El reloj avanzaba más lento que nunca. Los minutos y segundos transcurrían eternos como si el universo entero estuviera detenido. Así lo sentía Pit. Ardía en deseos de irse, de correr junto a su hermana. También de ponerse a salvo. Si habían detenido a Yon era muy posible que pronto se presentara en el trabajo algún policía.
Estos pensamientos eran peligrosos manejando una taladradora. No está preparada para ser utilizada por un mamón y solo la imponente fuerza física de Pit permitía que pudiera ejercer la profesión de minero. Pero con la cabeza distraída, preocupada, estuvo en varias ocasiones de provocar un accidente laboral. O sonaba pronto el silbato o terminaría por provocar una desgracia.
Sus compañeros, casi todos majaras, panchos o troglos, se imaginaban el calvario por el que tenia que estar pasando Pit con su hermano entre rejas. Restaban importancia a los errores de Pit y trataban de animarle y ayudarle, pero era inútil: lo que necesitaba Pit era que el silbato tocara cuanto antes.
Por fin llegó la hora de salida. Pit ni siquiera se aseo: mudó su mono de trabajo por ropa de calle y corrió fuera del Complejo. Estaba convencido de que si la policía no se había presentado en el trabajo era porque le esperaban a la salida. Al menos así se reencontraría con Yon.
Pero fuera del complejo no estaba la policía, solo su amigo Gloob, esperándole.
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