Pocas semanas después fue cuando el soldado apareció.
Fue una noche de luna nueva, pero las nubes ocultaban las estrellas. Como se acercaba el invierno, el frío iba en aumento y, además, las lluvias pasadas habían dejado los caminos embarrados.
El soldado era alto, moreno y robusto, barbudo y sucio. Apestaba a alcohol y al característico olor rancio debido a la falta de aseo. Pero pese a esa primera apariencia, no era como los bárbaros federados ni muchísimo menos.
Llevaba una cota de mallas embarrada, debajo una túnica hasta las rodillas y unos pantalones para protegerse del frió. Del cinturón le colgaba una espada, aunque se ayudaba para andar de una lanza a la manera de cayado. No llevaba casco, la cabeza la cubría con un tocado de fieltro, de moda sobre todo en Oriente.
No obstante, hasta ahí podría haber pasado por un mercenario cualquiera.
Sin embargo, había varios detalles muy significativos que le diferenciaban:
Para empezar, a sus espaldas cargaba con un escudo con forma de óvalo, pero con un símbolo especial que sólo unos pocos podían portar: el Crismón, las letras griegas X (chi) y la P (rho) superpuestas una sobre la otra. Aunque las malas lenguas decían que se trataba de un antiquísimo símbolo pagano, el gran Constantino, cuando como Saulo de Tarso entró en comunión con Cristo, lo adoptó como emblema y estandarte imperial por tratarse del monograma del Mesías. Sólo los soldados imperiales podían decorar sus escudos con este
símbolo sagrado.
Por otro lado, bajo su frondosa barba, el soldado llevaba un torque de metal. Aparentemente parecía oro. El torque es un collar con forma de aro metálico que casi rodeaba todo el cuello. A los soldados de la Escuela Palatina, el cuerpo de élite que conforma la guardia imperial, el mismísimo Emperador les obsequia con uno torque de oro cuando entran a formar parte de tan selecto grupo militar.
Pero además, por último, la túnica del soldado, aunque ahora estaba completamente sucia, embarrada, más marrón que de cualquier otro color, si algún día había estado limpia, debía de haber sido blanca, de un blanco cándido. Era la clase de túnica que sólo llevan los treinta Candidatos, es decir, dentro de la Escuela Palatina, los treinta guardaespaldas del Emperador que reciben órdenes única y exclusivamente del mismísimo Emperador.
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