Conviene que para entender cómo llegamos a aquella situación, cuente lo que estaba pasando a mi alrededor mientras yo continuaba en la fiesta:
Roger y Víctor nos esperaban en la colina que el primero había preparado para ser una especie de campamento base. Lo había organizado todo con esmero: aparte del equipo de vigilancia e informático había llevado una tienda de campaña para que desde lejos pareciera el emplazamiento de unos excursionistas. También abundante café, comida y agua, mantas, linternas... Nuestra furgoneta estaba aparcada y escondida tras unos matorrales por si la misión debía abortarse y teníamos que huir. La colina estaba apartada de la carretera que conducía a la mansión, pero eso no evitaba que tuviera fácil acceso. Allí pasaron los dos la noche, monitorizando nuestro coche mientras nos acercábamos a nuestro destino. Cuando entramos se limitaron a esperar, atentos de que en los alrededores no sucediera nada fuera de lo normal.
Al principio Roger trató de trabar conversación con el anciano, pero Víctor se mostró reservado, cortaba al muchacho con abruptos monosílabos. Finalmente se impuso el silencio.
Pasado un buen rato, Roger recibió un mensaje en su teléfono móvil. Helena le pedía que se alejara de Víctor y que la llamara, que fuera precavido para que el viejo no se alarmara. Para Roger, Helena era casi una desconocida, pero podía decir lo mismo de nuestro grupo. A mi me recordaba de su infancia en New Haven, también le sonaba Víctor, pero no recordaba de qué... ¿y si le recordaba de algo negativo, de algo peligroso? Sospechaba del anciano. Y al fin y al cabo era Helena la que se había mostrado interesada en ayudarle desde el principio. Esperó unos instantes para que Víctor no asociara sus actos al mensaje recibido y se alejó con la excusa de ir a orinar. Fuera del alcance del anciano llamó a Helena.
- ¡Tienes que venir a buscar a la Exiliada! Está en peligro. He descubierto que ese viejo es un agente de las BAB.
Roger no necesitó nada más. Como había planificado cada detalle de la misión, en la tienda de campaña tenía otro esmoquin, éste de su taya, preparado por si se daba la circunstancia de que él mismo tuviera que entrar en la mansión. Siempre fuera del campo visual de Víctor, en silencio, sin decir nada, comenzó a bajar la colina y mientras se alejaba del campamento llamó a sus padres, porque sus padres, famosos doctores de New Haven, estaban invitados a la fiesta y le ayudarían a entrar. Sabía que se jugaba mucho en todo aquello, que se arriesgaba a no poder volver a pisar su ciudad natal, pero Roger, por un lado quería alejarse de aquel anciano sospechoso de ser un espía asesino, y por otro deseaba ayudarnos tanto a Helena como a mi.
Helena era ciega, pero no una ciega cualquiera. Experta en tecnología de rastreo, señalización y localización, pudo escabullirse de la fiesta y de la mansión como si de un fantasma sigiloso se tratara. Después de engañar a Roger se dirigió a la colina eludiendo los controles visuales que ella misma había ayudado a Roger a colocar y, cuando comprobó que Roger se dirigía a la mansión y que Víctor estaba solo, se dejó caer como una araña sobre su victima.
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