Nos acercamos al restaurante: Casa Guash. Estaba abierto. Había cambiado de nombre y probablemente de dueños. Los anteriores probablemente habrían sido arrestados por el gobierno por simpatizar con los bolcheviques.
Entramos y nos pedimos unas cervezas. Más que restaurante, hoy era un bar, muy parecido a otros centenares de bares frecuentados por vecinos de toda la vida: era gris, sin decoraciones, de mobiliario barato, todo afectado por el paso del tiempo, el humo del tabaco y la lejía barata... Yo lo recordaba con más luz y más vida. Era pronto y acababa de abrir, pero ya había un jubilado con un cubata en la mano. De fondo se escuchaba el televisor retransmitiendo una tertulia para amas de casa. Tras la barra atendía una mujer mayor. Los dos, cliente y camarera, me sonaban. Ella me miró de arriba a abajo. Creo que también yo le sonaba.
- Antes había una higuera aquí atrás. - le dije
- Atrás abrimos sólo en verano, pero puedes ir a verla.
Había complicidad. No sé si la camarera me había reconocido, pero está claro que en esa higuera había algo especial.
Pasamos al patio. Estaba despejado. Yo lo recordaba con las mesas y con mucha gente comiendo y riendo. Ahora era un recinto blanco, pintado no hacía mucho tiempo. Al fondo se encontraba el arbusto, esperándonos en silencio.
La higuera comenzaba a despertar después del invierno. Sus hojas resurgían un año más de sus ramas. Muchas culturas primitivas asociaban el ciclo natural de las plantas con la resurrección después de la muerte. Nos acercamos. Yo nunca he sido una especialista en botánica, pero no parecía tener nada especial. Miramos a su alrededor. La higuera estaba plantada sobre un jardincito circular que no estaba muy bien cuidado. Nos miramos sin saber qué hacer. Víctor se volvió de nuevo hacia Helena esperando algo de la ciega.
Fue Pablo el que dio con la solución. Una raíz de la higuera sobresalía un poco de la tierra del jardincito. Instintivamente la tocó. Era falsa. Una palanca semi-oculta a los pies del arbusto, camuflada como una raíz, accionaba un mecanismo secreto. El jardín giró hacia fuera llevándose consigo a la higuera y dejando al descubierto un agujero lo suficientemente ancho como para que pudiéramos bajar. Además unas escaleras nos invitaban a continuar.
Helena volvió a sonreír levemente.
Comenzamos el descenso, yo la primera, seguida por Pablo, Víctor y Helena que, guiándose con su bastón, no necesitó ninguna ayuda para seguirnos.
Cuando llegamos abajo debí de pisar sin querer algún otro mecanismo porque arriba el jardincillo volvía a girar para volver a su posición original y tapar el agujero. Se hizo la más completa oscuridad y ninguno llevábamos linternas. Yo traté de iluminar algo con el móvil de Bruno. Pablo encendía sucesivamente un mechero. Pero era muy escasa luz. Estábamos en un túnel. Empezaba ante nosotros. Supusimos que nos conducía a los subsuelos de la Casa del Pueblo.
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