- Yo os puedo colar - dijo de pronto Helena -. Yo estoy invitada a la fiesta. Los mandamases de la zona quieren demostrar a la organización de ciegos que no hay ninguna discriminación ¡y qué mejor manera que invitándome a una cena! Lo he preparado para colar a mi joven acompañante vidente y a nuestra sexy y negra asistenta domestica.
- ¿No piensas que podrán reconocernos? - pregunté a Helena.
- ¿No piensas que podrán reconocernos? - pregunté a Helena.
- ¿Por qué van a dudar de mi? Además allí estarán los jerifantes, no los sabuesos que se patean las calles. Y pienso que vale la pena arriesgarse.
Miré a Pablo y a Víctor. Víctor no parecía muy convencido. Pablo, en cambió, parecía incluso ilusionado con el plan:
Miré a Pablo y a Víctor. Víctor no parecía muy convencido. Pablo, en cambió, parecía incluso ilusionado con el plan:
- ¿Yo seré el acompañante y ella la asistenta, verdad? – le preguntó Pablo completamente emocionado como un niño con un regalo nuevo.
- Por desgracia fingiremos eso, pero yo la preferiría a ella – refiriéndose a mí -de sexy acompañante y a ti de joven asistente. - diciendo eso, Helena me dedicó una amplia sonrisa. Reaccioné ruborizándome. Dos veces seguidas me había llamado sexy. Por suerte ella no podía verme así de roja.
Regresamos a la Casa del Pueblo para poder planificar cómo íbamos a hacerlo.
Víctor y Roger nos esperarían en aquella colina cercana a la mansión en la que habíamos estado. Ese punto sería nuestro campamento base tal y como ya había preparado Roger. Desde allí partiríamos y allí enviaríamos la información obtenida de la fiesta, a un ordenador portátil de Roger. Víctor vigilaría que no sucediera nada anormal en los alrededores de la mansión y nos ordenaría abortar en caso de peligro con un transmisor codificado. Roger además nos dio un completísimo dossier con las fotos y los datos personales de las más importantes figuras que participarían en la fiesta.
¡Cuánta tecnología! ¡Cuántos recursos! Es impresionante lo que puede hacer el dinero. Roger tenía a su alcance un equipo de última generación que hubiera sido la envidia de la red de Verónica: Grabadoras, cámaras, ordenadores… Pero ni siquiera el Partido contaba con recursos tan impresionantes: Cuando yo militaba y era liberada juvenil trabajaba con un ordenador viejo que funcionaba a pedales, cada poco se quedaba colgado y para determinadas tareas era más un engorro que una ayuda. Nuestra organización se financiaba con las contribuciones de los trabajadores, los estudiantes y los parados, así que aunque garantizábamos nuestra independencia económica y un nivel brutal de intervención, no estábamos para lujos ni muchísimo menos. Sustituíamos la comodidad tecnológica con sacrificios y audacia, pero ¡lo qué podíamos haber echo con todo aquello! Tanto equipo despertó en mí las dudas. Por un momento pensé que Roger no era de fiar y que todo aquello era una trampa:
-¿De dónde has sacado todo esto? El campamento de la colina, los ordenadores, la información…
- Te…te sorprende que alguien c…como yo pueda montar algo así ¿verdad? – asentí -. C…como os dije mis pa…padres son doctores los dos. Tienen mucho dinero y… y yo tengo mis habilidades… aunque no lo parezca.
Roger parecía sincero… pero también muy inteligente y misterioso. Sus explicaciones no apaciguaron mis dudas, pero la presencia de Helena actuaba como calmante, me sosegaba y me inspiraba confianza.
Trazamos el plan para ver cómo colarnos y cómo conseguir la información que Roger quería. Nos aprovecharíamos de la moda entonces en boga de que las damas aristocráticas y burguesas acudían a los eventos sociales acompañadas de sus doncellas personales. Éstas portaban maletas con ropa para que sus señoras se cambiaran a lo largo de la velada: maquillaje, peines, también drogas, anticonceptivos... Todo lo necesario para una noche. La maleta de “mi señora”, en cambio, ocultaría el equipo de espionaje.
Yo me tenía que vestir de doncella. Helena me entregó el clásico uniforme negro con mandilón y cofia blanca. Volvía a estar de moda. ¡No hay traje más vergonzoso y retrogrado! A la señora de la casa, la doncella así vestida le ofrece sumisión y servidumbre. Pero a su marido, un abundante escote de pechos alzados y minifalda.
Así, mientras yo me disfrazaba de putita negra, Pablo vestiría un elegante esmoquin y Helena un precioso y ceñido vestido negro largo con adornos carmesíes y un hiyab a juego. El conjunto le quedaba muy bien porque, sin ninguna vulgaridad como con mi uniforme, realzaba su figura. Los tres iríamos en un coche de lujo alquilado para la ocasión por la Organización Republicana de ciegos.
De esta manera nos presentaríamos a la fiesta.
Una vez dentro, el plan era que yo, junto a las otras doncellas y asistentes, me apartara de los salones de la fiesta junto con la maleta. Mientras mis compañeras de profesión esperaban pacientes en una sala especial destinada al servicio, yo me tenía que ocultar y aguardar a Pablo. Pablo, como acompañante de Helena, no levantaría sospechas a la hora de identificar y localizar a los terratenientes, gobernantes y fascistas. Con esa información yo me las tendría que apañar para conseguir audios, videos y fotos. Muchos señoritos aprovechaban aquellas fiestas para improvisar encuentros sexuales con las esposas de sus compañeros, o con sus propias criadas... Quizás esas prácticas orgiásticas junto al exceso de alcohol y otras drogas me ayudarían en mi propósito.
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