Oscuridad.
Absoluta y completa oscuridad.
Allí abajo no se veía nada. Pablo trataba de alumbrar algo el túnel encendiendo su mechero, pero la luz era insuficiente, sólo mostraba el rostro del muchacho esforzándose en mantener la llama viva. Pero cada poco el mechero se apagaba y sólo había oscuridad. Así que, cegados, recorrimos aquel túnel muy lentamente, tanteando con los pies y usando las manos como guías, siguiendo la pared del túnel con el tacto. Nuestro sentido auditivo tampoco nos ayudaba: Los únicos sonidos que oíamos eran nuestras pisadas y nuestra respiración, además del tintineo armónico del bastón de Helena, con el que la ciega se orientaba.
Para ella no había diferencia entre moverse allá abajo o en la superficie iluminada por el sol. Así reducidos a su condición de ciega, ella nos llevaba mucha ventaja. Me imagino que allá abajo Helena nos dedicaría su maliciosa sonrisa, al comprobar nuestra absoluta indefensión. Si hubiera querido, nos podría haber matado a todos allí mismo.
- ¡Hola! - gritó Pablo, cansado de andar a penumbras y de quemarse los dedos de tanto encender el mechero. - ¿Hola? - Pero no se oía nada de nada.
Continuamos así, a tientas.
Hasta que de golpe se oyó un sonido metálico.
Fue muy rápido. Justo al escuchar el sonido, Pablo recibió en la espalda un fortísimo e inesperado empujón. Sorprendido, fue impulsado hacia adelante, arrollándome a su paso porque yo encabezaba la marcha en los túneles. Pero parece que el empujón había salvado a Pablo, porque tras nosotros dos se había cerrado de golpe una puerta metálica que parecía muy pesada. De haber alcanzado al muchacho hubiera resultado aplastado. Víctor y Helena se habían quedado al otro lado y no sabíamos que les habría pasado. El grosor de la puerta frenaba cualquier sonido del otro lado. Nos pusimos frenéticos tratando de encontrar alguna asa o picaporte que nos ayudara a abrir la puerta, pero no encontramos nada de nada. La puerta metálica era completamente lisa, sin nada a qué agarrarnos para tirar. Tampoco cedía a nuestros empujones.
Más tarde me contaría Helena lo que había sucedido: Fue ella la que había empujado a Pablo. Nos dijo haber sido alertada por un ruido mecánico, imperceptible para nosotros, pero que ella había podido escuchar. Ese ruido era del mecanismo que accionaba la puerta. Parece que en la oscuridad absoluta habíamos activado alguna trampa que cerraba el túnel con una puerta corredera.
Lo que entonces no nos contaron, ni ella, ni Víctor, fue lo que sucedió entre los dos tras la puerta:
Víctor no veía nada. Él no tenía ninguna fuente de luz. Hasta que se cerró la puerta, el anciano caminaba el último, ahora no se atrevía siquiera a moverse. Estaba muy nervioso y temía por su vida. Notaba la respiración de la ciega justo delante de su cara, pero no la veía. También escuchó un ruido metálico rápido, como si aquella ciega desenfundara alguna arma blanca. Temblando como un niño, el anciano dio un paso hacia atrás.
- ¡Sabía que te conocía de algo! - le gritó a la ciega intentando esconder sus nervios y temores.
Helena le respondió con una de sus sonrisas, aunque era imperceptible para Víctor. El anciano dio otro paso hacia atrás.
- Tranquilízate. Te vas a caer y te vas a hacer daño. No es ahora cuando te toca morir – le dijo con suavidad Helena - ¡Aún no!
Y dichas estas palabras, para los ojos de Víctor la silueta de Helena comenzó a iluminarse como si de un aura se tratara. A espaldas de la ciega, la puerta metálica comenzaba a abrirse lentamente, dejando pasar un haz de luz eléctrica anaranjada. Helena, aún sonriendo, guardó un cuchillo de vuelta a su bastón y se giró para ayudar a abrir la puerta. Sólo entonces Víctor respiró tranquilo.
Allí estábamos Pablo y yo, acompañados por el dichoso estudiante conocido por la ciega: un muchacho de la edad de Pablo, bastante gordo y de pelo castaño claro, con media melena. Se llamaba Roger. Víctor permaneció en silencio mientras nos contábamos mutuamente lo que había pasado: Helena, como nos había salvado de la puerta. Yo, como se habían encendido las luces y como había aparecido corriendo Roger.
Roger, que resultó que era tartamudo, nos explicó que a través del viejo sistema de seguridad de los túneles había notado nuestra presencia, primero al accionar la higuera, luego al escuchar los gritos de Pablo. Alarmado por si se trataba de la policía, activó el dispositivo de cierres de seguridad que incluía la puerta de metal que casi nos había aplastado. Por suerte para nosotros al cerrarse la puerta se accionó una cámara de infrarrojos a través de la cual pudo distinguir a Helena. Así que, preocupado por si la puerta de seguridad nos causaba daño, corrió a buscarnos. Era todo muy rocambolesco. Demasiado como para ser mentira.
-¿Co… cómo diste conmigo, He… Helena?
-Son amigos. Roger. Creo que podrán ayudarte.
-A… a ella la co... co... conozco. – dijo señalándome.
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