Laura se había ido. Se fue con un doctor del geriátrico donde trabajaba. Nick no le guardaba rencor. Comprendía como su matrimonio se había ido marchitando. Ella quería más y él no podía ofrecerle nada. Estaba estancado y lo sabía.
Pero lo que descubrió sin Laura fue una angustiosa sensación de soledad. Estaba solo. Pero lo grave no era una soledad física, que "estuviese" solo, sino una soledad emocional: Se "sentía" solo.
En el trabajo ya no llevaba tupper. Ahora estaba solo y comía en el bar de menú del día. No necesitaba ahorrar, no tendría hijos a los que pagarles la universidad. Sus gastos se limitaban al alquiler y al alcohol.
Comía solo. A su alrededor el bar se había vaciado por la guerra. Los más jóvenes como Martillo habían sido llamados a filas. Más que al medio día, el vacío se notaba en la parada de la mañana y a la salida del trabajo. Solo quedaban los viejos y los que, como Nick, aun eran mas o menos jóvenes pero no tenían, aún, la obligación -ni la necesidad- de presentarse al ejército.
Ese día, como todos los últimos días desde que había comenzado la guerra, la televisión emitía imágenes del conflicto bélico. Sobre todo de los heridos del ejército republicano. Querían emitir escenas patrióticas para alentar el espíritu militar, pero las victorias escaseaban, la guerra iba mal para la República. Al parecer los fascistas avanzaban hacia Caledon y se decía que algunos generales republicanos se dejaban derrotar o incluso se pasaban al enemigo.
Nick pensó en el pobre Martillo. No sabía nada de él. Bien podría estar muerto. Decidió abandonar esos pensamientos y se centró otra vez en lo que consumía su mente desde la marcha de Laura: la soledad. No tenía a nadie. Nada le retenía.
Estaba solo.
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