13. EL MINISTRO
13.1
- (...)
La oleada de atentados se inició hace un
mes en la capital con la destrucción del Hospital Doctor Vénder con un saldo de
más de 200 muertes.
Con el
coche aparcado y su radio encendida, Bella y yo escuchábamos atentamente las
noticias. Todas las emisoras informaban de una importante noticia de última
hora. En la que escuchábamos, una voz masculina, neutra, introducía una
supuesta explicación para comprender lo que había pasado:
-La campaña bolchevique continuó en la región
de New Haven y en Davenport y tuvo su mayor repercusión en Tímberlane, donde
los bolcheviques lanzaron una ofensiva generalizada contra varios puntos
estratégicos de la ciudad. En estas tres localidades las Brigadas Anti
bolcheviques se han visto obligadas a asumir el control directo del gobierno para
mantener la paz y el orden.
Comenzó
a hablar una mujer:
- Y la última víctima conocida de esta
escalada terrorista es el profesor Cruz, famoso arqueólogo, que investigaba las
ruinas de Vancouver.
Siguió
hablando el hombre:
- El profesor Cruz había encontrado
importantes pistas que demuestran la vinculación de los bolcheviques con el
inicio de la guerra contra las Potencias Fascistas, algo que desde el
Ministerio Especial de Pacificación hacía tiempo que se sospechaba.
Le
sucedió de nuevo la mujer:
- Esta oleada de terrorismo bolchevista ha
llevado al Primer Ciudadano de la
República a aprobar este Decreto Especial. Le escuchamos:
- ... Por todo ello, - reconocí la voz del
Primer Ciudadano, ya un anciano antes del inicio de la guerra antifascista,
siempre un títere de las oscuras fuerzas que gobiernan realmente la República: el Partido
Demócrata-Republicano, el Ministerio Especial de Pacificación y las grandes
corporaciones y bancos -, para defender la República, para
garantizar la paz y la democracia defender la civilización de estos nuevos
bárbaros, he aprobado el Decreto Republicano Ejecutivo Especial número 6.
El
anciano dejó de hablar y le reemplazó una nueva voz femenina, joven y con un
significativo acento pijo que leyó la nueva ley:
- Decreto Republicano Ejecutivo Especial
número 6: 1. Queda en suspenso, temporalmente y hasta que se normalice la
situación política, la
Carta Republicana, constitución de nuestra República, así
como las leyes y órganos de ella desprendida. Esta medida es excepcional y no
busca vulnerar los derechos fundamentales de los ciudadanos, sino reforzar su
protección y seguridad. 2. El Ministerio Especial de Pacificación organizará un
Tribunal Especial Legislativo para adecuar las necesidades cotidianas de los
ciudadanos a la situación de interinidad que este decreto inicia. 3: El
Ministerio Especial de Pacificación velará por el mantenimiento del orden y de
la democracia fusionando en su seno los ministerios del Interior, del ejército,
la armada y el aire y el de justicia. El Ministro Especial de Pacificación
asume la presidencia del Consejo ministerial del Primer Ciudadano así como su
firma y sello ejecutivo. Firmado: el Primer Ciudadano en aras del progreso
social y democrático de nuestra población y la amada República. ¡Viva la
democracia! ¡Viva la
República!
Se
oyeron entonces estruendosos aplausos y vítores, como si en lugar de
establecerse una dictadura, se estuviera terminando con una sangrienta
guerra... Apagué la radio indignada. No había nada más que oír... Los pocos
derechos democráticos, casi todos aparentes, es verdad, que se conservaban tras
las dos guerras, acababan de ser abolidos de un plumazo... El Ministerio
Especial de Pacificación había asumido todo el poder.
13.2
- ¿Qué
hacemos? - me preguntó Bella. La muchacha no podía disimular su miedo. Aunque
los derechos bajo la República
eran aparentes y formales, la nueva situación era aún más arbitraria y
peligrosa.
- Tú
nada. Tienes que refugiarte en algún lugar seguro, mejor que no sea en la Colmena, creo que las BAB
van a peinar concienzudamente ese barrio. Tienes que salir de Cáledon y en
pocos días salir de la República.
- ¿Y
tú?
- No lo
sé... Si hubiera alguna forma de entregarme a cambio de la vida de mis
compañeros...
- ¿Lo
dices en serio? Es una locura. Sabes que aunque te lo prometieran sería una
mentira para capturarte.
Pronto
tendríamos la oportunidad de comprobarlo.
Instintivamente
conduje el coche hacia La
Colmena, contradiciendo mis recomendaciones. Fue un error.
Tal y como pensaba, el barrio había sido tomado por las BAB, había controles
policiales en las entradas y salidas. Pude esquivar un control y abandoné el
barrio, aunque sí pude pasar cerca de una brutal redada de los agentes,
seguramente similar a las que se estaban produciendo simultáneamente por todo
el barrio:
Los
policías y BAB sacaban a la gente de sus casas, registraban las altas torres de
viviendas piso a piso y arrojaban por las ventanas los papeles, libros,
películas o música que el capitán de turno considerara peligrosos, impropios o
corruptos. Hombres, mujeres y niños proletarios esperaban muertos de miedo
mientras observaban como sus modestos hogares eran saqueados. Los agentes BAB
comprobaban minuciosamente sus papeles de identificación, revisaban en sus
bases de datos por si el sujeto investigado tenía alguna relación, por remota
que fuera, con los bolcheviques, los arranios, los sindicalistas o cualquier
simpatizante de la izquierda. Todos eran sospechosos. Los seleccionados como
peligrosos eran separados de sus familias y empujados dentro de unos furgones
blindados. Yo no había vivido la guerra civil, cuando Jaime osó alzarse militarmente
contra la República,
pero supongo que las escenas de represión arbitraria y sistemática serían
similares.
