La Colmena: como su nombre indica era un agobiante enjambre humano. Uno de los barrios dormitorio de Cáledon más poblado y abandonado. Altas torres de más de doce pisos, sin más separación que unos callejones estrechos y, a la fuerza, oscuros. Miles de familias obreras, apiñadas malviviendo. Seguían viviendo igual que hace treinta años: trabajaban hacinados en insalubres y peligrosas naves industriales para, diez (en incluso once o doce) horas después, hacinarse con sus hijos en cajas de cerillas, sin más ventilación que una minúscula ventana sin otro paisaje que otras torres de hormigón. Para los habitantes de La Colmena, la proclamación de la República fue un tremendo fiasco, en nada había mejorado su vida. No desvelo ningún secreto al deciros que aquel barrio había sido un hervidero de bolcheviques.
- Muchos bolches se salvaron de la muerte porque los vagos soldados republicanos estaban cansados de subir por esas torres sin ascensores - me contó con tono jocoso Bruno.
- ¿Qué fueron de todos ellos?
- Muchos están desmoralizados y dejaron el Partido. Unos pocos, los que tenían contactos, pudieron huir al exilio como tú. Pero no exagero si te digo que la mayoría han desaparecido, algunos muertos, otros en las cárceles de la República, otros... A saber. Aquí es.
Ante nosotros se elevaba una de tantas torres. Ésta tendría quince plantas y entorno a 60 o 70 familias. Subimos hasta un sexto. Como en muchos otros edificios no había ascensor. En plena subida no se me ocurrió otra cosa que pensar en cómo harían las mudanzas... Para luego darme cuenta de que muchos de aquellos vecinos poco tenían que mudar...
Bruno llamó a la puerta. Primero reaccionó la mirilla de la puerta, luego se abrió la puerta con cadena:
- ¿Quiénes son esos Bruno? Sólo esperábamos a la Exiliada. - Era la voz de una chica joven.
- Van con nosotros Aral.
Y entonces me di cuenta de que esa confiada afirmación de Bruno igual era muy atrevida. No conocía de nada ni a Víctor, ni a Pablo. Bueno… Víctor era un anciano, doctor del hospital, que decía haber sido bolchevique... Le había disparado un soldado republicano... Un BAB. ¡Podían haberle matado! Lo único que estaba claro era que necesitaba asistencia médica urgente. La chica llamada Aral también se percató de ello.
- ¡Ese viejo está malherido!
- Sí Aral, necesita asistencia urgente. – Le respondió Bruno.
Y en cuanto a Pablo... En fin… pese a que él lo negaba, tenía toda la pinta de haber sido paciente del pabellón psiquiátrico. A ratos era un jovencito inocente, nervioso... ¡Qué no dejaba de mirarme a las tetas babeando! y, cuando le pillaba haciéndolo –porque era muy despistado- se ruborizaba y escondía la mirada... Pero con un arma en la mano se transformaba y se convertía en un asesino y esa mirada infantil se volvía dura, vieja... Más vieja incluso que la de Víctor.
Bruno convenció a Aral que finalmente abrió la puerta. Pasamos rápido y Bruno llevó a Víctor al dormitorio posándolo sobre la cama.
El piso era pequeño, como todos en La Colmena. Un dormitorio de matrimonio, con baño sólo con ducha, otra salita que hacía de pequeño dormitorio y el recibidor que hacía las veces de salón y cocina. El piso estaba limpio, pero era frio. Las paredes estaban desnudas y pintadas de blanco. Apenas había muebles. No parecía un hogar.
- Llamaré a Lara, ella estudió auxiliar de enfermería. - Aral era una chica de unos veinticinco años, algo más joven que yo. Era alta y muy delgada, bastante atractiva, de pelo muy rubio, casi blanco, y de cortado corto. Sus ojos eran de una envidiable intensidad azul. Vestía una sudadera blanca y unos tejanos. Tenía un cierto aire masculino, no sé si por su peinado o ropa, o quizás por su forma de moverse y gesticular.
- También necesitarán ropa. - Bruno señaló mi uniforme de limpiadora, manchado de la sangre de Víctor, y el pijama de hospital de Pablo.
- El chavalito es más o menos de tu talla Bruno... Mmm encontraré algo. Ella - lo dijo refiriéndose a mí, con un cierto tonillo despectivo - es más bajita y… tetuda... Puede que le valga algo de Bella... aunque justito.
- No le hagas caso - me susurró Pablo - Ella es una enclenque y tú… ¡Tú estás muy buena!
Aral nos ignoró y pasó al dormitorio donde oímos que telefoneaba. No pudimos escuchar la conversación, pero tras colgar comenzó a hurgaba en unos armarios. Salió y me arrojó una camiseta beis y unos tejanos. A Pablo, una camisa de leñador, roja y negra, y unos pantalones de pana. Era una ropa horrible, pero mejor que lo que llevábamos. Por pudor me cambié en el dormitorio porque la presencia de Víctor no me incomodaba, ya me había visto desnuda y el pobre estaba delirando de dolor... Desde ahí escuché como abrían la puerta. Salí a ver: Otras dos chicas rubias habían entrado.
La primera era una calcomanía de Aral. Eran hermanas gemelas. Idénticas en lo físico, pero también en la estética: pelo corto, sudadera y tejanos. En este caso la hermana llevaba una sudadera rosácea y tejanos negros. Era Lara. L-A-R-A/A-R-A-L ¡Era un juego de palabras estúpido! Sus padres debían ser unos cursis.
La segunda parecía también hermana de Lara y Aral, pero algo más pequeña, quizás incluso más joven que Pablo. Era también rubia, pero con el pelo más cobrizo, y sus ojos eran más oscuros. También era más bajita y tenía algo más de curvas. Aunque trataba de imitar a sus hermanas mayores, saltaba a la vista que no sólo no lo conseguía, sino que además las gemelas la despreciaban por ello. Ella era Bella.
Aral le indicó a su gemela donde estaba Víctor y ésta corrió a atenderle. Bella se quedó pasmada mirándome, mostrando un gran interés hacia mí.
- Bella, ¡vete a tu cuarto y no molestes! - Le ordenó Aral, que ejercía como jefa. - Bruno, ¡no podéis quedaros aquí! La policía está por todas partes. Lo del hospital ha sido muy gordo y tendremos que suspender los planes. Ella y sus amigos nos ponen a todos en peligro.
- No tenía pensado dejarles contigo, gemela. ¡Tranquila! Pero el anciano estaba mal herido y sabía que tu hermana podía atenderla. Me los llevaré a mi casa.
- Nos pondrás a todos en peligro. También a tu familia.
- Ella es mi capitana, Aral. Arriesgo muchas veces su vida por salvarme. Se lo debo.
Un escalofrío me recorrió al escuchar las palabras de Bruno. No tenía palabras... Yo no quería ser una molestia, pero saber que mi antiguo compañero de armas me ayudaría me reconfortó. Por primera vez, respiré aliviada. “¡Muchas gracias Bruno! Lo necesitaba”, recuerdo que pensé emocionada.
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