La apuesta de Helena era fuerte. Ella era consciente de que corría el riesgo de que la reconociéramos. Yo desde luego no me acordaba de ella en absoluto, pero alguien del grupo podía recordarla de La Colmena, cuando le colocó a Víctor un localizador. El anciano sí estaba intrigado con la ciega: En un momento del nuevo viaje le preguntó ingenuamente "si nos habíamos visto antes".
- No lo sé – Le contestó -. Puede que tú me hayas visto antes. Yo desde luego no te he visto en toda mi vida.
A Pablo la respuesta de Helena le hizo gracia. Comenzó a reírse seguido de la propia ciega y de yo misma. Víctor enrojeció, no sé si de ira o de vergüenza y permaneció mudo el resto del viaje. Con tondo, está claro que la principal responsable de haber acogido a aquella asesina de las BAB fui yo. Había algo en ella que me atraía, que me hipnotizaba. No podía dejar de mirarla, cuando hablaba, cuando se movía... Pensar en que ella no podía ver como la miraba aumentaba mi descaro. Recordé cuando Pablo me miraba el trasero, en el hospital, cuando iba casi desnuda... Me hizo gracia, porque ahora sentía que era yo la fisgona. Y lo mejor es que todo aquello me hacía sentir joven otra vez, como si regresara a la adolescencia y me encontrara deslumbrada espiando a Verónica. Me gustaba esa sensación, me hacía sentir viva, viva como hacía mucho tiempo que no me sentía.
Helena le indicó a Pablo que fuéramos a la antigua Casa del Pueblo de New Haven. Ella no podía indicarle, pero yo sí. Las casas del pueblo eran las antiguas sedes populares de la socialdemocracia. Cuando este partido colapsó, muchas de ellas fueron ocupadas por los bolcheviques y los sindicatos afines. Yo sabía que la Casa del Pueblo de New Haven había sufrido horrores durante las guerras. Helena me lo confirmó. El gobierno la bombardeó y la redujo a cenizas en la guerra civil. Toda la ciudad había sido duramente golpeada por las bombas, primero fascistas y luego republicanas. Pero también nos explicó la ciega que aunque el edificio seguía destruido, demolido casi piedra tras piedra, el sistema de túneles construido por los bolcheviques aun estaba intacto y que, en su interior se escondía un estudiante que podía ayudarnos.
Y hacia allí fuimos, sin tampoco cuestionarnos de dónde había sacado Helena toda esa información.
Amanecía en New Haven cuando llegamos a las ruinas de la antigua Casa del Pueblo. Ahora solo era un montón de escombros. Los bombardeos y el fuego habían destruido el edificio hasta casi los cimientos. Pero la República había dejado allí aquellas ruinas para que toda la ciudad recordara la guerra y la destrucción. La guerra civil había buscado conscientemente que se perpetuara el terror para que nadie se atreviera a volver a alzarse contra el orden establecido.
La Casa del Pueblo estaba situada en uno de los barrio populares de New Haven –también los había- llamado La Oliva. Eran antiguas chabolas edificadas por los emigrantes aquí y allí en los alrededores de la New Haven señorial y que con el tiempo se habían ido convirtiendo en casas y callejuelas. Sólo los movimientos vecinales de los primeros años de la República habían conseguido completar el alcantarillado, la red eléctrica y el acceso a internet.
Yo recordaba la Casa del Pueblo en sus buenos tiempos. Nunca fue un lugar elegante. Como todo el barrio, la habían construido los trabajadores. Sin embargo había sido amplia, luminosa, limpia... En su interior se celebraban todo tipo de actividades culturales, sociales y políticas. Había desde clases para enseñar a leer y escribir a los emigrantes, hasta cursillos de cocina tradicional. También una “universidad del marxismo” donde se enseñaba filosofía, historia y economía. El espacio también se utilizaba, por supuesto, para reuniones, asambleas y congresos del Partido. Allí fue el primer congreso al que fui, nada más afiliarme a las Juventudes. Allí conocí a Verónica que venía en representación del Comité Central. Allí la escuché hablar por primera vez. Recuerdo un discurso que lanzó durante la clausura y que me causó una gran impresión: el capitalismo estaba en decadencia, la República había traicionado todas las expectativas que había despertado entre las masas, llegaba la hora de la clase obrera.
Hurgando en mi memoria, lo que no recordaba era ese “sistema de túneles” que había mencionado Helena.
- ¿Dónde está la entrada a esos túneles, ciega? - preguntó Víctor como si buscara algún detalle que delatara a Helena.
Allí estábamos los cuatro contemplando aquellas ruinas mientras la ciudad se ponía en marcha a nuestra espalda.