La
escena me horrorizó. Bella, por su parte, no pudo contener las lágrimas. Ella
no había estado en las guerras, nunca había visto tanta brutalidad, tanto
sadismo. Luego me reconocería que al ver la redada inevitablemente pensó que
ella y sus hermanas, junto con Verónica, hasta cierto punto eran responsables
de lo que pasaba, que ellas habían contribuido a que toda esa locura se
desatara. Le tuve que quitar esas ideas de la cabeza, explicándole que la
dictadura y la represión policía no se producía por culpa de ellas, sino por la
esencia de la propia República, de lo que la República realmente es,
un sistema social decadente que para defenderse sólo puede recurrir a la
sangre.
Alejándonos
de la Colmena
conduje durante un rato sin rumbo fijo. En el camino nos encontramos de bruces con
otros barrios donde las BAB y la policía actuaban como en la Colmena. No sabía a
dónde ir. No podía arriesgarme a intentar dejar la ciudad en ese momento y, la
verdad, estaba tentada de ir con mis dos ovarios a la sede central del
Ministerio Especial de Pacificación. Estaba convencida de que en el Castillo estarían
retenidos mis compañeros. Pero hacer algo así era una locura, un suicidio.
En el
centro de la ciudad, los distritos más burgueses, el ambiente era muy distinto
al de los barrios: Frente a la
Cancillería, el palacio del Primer Ciudadano, se habían
congregado un par de miles de pijos, burguesitos y ciudadanos "de
bien" a festejar el final de los derechos y libertades. Mientras gritaban
"¡muerte al rojo!", o "¡Jaime al paredón!", la turba
enfurecida desplegaba las viejas enseñas monárquicas y ondeaban varias banderas
del Rey y de las Potencias Fascistas. Al tiempo quemaban una bandera roja y una
tricolor republicana. La reacción desenmascarándose, eliminando esa fachada
pseudodemocrática que mantenía la República. La bandera tricolor, que la generación
de mi padre veía como un símbolo de libertad y esperanza había sido empleada
para masacrar a los milicianos de Jaime... Y una vez ensuciada, los colores
republicanos ardían remplazados por las viejas enseñas monárquicas...
¡Ni
olvidaban, ni perdonaban! Por eso gritaban contra Jaime... Un fantasma que en
sus mentes concentraba todo el odio de clase que sentían contra los oprimidos. "¡Jaime
al paredón!". La base social de la reacción seguía culpando a Jaime de sus
males, como durante las guerras. Es como si el régimen hubiera convertido al
antiguo dirigente bolchevique en una cabeza de turco a la que acusarle de todos
los males del gobierno. Me vi tentada a infiltrarme entre esos fascistas,
desenfundar una pistola y acribillar a balazos al mayor número posible de
ellos.
-¿Cómo
pueden celebrar el golpe de Estado? - me preguntó inocente Bella.
"¡Claro
que pueden!", pensé. Son los mismos que a los bolcheviques nos acusaban de
querer terminar con la democracia, de ser violentos y no respetar las
libertades y los derechos humanos. Cuando los bolcheviques levantábamos la cabeza,
ellos se escondían en sus casas como ratas, pero que ahora salían a festejar la
reacción. Era su venganza por el miedo que la Revolución les
provocaba. Deseaban que en barrios como la Colmena, las BAB asesinaran al mayor número
posible de proletarios.
Cansada
de ver toda esa barbarie y con el deposito casi en reserva, el móvil de Bruno
sonó.
13.3
-¡Exiliada!
Era la
voz de Víctor la que oía al otro lado de la línea. Parecía cansado, triste.
-¡Víctor!
¿Qué sucede? ¿Dónde están los demás?
- Estamos
todos retenidos. Están aquí conmigo -y sin darme tiempo a responder -.
¡Exiliada! ¡Escúchame con atención! No hay tiempo. Tengo que transmitirte un
mensaje. Yo ya estoy condenado, pero tus amigos tienen una oportunidad. Tienen
una oportunidad.
-¿Cómo?
¿Dónde?
- Te
esperan en la sede de las BAB, en el Castillo. Quiere hablar contigo. Llegar a
un acuerdo.
-¿Llegar
a un acuerdo? ¿Quién? ¿Saúl, ese asesino?
- No. Saúl
ya no juega ningún papel en todo esto. Es el mismísimo Ministro el que quiere
hablar contigo. Está dispuesto a salvar a nuestros amigos.
- ¿El
Ministro? No puede ser. ¿Por qué va a querer el Ministro alcanzar un acuerdo
conmigo?
- Eres
importante, Exiliada. Siempre lo has sido. Es una gran oportunidad. Mira, saben
dónde estás. Te siguen.
Miré
instintivamente en todas direcciones. Bella, nerviosa, sin poder escuchar la
conversación, me imitó. De golpe me pareció estar siendo observada por
numerosos ojos hostiles. Di un volantazo y frené el coche en un callejón.
- Si
vienes por propia voluntad puedes llegar a un acuerdo con él y salvar a tus
amigos. Si dejas que te capturen, no habrá opción. ¿Sabes ya lo del golpe de
Estado? Las formalidades democráticas han caído.
- Sé
que es una trampa.
- Sí y
no, si juegas bien tus cartas, Exiliada. Por fin sabrás toda la verdad. Confía
en mí por última vez.
-
Asesinaste a los diri... - me interrumpió.
- ¡Y te
salvé a ti! Por favor, olvídate de mí y piensa en Pablo, Bruno y los demás.
Tengo que colgar, no tengo más tiempo. ¡Ven Exiliada! ¡Por favor!
Bella
me miraba esperando una explicación. Yo estaba abrumada. ¿Cómo confiar en
Víctor después de todo lo que había pasado? ¿Y en el Ministro? ¡El Ministro!
