Había muy pocos mamones. Jhan en todos sus años en el cuerpo apenas había tratado con uno de ellos cuando no era más que un agente patrulla en un barrio marginal.
Se trataba de un mamón joven, un carterista de poca monta que se equivocó de objetivo: intentó robar a un ciudadano al que confundió con un turista perdido lejos del centro de la ciudad. "Sería estúpido! " Jhan se enojaba con solo recordar aquella anécdota. Robó al ciudadano, pero resultó que no era un turista. Era todo un cónsul de los ciudadanos que con sus matones troglos recorría los arrabales de la ciudad buscando muchachas compatibles - sobre todo niñas majaderas en el caso de los ciudadanos - a las que secuestrar para violar y asesinar. La policía local lo sabía y hacía la vista gorda a cambio de una comisión, pero el mamón, o era un zoquete integral, o iba puesto de drogas hasta arriba.
En cualquier caso logró robar al ciudadano, pero recibió su merecido, primero de los matones, luego de Jhan y su compañero, enviados por la comisaria para poner orden. Jhan recordaba que los mamones eran blandos y que tenían la sangre intensamente roja. Ahora lo podía volver a ver.
"Son pocos y siempre terminan en líos -pensó Jhan-. Si uno fue capaz de robar a un ciudadano, ¿por qué no iba este a matar a un lord? Quizá por eso son tan pocos". Este último pensamiento le hizo gracia, pero decidió desecharlo para volver a comportarse como el detective objetivo que le gustaba ser.
Jhan se rascó con su gran uña y pensó en cómo abordar el interrogatorio.
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