Me desperté al medio día. Necesitaba dormir. Fue un despertar dulce y caluroso, como si me retrotrajera al pasado, a mi adolescencia, a la paz y a la tranquilidad de un hogar. Me estiré en el colchón, los brazos, las piernas, bostecé a gusto… me permití el lujo de quedarme tumbada, mirando al techo, durante unos minutos. La luz del sol entraba por la puerta del container. Completamente relajada, notaba confortable su calor agradable de primavera mientras escuchaba los ladridos animados de Trotsky. El perro estaba jugueteando con Pablo. Gracias al animal, teníamos de regreso al dulce e inocente Pablo, despreocupado y sonriente. Melisán los miraba y se reía.
- Buenos días - me dijo la chiquilla al reparar que ya estaba despierta. Me dio grima al verla iluminada por la luz natural del día: Melisán estaba extremadamente delgada, casi cadavérica, enfermiza-. Si quieres puedes ducharte, aunque tienes que calentar agua y no importarte que te veamos desnuda. Para el retrete... ¡No hay retrete! Aunque aquí cerca hay un bar donde me dejan ir.
- ¿Qué edad tienes? – Le pregunté - ¿No eres muy joven para vivir sola?
- Vivo con Trotsky - Melisán parecía ofendida por mi pregunta - ¡Él me protege! ¡Y no me mires en plan, “pobre niña”! No soy ninguna cría: Ya he cumplido catorce años. - ¡Catorce años! - Anoche de no ser por mí, te hubieran cogido.
- Tienes razón Melisán, perdóname. Te estoy muy agradecida por todo.
- Khan quiere verte. Khan cuida de todos aquí en el puerto. Comeremos algo e iremos a verle. Después de anoche, la “disco” permanecerá cerrada durante unos días, así que mientras tanto, Trotsky y yo podremos cuidar de ti.
Recordaba el nombre de Khan de cuando estaba dormida, la voz que me resultaba familiar lo mencionaba, pero no quise molestar más a mi anfitriona.
Al primero a quien sirvió comida fue a Trotsky. Melisán sólo era feliz en compañía de su perro.
- ¿Donde conociste a Trotsky? – le pregunté.
- Lo encontré siendo bebé.
- ¿Cómo le pusiste ese nombre?
- Porque se llama Trotsky. ¿A que sí cariño? - le decía Melisán a su perro mientras le acariciaba, como si se tratara de un niño pequeño que te comprende y te ríe las gracias. Pablo le acompañaba en sus caricias y carantoñas.
- No sabía que te gustaban tanto los perros. – le dije a Pablo.
- Desde muy chico - me respondió.
Nos sentamos a la mesa. Melisan nos sirvió arroz. La cantidad que posó en su plato era ridícula. Me sentía algo incomoda por su extremada delgadez y poco apetito, pero no me atrevía a decirle nada al respecto por miedo a meter la pata.
- Deberías de comer más Melisan. Estás muy delgada.
- ¡Te invito a mi casa y ya te crees mi madre! - el genio de Melisán era imposible, sin embargo se dio cuenta de mis buenas intenciones y se tranquilizó. Creo que incluso le agradó mi interés por su salud - Renó me exige estar delgada. Es mejor para los clientes.
Me horroricé pensando en esos clientes. No quise indagar más. Aquella discoteca, el repulsivo Renó… Me vino a la mente la joven Bella soportando a Verónica... Yo en cambio había disfrutado de un hogar familiar lleno de amor. No tenía ningún derecho a juzgar a aquella muchacha.
Después de comer dejamos el container y junto al infatigable Trotsky, Melisán nos acompañó a ver a Khan.
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