¿Quién era? Los otros ministros eran conocidos, el Primer Ciudadano era
conocido, pero apenas había ni fotos ni videos del nuevo dictador... El
Ministerio Especial de Pacificación era tan secreto y oscuro que su titular era
prácticamente un desconocido... Pero estaban mis amigos... No podía dejarles
tirados... Y, pensándolo bien, era una oportunidad para estar frente a frente
ante ese misterioso Ministro. Quizás ese era el objetivo de Víctor, que yo
tuviera esa oportunidad.
-Voy a
entregarme. Voy a intentar negociar la vida de mis amigos.
Bella
se sorprendió. “¡Es una locura!”, me gritó. Casi llorando, golpeándome el pecho
desesperada, trató de convencerme para que cambiara de idea. “¡Es una trampa!”
Y razón no le faltaba, pero lo tenía decidido. Contuve sus golpes
sujetándole los brazos por las muñecas y traté de tranquilizarla. Le expliqué
que nuestros caminos se separaban y que era importante que ella sobreviviera,
aunque por si lograba un acuerdo y mis compañeros salían con vida, necesitaba
que me hiciera un último favor, necesitaba que Bella les pusiera a salvo. Bella
se tranquilizó, pero no dejó de llorar. Ella quería que yo la convirtiera en
una bolchevique, que la formara… Sin mí ya no tenía a nadie. Estaba sola. Pobre
chica. Pero era la última oportunidad para rescatar a mis amigos.
Y yo
estaba cansada de huir.
13.4
La sede
de las BAB me esperaba. Había dejado atrás a Bella y al coche. Caminaba hacia
mi destino. Frente a mí se levantaba el tétrico castillo gótico, imponente
sobre una colina, rodeado de perímetros defensivos... Ni siquiera entiendo cómo
logramos escapar de allí la primera vez. Ahora era distinto, ni estaba Helena,
ni habíamos infiltrado a mis compañeros como trabajadores de la limpieza. Me fijé
en el edificio: por un lateral llegaban camiones llenos de prisioneros de los
barrios obreros. Los llevaban al garaje por el que habíamos escapado para
poblar las mazmorras del edificio. Llegaba uno detrás del otro. ¿Había tanto
espacio? Me fijé en unas chimeneas. De ellas salía humo negro. No quise pensar
que hubiera una relación entre la gente que llegaba y aquellas chimeneas...
Aunque en la guerra antifascistas sabíamos que los ejércitos enemigos usaban la
cremación para no dejar prisioneros. Tragué saliva y con la piel de gallina avancé.
En el
primer control informé a los policías quién era. Parecía que me esperaban.
Avisaron a sus superiores y pronto apareció el oficial de nariz aguileña
acompañado de seis BAB. Ordenó que me registraran. Les di mi pistola aunque no
dejaron de revisar mi cuerpo en busca de algún otro objeto. Cuando se dieron
por satisfechos, el oficial me indicó que le acompañara. Parecía extremadamente
educado. Yo le seguí, escoltada por los agentes BAB, tres a cada lado y yo en
medio.
La
puerta principal del Castillo parecían las fauces de un lobo hambriento, bien
abiertas para mostrarnos toda su dentadura. El lobo estaba dispuesto a
devorarte si osabas entrar. Entramos. Ya dentro, vi la famosa vidriera con el
caballero matando al dragón, el símbolo de las BAB. El dragón se defendía con
una llamarada de fuego, pero el caballero sonreía consciente de su inevitable
victoria.
Conforme
avanzábamos por el recibidor del edificio no cruzamos ni media palabra con
nadie, pero a cada paso se podían notar los ojos de decenas de policías, BABs y
funcionarios clavados en nosotros, observándonos atentamente. Nos esperaba un
ascensor. Solamente subimos el oficial de nariz aguileña y yo. Se puso en
marcha. No hubo paradas, sólo un ascenso ininterrumpido. Creo que casi íbamos
al último piso.
Me fijé
en el oficial. Era el mismo que en el hospital había alcanzado a Víctor en la
mano y el mismo que había revisado el supuesto cadáver del viejo en Tímberlane,
cayendo en la trampa de Helena... Y pese a ese gravísimo error, ¿seguía
contando con la confianza de sus superiores? Entonces se me hizo raro que aquel
hombre desconociera el método de Brauss-Homín. ¿Podría ser que el oficial
engañara conscientemente a Saúl? Por un momento una idea extraña y descabellada
se formó en mi cabeza. No, no podía ser posible. ¿O sí? El oficial, ajeno a mis
cavilaciones, miraba al frente con las manos cruzadas a sus espaldas mientras
seguíamos subiendo.
Llegamos
arriba. La puerta del ascensor se abrió y nos adentramos en una habitación que
terminaba en otra puerta.
- Su
excelencia le espera al otro lado de esa puerta.
El
oficial se despidió de mí con mucha educación y casi con una reverencia me
indicó el camino a seguir dejándome claro que ese último tramo lo haría sola.
Así
fue. Avancé lentamente mientras el oficial volvía al ascensor. Toqué el pomo de
la puerta, estaba frio. Lo giré suavemente y abrí la puerta.
13.5
Estaba en
una amplia sala de piedra gris, muy grande, sin ventanas ni vistas exteriores
por lo que, aunque iluminada y amplia, me transmitía una sensación
claustrofóbica, turbia, incluso tétrica… Era el escenario idóneo para la última
confrontación, un lugar grandioso capaz de hacerme sentir minúscula e
impotente.
Me
esperaba al fondo de la sala, sobre una tarima que se elevada sobre el suelo.
Tras él había un mosaico compuesto por decenas de pantallas en las que se podían
distinguir las caras de distintas personas. Si las conocía, estaba demasiado
lejos como para reconocerlas.
