Helena nos contó lo que, según ella, había escuchado en la fiesta de la mansión: Al parecer los terratenientes estaban alarmados por los vínculos que se estaban creando entre nativos e inmigrantes entorno a una reivindicación muy básica, el derecho a la asistencia sanitaria gratuita en el campo.
Hasta entonces las ambulancias se negaban a acudir a los campos porque tanto la sanidad pública como los terratenientes se oponían a costear el gasto. Prácticamente ningún jornalero contaba con seguro privado, por lo que sólo disponían de la cobertura asistencial que, por supuesto, no cubría los grandes desplazamientos de la ambulancia necesarios para cubrir las tremendas extensiones de tierra cultivable. Así, cuando un accidente requería de ambulancia, eran los propios jornaleros los que tenían que trasladar al herido a New Haven, hasta el hospital. Como supondréis, el traslado en manos no profesionales provocaba infecciones en el caso de heridas o un agravamiento peligroso en el caso de fracturas, que eran los accidentes más comunes. Pero recientemente se había producido un grave accidente por culpa de un tractor falto de mantenimiento que, debido al mal funcionamiento, arrancó de cuajo la pierna de un muchacho de dieciséis años semita. El manijero del campo, eludiendo toda responsabilidad, no sólo no prestó ayuda al “puto moro” sino que despidió a un jornalero nativo por llevar al chico al hospital en una furgoneta propiedad de la plantación. No era el primer incidente de este tipo, de hecho, era uno de tantos, pero en esta ocasión fue la gota que colmó el vaso. Poco después hubo una huelga de brazos caídos en esa zona que se extendió como la pólvora por todo el campo. Los fascistas y los capataces no lograban contener el movimiento así que el gobierno envió la guardia rural a terminar con el conflicto. Y eso parecía, pero en esa lucha muchos emigrantes habían confraternizado con los nativos y eso, para los terratenientes, era muy peligroso. Para dar un gran escarmiento, los grandes señores de New Haven habían reclutado a más fascistas procedentes de toda la República y planificaban un gran ataque.
El pogromo seria en los barracones semitas del campo de Lutiere, un accionista de Cia+Fia, donde se habían iniciado las huelgas. Era un barracón apartado, pero densamente poblado. Los fascistas se lanzarían después de comer, cuando los hombres estuvieran trabajando en los campos y los niños ya hubieran salido de la escuela asistencial. ¡Querían machacar a mujeres, ancianos y niños indefensos de la manera más salvaje posible! ¡Qué cobardes!
Roger confirmó mis sospechas. Orestes se ocultaba precisamente en ese barracón. Ayudaba a los semitas en labores educativas y sanitarias y, seguramente, aunque estuviera escondido y en teoría alejado del Partido, debía de continuar con una sistemática labor de agitación entre los jornaleros. No creo que fuera una casualidad que ese fuera el barracón donde comenzaran las protestas.
Teníamos poco tiempo. Teníamos que avisar al barracón, pero sin avisar también y convencer a los jornaleros en el trabajo poco podríamos hacer para defender a las mujeres, ancianos y niños de los fascistas.
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