La población de la República se despertaría esa mañana con la noticia, horrible, de la matanza del hospital Luís Cruz de Cáledon. En todos los canales de televisión, emisoras de radio, internet… distintos periodistas y comentaristas, cada uno con su matiz, relatarían una masacre que tenía que recordar a todo el mundo las crueldades de la guerra. Con lágrimas en los ojos, los tertulianos rendirían tributo merecido a aquellos inocentes muertos, doctores y enfermeras que hasta entonces cumplían una gran función salvando vidas; a los pacientes y sus familiares, obreros mayoritariamente, cuyo único delito era estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado… Pero también achacarían estas muertes a los bolcheviques, responsables de una guerra civil y que ahora seguían cometiendo asesinatos indiscriminados. En esos debates, el periodista sensato, aquel de voz contundente y discurso rotundo, exigiría indignado más seguridad, exigiría con firmeza que se hiciera pagar a los asesinos por semejante brutalidad. Se oirían aplausos, muy probablemente reales, porque entre el público estaría presente algún conocido o familiar de alguna de las víctimas. ¡Qué ruin es jugar con los sentimientos de la gente!
***
Hace ya nueve años que yo había emprendido el camino del exilio. En aquellos días me encontraba vacía, exhausta. Tenía que huir, abandonarlo todo. Pero los problemas habían empezado mucho antes:
El 8 de febrero del onceavo año de la República dio comienzo a la guerra entre las Potencias Fascistas y nuestro país. Las Potencias Fascistas invadieron el territorio fronterizo causando verdaderos estragos. Ciudades enteras fueron arrasadas, destruidas. Los fascistas llevaron a cabo un autentico genocidio, exterminando a semitas, negros, orientales y bolcheviques.
Por aquel entonces la República estaba muy desprestigiada y en crisis. Los antiguos gobiernos socialdemócratas que habían sucedido a la Monarquía habían colapsado y nuestro partido estaba ganando muchísima autoridad y militancia. Dirigíamos a los batallones obreros más importantes, los núcleos fabriles eran bolcheviques y en casi todas las provincias y estados agrupábamos a la mayoría de la juventud. Antes de que estallara la guerra, el debate en nuestra organización era cómo prepararnos para tomar el poder. Mucho años después, durante mi estancia en el exilio, entre los refugiados se sucederían interminables debates académicos en los que discutíamos hasta qué punto el gobierno republicano había favorecido la invasión fascista para aplastar nuestro creciente poder. ¡Qué pandilla de inútiles impotentes éramos en el exilio!
Pero volvamos a la guerra. Fuera por una causa o por otra, era un hecho y los bolcheviques no supimos responder unidos. La mayoría del Comité Central quería tiempo para decidir qué hacer. Decían que teníamos que tener paciencia y que el gobierno iba a caer de un momento a otro. Argumentaban que los militares republicanos simpatizaban con los fascistas y que la guerra era un pretexto para suprimir los derechos democráticos y aniquilar el Partido bolchevique.
No todos podíamos sentarnos a esperar y discutir y discutir, mientras los fascistas asesinaban a las familias obreras de las zonas fronterizas. Jaime era un destacado dirigente del CC. Era joven, pero con experiencia, bastante nivel teórico – o eso pensábamos los que aún éramos más jóvenes que él- pero sobre todo, muchísimo carisma y autoridad. No autoridad en el sentido de autoritario… sino en el sentido de que le respetábamos, le escuchábamos y, llegado el momento, muchos le seguiríamos.… Ahora pienso que quizás era demasiado impulsivo y un poco arrogante. El caso es que Jaime se opuso a los planteamientos de la mayoría del CC.
Jaime propuso organizar milicias bolcheviques y que nos lanzáramos a la lucha contra los fascistas. A su favor estaba que, por un lado, muchísimos obreros, sobre todo los jóvenes, ingresaban como voluntarios en el ejército republicano para luchar contra la invasión fascista. Por otro lado, ya existía un embrión de milicias bolcheviques en los comités de huelga y en los comités de autodefensa que teníamos repartidos por toda la República. Jaime defendía que si no hacíamos nada no solo la autoridad del gobierno podía aumentar en contra nuestra, sino que incluso no estaba descartado que los fascistas ganaran la guerra. Y entonces ya no habría nada que hacer; los fascistas nos destruirían como habían hecho en sus respectivos países.