En el
lado izquierdo de la sala había cuatro cubículos cerrados, aislados de la sala
por mamparas transparentes que probablemente aislaban el sonido. Los cuatro cubículos
estaban ocupados, cada uno por una persona diferente. Allí estaban Bruno, Sulem,
Roger y Melisán. James no debía de haber sobrevivido. Bruno golpeaba la mampara
con sus puños y me gritaba, pero yo no podía oírlo. Melisán me saludó con infinita
tristeza llevando su mano derecha abierta sobre la mampara. Sulem lloraba y
Roger negaba con la cabeza.
Pablo
no estaba retenido en ningún cubículo. Estaba afuera y libre. De pie en la base
de la tarima del lado de los cubículos. Me hizo mucho daño verlo. Estaba
convencida de que Laso Ludovico estaba muerto. Sin embargo, el que creía mi
amigo vestía el uniforme de las BAB con el caballero matando al dragón y me
miraba serio, frio, sin avergonzarse. Iba armado, aunque no necesitaba
apuntarme.
A la
misma altura que Pablo, pero al otro lado de la tarima, estaba el coronel Saúl.
Estaba esposado y, aunque su mirada seguía reflejando un fuego salvaje e
indómito, parecía asumir su condición de cautivo.
Víctor,
el Ministro Especial de Pacificación, erguido y elevado por la tarima, me
observaba sin perderse nada, ninguna de mis reacciones: supongo que una mezcla
de sorpresa, odio, tristeza, desesperanza... Su Excelencia me analizaba, me
estudiaba, como si tuviera interés científico. Estaba rejuvenecido, sin bigote,
sin canas, el pelo completamente negro y vestido con un uniforme de las BAB
pero de general, negro con adornos dorados, demostrándome su alta graduación
militar.
-
Bienvenida, Exiliada. Me alegro de volver a verte.
Había
llegado a intuirlo, pero nunca me lo había querido creer.
13.6
-¿Estás
sorprendida de verme? - me preguntó.
- Si me
salvaste la vida en Lacánsir para ver esto... te lo podías haber ahorrado. Hay
cosas que preferiría no saber - e instintivamente mire a Pablo, que ni se
inmuto-. ¡Maldita sea! Helena tenía que haber completado su misión y asesinarte.
- Pero
se enamoró de ti... Tus habilidades me ayudaron a sortear una variable con la
que no contaba... Y el pequeño plan de Saúl para reemplazarme fracasó.
El
coronel Saúl lanzó una mirada de odio hacia su superior.
-
¡Basta de parloteos! - gritó una de las personas emitida en una de tantas
pantallas.
- ¡Sí!
¡Basta! No tenemos tiempo. -Ratificó otra persona desde otra pantalla.
- Ella
sabe dónde está Jaime - dijo un tercero.
- ¿Quiénes
son? – pregunté intrigada.
- ¡No
te importa! - exclamó una cuarta pantalla.
-
¿Dónde está Jaime? - preguntó con insistencia la tercera pantalla.
- Sí,
¿dónde está Jaime? - repitió una quinta pantalla.
- Te
presento a Número 1, Exiliada – dijo el Ministro.
Me
acerqué movida por la curiosidad. Veinticuatro pantallas con veinticuatro
personas distintas que, así de entrada, por el aspecto que tenían parecían
altos ejecutivos de grandes empresas. Algunas de esas personas me sonaban... No
eran unos cualesquiera.
-
¿Todos son Número 1?
El Ministro
asintió mientras me explicaba quiénes eran cada uno de ellos señalándome con el
dedo la pantalla correspondiente:
- El
presidente ejecutivo y principal accionista de Cia+Fia, el principal accionista
y dueño del Banco de Cáledon, el presidente de la Junta del Banco de Crédito Arranio,
el presidente ejecutivo de Siderurgias Reunidas, el gestor ejecutivo del
patrimonio del Teócrata, el presidente delegado del Banco Cosmopolitano, Armas
Reunidas, Technocorp, Seguros Financieros Epitafio, etcétera... Todos son
Número 1. Son los grandes poderes económicos de la República, reunidos para
luchar contra el bolchevismo. Al margen de las BAB enviaron a uno de sus
sicarios a capturarte... Convencidos de que tú eras una enviada de Jaime,
¡jajaja! Saúl creía lo mismo. Cada uno por su lado, no han logrado detenernos.
Las
personalidades que conformaban Número 1 protestaron airadas por revelar todo
aquello, hablaban a la vez y era difícil comprender lo que decían.
-¡Callaos!
- ordenó el Ministro.
Y de
mala gana, aquellos grandes empresarios, nobles y banqueros se callaron.
- Están
anclados en el pasado. - el Ministro despreciaba a aquellos poderosos
personajes, pero parecía no tener poder para apagar las pantallas -. No
entienden nada. Realmente se creen que Jaime está detrás de la caída del
fascismo en Sumailati
“¡Así
que ha caído ese gobierno!”, recuerdo que pensé.
-
También piensan que Jaime está detrás de los movimientos que has visto en tus
viajes... Las tentativas sindicales en Cáledon, entre los jornaleros de New
Haven o los estibadores de Davenport... Saúl también pensaba que con enviar a las
BAB todo se iba a resolver. Pero tú y yo sabemos que no es así. Lo que ha
pasado en estos sitios son síntomas, peligrosos síntomas. Jaime es sólo un
símbolo. Hoy en día no es nada más que eso. Puede que esté desperdiciando su
vida en el Continente, consumiendo nirvana o loto... Puede que ya esté muerto.
Poco importa. Quién era verdaderamente importante eras tú, Exiliada.
El
Ministro hizo una pausa, pero continuó:
- Tienes
una característica, Exiliada: agrupas gente a tu alrededor. Tienes carisma y
don de grupo. Lo sabes. Ya destacabas antes de la guerra. Y en el combate tus
soldados te seguían y respetaban. Número 1 piensa que las revoluciones, como
las huelgas e insurrecciones son producto de la conspiración, de la intriga...