- No lo sé. Sólo sé que hay una entrada. Y supongo que no será la puerta principal.
- La puerta principal está derruida, - informó Pablo.
- Yo pasé mucho tiempo en este edificio, de joven...
- Por tu voz pareces joven - me interrumpió Helena. Me ruboricé y traté de continuar.
- Gracias... Helena... Como decía, conocía la Casa del Pueblo de antes de la guerra y no había ningún sistema de túneles, que yo supiera…
- Se construyeron durante la guerra contra el fascismo. – Explicó la ciega.
- ¿Cómo lo sabes? - volvió a preguntar Víctor.
- Me lo dijo el estudiante.
- ¿Cómo diste con ese estudiante? - la presión del anciano sobre Helena se incrementaba.
- Dio él conmigo.
-¿Cómo que dio contigo?
- Os dije que la Organización Republicana de Ciegos quería investigar la discriminación que se estaba sufriendo aquí en New Haven. Fue el estudiante el que se puso en contacto con nosotros. Quería usar una de las pocas organizaciones legales que le permitirían denunciar lo que está aquí pasando. Mis jefes parecían dispuestos a escarbar en la mierda siempre que no se pusieran en peligro las subvenciones que recibimos del gobierno.
Víctor parecía no creer a Helena. Yo traté de calmar los ánimos. Helena continuó con su explicación:
- Nos llamó y vine. Nos entrevistamos en una cafetería cerca del aeropuerto. Me dijo que estudiaba las reliquias y documentos de los pasadizos del subsuelo de la Casa del Pueblo. Me habló de túneles secretos, de una higuera...
- ¿Una higuera? - pregunté. Eso sí me sonaba.
- Sí, yo que sé, una higuera... No tengo ni idea, el mocoso hablaba sin parar y decía muchas cosas... Ni mis oídos podían procesar tanta información...
-¿No tienes ninguna manera de dar con él? – preguntó Pablo.
- No. Me dijo que él daría conmigo.
- ¡Esperad! – Exclamé - Un restaurante cerca de aquí… -traté de explicar a mis compañeros- aquí en la esquina... Tenía detrás una terraza para comidas. Allí había una higuera. Era un lugar frecuentado por los bolcheviques de la Casa del Pueblo.
- Podemos probar ahí - sugirió Pablo.
Y hacia allí fuimos. Hasta Víctor parecía más convencido.
Helena era una gran actriz, solo se dejó escapar una leve sonrisa de satisfacción.
- No lo sé – Le contestó -. Puede que tú me hayas visto antes. Yo desde luego no te he visto en toda mi vida.
A Pablo la respuesta de Helena le hizo gracia. Comenzó a reírse seguido de la propia ciega y de yo misma. Víctor enrojeció, no sé si de ira o de vergüenza y permaneció mudo el resto del viaje. Con tondo, está claro que la principal responsable de haber acogido a aquella asesina de las BAB fui yo. Había algo en ella que me atraía, que me hipnotizaba. No podía dejar de mirarla, cuando hablaba, cuando se movía... Pensar en que ella no podía ver como la miraba aumentaba mi descaro. Recordé cuando Pablo me miraba el trasero, en el hospital, cuando iba casi desnuda... Me hizo gracia, porque ahora sentía que era yo la fisgona. Y lo mejor es que todo aquello me hacía sentir joven otra vez, como si regresara a la adolescencia y me encontrara deslumbrada espiando a Verónica. Me gustaba esa sensación, me hacía sentir viva, viva como hacía mucho tiempo que no me sentía.
Helena le indicó a Pablo que fuéramos a la antigua Casa del Pueblo de New Haven. Ella no podía indicarle, pero yo sí. Las casas del pueblo eran las antiguas sedes populares de la socialdemocracia. Cuando este partido colapsó, muchas de ellas fueron ocupadas por los bolcheviques y los sindicatos afines. Yo sabía que la Casa del Pueblo de New Haven había sufrido horrores durante las guerras. Helena me lo confirmó. El gobierno la bombardeó y la redujo a cenizas en la guerra civil. Toda la ciudad había sido duramente golpeada por las bombas, primero fascistas y luego republicanas. Pero también nos explicó la ciega que aunque el edificio seguía destruido, demolido casi piedra tras piedra, el sistema de túneles construido por los bolcheviques aun estaba intacto y que, en su interior se escondía un estudiante que podía ayudarnos.
Y hacia allí fuimos, sin tampoco cuestionarnos de dónde había sacado Helena toda esa información.
