- Dentro encontraremos a Karl Renó. Él nos podrá conseguir los papeles falsos - nos informó Pablo.
- Yo no puedo entrar en una discoteca Exiliada. Demasiado sonido, mucho volumen y mucha gente - me explicó Helena.
- Puedo ir sólo. No os preocupéis por mí. ¿Veis todas esas chavalillas? – Pablo señalaba a las adolescentes de la cola – Están deseando ayudarme. Pero aún no lo sabes.
- ¡No digas tonterías Pablo! – Exclamé un poco irritada – No cuestiono que estés acostumbrado a estos ambientes, pero en esta ocasión podría ser peligroso. Estamos hablando de la mafia.
- ¿Y qué pasa? – Pablo no se tomó muy bien mis cautelas -¿No crees que puedo cuidarme por mi mismo? Perdona, pero no soy un niño indefenso. Ya me has visto actuar.
- Me da igual. Iré contigo.
- ¡No pretenderás que me quede aquí solo con la asesina! - protestó Víctor.
- Puedes venir si quieres - le espeté.
- ¿A una discoteca llena de ruidos y adolescentes drogados? ¿Estás loca?
Me encogí de hombros y me despedí de Helena acariciándole el brazo. Ella asintió con la cabeza como si me confirmara que podía irme tranquila.
Pero tranquila no estaba.
Cruzamos la calle y Pablo se acercó a los porteros apartando a un grupo de muchachas jovencitas que revoloteaban buscando “pases V.I.P.”. A uno de aquellos gorilas le dijo algo al oído. Supongo que le preguntaría por ese tal Renó. Lo que fuera que le dijese fue útil porque nos dejaron pasar, para desesperación de los que hacían cola que protestaron en vano. Entramos para sumergirnos en los retumbes y vibraciones de la música, en el calor de los focos y el sudor de los asistentes.
Atrás quedaron Víctor y Helena. Silenciosos. Pendientes el uno del otro. Sobre todo Víctor estaba muy nervioso. Seguía sin fiarse de la ciega. A partir del momento en que Pablo y yo entramos en la discoteca, el anciano no dejó de mirar su reloj, como si el tiempo no transcurriera. Pasados unos instantes, Helena se apoyó en la furgoneta y se puso a golpear rítmicamente el suelo con su bastón como si siguiese el ritmo de alguna canción. A Víctor le pudo su curiosidad.
- ¿Escuchas la música que suena dentro? - le preguntó nervioso.
- Escucho... Noto las vibraciones.
- ¿Es verdad que ya no vas a matarme? – le preguntó como el que no quiere la cosa.
- Se lo he prometido a la Exiliada.
Volvieron a estar cayados durante un buen rato.
- ¿Por qué quiere matarte Saúl? - Fue Helena la que rompió por esta vez el silencio. Víctor se quedó pensativo por un rato.
- Porque él sabe quién soy - le respondió. Parecía que la pregunta de Helena le tranquilizó de golpe, como si revelara muchas cosas. Así que, visiblemente relajado se volvió hacia la furgoneta y se acomodó en el asiento del copiloto pensando incluso en dormir una siesta.
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