Por eso creen que el responsable de todo es Jaime. Para Número 1 las masas son
unos borregos que se dejan engañar por los agitadores.
- ¿Y no
es así? - protestó una de las pantallas.
-
Nosotros desarrollamos el mundo, deberían estar agradecidos - dijo otro.
- Les
engañan. No saben, son ignorantes y les engañan. - añadió un tercero.
- Son
burgueses, - continuó el Ministro- grandes empresarios acostumbrados a ver el
mundo según su óptica, según los parámetros de su clase social. Cuando fui bolchevique
descubrí que no es cuestión de tal o cual conspirador... Descubrí que el
bolchevismo es la ideología destilada de los oprimidos, y mientras haya
oprimidos, habrá potencialmente bolcheviques. Durante años, el sistema
compró a los dirigentes obreros o directamente reprimió a los activistas para
evitar una revolución. Pero por mucho oro y por mucha cárcel que hubiera, la
revolución se hizo inevitable. No puedes frenar eternamente a los oprimidos,
sobre todo cuando no tienes nada que ofrecerles. Un sistema sólo puede ser
estable, si garantiza estabilidad. Ante la revolución, los burgueses,
atemorizados, quitaron al Rey, pusieron a los socialdemócratas, trataron de
ilusionar con las promesas de cambio y de democracia, pero el bolchevismo se
desarrollaba más y más.
"Vendí
mis servicios como ex bolchevique para llevar adelante la destrucción del
Partido. ¿Quién mejor que un bolchevique, para acabar con los bolcheviques? Ya
sucedió atrás en la historia, ¿verdad? Usé las ambiciones en vuestra Ejecutiva,
los antagonismos en la dirección. Número 1 estuvo de acuerdo en buscar la
guerra para evitar vuestra victoria... Y guerra tuvisteis. Sabía que el Partido
se dividiría y que los mejores seguiríais a Jaime.
"Reconozco
que pensaba que podría convencer a Jaime de que se me uniera... Que rompiera
con el bolchevismo y se convirtiera en generalísimo de La República o algo así. Al
fin y al cabo yo era su antiguo maestro... Pero decidió seguir luchando...
Aunque fue llevado por la soberbia... Creía que podía ganar cuando era
inevitable su derrota... Así se construyó su maldito mito. No obstante, durante
la guerra civil, ya colaborando con tu amiga Verónica, pude destruir lo que
quedaba de tu Partido. No salió tan mal la jugada.
"Con
lo que tampoco contaba era con que una de las mejores seguidoras de Jaime no le
siguiera en su locura... Te fuiste al exilio, sí, pero Verónica me alertó de tu
potencial y me explicó cómo Cayo estaba convencido de que tú podrías
reconstruir el Partido si te protegían haciéndote abandonar la República. Al
principio no te di importancia, lo reconozco. Pero, con los primeros síntomas
de un renacer del movimiento obrero en la República, comencé a temer que el recuerdo de
Jaime y sus hazañas hicieran revivir al Partido. Cuando comenzaron los problemas
en las Potencias Fascistas y mis espías me informaron de que querías volver,
pensé en utilizarte, y utilizar tus habilidades, para abortar de raíz cualquier
intento de reconstruir el Partido. Sabía que en tus viajes no sólo encontrarías
a los viejos dirigentes huidos -lo cual para mí era secundario-, sino que,
sobre todo, entrarías en contacto y agruparías a tu alrededor a los mejores
elementos, más dispuestos, aun sin ser conscientes de ello, a reconstruir el
Partido. ¡Aquí los tienes! - Y el Ministro señaló a mis compañeros, Bruno,
Roger, Sulem y Melisán.
-
Enhorabuena Excelencia... Has recorrido conmigo toda la República, te han
disparado, has estado a punto de perder tu cargo y tu vida... Porque creías que
yo iba a reconstruir el Partido. ¡Estás loco!
- No me
engañes Exiliada. Sabes que esos viajes han sido los que precisamente te han
empujado a recordar quién eres realmente e incluso te han llevado a valorar la
posibilidad de reconstruir el Partido. La foto de tu casa en New Haven, por
ejemplo, esa en la que salías de niña, mis agentes se la hicieron llegar al
arrogante Orestes para que te la entregara. Ha sido arriesgado, no lo negaré. Desde
que soy Ministro he preservado mi anonimato. Sólo unos pocos fieles me conocen,
y de entre ellos sólo unos pocos fueron informados de mi misión. Miento, sólo
unos pocos aparentemente fieles. Pensaba que Saúl era fiel y casi termina con
mi vida. Pero el oficial que te ha acompañado hasta aquí, el de nariz aguileña,
ha estado conmigo haciendo de doble agente en todo momento. Ni siquiera Número
1 fue informado. Quería que todos los actores actuaran con naturalidad, para
dar más realismo a la aventura. Sabía que sospechando de tus vínculos con
Jaime, todos te perseguirían. Para sobrevivir ibas a necesitar ayuda. Mi ayuda.
"Tenía
que ser yo. Sabía que me arriesgaba mucho, pero también sabía que sólo
funcionaría conmigo. Yo podía hacer valer mi pasado bolchevique para ganar tu
confianza. Cualquier otro agente no hubiera estado a la altura. Le hubieras
descubierto. Además, eres sensible a las figuras paternas. No has podido llenar
el hueco dejado por tu padre, así que sabía que un venerable anciano podría
funcionar. Estoy contento con el resultado.
- ¿Y
por qué hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué no me has matado? ¿En Lacánsir por
ejemplo?
- Porque
yo no quiero otro mártir. No quiero otro héroe del proletariado como Jaime.
