El anciano era misterioso. Parecía afable y sereno, pero a la vez críptico, enigmático… Ante “ellos” se hacía pasar por un tal doctor Hierba. ¿Ante quienes? Decía haberme rescatado de un accidente, ¿en el autobús? Sabía de mi pasado con Jaime...
Pero lo primero es lo primero. Luego volvería a por el anciano. Me aseguré de no oír nada al otro lado de la puerta y la abrí con suavidad. Lo justo para asomar la cabeza. Miré a un lado y a otro. Sólo un pasillo oscuro. Por fin salí, cerrando la puerta tras de mí.
Camillas y sillas de ruedas abandonadas por el pasillo. Oscuridad, silencio… Me acordé de una película de terror que había visto de niña. Una escena transcurría en un hospital abandonado: al paciente, inmovilizado en una camilla, misteriosos enfermeros, a los que nunca se les veía el rostro, le hacían recorrer unos pasillos cada vez más lúgubres… directo hacia el infierno. Aquel pasillo revivió en mí la misma sensación nerviosa, mezcla de tensión y temor, que había sentido viendo la película.
Al fondo del pasillo había otra ventana con barrotes. En el otro sentido una puerta que unía aquella zona con el resto del edificio. A ambos lados, otras habitaciones cerradas. Sigilosamente me deslicé hasta la ventana. Desde ahí la perspectiva era más clara que en mi habitación: Estaba en un complejo hospitalario formado por varios edificios. No lo conocía, aunque hacía muchos años que no pisaba Cáledon... Si es que allí me encontraba. Fuera había numerosos coches patrulla y camiones blindados de la policía con sus características luces rojas y azules. Parecía que acordonaban el edificio.
Me volví sobre mis pasos para acercarme a la puerta de salida, pero a mitad de camino escuché como su manilla gemía y comenzaba a girarse. Alguien abría la puerta desde afuera. Pensé primero en esconderme bajo una camilla, pero con el rabillo del ojo vi una pequeña puerta de servicio a mi derecha que estaba entreabierta. Reaccioné con rapidez. Mis reflejos, desentrenados por el exilio, no estaban tan atrofiados como me había imaginado. Me dejé caer dentro y cerré la puerta. ¡Justo a tiempo! Pensé. Era un pequeño almacén lleno de utensilios de limpieza, escobas, fregonas... Y un hombre.
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