Por fin llegó el gran día de la graduación. Todos los cadetes de la academia formaron nerviosos a la espera del momento en que se convertían oficialmente en milicianos del partido bolchevique... aunque la mayoría de la dirección del partido no los reconociera como tales.
Pero eran ellos los que se enfrentarían al fascismo. Eran ellos los héroes de la clase obrera, dispuestos a dar su vida por el futuro de la revolución. Y ese importante día conocerían en persona al gran bolchevique. Al único dispuesto a romper con sus dirigentes para defender a los trabajadores de las garras del fascismo. El único dispuesto a luchar, capaz de pasar a la acción no quedándose en bonitos y vacíos discursos.
Todo aquello provocaba una mezcla de sentimientos en los cadetes... y también en Nick. Satisfacción, porque habían superado una intensa, maratoniana y dura instrucción. Miedo, porque ya solo eran horas lo que les separaba de la lucha y de una posible muerte. Emoción, porque en pocos minutos conocerían al gran Jaime.
En los últimos días su fama había crecido. El maldito general Polk del ejército regular había sido tremendamente derrotado y se había pasado al campo fascista. Por su culpa el camino a Caledon estaba ahora completamente despejado. Pero Jaime y sus milicias habían retrasado el avance fascista con una maniobra de distracción en Pon-Podin, dándonos tiempo a finalizar nuestra instrucción y desplegarnos en el frente. Además, un contingente de voluntarios del Continente dispuesto a luchar contra el fascismo acababa de desembarcar en Daventport. También Jaime era responsable del reclutamiento de estos voluntarios internacionales.
Se acercaba el momento. Nick no estaba bien situado. En la formación le había tocado en las últimas filas de su unidad. Y su unidad tampoco estaba de las primeras. Para él, el estrado desde donde Jaime se dirigiría a ellos se veía diminuto en la distancia. Y no podían romper la formación. La formación era una representación de la disciplina y unidad del batallón. Encima se escuchaba a sus espaldas ruido de motores.
"Mierda de mala suerte", pensó Nick. Sus conversaciones con Martillo y con otros milicianos habían alimentado su imaginación y la admiración que sentía por Jaime. Desde el día que les habían dicho que Jaime acudiría a la graduación, todos estaban expectantes y nerviosos deseando conocer al líder guerrero.
Por fin, el instructor general y el director de la academia subieron al estrado. Nick apenas les podía distinguir. El instructor en jefe ordenó un sonoro "¡Firmes!", pero las palabras del director eran inaudibles. ¡Cómo no habían puesto megafonía! ¡Cómo podían ser tan inútiles! Los milicianos guardaban silencio pero siempre se escapaba algún tosido y los motores no dejaban de rugir, así que sólo se oía como un eco del discurso de graduación. Nick supuso que el director básicamente presentaba a Jaime.
Así fue: una figura alta y rubia seguida por otros tres hombres aparecieron ante los milicianos. Saltándose la formación todo el mundo rompió a aplaudir. Nick también, dominado por un sentimiento colectivo de euforia. ¡Era Jaime! ¡El verdadero bolchevique! ¡Nuestro héroe! ¡El hombre que nos llevará a la victoria!
La figura rubia movió los brazos como tratando de poder hablar. Los milicianos callaron, pero los motores no. Nick se esforzó en oír. Incluso se puso de puntillas con la vana esperanza de que así oiría algo más. Ni por esas. Escuchó, o creyó escuchar las palabras: honor, sangre, obreros, hijos, revolución... pero apenas pudo entender nada.
Tras diez minutos de discurso, el gran Jaime terminó de hablar y se despidió en medio de una nueva grandiosa ovación. A las primeras filas les habían encantado sus palabras e incluso pudieron estrecharle la mano. Nick sentía envidia, incluso enojo, por como se había malogrado una oportunidad así.
Pero pronto todo aquello ya no importaría. Terminaba la instrucción y a partir de entonces las cosas irían realmente en serio.
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