Quiero que te unas a mí. Quiero que reniegues del bolchevismo aquí, delante de
tus seguidores. Delante del embrión de Partido. Quiero que vean que tú les traicionas
y que la lucha no tiene sentido. Así salvarán su vida y desmoralizados
sembrarán el pesimismo y el derrotismo ente los suyos. Y tú trabajarás para mí
reclutando y traicionando a los revolucionarios, construyendo un Partido a mi
servicio que estirpe el bolchevismo para siempre.
13.7
- Te
voy a dar cuatro motivos para que no puedas rechazar mi oferta:
"Tus
viajes por la República,
igual que te han permitido contactar con las nuevas capas dispuestas a la
lucha, también te han revelado la verdadera naturaleza de los dirigentes de tu
Partido.
"Piensa
un poco Exiliada. Piensa en Cayo, tu amigo. Cobarde y ambicioso. Incapaz de
seguirte a la lucha, pero luego dispuesto a unirse a los terroristas arranios.
Luisma: Desmoralizado. Decepcionado. Orestes: Arrogante. Contemplativo. La
revolución pasaba por delante suya, pero él sólo podía contemporizar y jugar a
ser Lenin. Jaime: Tú sabes que le pudo la soberbia. Se auto-convenció de que él
era el Mesías del proletariado. Os llevó a la derrota y desapareció por completo.
Verónica: ¡Qué decir de tu maestra! Tu corrupta y corruptora maestra, dispuesta
a destruiros a todos para satisfacer su locura y sus deseos de venganza.
"La
dirección de vuestro Partido os utilizaba como peones. Vosotros trabajabais, construíais,
os sacrificabais... Y eran ellos los que recibían las medallas, los que eran
idolatrados por las masas. Los revolucionarios como tú, todos los cuadros
intermedios que luchabais por un ideal, dispuestos a dar vuestra vida por la Revolución, os dejabais
la piel. Pero en la dirección, la ambición, las intrigas, las mentiras eran
moneda corriente. ¡Lo sabes!
Comencé
a entender las motivaciones que le debían de haber llevado a traicionar al
Partido. Recordé a la enloquecida Verónica, descompuesta por la ira, el odio,
la envidia... Ella era mi maestra... ¿Estaba yo atada a su destino?
"¿El
segundo motivo? Aquí tienes a Saúl. El asesino de Helena. Merece morir por
traicionarme. Expiará su culpa encargándose de ti. Sin embargo, si te unes a mí,
te lo entregaré para que le castigues como estimes oportuno, para que pague por
sus crímenes. Sé que a pesar de los controles y registros, seguramente habrás
logrado colar algún arma, un cuchillo o una pequeña pistola –y así era-:
¡Úsala! ¡Úsala contra el asesino de la mujer que amabas!
No pude
evitar pensar en Helena. En el momento preciso en que el coronel Saúl le arrebataba
la vida. Ella se había sacrificado por mí. Ese maldito me la había quitado. Me
giré hacia el coronel. Estaba pálido viéndose indefenso y sentenciado. Yo
quería matarle y me vi tentada a sacar la pequeña pistola que había logrado
colar.
"¿El
tercer motivo? Te lo dije por teléfono, para que vinieras aquí: tus compañeros.
Bruno, Roger, Sulem y Melisán. Puedes salvarles la vida. A Bruno lo conoces
desde la guerra. Muchos años de camaradería. ¿Te crees capaz de condenarlo a la
muerte cuando él lo que ha hecho es seguir tus ordenes? En cuanto a los
otros... Puedo garantizarte que Roger será de nuevo aceptado entre la alta
sociedad de New Haven. Podría desarrollar una buena carrera profesional. A
ellas les puedo garantizar educación, un techo, ¡un futuro! Algo de lo que
ahora carecen. ¡Mírales! - Así hice- ¿Puedes cargar con sus vidas? ¿Te ves
capaz de decidir sus destinos por aferrarte a tu pasado?
Todos
ellos me habían seguido desinteresadamente. Y mi vida estuvo en sus manos en
numerosas ocasiones. Les debía mucho. ¿Podía permitirme que murieran por mi
culpa? El Ministro presuponía que salvarles les desmoralizaría, rompería su
voluntad de luchar contra la opresión y la injusticia. ¡Pero estarían vivos!
¡Qué clase de lucha les esperaba muertos!
"Y
por último: Aquí ves a Pablo. Junto a mí. Al final decidió volver a casa. Luchó
contra sí mismo. Lo sabes de sobra. Pero las cosas son así... Él no podía ganar
esa batalla. Él es lo que es. Es la demostración de que no todo se puede
cambiar. No siempre se puede ganar. A veces no queda más remedio que asumir la
realidad, amoldarse a la misma y sacar ventaja de ello.
-¡Escúchale
Exiliada! - me dijo Pablo.
- ¿Por
qué? – le pregunté casi llorando.
- Era
el único camino Exiliada – me respondió-. No puedo huir de mí mismo. Esto es lo
que soy.
No
podía más. Estaba a punto de sucumbir. Llevaba más de quince años de mi vida
luchando, de aquí para allá, sin hogar, sin estabilidad, viendo caer a mis
amigos, siendo traicionada por mis camaradas... ¡Estaba harta! ¡Estaba harta de
tener responsabilidades! ¡Estaba harta de tener que responder por otra gente!
¡Estaba harta de ser un mero peón en una guerra que parecía no tener fin!
Quería llorar.
No
podía dejar de mirar a Pablo.
13.8
-¡Únete
a mí!
El
Ministro me extendió su mano, como si me ofreciera ayuda, como si él me
aceptara tal y como soy, sin juzgar mi pasado, sin juzgar mis crímenes.
Yo no
me atrevía a mirar a mis amigos.
Pensé
en la guerra. Recordé al joven miliciano del barranco. Recordé un pasaje
estrecho donde envié una avanzadilla sabiendo que podía ser una trampa. Recordé
al primer soldado fascista que avatí, un jovencito imberbe con miedo en
sus ojos. Recordé cuando Jaime nos informó de su siguiente objetivo: ¡Tomar el
poder! Y como los comandantes, muchos de los cuales más adelante le
traicionarían, entonces le ovacionaban, mientras la tropa comprendía perfectamente
que no podríamos ganar esa guerra.
