Santos sospechaba que si los paramilitares habían tomado el hospital era porque buscaban una presa y se encontraba dentro: ¿un trabajador? No era probable, para qué “liarla” en el hospital pudiendo actuar con más tranquilidad cuando terminara su jornada y volviera a su casa. ¿Una visita? Tampoco, por el mismo razonamiento. La única opción era que se tratara de alguien ingresado. Si esos paramilitares buscaban a alguien ingresado tenían que cogerlo de dentro del hospital antes de que se anticiparan las BAB o simplemente le dieran de alta y se esfumara.
Era un paciente.
Lo primero que intentó Santos fue indagar qué había sido de los archivos del hospital. Tal y como suponía estaban completamente calcinados. Sin archivos no había forma de saber quiénes habían sido recientemente ingresados.
Probó con interrogar a algún superviviente: ese camino estaba bloqueado. Los pocos supervivientes estaban recluidos por orden de las BAB. Si Santos hurgaba ahí, su amigo el coronel pronto finiquitaría la investigación.
El comisario se topó entonces, por casualidad con una pista. Sentado en una cafetería oscura y sucia, mientras tomaba, para variar, su enésimo trago de whisky, se fijó en lo que emitían: un programa repasaba un accidente sucedido hacía dos días en una autopista. Lo que llamó la atención de Santos era que el reportaje mostraba imágenes del accidente -un autobús- y en éstas se veía al fondo de la imagen, muy cerca del lugar del siniestro, el hospital antes del ataque, aún entero y en funcionamiento.
Aquel autobús había sufrido una extraña explosión interna, el conductor y algunos pasajeros habían muerto y había numerosos heridos. Santos pensó que estando cerca el hospital sería probable que trasladaran allí a los heridos... Era una posibilidad de tantas, que el prófugo viajara en aquel autobús, pero otro dato lo hacía aún más probable: el autobús venía de la frontera exterior de la República.
En ese caso, tenían que haberle ayudado a pasar la frontera, probablemente con papeles muy bien falsificados. Dos ayudas: En la frontera y en el hospital. Y probablemente quién le ayudó en la frontera pertenecía al mismo grupo que la persona que le había ayudado en el hospital. Si no eran incluso el mismo sujeto.
La mafia de Davenport arreglaba papeles. Eran muy buenos en su trabajo. Utilizaban identidades reales de gente del interior, de las zonas más aisladas y rurales de la República donde el personaje usurpado nunca sospecharía nada. Si los papeles se habían conseguido en Davenport, era relativamente sencillo que los paramilitares se hubieran enterado de la llegada de su presa.
Santos recurrió a su red de confidentes. Eran chivatos, criminales en libertad condicional, prostitutas y chulos con quien negociaba favores, pillos de bandas rivales... Se pateó tugurios mientras bebía más y más whisky y se entrevistaba con escoria social.
Así a través de un traficante de drogas de poca monta con contactos con la mafia de Davenport, descubrió que precisamente gente de la mafia buscaban a una antigua bolchevique exiliada que había cruzado la frontera de regreso a la República. Al parecer había “peces gordos” implicados en la captura de esa mujer y estos “peces gordos” habían buscado un grupo muy preparado de mercenarios para cogerla con vida. Para qué la querían lo ignoraba. Quizás llegar a algún acuerdo con el gobierno, intercambiando presos, favores mutuos…
Acudió a otro de sus confidentes, el dueño de un bar de mala muerte donde había peleas ilegales y donde se podía buscar el servicio, siempre a través de intermediarios, de mercenarios para trabajos complicados: asesinatos, robos a fincas vigiladas, secuestros… No fue fácil, tuvo que presionarlo con métodos poco legales, pero tras amenazas, golpes y desperfectos en el establecimiento el confidente le contó, tembloroso, que el temible Número 2, mercenario al servicio de Número 1, estaba en Cáledon buscando a la bolche.
Número 2 era un bicho gordo. Muy gordo. Era el único que sabía quién era el Número 1, el cerebro invisible de un poderoso grupo que iba mucho más allá de la mafia de Davenport: drogas, armas, sexo, blanqueo de dinero a gran escala, tentáculos en el sistema financiero, inmuebles, corporaciones industriales… ¡Peligroso! ¡Muy peligroso! Tanto o más que las propias BAB. Si Número 2 quería capturar a la exiliada, estaba claro que aquella bolchevique valía su precio en oro. Santos seguía la pista correcta.
Pateando más tugurios y presionando a más confidentes el comisario también averiguó que las malas lenguas relacionaban a Número 2 con el accidente del autobús. También la pista terminaba por llevarle al hospital.
También descubrió que en Caledón funcionaba una precaria red que ayudaba a cruzar la frontera. A través de varios contactos con la mafia de Davenport, la red conseguía los famosos papeles falsos con identidades reales para así introducir a sus clientes en la República, o sacarlos en caso de que estuvieran perseguidos por la policía. La red parecía coordinada por unas gemelas jovencitas, hijas de milicianos rojos. Eran escurridizas y difíciles de capturar. Contaban con varios pisos francos y simpatizantes en los barrios obreros de la ciudad. La policía las buscaba por contrabando, acusadas de tener vínculos con la mafia. Santos pensó que era demasiado complejo para dos chicas jóvenes con poca experiencia. Para él estaba claro que detrás de ellas tenía que haber alguien más experimentado y lo suficientemente listo como para pasar completamente desapercibido.
A continuación, una joven prostituta le relató a Santos como aquella red había logrado el reencuentro entre una colega suya y su padre huido al exilio con la guerra. Y otro soplón le confirmó que en esa red había un confidente de las BAB. Quizás por eso esa red era tan escurridiza y difícil de detectar y capturar: ¡una trampa a la espera de que regresara la bolche!
Y llegamos a la tarde en que tenía que celebrarse la asamblea, cuando Santos recibió una llamada telefónica del oficial de nariz aguileña que trabajaba para el coronel Saúl: Sabían que había estado entrometiéndose. Ya decidirían que hacer con él. Pero ahora le requerían junto a un número suficiente de patrullas a su mando para desmantelar una célula bolchevique.
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