La mayoría contraatacaba diciendo que organizar y lanzar milicias para la guerra, aunque formalmente fueran independientes, en la práctica suponía sostener al gobierno o llegar a algún tipo de acuerdo con los militares republicanos. Además, tal acción nos iba a debilitar en la retaguardia ahora que estábamos tan cerca de tomar el poder. Según ellos, lo mejor era centrarnos en preparar, en las zonas no ocupadas por los fascistas, una insurrección en fecha no determinada pero próxima, que terminara con el gobierno derrotista. Solo con un gobierno bolchevique, decían, se podría lanzar una guerra revolucionaria contra el fascismo.
Para toda una capa de jóvenes como yo, la mayoría de la juventud del Partido, a decir verdad, con menos formación y con más ímpetu e impaciencia, la posición mayoritaria nos parecía cobarde e inaceptable. ¡No podíamos permitir que los fascistas continuaran masacrando a miles de inocentes! Todos sabíamos lo que había pasado en los países donde había triunfado el fascismo: como la barbarie había ahogado países antaño civilizados. Seguimos a Jaime, rompimos la disciplina y formamos milicias con las que luchar con el fascismo. ¡Aún recuerdo nuestro ardor guerrero! Nos lanzábamos a una guerra revolucionaria que derrotaría a las potencias fascistas y a la burguesía republicana. Sin embargo, la guerra es una dura escuela. Muchos camaradas encontraron la muerte, la mutilación…
Tres años de lucha y muerte consiguieron una precaria paz con las Potencias Fascistas. El papel de nuestras milicias había sido determinante, porque el ejército republicano estaba al principio de la guerra desintegrado, desmoralizado y regido por generales derrotistas, dispuestos a pactar con los fascistas. Las milicias de Jaime organizaron a los obreros, los jóvenes estudiantes y a los campesinos, pero también a los soldados republicanos que no querían perder la guerra. Así que, gracias a Jaime, ganamos y las tropas invasoras se retiraron.
Pero los fascistas dejaron tras de sí un país en ruinas y agotado. Durante la guerra el prestigio de Jaime aumentó, pero también la organización y fuerza del gobierno republicano. Muchos militares que al principio de la guerra habían buscado un entendimiento con los fascistas, ocupaban ahora destacados puestos en lo más alto del aparato de Estado. Mientras tanto, y paulatinamente, el gobierno había aprovechado las circunstancias de la guerra para anular, de manera temporal decían, numerosos derechos democráticos: libertad de reunión, de propaganda, de huelga... ¡Era el momento de la guerra! ¡Toda la República tenía que estar unida! Decía la propaganda oficial.
Como la mayoría del CC, aunque formalmente era la mayoría del partido, había perdido a sus destacamentos más aguerridos y dinámicos, en la retaguardia los obreros se encontraron indefensos, con sus mejores elementos desangrándose en el frente. Por supuesto aquella insurrección de la que los viejos cuadros del Partido hablaban nunca produjo.
Jaime creyó entonces que la inmensa mayoría de sus milicianos, de los antiguos bolcheviques e incluso de los soldados republicanos le seguirían ahora en una nueva guerra contra un gobierno republicano cada vez más parecido a los fascistas contra los que se había luchado. Pero no fue así. Las milicias estaban exhaustas y desangradas, el gobierno estaba preparado y organizado y pronto descubriríamos que recibía ayuda de los antiguos enemigos, las Potencias Fascistas. Comenzó una guerra civil en la que veríamos un espectáculo aún más deplorable y vergonzoso: una facción de la antigua mayoría bolchevique no dudaría, por despecho, traición o a saber el motivo, en ayudar al gobierno para luchar contra Jaime. Hasta ese extremo llegó la división y la locura.
Y en este punto fue en el que yo no pude más. Dejé a Jaime, como hicieron muchos otros y me fui al exilio tras reunirme con lo que quedaba del viejo Comité Central y ser formalmente expulsada del Partido Bolchevique.
Jaime era el héroe del pueblo, pero el pueblo estaba cansado y desmoralizado, así que, tras otros tres años de guerra, el gobierno republicano derrotó, destruyó a los rebeldes. Lo que siguió os lo podéis imaginar: ruinas, miseria, represión y un gobierno 'republicano' que en muy poco se parecía a la antigua monarquía o a las vecinas Potencias Fascistas.
Jaime era el héroe del pueblo, pero el pueblo estaba cansado y desmoralizado, así que, tras otros tres años de guerra, el gobierno republicano derrotó, destruyó a los rebeldes. Lo que siguió os lo podéis imaginar: ruinas, miseria, represión y un gobierno 'republicano' que en muy poco se parecía a la antigua monarquía o a las vecinas Potencias Fascistas.
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