-
¡Vente con nosotros! - exclamó uno de los grandes empresarios que conformaba
Número 1.
- ¡Te
colmaremos de riqueza! - dijo otro.
- ¡Somos
la civilización! - dijo un tercero.
¡La
civilización! Pensé en el exilio en el Continente. Primero seguía los
acontecimientos de la
República. Me reunía con otros exiliados. Primero conspirábamos.
Luego nos lamentábamos. Luego maldecíamos. Luego, la droga, el sexo, las
despreocupaciones...
-
¡Nunca te faltará nada! - otro miembro de Número 1.
-
¡Vivirás como una reina!
- ¡A
tus amigos tampoco les faltará nada!
- ¡Te
mereces mucho! ¡Puedes salvar a la
República!
¡Salvar
a la República!
Pensé en mi familia festejando la caída de la Monarquía. Les
volví a recordar cuando les expliqué que me liberaban en las juventudes del
Partido... La preocupación, desaprobación de mi madre... Ese gesto de rechazo
que le acompañó cuando, tras la muerte de mi padre, me fui a la guerra y la
abandoné... Recordé a mi padre como aquella estatua de arena de mi sueño. ¿Qué
hubiera pensado mi padre de todo aquello? ¡Qué sabía mi padre! "Necesidad
de una figura paternal", me había explicado el Ministro. ¡Yo no soportaba
la soledad! Y entonces pensé en Helena.
Saqué
la pistola. Pequeña, muy pequeña, pero letal. Apunté a Saúl. El coronel me miró
aterrado. Le odiaba. Quería matar a ese asesino. El Ministro sonrió.
¡Helena!
Se
sacrificó por mí... ¿Sólo por mí? ¿Por lo que estaba haciendo? ¿Qué estaba
haciendo? ¿Buscar a viejas momias? El Ministro tenía razón... Los viejos
dirigentes de la Ejecutiva
estaban muertos antes de que él los matara. Eran cadáveres en vida... Como
Verónica.
Verónica.
Me
acordé del primer día que vi a Verónica. La percibí tan luminosa, tan
inteligente, tan hermosa... ¡me deslumbró como un potente rayo de sol! Lo que veía
en ella: sabiduría, honor, principios, lucha, justicia... ¡Qué contraste con la Verónica enloquecida que
me había encontrado ahora! ¿Hubiera dado mi vida por esos dirigentes? ¿Se lo
merecían? La respuesta era evidente...
Pero no
sólo me había encontrado con los viejos dirigentes...
Con el
rabillo del ojo miré a mis amigos:
Melisán,
una niña sin infancia, forzada, degradada por hombres repugnantes aún más
degradados... Y sin embargo con una dignidad en sus ojos, consciente de que su
lucha es lo único que la eleva del pozo de miseria y barbarie que domina su
vida.
Sulem,
una joven mujer semita... Esclavizada por siglos de opresión, de mentiras, de
humillaciones. Y sin embargo, junto a sus hermanas, en el momento clave
demostró toda la fuerza y el valor necesario para hacer frente a su pasado, a
su tradición.
Roger, todo
su talento, toda su inteligencia y habilidad... Y está dispuesto a romper con
su clase social, que le podía garantizar una vida acomodada, y, sin embargo es
el que con más ahínco quiere reconstruir el Partido, su periódico por ejemplo...
Bruno.
¡Mi leal y querido Bruno! Un obrero toda su vida. Luchador incansable, en la
guerra sólo a su lado me sentía a salvo. Si fuera heterosexual me gustaría de
pareja... Leal, digno, sensible, dulce... Ha perdido a su esposa por culpa de
esta locura... Tiene un bebé, una niña, Alba como yo, esperándole en casa...
Pablo...
¡Pablo!
13.9
Aún
seguía apuntando a Saúl. Tenía muchas ganas de disparar sobre la maldita cara
de ese asesino.
- Tiene
razón Excelencia - volví a centrar la atención del Ministro, sin dejar de
apuntar a Saúl- en que los antiguos dirigentes bolcheviques estaban hace tiempo
corrompidos. Eran una losa... También es verdad que quiero matar a Saúl y que
la vida de mis amigos es muy importante para mí. Y que no me esperaba esto de
Pablo. La verdad...
Miré a
Pablo otra vez. Creo que fue entonces cuando supe realmente qué era lo que iba
a hacer, cuando me decidí finalmente. Lo que entonces pasaría, sólo confirmaría
mi decisión:
- Pero
también te equivocas en muchas cosas...
El
Ministro se mostró sorprendido. Estaba convencido de que yo iba a disparar
sobre Saúl.
Pero
entonces, sin previo aviso entró el oficial de nariz aguileña. Al Ministro le
disgustó la interrupción, pero comprendía que si se había atrevido a aparecer
era por algo importante. El oficial cruzó a mi lado rápidamente hasta la tarima
del Ministro, subió y le susurró algo al oído. El Ministro escuchaba sonriendo
levemente, pero era una sonrisa falsa, realmente no le gustaba lo que oía.
También mediante susurros le dio al oficial algunas instrucciones antes de que
abandonara el salón tan rápido como había entrado.
Los
ricachones de las pantallas de Número 1, que se habían mostrado contrariados
cuando el oficial de nariz aguileña había aparecido, se pusieron de golpe
bastante nerviosos. Parecían también recibir sus propios informes y algo
pasaba. Algo que para ellos no era bueno. Tres de ellos apagaron las pantallas
como si les urgieran otros asuntos.
El
Ministro se impacientaba. Se giró hacia Pablo y le hizo una indicación con la
mano. Pablo asintió. Preparó su fusil, quitó el seguro, lo levantó suavemente
apuntando en mi dirección y cuando me tenía en la línea de fuego...
