Quizás convenga que ahora os cuente lo que estaba pasando afuera. En ese momento yo no lo sabía, pero luego pude atar cabos:
Efectivamente se trataba de un hospital de Cáledon, pero uno relativamente nuevo situado en las afueras de la ciudad. El hospital había sido tomado por una fuerza paramilitar que mantenía al personal, pacientes y visitantes retenidos como rehenes. La policía acordonaba el edificio.
El comisario Santos era rechoncho y grasiento y parecía más un chupatintas que un sabueso. Sin embargo tenía mucha experiencia a sus espaldas y de joven había sido ágil y atlético. La edad y los donuts habían causado estragos, pero no habían atrofiado sus instintos: “¡Aquello era muy raro!”
Los terroristas – reflexionaba Santos- habían tomado militarmente el edificio. Iban muy bien equipados. Con mucha facilidad habían reducido a la seguridad del hospital y todos los rehenes, personal médico, trabajadores, pacientes y visitas, se hacinaban en la planta baja, de rodillas y con los brazos cruzados detrás de sus cabezas. Pero no había ninguna reivindicación, ninguna exigencia. Los grupos anarquistas siempre pedían la “liberación de todos los presos” o incluso la “disolución de la República”... Eran niñatos de familia bien y después de su heroica acción se rendían y eran rescatados por sus padres, destacados miembros del Partido Demócrata-Republicano. Los ladrones eran más realistas: pedían un rescate y refugio en el extranjero... Los bolcheviques reales, los de verdad, no actuaban desde el final de la guerra, a pesar de que siempre que había algún problema, real o imaginario, se le llamaba ATB, “Amenaza Terrorista Bolchevique”. Al gobierno le interesa mantener el recuerdo de los “bolches”, pensó el policía.
Y es que con el ataque al hospital en el Ministerio Especial de Pacificación estaban de enhorabuena. Una verdadera acción terrorista era idónea mantener la tensión, el miedo y la presencia policial y militar en toda la República. Desde antes que terminara la guerra, las ATB fueron en su día la escusa oficial del gobierno para establecer el Estado de Emergencia Republicano, es decir, la dictadura policíaco-militar bajo apariencia democrática que aún se mantenía. Daba igual que los paramilitares del hospital no fueran bolcheviques. De hecho, la mayoría de las veces que se decretaba una ATB, los únicos que ejercían violencia eran los agentes del gobierno.
En esta ocasión los paramilitares sí eran realmente terroristas y no se trataba de una huelga, una manifestación o un motín, pero aunque oficialmente se trataba de una ATB, el policía al cargo tenía muy claro que aquellos hombres, uniformados de negro y armados con automáticas, no eran, ni muchísimo menos, bolcheviques. Todos los llamamientos de la policía a negociar, a liberar rehenes, a conocer sus reivindicaciones fracasaban... Porque parecía que no querían nada. Sólo esperaban dentro del hospital.
Con el paso del tiempo, la policía especial se impacientaba y exigía asaltar el edificio. Santos, temiendo por los rehenes, logró contenerles, pero tarde o temprano tendría que dejarles actuar, aunque eso significara una matanza.
En dos ocasiones la electricidad del edificio se fue. Desde dentro exigieron que se reanudara el servicio o matarían a rehenes. ¡Pero la policía no tenía nada que ver con el corte del suministro! La compañía eléctrica aseguraba que el fallo era interno, de dentro del hospital.
Con el primer corte, los paramilitares cumplieron sus amenazas. Asesinaron a dos rehenes en el mismo vestíbulo del hospital. Cundió el pánico y la policía especial exigió intervenir. Santos iba a darles autorización cuando volvió el suministro eléctrico. Los paramilitares se tranquilizaron por un momento.
Pero pasados unos minutos la luz volvió a cortarse. Dentro del hospital mataron a otro rehén (ya había tres muerto) y amenazaron con asesinar a otros cuatro si no se restablecía el servicio de inmediato.
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