- ¡Hola anciano!
Helena apareció de golpe tras Víctor. El anciano se encontraba sentado sobre una silla de camping pendiente del ordenador de Roger. En el monitor se veía una imagen ampliada del perímetro de la mansión.
- Eres una agente de Saúl ¿verdad?
Víctor se levantó lentamente y se giró hacia la ciega. Helena sujetaba su bastón con la mano izquierda mientras con la derecha enfundaba un cuchillo largo y afilado.
- Pero tú no sabes quién soy - continuó el anciano.
- No me importa quién eres, viejo. Solo eres mi objetivo.
- ¿Y puedo preguntarte por qué has liado todo esto sólo para matarme? Un tajo en aquel túnel hubiera terminado con mi vida.
- Si, pero necesito que ella confíe en mi.
- ¿Te ha pedido tu amo que la asesines también a ella?
- No. Él la busca. La encontrará y la capturará, pero si me gano su confianza podré estar presente en ese momento y gracias a ella podré vengarme de Saúl.
- ¡Eres única ciega! – Exclamó Víctor sonriendo ampliamente-, ¡muy buena!, pero te puede la soberbia.
Helena no veía la sonrisa socarrona de Víctor, pero hubo otra cosa, inalcanzable para alguien que no fuera ella, que le alarmó: Escuchó un sonido que, aunque imperceptible para Víctor, era el as que guardaba en su manga.
- Tu rocambolesco plan casi funciona - continuó Víctor tratando de captar de nuevo la atención de Helena, pero ella atendía a otra cosa.
- En cuanto ese tartaja gordo se fue tambaleándose colina abajo, supe que venias. No estoy sólo.
Helena se dejó caer al suelo justo a tiempo para evitar que una bala, disparada por Pablo, le alcanzara: sólo le rozó el hiyab. Sin perder ni un segundo, desde el suelo le lanzó su cuchillo con velocidad. Pablo estaba convencido de que la bala alcanzaría a la ciega así que su reacción evitándolo le sorprendió. No obstante, no tenía tiempo para quedarse asombrado con los movimientos de su contrincante: Para esquivar el cuchillo que le lanzó, tuvo que soltar su pistola, pero con un rápido movimiento trató de abalanzarse sobre Helena para intentar golpearla con una vara de metal. No lo logró.
Pablo estaba entrenado y era muy veloz y ágil. Pero aunque conscientemente intentaba limitar el ruido, su respiración, el chasquido de la hierba bajo sus pies o el olor de su sudor eran rastros suficientemente claros para Helena como para conocer su posición y sus movimientos. La oscuridad del campamento, por otro lado, también ayudaba a la ciega. Víctor encendió una linterna tratando de enfocarla y ayudar a Pablo, pero ella también se movía a gran velocidad.
Pablo atacaba, llevaba la iniciativa, pero Helena le esquivaba, se movía y contraatacaba. Así lucharon, como un baile diría yo desde el coche, hasta que mi llegada les interrumpió. El rugido del motor de nuestro auto despistó a Helena que estuvo a punto de ser alcanzada por un duro golpe de Pablo, pero la ciega, en esta ocasión con más suerte que maña, pudo alejarse a tiempo.
No nos olvidemos que no veníamos sólo nosotros: Tras nuestro coche se acercaban los todoterrenos de los fascistas que nos perseguían desde la mansión. Roger frenó el coche dejándolo atravesado en el sendero de acceso al campamento para así dificultar el acceso de los fascistas. Bajamos del vehículo y corrimos colina arriba, hacia la pelea.
Al verme Pablo se detuvo como si esperara mi aprobación. Me miraba nervioso. Le desagradaba que yo le viera peleando con Helena. Ella, por su parte, no aprovechó ese instante para asestar un golpe decisivo a Pablo. Se mantuvo en silencio, oculta en la oscuridad.
- ¡Corre a la furgoneta! - Le ordene a Roger, pero el muchacho ya no podía más. Estaba completamente agotado por todas las carreras y esfuerzos de la noche. Hizo un intento de volver a correr, pero no podía: se detuvo exhausto apoyando sus manos sobre sus rodillas, respirando acelerado.
Fue Pablo el que decidió olvidarse de Helena y correr a por el vehículo: ¡los fascistas se acercaban! Víctor, que de golpe ya no contaba con la protección de Pablo, temía por su vida. Con su mirada buscaba nervioso a Helena, pero no la veía y, como si mi presencia pudiera actual como escudo y barrera frente a un ataque de la ciega, se volvió hacia mí.
Ya en la furgoneta, Pablo arrancó el motor y vino a recogernos: Roger, Víctor y yo misma pudimos subirnos justo a tiempo de librarnos de los fascistas. Éstos ya estaban en el campamento y pensaban abrir fuego contra nosotros con armas automáticas: éramos un blanco fácil, ¡estábamos perdidos! Pero entonces apareció Helena de entre las sombras y se interpuso entre ellos y nosotros, peleando con su bastón y sus cuchillos como una fiera.
Podíamos alejarnos y salvar nuestras vidas, dejando a Helena a merced de los fascistas.
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