- Te
equivocabas en muchas cosas, Excelencia –retomé la conversación consciente de
que el tiempo se agotaba-. Primero porque el Partido, y las ideas que el
Partido representan, están por encima de los individuos aislados. Puede haber
fracturas, divisiones o escisiones. Puede haber dirigentes corruptos, incluso
traidores. Pero el Partido y las ideas sobreviven a los individuos. Incluso me
sobrevivirán a mí misma tanto si muero de vieja como si traiciono la causa. Y
la prueba es que tus constantes planes para aplastar la revolución han
fracasado.
El
nerviosismo de los Número 1 se incrementó. Cuatro pantallas perdieron la señal.
Otras tres fueron apagadas.
- Segundo,
porque quiero a mis amigos. Les quiero ver vivos sí, pero ellos no me querrían
ver traicionando todo por lo que he luchado. Helena me dijo: “Si sobrevives, si
resistes, habrás ganado. Entonces mi sacrificio habrá tenido sentido. Confío en
ti”. Sé que antes preferirían morir que verme claudicar.
Y les
miré y comprobé que sonreían y que estaban los cuatro de acuerdo con mis
palabras.
Otras
cinco pantallas perdieron la señal. Otra se apagó sin más.
"Tercero...
No. En esto no te equivocabas.
Y
disparé una bala en la cabeza a Saúl, que cayó muerto al suelo.
- ¡Y
cuarto! - fue Pablo el que habló ahora y lo hizo mientras giraba su fusil hacia
el Ministro. Éste se encontraba contrariado, su rostro palideció. No se
esperaba semejante fracaso. Tenía miedo y sus ojos así lo confirmaban.
Se oyó de
repente lo que parecía una explosión. El impacto venía de fuera, pero era
intenso y todo vibró, además las alarmas se pusieron a sonar. Las luces dieron
paso a las luces de emergencia y las pantallas que aún emitían dejaron de hacerlo
definitivamente.
La
sacudida, que nos desconcentró, fue aprovechada por el Ministro para apoyarse
en la pared que tenía tras él y desaparecer tras un muro giratorio, justo a
tiempo para evitar ser alcanzado por una bala de Pablo.
Entraron
entonces varios soldados BAB que comenzaron a dispararnos. A duras penas Pablo
pudo contenerlos mientras yo liberaba a mis cuatro compañeros. Las tremendas
habilidades de Pablo nos permitieron controlar la sala en la que estábamos y la
sala contigua. Los demás nos armamos con las armas de los BAB caídos. Salimos y
comprobamos que el ascensor no funcionaba. Bajamos a prisa por una escalera de
emergencia. Nos cruzamos con unos funcionarios que trasladaban kilos de dosieres
e informes, supuse que a una trituradora.
-¿Qué
sucede? - les pregunté amenazándoles con las armas.
-
Primero ha llegado la noticia oficial de que ha caído el gobierno de Sumailati y
ha cundido el pánico. Entonces la noticia se filtró y ha estallado un motín en
Cáledon. Las BAB estaban demasiado desplegadas por toda la República y por toda la
ciudad como para ofrecer suficiente defensa a este edificio que es el centro de
las iras de la población enfurecida. Hemos pedido ayuda al ejército, pero parece
que se mantienen neutrales y en los cuarteles. ¡No nos hagan nada! ¡Nosotros
solo cumplimos órdenes!
- ¡Por
eso estáis tratando de destruir todo esto! - Exclamó Pablo señalando todos los
papeles que portaban y que ahora estaban en el suelo.
-¡Dejémosles!
- grité, y continuamos bajando.
Pronto
descubrimos que las BAB que custodiaban el edificio estaban acuarteladas en el
garaje, tratando de abrir un pasillo para escapar con sus vehículos y armas. No
sabíamos dónde estaba el Ministro, si había logrado escapar, o aún estaba por
allí. La planta baja estaba ardiendo - nos costó mucho atravesarla- y fuera
había miles de trabajadores y jóvenes armados. Habían improvisado unas
barricadas con mobiliario urbano y maderos, pales y otros restos sacados de las
obras. Las armas, por otro lado, las habían conseguido de los policías y las
BAB abatidos. Y de los desertores, que también los había.
Nos
asomamos temerosos a la calle, pensando que podrían tomarnos por enemigos y abrieran
fuego contra nosotros. Para evitar confusiones innecesarias, Pablo se quitó la
chaqueta del uniforme de las BAB y Bruno improvisó una bandera blanca con su
camiseta.
Salimos
con las manos en alto, pero tuvimos suerte: Bella, que formaba parte de la
barricada, nos reconoció y explicó quiénes éramos:
- ¡Es
el grupo de la Exiliada!
¿No los conocéis? ¡Bruno y su Red! ¡Estaban dentro retenidos! - Gritó.
- A
Bruno lo conocemos - dijo uno de los trabajadores insurreccionados, - ¿pero
quién es esa Exiliada?
- ¡Es
la Última Bolchevique! - Exclamó Pablo, a modo de respuesta.
-¡No! -
grité yo - Ya no soy ninguna Exiliada: Mi nombre es Alba Libertad, “la Leona”. Soy bolchevique sí,
pero no soy la última ni muchísimo menos.
- Hasta que no terminemos con todas las injusticias del
mundo, ¡todas ellas!, no habrá una última bolchevique. - Añadió Bella.
En esa
actitud triunfante, sobre una barricada gritando y animando a sus compañeros,
por fin supe a quién me sonaban esos ojos, por fin vislumbré a qué linaje
pertenecía la muchacha.
Pero
ahora eso daba igual. Teníamos una Revolución por delante. Ahora lo que tocaba era
continuar la lucha, ¡hasta la victoria!
FIN
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