¿Y ahora qué?
Volvimos a la barra, siempre bajo la atenta mirada de los matones de Renó, y el camarero nos puso otros dos cubatas. Pablo -que seguía sin ser capaz de mirarme a los ojos- procedía a beber cuando le detuve con el brazo.
- Esto no es seguro Pablo, deberíamos irnos.
- ¿Qué importa eso ahora...? - Estaba abatido, lloroso...
- Pablo, por favor...
- ¡No me llames Pablo! ¡Pablo no existe! Soy Laso.
- Laso, Pablo... ¡Qué importa! Tenemos que irnos.
Pero Pablo no reaccionaba. Estaba inmerso en su autocompasión. Se ahogaba en sus propios monstruos, en sus propias pesadillas interiores. El alcohol y el cansancio… tampoco ayudaban.
- ¡Pablo escúchame! No me fio de Renó. Mencionó una recompensa. Nuestra cabeza tiene precio y en estos momentos, seguro que vienen a por nosotros. ¡Tenemos que largarnos de aquí cuanto antes!
No sabía muy bien qué hacer. Allí seguían aquellos matones vigilándonos. ¡Pero teníamos que irnos allí! Agarré a Pablo y tiré de él hacia mí, con la intención de espabilarlo, de hacerle reaccionar, pero entonces, un montón de adolescentes se abalanzaron sobre la barra del bar empujándonos y apartándonos de allí, lejos de los matones de Renó.
***
Helena se sobresaltó. Continuaba vigilando junto a la furgoneta, en frente de la entrada principal de “Infierno”. Estaba nerviosa porque creía que Pablo y yo tardábamos mucho en salir. Cada minuto que pasaba estaba más convencida de que dentro había pasado algo. Y entonces escuchó las ruedas frenando de un vehículo grande y potente, probablemente un todoterreno o algún vehiculo similar. Efectivamente, se trataba de un todoterreno muy grande que, tras aparecer a gran velocidad, bruscamente se paraba ey n frente de la discoteca.
Helena en seguida sospechó. Llamó a Víctor para que se despertara de su siesta, mientras escuchaba como las puertas del todoterreno se abrían y al menos seis personas robustas y con botas militares se bajaban. Víctor abrió lentamente los ojos, pero lo que vio pronto lo desperezó: los paramilitares dispersaban a empujones y guantazos la cola de adolescentes a la puerta de “Infierno” y, escoltando a Número 2, pasaban al interior.
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