- No me gusta nada la idea de ir al centro de la ciudad - dijo Víctor. – En las barriadas obreras estaremos más a salvo.
- Pero necesitamos ese papel para turistas. Ya escuchasteis al policía - respondió Pablo.
- Los papeles de Davenport han sido útiles frente a un agente lleno de rutina y sobresaturado de trabajo –argumentó el anciano-, pero corremos el riesgo de que a los funcionarios de turismo no les podamos colar la originalidad de la familia Austin. Además, a estas horas la oficina estará probablemente cerrada, o apunto de cerrar.
- Vale... Es muchísimo mejor que nos detengan por la calle por no tener ese maldito papel y entonces tengamos que tratar con otro tipo de funcionarios.
- ¡A mi no me preocupa ese maldito papel! - Helena interrumpió la discusión entre Pablo y Víctor. – No deberíamos ir al centro.
- ¿Qué sucede Helena? - pregunté ansiosa por demostrarle a Helena mi interés en sus pensamientos.
- Esta ciudad huele a sangre. ¿No lo notáis? Quizás es un presentimiento y nada más, pero no nos espera nada bueno en el centro. Y mirad, vosotros que podéis, la hora que es. ¿Qué oficina está abierta a estas horas?
- ¿Presentimientos? ¡Tonterías! - gruñó Víctor -. Pablo tiene razón: Necesitamos ese maldito papel. Pero ahora no lo conseguiremos. Nos queda dinero. Busquemos una pensión en una barriada obrera y pasemos allí la noche. Mañana veremos qué hacemos.
Nos desviamos de las calles que nos llevaban hacia el centro de Tímberlane y callejeamos por un barrio obrero buscando una pensión. No encontrábamos nada y a nuestro alrededor la noche caía y las calles se despoblaban. Por contra, la presencia policial en la calle se hacía cada vez más notable. Los coches patrullas se dejaban ver incluso en los rincones más abandonados por donde buscábamos.
Por fin, tras muchas vueltas encontramos una pensión que más bien parecía un picadero de la prostitución: un edificio en ruinas, un letrero de neón estropeado y la segura presencia de ratas y cucarachas.
-¡Ey! ¡Me gusta! - exclamó en broma Pablo - ¡En este sitio rememoraré mi último ligue! ¡Me sentiré como en casa!
Y es que era un sitio realmente infame, pero fuimos a preguntar de todas formas. No tuvimos suerte, incluso en un sitio así exigían los dichosos papeles.
- Sin los papeles de la Oficina de Turismo no me puedo arriesgar a alojaros - nos dijo el recepcionista.
- Pero si aquí sólo vienen putas y sus clientes - protestó malhumorado Víctor.
- Puede que tenga razón el señor - le respondió el recepcionista sin inmutarse -, pero al menos ellas tienen papeles.
Nos fuimos porque era evidente que de allí no íbamos a sacar nada en claro. Ya era completamente de noche. El alumbrado nocturno era escaso y funcionaba mal. Habíamos aparcado cerca de la pensión, volvimos hacia la furgoneta.
- ¡Salgamos de la ciudad! Ya volveremos mañana - propuso Helena.
- Los controles de salida eran mucho más rigurosos que los de entrada – recordó Pablo también preocupado.
No nos dio tiempo de montarnos en la furgoneta. Una patrulla de policía se detuvo a nuestra altura. Los agentes se bajaron del coche y se nos acercaron.
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