Melisán me llevó a cenar a una taberna cerca del puerto. El antro estaba rodeado de basura y el olor a pescado podrido era demasiado intenso.
- ¿Por qué me traes aquí? - le pregunté.
- Hacen un pescado frito muy bueno y muy barato. Por desgracia Trotsky tendrá que esperarnos fuera.
Melisán se agachó frente a su perro para acariciarle, decirle que nos esperara y que estuviera tranquilo.
- Venimos aquí para que nos vean.
- ¿Cómo?
- Si no nos ven, todos estarán muy nerviosos pensando en dónde estás, qué estás haciendo, qué tramas... Estarían intranquilos y en guardia. Si te ven, estarán más relajados, más confiados. ¿Me entiendes?
- ¿No es peligroso?
- Y divertido.
Seguí a Melisán a dentro de la taberna. Trotsky, obediente, se quedó afuera.
Era un lugar oscuro y húmedo que apestaba a tabaco y alcohol rancio. Estaba repleta de estibadores borrachos, o en proceso de estarlo, todos bebiendo en grandes cantidades, sobre todo cerveza y ron. Aunque la mayoría se amontonaban en la barra, donde les atendía una cuarentona de pechos abundantes, casi todas las mesas estaban ocupadas. Al entrar, todos los ojos se habían girado hacia nosotras. Creí distinguir a alguno de los que me habían tratado de capturar antes de que llegara Khan. Melisán los ignoró y fue directa a una de las pocas mesas libres.
- ¿Qué quieres Melisán, lo de siempre? - le gritó la tabernera desde la barra.
- Yo quiero una cola sin, para mi amiga una cerveza y ponnos una de pescado frito que quiero que ella lo pruebe.
- Muy bien Melisán.
Todo el bar seguía sin quitarnos el ojo de encima. Yo estaba nerviosa, pero me senté en la mesa con Melisán, temiendo que pronto aquella tensión se transformara en bronca y pelea. La tabernera trajo las bebidas y en cuanto Melisán dio un primer trago a su refresco, todo el mundo volvió a sus asuntos, a beber y a charlar animosamente los unos con los otros como si nosotras no existiéramos.
- Veo que te has fijado en Charly - Me preguntó Melisán y, ciertamente, desde la mesa me había llamado la atención un tipo que no parecía un trabajador portuario. Vestía de traje y bebía vino. Elevó su copa y nos saludo.
- Es Charly Taunton o Taton o algo así. Es de la mafia foránea. Se dedica a envenenar los oídos de los trabajadores con sus promesas.
Mirando atentamente vi que al menos tres personas, además de Taunton llamaban por teléfono con sus móviles.
- Sí - me confirmó Melisán -. Ya todo el mundo sabe que estamos aquí.
La tabernera trajo el pescado. Tenía un aspecto grasiento e insano pero Melisán lo engullía con muchas ganas.
- ¡Qué aproveche señoritas!
Taunton se había sentado en nuestra mesa. Cogió un pescado y se lo llevó a boca, pero al olerlo puso gesto de asco y lo volvió a dejar en el plato.
- Ya sabrá quién soy Exiliada. Soy Charles Tantoun. – el mafioso hizo como un gesto de reverencia, pretendía aparentar unos modales de la que realmente, seguro que carecía.
- Sabía que era algo así, Tantoun, Taunton, Tontón - Melisán se divertía burlándose del mafioso. La sonrisa exagerada y forzada que le dedicó el mafioso a Melisán demostraba que no le sentaban nada bien los chistes sobre su apellido.
- Es Tantoun. Mi cofradía - continuó - desconoce que le ha podido hacer volver a la República a una veterana de la guerra como usted. Llevaba nueve años fuera. Seguramente las BAB estarían muy interesadas en usted y desde luego, a nosotros nos interesa tener amigos en las BAB -. Esa era la amenaza, ahora vendría su indulgencia y propuesta -. Pero nosotros somos gente sensata y pacífica, odiamos la violencia. Por eso estamos interesados en ayudarla. En ayudar a toda esta gente. Ya le habrán contado que sufren una opresión brutal por parte de unos desalmados mafiosos.
-¿Y qué son ustedes, en su cofradía?
Tantoun sonrió.
- Hombres de negocios, Exiliada. Y un negocio le propongo. Déjeme ayudarle a rescatar a sus amigos... ¡Se lo suplico! No le pido nada a cambio. Considérelo un gesto de buena fe por nuestra parte. Así podré demostrarle nuestras buenas intenciones.
-¿Qué es lo que quiere, señor Tauton?
- ¡Es Tantoun! - me corrigió irritado, como si estuviera perdiendo esos falsos modales que buscaba aparentar - Si nos ayuda a convencer a Khan de que nos entregue los documentos, le conseguiré papeles para todos su amigos y si así lo desea, un exilio dorado con todo cubierto lejos de paramilitares y BAB. Piénselo señorita.
Tantoun se levantó de la mesa y dejó una tarjeta con su número de teléfono. A continuación, seguido por dos hombres que debían ser sus matones, abandonó la taberna.
Guardé la tarjeta, aunque debería de haberla roto allí mismo. Reconozco que por un momento dudé. ¡Volver al exilio! Irme y escapar de todo aquello. Recordé la sensación que tenía de que mi llegada solo había provocado desgracias: el hospital, la muerte de Gloria... Recordé las duras palabras de Verónica y de Orestes.
Melisán interrumpió mis pensamientos. Me señaló la puerta: otros estibadores entraban en la taberna, pero en esta ocasión no eran simples trabajadores, venían acompañando a otros hombres: unos paramilitares armados.
- ¡Por fin algo de acción! – exclamó animada la chavalita.
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