El monasterio era una pequeña edificación de madera y piedra con forma rectangular. Lo habían construido siguiendo el esquema de un campamento militar, tal y como mandaban los preceptos, cubriendo una antigua cueva donde descansan los restos de la santa madre Tomasa.
Precisamente por eso, a los campesinos de las tierras cercanas no les hacía ninguna gracia su emplazamiento. Decían que las monjas se habían apropiado de una cueva sagrada donde, durante siglos, los sacerdotes paganos celebraban los misterios que protegían al pueblo de las fuerzas del mal. Ahora estaban completamente indefensos. La sequía que se perpetuaba y las guerras que no cesaban eran responsabilidad directa de aquellas monjas malditas.
Por eso, cuando acontecía una desgracia, los campesinos la tomaban con ellas y atacaban el monasterio. Sólo los monjes del cercano monasterio de hombres y, las veces más violentas, la guarnición de la ciudad, habían logrado evitar que las monjas sufrieran la muerte o la violación.
El último ataque campesino casi destruyó el edificio, pasto de las llamas. Por eso en la reconstrucción usaron piedra, tratando de eludir futuros incendios. Por suerte, un rico magistrado de la ciudad era creyente y les donaba a monjes y monjas fuertes sumas de dinero sin las cuales probablemente ya se hubieran tenido que marchar de allí.
Los campesinos conocían la fortuna de su mecenas lo que les agriaba aún más el carácter. Ellos eran los que pasaban hambre. Ellos eran los que trabajaban la tierra de sol a sol... Al menos los monjes tenían algo de ganado, pero las monjas vivían de la caridad.
En una ocasión uno de los monjes, un jovencito moreno venido de Oriente, que apenas sabía hablar en el latín de la zona, con toda su arrogancia y soberbia se presentó en una de las aldeas para, como él decía, "dar la buena nueva". Los campesinos le echaron a pedradas pero a los pocos días volvió con los guardias de la guarnición. Entonces los guardas obligaron a los campesinos a que escucharan su mensaje.
El monje les acusó de ser los responsables de sus penurias por no rezar al único dios y servir a los dioses paganos. Les amenazó con el castigo divino sino se rendían al dios todopoderoso. Les habló de plagas, muerte y desolación y del día del juicio final cuando los traidores a Cristo serían castigados.
Los campesinos respondieron con más rabia. Se alzaron contra ellos y prendieron fuego al monje, a los guardias y al monasterio de las monjas. Tuvieron que venir las tropas federadas, los bárbaros al servicio del Emperador, para restaurar el orden. Ajusticiaron a diez campesinos por cada cristiano muerto, acusándolos de bagauda. Fue la primera vez que pasaron por allí los federados. Los campesinos no los olvidarían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario