Antes de relatar lo que sucedió en la asamblea debería de explicaros las investigaciones que siguió el comisario Santos, aquel rechoncho policía sobrepasado por los acontecimientos del hospital.
Como recordareis, Santos se vio en la penosa situación de relatar a los periodistas la versión oficial de aquellos acontecimientos, siguiendo el guión que le había entregado las BAB. El comisario era perro viejo. Sabía de sobra que todo aquello no eran más que patrañas. Además su instinto le decía dos cosas: que los paramilitares que habían tomado el hospital no eran bolcheviques y, lo más importante, que ni capturar a los paramilitares, ni rescatar a los rehenes era el objetivo de las BAB.
“¿Qué importaba todo aquello?”, pensó. Santos estaba a punto de jubilarse. Nunca había simpatizado con los bolcheviques, ni siquiera con los antiguos socialdemócratas, él era fiel amigo del orden, pero se consideraba sinceramente republicano y... Tenía dudas de que engañar de aquella manera fuera propio de republicanos.
¡Y estaba a punto de jubilarse!: Le esperaba una pensión, nada del otro mundo, es verdad, lo justo para mal vivir. Tenía pensado dejar Cáledon y volver a su pequeño pueblo del interior y allí plantar tomates y sobre todo pimientos, que le encantaban. ¿Para qué complicarse la vida entonces?
Pero Santos era un sabueso y nada encajaba. Cuando los bomberos se lo permitieron, recorrió las ruinas del hospital. Como era comisario nadie dijo nada, pero sabía que estaba contradiciendo una orden del Ministerio Especial de Pacificación. Zonas enteras del hospital habían ardido. Las BAB habían ordenado aplicar un fuego, purificador decían, en todo el edificio. No obstante, muchos espacios, construido con caros materiales de seguridad, habían resistido las llamas.
Según sus investigaciones, había cadáveres en otros dos lugares aparentemente sin relación con la batalla entre paramilitares y militares de las BAB, con civiles rehenes en medio, de la planta baja. Allí se concentró la matanza, entonces, ¿qué hacían los cadáveres de paramilitares y militares en los sótanos, en la lavandería del hospital y cerca de una salida a los alcantarillados? Y lo más sorprendente: otros dos paramilitares en el antiguo pabellón psiquiátrico.
De los cuerpos del pabellón psiquiátrico se enteró de casualidad, al escuchar a un oficial de las BAB que organizaba la retirada de los cadáveres. El oficial protestaba porque los cuerpos no eran más que un montón de cenizas y decía no estar en ese oficio para utilizar escobas y barrer. Sus hombres asentían riéndose… a Santos le indignó la frialdad con la que aquellos agentes del Estado se referían a dos cadáveres humanos.
También le llamó la atención otro “detalle”: un helicóptero se había posado en la azotea del hospital y poco después se había marchado. No era del ejército y, desde luego tampoco era de la policía. Las BAB se desentendieron de este transporte aéreo, como si no les importara, y las patrullas aéreas de la policía local pronto lo perdieron de vista.
Santos trató de visitar el pabellón psiquiátrico. Estaba bastante afectado por las llamas, al parecer el fuego se había avivado en contacto con los productos de limpieza de un armario de servicio. Apenas quedaba nada, pero sus ojos de detective le ayudaron a encontrar algo interesante: unas esposas de metal. Los psiquiátricos tenían fama de usar métodos medievales, pero ¿esposas?
De vuelta a su despacho, una oficina repleta de papeles, carpetas y con una botella de whisky medio vacía - para Santos siempre medio vacía - trató de encontrar un sentido a todo aquello. Tres vasos de whisky después formuló una atrevida hipótesis: los paramilitares retenían a alguien a quien querían sacar del edificio, probablemente en el helicóptero. Esta persona también era el objetivo de las BAB. “Poco le importaba a aquel condenado coronel las vidas inocentes”, pensó Santos. Pero esa persona… debió escapar de unos y otros, sin duda ayudada.
Y comenzó a pensar en quienes podían estar ayudando a aquel prófugo, es decir, quienes me estaban ayudando a mí.
Pensó también en su futuro cultivo de tomates y pimientos... “Al diablo” se dijo. Y abandonó su oficina para patearse una vez más las calles.
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