Se hizo un silencio incomodo. Aral permanecía rígida, con el ceño fruncido, interrogándonos con la mirada. A aquella muchacha le irritaba nuestra presencia. Era mucho más que el temor a que pudiéramos atraer a la policía a su casa… había algo más… algo personal que se me escapaba.
Cuando los segundos parecían eternos, la otra gemela, Lara, rompió por fin aquel ambiente cargado y tenso. Salía de ver a Víctor y nos informó de su estado:
- No es muy grave. – Sentí un gran alivio al escuchar a la hermana enfermera. Aún sin saber realmente quién era aquel anciano, me sentía en deuda con él precisamente por la bala que le había destrozado la mano - Bruno, ¡ayúdame a remendarle la herida! Luego le vendaré. Creo que no tiene los nervios importantes dañados, aunque perderá movilidad. Por lo demás, necesitará descansar, ha perdido bastante sangre. Me ha dicho que a ti – señalándome – te duele la cabeza y que es posible que sea por un trauma causado en no sé qué accidente. Con eso no puedo hacer nada, pero tenemos ibuprofeno en el baño.
- Quedaros hasta que anochezca - dijo Aral - luego os vais.
Bruno y Lara volvieron con Víctor, y Aral se retiró al otro cuarto donde pude oír que le gritaba malhumorada algo a su hermana pequeña. Bella salió del cuarto, se fue al baño y volvió con el ibuprofeno y un vaso de agua que me ofreció con una sonrisa. Escuché que Aral volvía a hablar por teléfono, pero casi susurrando.
- ¿Tú eras bolchevique? – me preguntó tímidamente Bella. Cuando asentí levemente con la cabeza mientras me tomaba el medicamento continuó preguntándome con un brillo de emoción en los ojos: - ¿Luchaste con Jaime?
- Sí pequeña.
- Mis hermanas me contaron que Jaime fue un traidor y que por su culpa hoy ya no existe el Partido Bolchevique.
- Ese es el punto de vista de tus hermanas. Desde mi punto de vista, Jaime fue un valiente que no permitía el sufrimiento de las familias trabajadoras.
- Pero se levantó contra el Partido.
- Contra la mayoría del Comité Central... Pero ¿a ti cómo es que te interesan estas cosas? Eres muy joven - Mentía, porque a su edad yo ya militaba en las juventudes.
- La mayoría de los chicos de mi edad pasan de política. Tienen miedo, ellos o sus padres. Como nuestros padres murieron... – Bella lo dijo con una naturalidad que me horrorizó. Era fácil deducir que habían muerto en la guerra o en la represión posterior. - Mi padre era teniente del ejército republicano, mi madre era bolchevique, pero no como tú, sólo una militante de base. Cuando comenzó la guerra civil los dos fueron ejecutados. Hay cosas de tu amigo –refiriéndose a Pablo- que me recuerdan a mi padre... No sé decirte exactamente qué, ¿la pose? No sé.
Ante el comentario, Pablo lanzó una sonrisa nerviosa a la pequeña de las hermanas rubias:
- Entonces sería que tu padre estaba muy bueno ¿no? – dijo con sorna.
Bella devolvió forzada la sonrisa. Pero me dirigió una mirada como de advertencia.
Después, por indicaciones de Aral - que gritaba desde el otro cuarto- encendió un pequeño televisor. Ponían las noticias. Imágenes del hospital ardiendo. Los periodistas relataban con insistencia machacona que un comando bolchevique procedente del exilio había atacado el hospital. Luego los tertulianos recordaban las barbaridades cometidas por los bolcheviques en las guerras y exigían, muy indignados, que el gobierno tomara cartas en el asunto con urgencia. La transmisión se intercalaba con imágenes de algunos de los supervivientes heridos, y de cadáveres apilados. Luego entrevistaban a un policía que había salvado con sus propias manos a un niño. Al parecer el niño había sido testigo directo de como un bolchevique grande y negro disparaba en la cabeza a su madre, blanca y rubia.
A Pablo se le ensombreció de pronto la cara. Se miró a las manos y se volvió tiritando hacia la ventana.
- Me preguntó si a mí me clasificaran como a uno de los desaparecidos… o ¿crees que me incluirán en el comando bolchevique?
No supe que responderle.
- En cualquier caso, mi vida tal y como era ha terminado. – Me lo dijo con una mezcla extraña de alivio y tristeza - ¿Sabes? Conducía un taxi hasta que me ingresaron… hasta que me hirieron – Pablo rectificó sobre la marcha, al recordar que me había contado la trola de que él estaba en el hospital por una herida, y no ingresado en el pabellón psiquiátrico por algún trastorno.
Volví a prestar atención a las noticias: Curiosamente no habían publicado ninguna foto. Temía que mi rostro estuviera al día siguiente en las portadas de todos los periódicos: 'Ahí tienen, esta negra es una peligrosa bolchevique' pero parece que no era así. Era una ventaja, pero tenía que haber algún truco.
Pese a la tirantez de la constante presencia de las tres hermanas, pudimos descansar hasta que anocheció. Tal y como Bruno había prometido, entonces nos fuimos. Lara ya nos había tranquilizado previamente sobre la situación de Víctor. Bruno había traído de fuera ropa para el anciano porque la chaqueta y la camisa las tenía cubiertas de sangre. Le trajo una camiseta blanca y un jersey de lana añil. No combinaba con los pantalones del traje de pana, pero era lo que había. También nos trajo para Pablo y para mí unas deportivas. Nos despedimos bruscamente de Aral y Lara, aunque Bella si fue más calurosa con nosotros.
Abajo vimos que Bruno había hablado con unos amigos para que cambiaran la matricula de la furgoneta y su color. Ahora era de un común blanco. Era un modelo además bastante frecuente así que pasaríamos más desapercibidos. Montamos y Bruno nos condujo no lejos de allí, a otra torre de la Colmena.
- Aquí vivo con mi mujer y mi hijita.
- ¿Te has casado? ¿Una hijita? - que alegría me dio. Bruno respondió con una sonrisa.
- Si, con Gloria.
- ¡La mecánica! Siempre pensé que hacíais buena pareja.
- Y a mi hijita, es un bebe tan solo, la llamé como tú.
- ¡Qué honor!
Y es que en situaciones terribles, llenas de miseria y terror, aun había sitio para los buenos sentimientos y alegrías.
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