Verónica. Lo lamento mucho.

12.12

Íbamos las dos, Bella y yo, a subir al coche para dejar atrás el Smolny. Yo ya había tomado una decisión. Había decidido irme de la República. Abandonar y largarme de una vez. Dejar atrás todo. Me daba igual qué le podía haber pasado a Víctor.
- ¿Dónde te dejo? - le pregunté a Bella.
- No tengo donde ir - me respondió abatida -. Nuestro hogar estaba con Verónica.
Recordé cuando conocí a Bella. Sus preguntas. Su curiosidad. Quería ser una bolchevique y Verónica, en su locura, le decía que no estaba preparada. Pensé en las palabras de Verónica sobre su linaje y volví a fijarme en sus ojos: Sus ojos me recordaban a alguien importante.
- Me gustaría ir contigo. Me gustaría ser una bolchevique, pero una de verdad.
- Con todo lo que has visto, con todo lo que ha pasado, ¿aún quieres ser una bolchevique?
- ¿Qué otro camino nos queda?
¡Qué otro camino nos queda!
Estábamos ya junto al coche cuando me lo volví a encontrar.
No se rendía. Perseveraba una y otra vez: ¡Número 2!
Distraída tras el encuentro de Verónica tenía la guardia bajada, no había prestado atención al camino y el mercenario había aprovechado su oportunidad. Estábamos rodeadas por seis paramilitares armados y preparados. No sé cómo me volvió a encontrar. La verdad es que no me importaba. Tras Davenport sabía que tarde o temprano me localizaría.
- Hola Número 2 - le saludé educadamente, como si ya fuera un viejo amigo.
- Hola Exiliada. ¿Sabías que esto era inevitable?
- Sí.
- No están ni la ciega ni el viejo para protegerte.
- No.
- No surgirá ninguna rebelión, ni manifestación, ni tumulto para rescatarte. Tampoco aparecerán las BAB.
- No creo.
- Te tengo a mi merced.
- Eso parece.
- Dile a tu amiga que no intente ninguna tontería. Se le descubre a leguas.
Miré a Bella y fue suficiente para que la muchacha comprendiera que no teníamos nada que hacer.
- ¿Sabes que no es nada personal, verdad?
- Explícaselo a los muertos del hospital.
- Ese crimen me perseguirá toda mi vida. ¿De veras piensas que quería ver muerta a toda esa gente? Soy un mercenario, pero no soy un monstruo. No sabía que aparecerían las BAB y que a esos locos no les importaría matar a inocentes.
-¿Y en el autobús?
Número 2 sonrió mostrándome sus dientes.
- "Touchè", - me dijo sin abandonar su sonrisa - Me gusta mi trabajo. No me importa la vida humana y llevo días disfrutando, solamente al imaginarme el momento en el que te capturo.
Esa conversación me aburría. Si iba a matarme, capturarme o torturarme que lo hiciera ya. Estaba harta de todo. De que me persiguieran, de huir...
- Desgraciadamente mis órdenes han cambiado.
¡Cómo!
- Sí, Exiliada. Mis órdenes han cambiado. Las cosas han cambiado en las últimas horas. Te recomiendo que pongas la televisión o escuches algún canal de radio. Ya no tengo que capturarte: Número 1 me ha ordenado que simplemente te transmita un mensaje de su parte.
No me lo podía creer. Tenía que ser una trampa.
- El mensaje dice lo siguiente -Tras un gesto suyo, uno de los paramilitares le acercó un pliego de papel. Número 2 se dispuso a leer-: "Él tiene a tus amigos. Te espera. Nosotros también. Sabes que vendrás. Sabes dónde estamos." ¡Ya está!
Mi primera reacción al escuchar esas palabras fue buscar el móvil y llamar a Bruno, pero ese gesto podía interpretarse de manera poco amistosa. Preferí guardar la calma.
- Bien, Exiliada - Número 2 se guardó los papeles en un bolsillo y me dedicó una amplia y cínica sonrisa -. Esto es todo. Me ha gustado perseguirte... Eres buena, muy buena... sobre todo porque atraes a la gente. Es una poderosa habilidad cuando en general la gente sólo atrae a otras personas por miedo o por dinero. Espero tener que volver a perseguirte en otra ocasión. Y entonces te atraparé.
- ¿Quién es Número 1?
- ¡jajajaja! No lo sé. No lo conozco. Nunca lo he visto... ¡jajajaja! Noto una cierta decepción en tu cara ¡jajajaja! Lo siento Exiliada. Yo sólo soy uno de tantos “Número 2” que trabajamos para Número 1. Pero descuida, parece que tú sí que tendrás la oportunidad de conocerle.
Número 2 hizo un gesto y sus hombres bajaron las armas.
- Buena suerte Exiliada. No te dejes matar... Ya sabes que quiero tener ese privilegio.
Los paramilitares se fueron. Nos quedamos Bella y yo solas. Entonces sí saqué el móvil y llame... Y como me temía, no hubo respuesta: "el teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura".
- ¡Es una trampa! - me dijo Bella... Y tenía razón, pero ¡qué hacer! No podía dejar a mis amigos en manos de Saúl.
¡Saúl!
Le odiaba. Me vino a la mente cómo había asesinado a Helena. ¡Maldito asesino! A su paso no había más que cadáveres.
- ¡Le haré frente! ¡Aunque me cueste la vida!


FIN DEL CAPÍTULO 12.

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