Amanecía en New Haven cuando llegamos a las ruinas de la antigua Casa del Pueblo. Ahora solo era un montón de escombros. Los bombardeos y el fuego habían destruido el edificio hasta casi los cimientos. Pero la República había dejado allí aquellas ruinas para que toda la ciudad recordara la guerra y la destrucción. La guerra civil había buscado conscientemente que se perpetuara el terror para que nadie se atreviera a volver a alzarse contra el orden establecido.
La Casa del Pueblo estaba situada en uno de los barrio populares de New Haven –también los había- llamado La Oliva. Eran antiguas chabolas edificadas por los emigrantes aquí y allí en los alrededores de la New Haven señorial y que con el tiempo se habían ido convirtiendo en casas y callejuelas. Sólo los movimientos vecinales de los primeros años de la República habían conseguido completar el alcantarillado, la red eléctrica y el acceso a internet.
Yo recordaba la Casa del Pueblo en sus buenos tiempos. Nunca fue un lugar elegante. Como todo el barrio, la habían construido los trabajadores. Sin embargo había sido amplia, luminosa, limpia... En su interior se celebraban todo tipo de actividades culturales, sociales y políticas. Había desde clases para enseñar a leer y escribir a los emigrantes, hasta cursillos de cocina tradicional. También una “universidad del marxismo” donde se enseñaba filosofía, historia y economía. El espacio también se utilizaba, por supuesto, para reuniones, asambleas y congresos del Partido. Allí fue el primer congreso al que fui, nada más afiliarme a las Juventudes. Allí conocí a Verónica que venía en representación del Comité Central. Allí la escuché hablar por primera vez. Recuerdo un discurso que lanzó durante la clausura y que me causó una gran impresión: el capitalismo estaba en decadencia, la República había traicionado todas las expectativas que había despertado entre las masas, llegaba la hora de la clase obrera.
Hurgando en mi memoria, lo que no recordaba era ese “sistema de túneles” que había mencionado Helena.
- ¿Dónde está la entrada a esos túneles, ciega? - preguntó Víctor como si buscara algún detalle que delatara a Helena.
Allí estábamos los cuatro contemplando aquellas ruinas mientras la ciudad se ponía en marcha a nuestra espalda.
- No lo sé. Sólo sé que hay una entrada. Y supongo que no será la puerta principal.
- La puerta principal está derruida, - informó Pablo.
- Yo pasé mucho tiempo en este edificio, de joven...
- Por tu voz pareces joven - me interrumpió Helena. Me ruboricé y traté de continuar.
- Gracias... Helena... Como decía, conocía la Casa del Pueblo de antes de la guerra y no había ningún sistema de túneles, que yo supiera…
- Se construyeron durante la guerra contra el fascismo. – Explicó la ciega.
- ¿Cómo lo sabes? - volvió a preguntar Víctor.
- Me lo dijo el estudiante.
- ¿Cómo diste con ese estudiante? - la presión del anciano sobre Helena se incrementaba.
- Dio él conmigo.
-¿Cómo que dio contigo?
- Os dije que la Organización Republicana de Ciegos quería investigar la discriminación que se estaba sufriendo aquí en New Haven. Fue el estudiante el que se puso en contacto con nosotros. Quería usar una de las pocas organizaciones legales que le permitirían denunciar lo que está aquí pasando. Mis jefes parecían dispuestos a escarbar en la mierda siempre que no se pusieran en peligro las subvenciones que recibimos del gobierno.
Víctor parecía no creer a Helena. Yo traté de calmar los ánimos. Helena continuó con su explicación:
- Nos llamó y vine. Nos entrevistamos en una cafetería cerca del aeropuerto. Me dijo que estudiaba las reliquias y documentos de los pasadizos del subsuelo de la Casa del Pueblo. Me habló de túneles secretos, de una higuera...
- ¿Una higuera? - pregunté. Eso sí me sonaba.
- Sí, yo que sé, una higuera... No tengo ni idea, el mocoso hablaba sin parar y decía muchas cosas... Ni mis oídos podían procesar tanta información...
-¿No tienes ninguna manera de dar con él? – preguntó Pablo.
- No. Me dijo que él daría conmigo.
- ¡Esperad! – Exclamé - Un restaurante cerca de aquí… -traté de explicar a mis compañeros- aquí en la esquina... Tenía detrás una terraza para comidas. Allí había una higuera. Era un lugar frecuentado por los bolcheviques de la Casa del Pueblo.
- Podemos probar ahí - sugirió Pablo.
Y hacia allí fuimos. Hasta Víctor parecía más convencido.
Helena era una gran actriz, solo se dejó escapar una leve sonrisa de satisfacción.
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