Llegaron tarde al trabajo, pero ese día fue algo generalizado. Hasta los jefes y encargados estaban impactados por el inicio de la guerra. Se trabajó poco y se habló mucho. Todos estaban de acuerdo en que la guerra no traería nada bueno, pero por lo demás las opiniones eran encontradas. Nadie apoyaba abiertamente a los fascistas, claro está, aunque entre los trabajadores había la sospecha, bastante fundamentada de que a alguno de los encargados no les importaría que la guerra se llevara por delante a la República.
Acabada la jornada laboral en el bar el tema también era la guerra. Cerveza tras cerveza, ahora el alcohol ayudaba a que los trabajadores hablaran más abiertamente.
- Fusta - el apodo de un encargado que ahora no estaba delante - es un fascista declarado.
- Sí, pero se ha quedado callado el muy cabrón.
- Les haremos pagar por lo de Vancouver.
- ¡Vamos! seguro que los dueños de Cia+Fia están detrás de la guerra.
- Los bolcheviques aún no se han posicionado.
- La guerra será una desgracia.
- ¿No querrás que nos rindamos?
Martillo no las tenía todas consigo. Estaba en edad para ser llamado a filas. No quería ir a la guerra.
- Si me llaman, no me podre escaquear.
- Eres un cobarde Martillo. Eres fácil de puños salvo cuando hay que pelear de verdad - le respondió malhumorado otro trabajador.
- Normal que tenga miedo, subnormal - gritó otro -. El irá a morir al matadero, pero tú te quedarás en casa hablando de Revolución.
No llegaron a los puños por poco. Entre Nick y otros dos trabajadores lograron separarles.
Convencidos de que el nivel etílico y el miedo que todos sentían -aunque ocultaban- ya no traerían nada bueno, optaron por irse cada uno a su casa.
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